Por Javier Villán
La crítica taurina, Mare Nostrum, Madrid 2006
Hay dos elementos claves que dan perenne actualidad a las corridas de toros: las polémicas que suscitan y la literatura que generan. El término polémica no se refiere aquí a la disparidad de opiniones que expresan los aficionados y críticos taurinos; alude a un movimiento pendular, de índole sociológica y política, cuya radicalidad llevan a una dialéctica irreconciliable. Los polos de esa dialéctica son un humanismo taurófilo excluyente, que en la corrida sólo ve sangre y tortura, y un concepto de belleza, también excluyente, que, apuntalado en la estética, tiende a justificar todo tipo de atropellos y violencias. El humanismo defensor del toro lo representan hoy las asociaciones protectoras de animales que defienden el respeto a la naturaleza y al reino animal; una especie de piadoso animalismo frente a los abusos y desafueros del hombre. Este humanismo, además, se tiñe de sociología política y atribuye a las corridas muchos de los males de España.
Hasta ahí, poco que objetar. Pero, respetando la legitimidad de esos nobles sentimientos, la incriminación que puede hacerse a la tauromaquia en la marcha del mundo es muy relativa. Se trata de un aspecto, y no el más decisivo, de los desequilibrios de la vida; la caza, la industria de la cosmética y de la piel, la estabulación con fines de desproporcionada productividad, son, por lo menos, tan crueles como la lidia; mas reconocer un mal no remedia la existencia de otros; así que no hay que quitarles a los toros ciertas responsabilidad en la falta de armonía del mundo, aunque estas podrían ser consideradas más síntoma que causa. Todo esto se viene denunciando hace tiempo desde frentes distintos y de diferentes maneras. En lo referido al a inmortalidad y a la crueldad de las corridas, el ecologismo ha asumido, con otra dialéctica, las inquisiciones que antaño representaban, primero la Iglesia de Roma y después, lo que, genéricamente, pudiéramos llamar el pensamiento del progreso.
Los elementos que confieren representación cultural a las corridas son el arte y la literatura; o, por mejor decir, la fascinación que ese ritual de sangre y muerte convertido en espectáculo, ejerce sobre muchos pintores, escritores e intelectuales de pelaje vario. El periodismo taurino, la antigua revista, es sólo de índole funcional y dota a la corrida de objetividad noticiable; aunque los mejores revisteros y cronistas fueran escritores de valía que veían los toros con una perspectiva enriquecida por otros conocimientos: la poesía, la historia, la pintura, la política o la sociología. En los mejores tiempos de la crónica taurina en España, no privaba la especialización mostrenca, sino la acumulación cultural.
1 comentario:
Deja de mandar SPAM Hijo de PUTA
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