miércoles, 27 de febrero de 2008

LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA EN EL TOREO DE ENRIQUE PONCE/ Juan Lamarca López

Dn. Juan Lamarca López


Este texto fue leído en el seno de la Cátedra de Tauromaquia de la Universidad de los Andes, Mérida-Venezuela en el acto de nombramiento de Enrique Ponce como Consejero de Honor de la misma.


El concepto y el buen hacer del maestro Enrique Ponce constituyen la máxima expresión artística en el toreo, la cual se manifiesta desde su alta sensibilidad en la aplicación de una técnica y conocimiento que traslucen la pureza y el clasicismo en los que históricamente se basa.
Las modas también surgen en la Fiesta Brava y, aun añadiendo páginas importantes, siempre son perecederas, por lo que el devenir y el ser del toreo acaba volviendo a su propia esencia que es la aplicación de las normas clásicas del arte del toreo. Hay quien afirma que no existe mejor moda que lo clásico.
El triunfo, por otro lado legítimo, de los que van por otros derroteros alejándose del clasicismo de la regla, se cimenta sumándole amplias dotes de personalidad, pero he aquí que en el maestro de Chiva se conjugan ambas cualidades de clasicismo e idiosincrasia, basadas en el valor y en la inspiración en cada caso para expresar el arte del toreo, cuyo ejercicio se nos presenta como una cosa muy compleja, llegando a pensar que ha alcanzado formas y pautas definitivas, no obstante de estimarse como un arte aún joven en relación con las demás artes que alcanzaron su definición hace miles de años.
Pero quizás sea el maestro Enrique Ponce el que nos lleve al firme convencimiento de que el toreo con él alcanza su máxima expresión artística y en él se culmina su evolución.
Enrique Ponce nos ofrece su concepto de la tauromaquia y nos muestra cómo las suertes de la lidia que realiza no comportan solamente el aspecto visual, sino que nos revela que tiene
delante a un animal fiero al que hay que entender, reducir y dominar. Por lo tanto no tiene únicamente que ir a un proceder de estética personal como artista que es, sino a la eficacia de su poderío sobre el animal, configurando la estampa de un "ballet dramático" como así lo definía Vicente Zabala en su obra "La Fábula de Domingo Ortega".
Pues sí, señores, ahí tenemos la incontestable realidad del toreo de Enrique Ponce y su natural expresión artística, su concepto, como el del maestro de Borox: "Parar, Templar, Cargar y Mandar". ¡Ahí es nada! Pero no se pueden lograr esas fases sin una inicial y primordial como es la de CITAR, desde el punto geométrico que exige la regla y demandan las condiciones del toro.
Es por ello que el sentido de la colocación en el joven y ya legendario maestro sea decisivo para la correcta ejecución de las suertes que cincela, por lo que se deduce que "no es igual dar pases que torear".
Se estima como la parte más bella y enjundiosa de su toreo la de delante, aquella en que el torero se enfrenta con el toro echándole la capa o la muleta adelante, para que a medida que la res va entrando en su jurisdicción, la va templando inclinándose sobre la pierna contraria, al tiempo que ésta avanza hacia el frente y alarga al toro en la profundidad del pase para transmitir su sentimiento a la emoción del aficionado.
En palabras del propio torero todo ello supone torear a favor de toro y lo distinto sería “destorear”, ya que la consecuencia del auténtico toreo "no es llevar al toro por dónde no quiere ir, sino por donde el lidiador quiere que vaya", y añade: "Por supuesto, con su permiso." El del toro, naturalmente.

¿Acaso no es su clasicismo conceptual el que han practicado lo más grandes del toreo?. Entre ellos no sólo se encuadra nuestro homenajeado, sino que incluso es considerado como "torero de toreros", es decir, mostrándose como un espejo donde mirarse el resto de la profesión, lo reconozcan o no lo reconozcan algunos.

La excelsa expresión artística del toreo de Enrique Ponce llega a todos y por todos es reconocida, con las consabidas negaciones y discrepancias, como no podría ser menos, que toda figura importante genera. Su apasionada afición y su responsable profesionalidad supera el más mínimo atisbo de sentido acomodaticio o actitud de relajo en su buen hacer que pudiera brotar de la continua admiración y reconocimiento que recibe de aficionados y públicos del orbe taurino que lo elevan al Olimpo de la Tauromaquia.

El diestro valenciano, hijo adoptivo de la provincia de Jaén como vecino de Las Navas de San Juan, no ha sido acogido en exclusiva ni por aficionados selectivos ni por las mayorías populares, se erige como torero de todos y para todos, con las masas entregadas durante lustros de ejercicio, sin que ello suponga el efecto del consabido aserto de que en los toros cuando la masa interviene el arte degenera, por lo menos en el caso de Enrique Ponce, que lo exhibe con la excelencia que le caracteriza.

La técnica, la estética y la expresión artística de Ponce en su asombrosa regularidad raya en tal perfección que algunos, maliciosa y resentidamente, "la ven con hastío y la sufren por insultante". No sería esta la posición de Eugenio D'Ors quien afirmaba:
"No hay que cansarse de aspirar a la perfección ni de hacer apología de ella, porque de lo demás, en fin de cuentas siempre quedará bastante".

Por el contrario hoy en día nos quieren convencer de que el toreo perfecto, "el no va más", "lo nunca visto" consiste por ejemplo en que cuando un toro se para por falta de acometividad o por estar entregado por exceso de brega, el torero avance hacia él en su verticalidad y de costado hasta rozarle la pala del pitón para provocar su arrancada y darle rígido un pase natural ¡pues vaya naturalidad!
Lo clásico, como así lo entendiera y ejecutara Domingo Ortega, sería despegarse perdiéndole un paso y ofrecerle el diestro el pecho, que es lo más noble que tiene el hombre, citar con la muleta adelantando la pierna, en movimiento lento acompañado ligeramente para que surja la belleza del muletazo.
Por otro lado no se aproxima a la perfección el hecho de citar al toro de perfil en actitud estática, lo que se conoce como "hacer el poste" y citar al toro con la muleta retrasada a la altura de la cadera para que se estrelle la res o conseguir a lo máximo un medio pase.
A veces la cadera mejor serviría para "apoyar las manos y pasear por la calle de Alcalá…..con la falda almidoná", como cantara Celia Gámez.
El arrojo y el valor no radica en el ¡uy! o en el ¡ay!, los derrotes a la muleta por falta de temple pisando terrenos de cercanías mal calculadas, o en las cogidas frecuentes por defecto de técnica en la lidia del burel, puesto que la finalidad o el éxito del espada debe basarse en su dominio y la cogida por el toro indica su fracaso, sí, la supuesta épica del tremendismo, aunque sea con arte cuando el que lo interpreta está dotado de fino estilo.
Es por eso que reitero el concepto taurómaco del maestro Enrique Ponce, el cual en cada faena exhibe el esquema de movimientos en los que el arte del toreo consiste, de forma que llevando a la práctica las reglas clásicas hace brotar la excelencia de su toreo y todo lo que tiene de ritmo resaltará en la armonía de ese grupo escultórico en movimiento que es la belleza del arte de torear.
Para finalizar, y a mayor abundamiento, les refiero que fue el Conde de la Estrella el que consiguiera de Fernando VII, el Rey felón, la orden de crear la Escuela de Tauromaquia de Sevilla bajo la dirección del legendario Pedro Romero.
El noble albergaba el convencimiento de que en el toreo, en relación con las demás artes, la aplicación de las normas clásicas conducía al más puro y profundo romanticismo, estimando al maestro rondeño como depositario y fiel intérprete de estos valores, lo que así hacía saber al Rey en la numerosas cartas que le escribiera y en un fragmento de una de ellas así se refería:
"Sepa Vuestra Merced, señor mío, que el timón de esta nave es la muleta, en que es Romero inimitable, ya llevándola horizontal al compás del ímpetu del toro, ya llevándola rastrera, como barriéndole el piso dónde ha de caer, o que ha de usar mal de su grado; aquella muleta que siempre huye y nunca se aleja de los ojos de la fiera, que a veces le obedece como caballo sin freno".

Pues bien, señoras y señores, queridos amigos: les ruego practiquen un fácil ejercicio de imaginación y sustituyan del párrafo anterior el nombre de Romero por el de Ponce, el torero de época, de la época del Excmo. Sr. D. Enrique Ponce Martínez, naturalmente.

lunes, 25 de febrero de 2008

Apuntes sobre la esencia/ Esteban Ortiz Mena


José Carlos Arévalo explica que “el aficionado sabe que la lidia no es un combate entre iguales. Por supuesto, no le interesa que el toro venza. El interés de la corrida es esencialmente humano: comprobar cómo un hombre –le llamamos torero- asume el peligro; si lo hace con arrojo, con gracia, con destreza, con inspiración, con arte; o todo lo contrario, si lo hace con miedo, impericia, sin imaginación, feamente”.
Escencialmente humano, dice. Nadie acude a una plaza de toros a ver sangre (ni la del toro y menos la del torero) y eso lo vuelve más humano todavía. El ser humano, en lo más hondo de su ser, busca maneras de identificarse. Por eso, se ve representado en el torero, inconcientemente, como un ser humano heroe que hace frente a sus limitaciones y se impone a la fuerza del toro. Es decir, la muerte acompañada con una dósis de estética.
Por eso la corrida es una fiesta. Y el ser humano va a disfrutar... hasta que la muerte llegue, bailar alrededor de ella en un juego repleto de emociones.
“La corrida de toros, como todas las fiestas, es una explosión de vida con un deje de melancolía. El hombre sabe que, a la postre, la muerte siempre gana la partida. Pero en la plaza, no. La corrida de toros es una ilusión, como todas las fiestas. Es una antitragedia, a la que asistimos para ver cómo el hombre lucha por su destino, cómo gana, cómo lo mata, cómo lo disfruta, cómo nos hace disfrutar.
¿Disfrutar? Es difícil definir la entraña del toreo, compuesto de vida y muerte, de miedo y valor, de placer y dolor. Ningún arte se le parece. Real pero imaginario, es una realidad representada, algo vivo y la vez simbólico. Cada lidia cuenta un argumento, una ficción, y sin embargo, la muerte del toro es real, el peligro de muerte en que se sumerge el torero es real, la cornada es una muerte pequeña y, a veces, la muerte definitiva: el precio de esa inaudita trasgresión taurina que consiste en afirmar la vida y negar la muerte”. (Revista 6toros6 No. 672)
Negar la muerte con estética y una dosis de profundidad...

viernes, 22 de febrero de 2008

EL FOMENTO DE LA FIESTA BRAVA/ José María Morán


Por José María Morán

Cuando se habla de fomentar la fiesta brava, personalmente me asaltan varias dudas, la primera de ellas, y quizá una de las más trascendentales, es de si realmente existe hoy por hoy, la necesidad de promover y difundir la tauromaquia. La respuesta a esta pregunta, al contrario de ser una obviedad, entraña una serie de condicionantes y distintos factores, sobre los cuales me voy a permitir dilucidar a continuación:

Se dice, por ahí, y no se si equivocadamente, que es necesario difundir la tauromaquia, por que la fiesta actualmente está en crisis. Esta afirmación no obstante, se contradice drásticamente con la realidad, si analizamos los datos y cifras que se manejan tanto internacionalmente como a nivel nacional. En España, se están realizando desde hace varios años, más de mil festejos anuales, entre corridas, novilladas y rejones; y, cerca de mil festejos adicionales, correspondientes a fiestas populares, en las que interviene el toro como eje fundamental.

No podría hablarse de una crisis tampoco, si consideramos el número de espectadores que han asistido a los festejos taurinos durante los últimos años, constituyéndose los toros, prácticamente en el segundo espectáculo de masas en España, Francia, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador, solamente ubicado por detrás del fútbol. Se habla de que en España asisten a presenciar una corrida de toros, más de treinta millones de espectadores por temporada; y, si analizamos el caso de Ecuador, podemos constatar como durante la Feria de Quito, entre siete o nueve días, asisten cerca de cien mil personas.

Tampoco creo que podemos hablar de crisis respecto a la camada de toreros que se encuentran actualmente en el escalafón, donde existe una serie de figuras consagradas (Ponce, El Juli, Castella, El Cid, El Fundi, etc.), que conjuntamente con los jóvenes valores surgidos en los últimos años (Manzanares hijo, Perera, Talavante, etc.), garantizan una espectacular competencia en beneficio de los aficionados, y que decir, del retorno de José Tomás, que ha significado un revulsivo para la afición, llenando todas las Plazas donde se presenta, basta revisar el caso de la ciudad de Barcelona, (mal llamada antitaurina), donde varios meses antes de la presentación del torero en referencia, se vendieron a precios exorbitantes todas las localidades del aforo.

Menos aún podríamos hablar de una crisis ganadera, ya que por el contrario, estos últimos años han servido para superar a ese toro excesivamente gordo, bobalicón, y mansote que se caía constantemente en detrimento del espectáculo, común en los años ochenta y comienzos de los noventa, por un toro que ahora es mucho más atlético, con mejores hechuras, con mayor agresividad, movilidad, raza, bravura y transmisión, que garantiza en la mayoría de los casos la emoción del espectáculo. Respecto al toro, inclusive la Fiesta ha podido ir recuperando paulatinamente, esos encastes diferentes al Domecq, así vemos que ahora vuelven a aparecer en las Ferias de postín, Saltillos, Santa Colomas, Urcolas, Nuñez, Palhas, etc.

Mucho se habla también, de que existe una crisis respecto a la difusión del espectáculo en los medios de Comunicación. Sobre este punto, debemos ser conscientes, que en la actualidad, el hombre dispone de muchas más posibilidades de ocio que hace cincuenta años donde los toros eran un eje mediático, sin embargo, es interesante conocer, que programas como Tendido Cero, tienen altos niveles de audiencia, e incluso las ferias importantes en España, generan tal nivel de expectación en la audiencia, que la televisión privada y el cable, han comenzado a retransmitirlas por sistemas de prepago, así por ejemplo, Digital Plus, trasmitió el año pasado para sus abonados, toda la feria de San Isidro, la Feria de Sevilla, la de Zaragoza y otros festejos puntuales de interés. Además, el hecho de que la última temporada haya sido especialmente sangrienta en cuanto al número de heridos, así como el regreso de José Tomás a los ruedos, ha repercutido en que los medios de comunicación vuelvan a escribir y hablar de toros permanentemente.

Por estas consideraciones, podemos concluir que la necesidad de fomentar la tauromaquia, no se debe realmente al hecho de que los toros puedan estar en un momento de crisis.

Otros sectores manifiestan que es necesario promover la Tauromaquia como un mecanismo de defensa ante el protagonismo que han cobrado últimamente los grupos animalistas o antitaurinos. Es evidente, que el mundo y las nuevas generaciones, toman cada vez mayor conciencia, sobre la necesidad de contar con un entorno de respeto y cuidado a los animales como base de nuestro desarrollo sustentable. Y es también evidente, que los niveles de tolerancia del ser humano, respecto a las manifestaciones culturales en las que se involucran elementos de dolor, sufrimiento o sacrificio, aunque sea animal, se han reducido considerablemente. Incluso la propia fiesta brava ha tenido que ir evolucionando en el tiempo por este motivo, con ejemplos tan evidentes como la abolición de la media luna, o la imposición del peto, para evitar por ejemplo, el desagradable espectáculo que significaba observar “en directo”, el destripamiento de los caballos por parte del toro.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer, que antitaurinos y detractores de la fiesta han existido desde siempre, y pese a ello los toros no solo siguen existiendo, sino que cada vez es mayor el número de espectáculos taurinos que se realizan anualmente. Recordemos que ni si quiera una prohibición real, pudo impedir la propagación de esta manifestación cultural. Por eso, muchas personas, consideran que la fiesta y los toros se defienden por si solos, y quien sabe, quizá tengan razón. No obstante, no podemos tampoco desconocer el avance y protagonismo que han adquirido los movimientos antitaurinos a nivel Internacional y local. Ahí están las declaraciones de ciudades antitaurinas, como la de Barcelona en España, prohibiciones de que los menores de edad asistan a las corridas de toros, intentos a nivel del Parlamento Europeo para conseguir una prohibición total de las corridas, que finalmente fracasó. Y que decir del Ecuador, donde vimos lo que pasó con Cuenca, prohibiéndose la muerte del animal, y obligando a que de celebrarse corridas, éstas sean a la usanza portuguesa, desvirtuando la naturaleza elemental de éste espectáculo. Vimos también lo que pasó en Guayaquil hace un par de años, donde hubo hasta agresiones físicas de importancia, llegando una “bestia” seudoecologista, incluso a interponerse en el camino de la ambulancia que llevaba de emergencia a un torero que había sufrido una grave cornada en el cuello. Vimos lo que pasó en Baños, donde el Municipio, de lo que entiendo, ha prohibido el espectáculo y ha declarado a la ciudad como antitaurina. Y lo que es más grave aún, con gente de la Fundación Prodetauro a la que pertenezco, hemos comprobado como incluso en los decálogos de las agendas estudiantiles que se entregan a los niños de prestigiosos colegios del país, se condena expresamente a la tauromaquia, y se induce a los menores a repudiar la fiesta brava.

En consecuencia, si bien es cierto, que hay que preocuparse y precautelar nuestros derechos frente a lo que los movimientos antitaurinos puedan realizar, no es menos cierto, que el fomento de la Fiesta, no es una solución definitiva contra su accionar, dado que por más que lo intentemos, a un antitaurino, jamás vamos a lograr convencerle de que se convierta en taurino, ni creo que deba ser ese nuestro objetivo.

Sobre este punto, quizá en lo que si hemos fallado los taurinos, es en tratar de defender nuestra fiesta de los ataques recibidos, bajo el mismo argumento de siempre, es decir, defender el que los toros es la más hermosa de toda las artes. Ciertamente lo es, para nosotros, por lo que nos rasgamos las vestiduras hablando de Picasso, de Miró, de Alberti, de Botero, de García Lorca, de Roberto Domingo, etc, etc, sin darnos cuenta, de que existen cientos de argumentos de peso mucho más importantes para defender a la tauromauia, sin aludir si quiera, al ejercicio de nuestros derechos y libertades constitucionales más elementales.

No hablamos por ejemplo, de la importancia ambiental que tiene la crianza del toro bravo, las miles de hectáreas que se conservan y protegen gracias a la no utilización comercial del terreno en el que se cría el toro (Se habla que solo en España se protegen más de 540.000).

Por que no hablamos de la importancia económica que tiene la Fiesta: cuantos cientos de millones se mueven en torno a las corridas de toros. Habría que preguntarle por ejemplo al Municipio de Quito que significa para la ciudad la realización de la Feria de Quito en cuanto a impuestos, alimentación, turismo, alojamientos, transporte, etc. etc.

Por que no hablamos de los puestos de trabajo y familias que viven del toro. En un manifiesto profesional que se presentó al Parlamento Europeo, se menciona que gracias a los toros, se generan más de 3.5 millones de jornadas de trabajo anuales solo en Europa.

Ahora bien, a esta altura de mi ponencia, ustedes se deben estar preguntando, por que este “loco”, que venía supuestamente a conversarnos sobre la necesidad de fomentar la Fiesta brava y que se dice pertenecer a una Fundación que difunde y defiende la tauromaquia, solo nos ha proporcionado argumentos que señalan que el fomento de la fiesta quizá no sea tan relevante o necesario.

Pues muy al contrario de lo que pueda parecer, personalmente estoy convencido de que tenemos la necesidad de promover y defender la tauromaquia, especialmente por dos consideraciones fundamentales:

A) La primera es una razón de subsistencia: ¿por qué de subsistencia? Porque solamente promoviendo la tauromaquia, difundiéndola, enseñando y compartiendo su riqueza con terceros, podremos garantizar el surgimiento de nuevas generaciones de aficionados. Si señores, si no nos preocupamos por crear nuevos aficionados, no podremos llenar las plazas de toros dentro de 20 años, en cuyo caso, nuestros hijos o nietos se habrán perdido la oportunidad de gozar de éste espectáculo tan singular y hermoso. Si no promocionamos la Fiesta, no nos derrotarán los antitaurinos, no señor, lo haremos nosotros mismo. Por eso, siempre he sido partidario de preocuparnos menos de las opiniones en contra, y más de generar opiniones a favor. Los toros son una manifestación cultural, que vive gracias a tener un gran nivel de aceptación popular. Los aficionados en el caso de Quito por ejemplo, debemos estar sumamente agradecidos, de esos 10.000 espectadores que no son expertos, ni conocen a cabalidad la Fiesta, pero que sin embargo llenan la plaza durante nuestra feria, por que disfrutan simplemente de la corrida, permitiendo con su presencia, sustentar los costos de un espectáculo realmente caro. Les pregunto a ustedes por ejemplo, si la empresa podría traer a el Juli o a Ponce, si a los toros solo asistieran esos 2000 aficionados de hueso colorado que existen en nuestra ciudad? Seguramente no, de ahí la necesidad de seguir promoviendo la Fiesta de los Toros, compartiéndola con la población no entendida y especialmente con la juventud, que se constituye hoy por hoy, en la esperanza de que las corridas de toros sigan siendo un espectáculo sustentable en los próximos años.

B) La segunda razón fundamental por la cual considero necesario trabajar por la promoción de la fiesta, es por una cuestión de generosidad. Si, ustedes y yo sabemos que la Fiesta Brava tiene inmersa en su naturaleza, una riqueza y un acervo cultural incomparable. Creo que es un deber y una obligación de todos los aficionados, compartir estos valores con quienes nos rodean. Por que no trabajamos por compartir el goce que se genera en nuestro espíritu por ejemplo, al contemplar como un becerro recién nacido se arranca en el campo a un vaquero, o el éxtasis que algunos de nosotros podemos sentir al contemplar simplemente una verónica de Curro Romero.

Les invito en consecuencia, a sepultar ese egoísmo natural que tenemos los taurinos, y que muchas veces nos impulsa a mirar con malos ojos cualquier comentario sobre la fiesta emitido por una persona no entendida. Compartamos nuestros conocimientos, promovamos con terceros la magia y riqueza de la tauromaquia, estoy seguro que los futuros aficionados nos lo agradecerán eternamente.

martes, 19 de febrero de 2008

¿DE QUÉ FIBRA ESTAN HECHOS LOS TOREROS?/ José Antonio Esparza


Por José Antonio Esparza (26 de Abril del 2001)


Al ser humano promedio si lo muerde un tiburón, pero no lo mata, lo que sí le produce es un trauma psicológico espectacular, que más que seguro, lo aleje de las aguas marinas de por vida.

En otro nivel, si un perro lo muerde, la próxima vez que esté cerca de un can, lo tratará con respeto, no por trauma, pero sí por experiencia. El sentido de conservación en todo ser viviente es algo innato, todos lo tenemos y es el resultado de intrincados mecanismos neurales, físicos y hormonales.

En el caso de los toreros, todos ellos saben el riesgo que encierra su profesión y más tarde o más temprano, entregarán su cuota de sangre sellando su compromiso con el toreo. No siempre es así; hay algunos afortunados que son muy respetados por los astados y casi no tienen percances.

Pero, y los que sí se llevaron una "cornada decaballo", ésos que en el momento de la cogida, vieron la cercanía de la muerte, aquellos que estuvieron en el suelo a merced del animal….¿Qué extraño mecanismolos priva del trauma y siguen toreando? ¿Cómo vencenel dolor de la cornada y torean aún sangrando? ¿Cuál parte del cerebro le indica que debe continuar?
Creo yo que la respuesta no la dan los médicosespecialistas. Pienso que la cosa está en la sangre. En la sangre torera. Así como hay toros de casta, pienso que hay seres humanos de casta. Sujetos distintos al resto, cuyas motivaciones son diferentesa las del resto de los mortales.

Muchos tratadistas de este tema citan como motivaciones a los siguientes alicientes: DINERO, GLORIA, FAMA, MUJERES….Yo creo que sólo algunos toreros llegan a la cima, y con ella, a lo anteriormente citado. Pero hay un elemento inmaterialque es el verdadero motivo: EL RESPETO.

El torerito de pueblo, sin un cobre en el bolsillo, torea por el respeto. Y tras ese respeto, la admiración del público es la droga que lo empuja aseguir intentándolo. Qué importan los primeros revolcones, qué importa la primera cornada, el deseo de torear se basa en la búsqueda constante del respeto que causa en el resto de seres humanos.

El cuerpo de un torero es tan vulnerable a las cornadas como el de usted, amigo lector. No está hecho de ninguna fibra especial, ni de más adrenalina en lasvenas. Lo que tienen los toreros es una sangre especial. Es una estirpe humana única. Y los pocos que la poseen, no pueden luchar contra ella. Esa sangre es más fuerte que sus miedos, sus dolores y su propia vida.

Si no fuese así, no se explica por qué los toreros millonarios, que ya lo tienen todo -en términos económicos y materiales; finca propia, Mercedes Benz,Cuenta Bancaria gigantesca- sigan arriesgando su vida en cada tarde. Si las verdaderas motivaciones fueron esas, dejarían de torear y disfrutarían de sus posesiones. Pero no, usted sabe de toreros retirados, millonarios, que no soportan esa lejanía con el toreo. Algunos creen que la vida que Dios les dio sólo sirvepara torear y nada más. Este tipo de romanticismo del siglo XXI, es actualmente, único.

Las figuras entonces, también buscan lo mismo: EL RESPETO, y vaya si lo consiguen!

Hace muchos años, Francisco Ruiz Miguel recibió una cornada en el escroto (zona genital). ¿Sabe usted lo que hizo? Dijo: "No pasa nada. Dejarme solo." Y siguió toreando hasta enfundarle una estocada hasta los gavilanes al animal, que rodó frente a él como rodaban las gotas de sangre por su taleguilla. Y recién en ese momento, se dejó cargar en hombros hacia la enfermería, pero con las dos orejas en las manos y con los gritos del público en sus oídos: TO-RE-RO,TO-RE-RO, TO-RE-RO!

Antonio Bienvenida se llevó un cornadón en el vientre al tratar de darle un pase cambiado a muleta plegada al toro “Buenacara” en el año 1942 en Barcelona. Le administraron la Extremaunción. El hombre estaba partido en dos. Se salvó de milagro y su recuperación duró 3 meses. En su reaparición, toreó en Barcelona, con toros del mismo encaste, vestía el mismo color de traje de luces, y a su primer enemigo le citó para el pase cambiado. Se lo pegó y se acabó el problema. Venció sus temores y se sobrepuso a sí mismo de la única manera como podía hacerlo: toreando.

¿De qué fibra están hechos los toreros? De la mismafibra de la que estamos hechos usted, amigo lector, yoy todos los demás seres humanos de esta tercera roca a la derecha del Sol. Pero la sangre que corre por esas venas, esa sangre que se ha derramado miles de veces para la consolidación de la Fiesta Brava, es única.

Esa sangre no morirá y se seguirá transmitiendo por generaciones en tanto un grupo de aficionados como nosotros acuda a una plaza de toros y vitoree a un matador con las palabras mágicas: TO-RE-RO, TO-RE-RO,TO-RE-RO!

domingo, 17 de febrero de 2008

LA REGLA DE ORO DEL TOREO/ Jim Verner


Por Jim Verner


Traducido por Paco Fierro


En lo que a dogmas se refiere, el toreo compite con las grandes religiones del mundo. A través del tiempo, los profetas taurinos han subido a las andanadas más altas en búsqueda de los Mandamientos del Toreo. Cada uno ha descendido sosteniendo una versión personal de la Verdad Taurina. Algunos de estos profetas han afirmado que los Cánones son "parar, cargar y mandar" . Otros mantienen que la Palabra se refiere a "citar, templar y rematar". Y hay algunos que creen que sólo "cargar la suerte" es lo que separa al consagrado del profano. Todo eso confluye hacia un sectarismo taurino que rivaliza con el más "fino" sectarismo de la historia de las guerras santas.

Como los sacerdotes de la antigüedad que debatían sobre el número de ángeles que podrían bailar en la cabeza de un alfiler, los aficionados se reúnen en sus templos-bares, con tapas, para discutir con toda clase de detalles y tecnicismos: Si ¿es de frente mejor que de perfil? ¿es el pico una técnica válida o simplemente un truco? ¿la suerte se carga con los brazos o con la pierna contraria? Y si ¿es en verdad la pierna contraria o es la pierna de salida? Las discusiones avanzan sin parar. Y mientras más lejos van, cada participante se "aquerencia" más en sus creencias y preferencias personales.

La eternidad sería demasiado corta para concluir con estos argumentos. En el toreo, como en la religión, el devoto corre el riesgo de resbalar hacia el fanatismo. Aquellos que sostienen puntos de vista diferentes son acusados de herejía en una especie de inquisición taurina. Afortunadamente, la quema en la hoguera ya ha pasado de moda, pero algunos aficionados que se fijan tan intensamente en los detalles pierden a menudo de vista la esencia del toreo. Realmente, sólo hay una regla básica para los toreros: "Respetar al toro". Esta regla podría considerarse como la regla de oro del toreo. La significación de una regla de oro consiste en que supera las limitaciones de las ortodoxias -- en su profunda simplicidad, es el canon supremo. La regla de oro nos permite ver el bosque sin resultar ahorcados en los árboles. Detrás de la regla de oro, todo lo demás son adornos.

En cierto sentido, la regla de oro de la religión -- "no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti" -- se convierte en su contrario en el toreo. Ambos participantes, hombre y toro, tratan de aniquilar al otro y ninguno de los dos quiere ser el que recibe la espada o el cuerno. Pero, en otro sentido, la regla de oro del toreo es idéntica: cuando el torero respeta a su toro, lo trata como él quisiera ser tratado si él fuese el toro. El torero debe cuidar al toro de la misma manera que los padres generosos guían el desarrollo de sus hijos. La habilidad de cada torero puede variar, e incluso los mejores tienen días malos, pero no hay ninguna excusa válida para abusar de un toro, no importa cuán difícil pueda ser. Todos los toreros -- matadores, peones y picadores -- deben hacer lo extremo para conseguir todo el potencial de cada uno y de todos los toros.

Esto nos lleva al corolario de la regla de oro: "cada toro tiene su lidia". Al decir que cada toro tiene su lidia, los aficionados aceptan el hecho de que cada toro es único. Por consiguiente, cada actuación es también necesariamente única. Los toreros no deben ser juzgados simplemente por lo bien que la actuación encaja en un formato pre establecido o en un modelo taurino estándar. Por el contrario, los toreros deben ser juzgados por lo bien que ellos traten al toro y por su habilidad (qué es una combinación de valor, entendimiento y técnica) para dar al toro "su lidia".
Alguien ha dicho que el toreo es como la ortografía en el idioma inglés: pocas reglas y muchas excepciones. Este juicioso personaje se ha dado cuenta que el toreo tiene un médium cambiante. El médium del toreo -- el toro -- es un animal viviente que trae su propia personalidad al espectáculo. Hay una gran proporción de incertidumbre en la interacción entre el toro y el torero. El torero influye en lo que hace el toro y al mismo tiempo el toro está influenciando al torero. Y sus acciones y reacciones, tanto intencionales como involuntarias, continúan amoldando y formando esta interacción a lo largo de la lidia. Nadie puede estar seguro cómo un toro responderá, ya sea ante un nuevo puyazo o en otra serie de muletazos, en todo caso, los toreros buenos comprenden a los toros mejor que la mayoría, así que las más de las veces actuarán correctamente. Los toreros mediocres cortan orejas por lo que los toros les dejan hacer: los grandes toreros triunfan por lo que ellos ayudan a hacer a los toros.

Intentamos a menudo entender el toreo en términos de arte o de deporte. Si bien hay muchas similitudes válidas, ambas comparaciones causan un perjuicio al toreo debido a la diferencia en el control del médium. Imaginemos a un pintor que no confiaría en la consistencia del ámbito de los colores. ¿Qué tipo de concierto escucharíamos si el pianista no estaría seguro de la nota que cada tecla produciría? ¿Cómo jugaría el futbolista si la meta se mueve cuando él corre con la pelota por el campo? Sin embargo, en el toreo es precisamente este médium variable lo que hace tan especial la lidia. Dos corridas de toros nunca podrán ser iguales. Ser aficionado de la fiesta brava no es para quien busca la comodidad de las normas fijas y evalúa todas las actuaciones con el mismo juego de criterios pre-establecidos.

La verdadera calidad de la faena de un torero no es simplemente una cuestión de si está citando de frente o de perfil. Lo importante no es si está utilizando el pico o la panza de la muleta, si el pase es por bajo o por alto. Todas esas son técnicas válidas. Pueden ser buenas o malas. Si se usa o se abusa de ellas depende de la interacción entre el toro y el torero. La calidad de la actuación depende completamente de lo bien que el torero entienda al toro y de la manera que utilice las técnicas del toreo para producir lo mejor que él y el toro son capaces de dar.

Hay otro principio básico del toreo que se relaciona estrechamente con la regla de oro: "se torea como se es". En su sentido positivo, cuando torea como es, el torero aporta a la faena su personalidad y su estilo individual. Está bien que los aficionados prefieran un estilo o una personalidad sobre otra, pero ésta es una cuestión de gustos antes que de calidad. Los verdaderos aficionados aprecian una buena faena, sin considerar el estilo. Desafortunadamente, este principio es a veces relegado por los aficionados. Se lo utiliza mal cuando se lo convierte en una justificación de las preferencias personales. Peor aún, a veces se lo utiliza como una excusa para un torero que desconoce la regla de oro y desperdicia un toro.

La regla de oro del toreo es la que vuelve tan complicado el papel de los aficionados al juzgar una corrida de toros. Por suerte, muy pocos aficionados son santos taurinos. Para la mayoría de nosotros, no importa cuanto lo intentemos, nuestras pasiones y preferencias pueden distorsionar la aplicación de la regla de oro. Pero eso no es tan malo. Sólo imagínense lo triste que sería el toreo sin toda esa división de opiniones.

viernes, 15 de febrero de 2008

LA EVOLUCIÓN DE LA NORMATIVA TAURINA Y SU FUNCIONAMIENTO DENTRO DE UNA CORRIDA DE TOROS/ Esteban Ortiz Mena



Por Esteban Ortiz Mena

Se ha discutido muchas veces si las normas deben ser anteriores a la realidad o es la realidad la que desborda el aparato normativo y lo circunscribe. Creo que hay algo de las dos. Sin duda, la realidad va delineando lo que se debe mandar, prohibir y permitir a través de normas; pero también la norma se debe adelantar a su tiempo (cuando existe un buen ejercicio legislativo) y prever situaciones que van más allá de la realidad.

Las normas, por su naturaleza, son estáticas. De todos modos, son un reflejo de la realidad en la que vivimos. Tanto es así que si existiría una debacle planetaria y, por cosas del destino, el único texto que sobrevive es el Código Civil (bueno, también digamos la ordenanza que regula los espectáculos taurinos), la persona (o el alienígena, marciano o lo que fuere) que encuentra el texto se podría dar buena cuenta de lo que actualmente somos.

Además, nuestra vida, según lo señala Norberto Bobbio, se desenvuelve dentro de un mundo de normas. “Creemos ser libres, pero en realidad estamos encerrados en una tupidísima red de reglas de conducta, que desde el nacimiento y hasta la muerte dirigen nuestras acciones en esta o en aquella dirección. La mayor parte de estas normas se han vuelto tan comunes y ordinarias que no nos damos cuenta de su presencia. Pero si observamos un poco desde fuera el desarrollo de la vida de un hombre a través de la actividad educadora que ejercen sobre él sus padres, maestros, etc., nos damos cuenta que ese hombre se desarrolla bajo la guía de reglas de conducta[1]

La norma condiciona nuestro convivir diario, y sin darnos cuenta, hasta nuestra vida. La responsabilidad que eso significa y el respeto hacia la norma y hacia lo ajeno debe ser parte integral del hombre.

En el prólogo del editor a la primera edición de la tauromaquia completa de Francisco Montes “Paquiro” de 1836 dice:

“Así como los individuos, tienen los pueblos su carácter original propio y exclusivo de ellos, que sirve para distinguir los unos de los otros, y que es el origen de sus hábitos y costumbres. Para llegar a conocer con exactitud el verdadero carácter de un pueblo, es a veces más a propósito que su misma historia tomada en su totalidad, la lectura de aquellos escritos en que se hallan consignados sus entretenimientos privados, esto es, peculiares y exclusivos de él; y volviendo a comparar los pueblos con los individuos, diremos que tanto los unos como los otros son más difíciles de conocer, y dejan menos traslucir su verdadera índole cuando ejecutan acciones de cierta notoriedad y consecuencias, porque en este caso el temor de la censura pública influye poderosamente en las determinaciones...”. (El subrayado es mío)

En este intento por codificar y normar la celebración de espectáculos taurinos, “el célebre profesor Josef Delgado (vulgo) Hillo” (tal y como reza en su libro Tauromaquia o arte de torear a caballo y a pie) fue el primero en intentar recopilar y unificar las normas que hasta ese entonces regían a manera de costumbre para las corridas de toros a pie como a caballo.

Es recién en 1804 cuando se realiza este primer intento, acertado por cierto, de codificación de lo que es una corrida de toros. Con la dinastía de los Romero y la escuela de Ronda, haciendo un poco de historia, se empieza a profesionalizar el juego con toros y considerarse como una actividad lucrativa. Como todo espectáculo (en este caso español) que el vulgo empezó a disfrutar con más fuerza, hubo la necesidad de regular y clarificar ciertos conceptos que hacía falta precisar.

Pero la función de las normas fue recoger todas las inquietudes que se estaban dando para que los nuevos actores de la lidia tengan parámetros básicos de referencia y se pueda ordenar un espectáculo que cada vez irrumpía con más fuerza (sino la tenía ya).

Francisco Montes Paquiro incluso señala en la parte final de su Tauromaquia Completa unas recomendaciones de reforma del espectáculo, como que “las plazas de toros deben estar en el campo a corta distancia de la población, combinando que se hallen al abrigo de los vientos que con más fuerza reinen en el pueblo; deberá haber también una calzada de buen piso para las gentes que vayan a pie a la función, y un camino que no cruce con el anterior, por el que irán los carruajes y caballerías. De este modo se evitará mucha confusión y desorden, y hasta las desgracias que alguna vez suceden. Estas disposiciones, que parecen influyen poco en el prestigio de la diversión, tienen, por el contrario, una gran parte en su engrandecimiento, pues no hay duda que a muchas personas, y con particularidad al bello sexo, retraen estos y otros inconvenientes para ir a las fiestas de toros”.

Pero son las corridas de toros las que han dado forma a una norma. La norma se ha adaptado a estos comportamientos y a las necesidades culturales. Si vemos en el tratado de Pepe Hillo, la lámina XII recrea la “tercera suerte con los toros de sentido” y es el matador lanzando el capote a la cara del toro y salir corriendo. Esto era considerado una suerte en 1804 que ahora ni siquiera se plantea como una alternativa dentro del toreo moderno.

Pero una vez que la norma adapta estas costumbres, también la regula. Empieza entonces a generalizarse el uso de un reglamento y de disposiciones que se deben respetar: reglas para “sortear a los toros con capa”; “suerte de la verónica con los toros francos, boyantes o sencillos”; “suerte de recorte”; banderillas, muleta, etc.

Si bien se dice que en el mundo del toro (creo que actualmente en el único ambiente), la palabra tiene un gran valor. El mejor contrato es el firmado en una servilleta de un bar y eso vale más que mil contratos. Pero la norma fue haciendo el espectáculo que tenemos hoy en día. Luego de los primeros intentos por definir lo que debía ser una corrida de toros, se realizaron esfuerzos para determinar el peso de los toros, la incorporación del peto a los caballos, la dimensión de las puyas y banderillas, etc.

También se determinó qué era una plaza de primera y hasta se logró establecer que los matadores ecuatorianos deberían actuar en el 80% de tardes en la Feria de Quito. Por eso la norma, si bien no hay que ser experto en su manejo, nos da luces para poder entender un espectáculo.

Todo, absolutamente todo lo que ocurre en el ruedo, aunque no lo parezca, está normado. Todo tiene su tiempo, su espacio y su regulación. Por eso es fundamental para todo buen aficionado, saber qué simbolizan los colores de los pañuelos (que está establecido en una ordenanza); saber que la vuelta al ruedo no es un premio que concede el presidente de plaza (está en el reglamento taurino) y tantos otros parámetros que, aunque parecería no tienen relevancia normativa, pero que están detallados en un texto legal que influyen en lo que puede ocurrir en un espectáculo.

Los ritos y las tradiciones parecería que fluyen sin una norma a lado. Sin embargo, lo normativo influye en nuestras vidas y nos rodea, en particular dentro de la temática taurina. Es probable que la realidad se plasme en una norma aunque no lo sintamos.

Por eso, como decía al comienzo, lo normativo nos rodea, nos condiciona y nos guía. El aficionado debe conocer lo que el reglamento dice, así puede criticar y sobre todo, tener un conocimiento más cabal del espectáculo que le apasiona.


[1] Bobbio, Norberto; Teoría General del Derecho, Editorial Temis S.A., 1994, pag 3.

martes, 12 de febrero de 2008

Curro



"El arte es un destello torero que queda en la retina para toda la vida, y lo hace un hombre delante de un toro, que si le echa mano lo desbarata, y ante mucha gente, en muy poco tiempo, despacio, con plasticidad, con el pecho fuera ... Eso tiene una profundidad enorme y te provoca una sensación tal que te olvidas del instinto de conservación. ¿Es o no el toreo una de las bellas artes?".

Escrito por De Purísima y Oro

lunes, 11 de febrero de 2008

El toreo puro/ Rafael Ortega


*Reproducimos un fragmento del libro El toreo puro de Rafael Ortega, tan importante rescatarlo como ilustrativo en su lectura. Cogí el libro por casualidad y lo abrí justamente donde empiezo el texto. Lo leí tomando un café. Y su lectura no demora más que el tiempo entre que se enfría y se lo bebe lentamente. Por lo que vale la pena el café y lógicamente disfrutar su lectura.

Sin duda, es un libro de obligada lectura y constantes relecturas. Es de esos libros que de sus hojas siempre se saca importantes aprendizajes, sobre todo volviéndolo a leer… (Esteban Ortiz Mena)

Por Rafael Ortega

A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar el toreo sevillano cuando también se hace con pureza: dentro del corte de toreo sevillano me han gustado mucho en mis comienzos Pepe Luis Vázquez, Pekín Martín Vázquez, con el que toreé un par de corridas, y Manolo González, mi padrino de alternativa; también he visto torear muy bien a Manolo Vázquez. Con otro estilo, sentí gran admiración por Manolete, que a su manera hacía un toreo puro y estoqueaba muy bien. Manolete era un torero que no sabía correr cuando tenía que hacerlo.

Luego tuve la suerte de conocer a Domingo Ortega. No sólo le vi bastante, también toreé mucho con él cuando reapareció en 1953, y me fijé en su toreo todo lo que pude, pero no para imitarlo, porque somos toreros muy distintos: yo he toreado siempre mejor con la mano izquierda que con la derecha y muy parado, y Domingo ha sido uno de los toreros, de entre los que yo he visto, que mejor ha toreado con la mano derecha y que mejor les ha andado a los toros. Reapareció, como digo, conmigo, y me acuerdo de una vez que toreamos en Almería y nos sacaron a los dos a hombros. Y cuándo íbamos por las calles, él me decía:

- Rafael, qué vergüenza, qué vergüenza, yo con este pelo tan blanco…

Y yo le contestaba:
- Qué sinverguenzón que eres, con lo que vas gozando y aún te lamentas.

Y la gente decía:
- Maestro, usted ha estado muy bien, pero su sobrino ha estado mejor.

Pues creían que yo era el sobrino de Domingo, por el pelo y la diferencia de edad.

Pero a lo que iba. Para mí, claro que existen la escuela rondeña y la sevillana. El toreo puro me lo definió muy bien Domingo Dominguín, padre, que fue apoderado mío:

- Es como cuando llega un señor y le saludas:

“¿Cómo está usted? Muy bien, gracias. Vaya usted con Dios”.

Esto es: citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de Belmonte se dice: parar, templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega añadió: parar, templar, cargar y mandar, que es lo que da mayor pureza al toreo. Pero para mí es importante algo previo, citar, o sea, echarle la muleta al trapo para adelante al toro. Llamarlo con la muleta quieta no es citar. También es malo llamarlo con el zapatillazo. El torero que lo da no es bueno torero porque eso es robar el pase, es la muleta la que tiene que adelantarse y citar. Así que lo que yo veo. Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte.

El toreo de adorno es otra cosa: las chicuelitas, dejar pasar al toro con los pies juntos, el kirikikí, las cositas esas que son bonitas –qué duda cabe- y que también tienen mérito, porque todo lo qu ese le haga al toro con gracia y “con ese cuerpo” es plausible; pero yo no siento ese toreo. El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que sentir lo que hace, para poderlo transmitir, si lo hace sin sentimiento, no transmite, y para lograrlo es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa. Naturalmente, yo me he adornado con justeza y creo que “he estado bonito” al rematar una serie de pases con un afarolado, con un molinete o un cambio de mano y al salir de la cara del toro con aire de torero, esto es, improvisando de acuerdo con el sentimiento del momento, pero no con esas reolinas que hoy vemos. Tampoco “me he sentido” dando chicuelitas, y sólo acudía a ellas algunas veces por recurso. La chicuelita es bonita, es preciosa, pero no tiene la grandeza del toreo puro aparte de que le pegas al toro un cambio. Igual me pasa con el toreo a pies juntos: ni mi cuerpo va con eso, ni lo siento, porque no se carga la suerte. Por el contrario, sí “he sentido” el echarme el capote a la espalda, que ahora no lo hace nadie; éste es un toreo también muy puro, porque yo me echaba el capote a la espalda, citaba, echaba la pierna para adelante y cargaba la suerte, así que era un toreo de más exposición, pues tiraba del toro con medio capote como si estuviera toreando con la muleta.

Pero el toreo de capa fundamental se hace a la verónica. Lo primero es escoger el capote que le va a uno, pues hay tres tallas: el capote pequeño, que es para el niño, el mediano y el grande. Yo he toreado siempre con el mediano, porque, como bajaba mucho las manos, el capote grande los toros me lo pisaban y me lo quitaban. La verónica pura, la que rompe y domina al toro es la que se da con las manos bajas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a dominarlo con el capote, como digo, se te impone y el torero va a la deriva. Por eso mi tío El Cuco me decía siempre:

- Nunca le levantes la mano ni al toro ni al hombre.

Porque si se la levantas al hombre, y éste es un tío, será para pegarle, no sólo para levantársela, digo yo, pues en otro caso verás lo que te pasa; y con el toro es igual: el toro hay que bajarle siempre la mano, y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro éste tiene que humillar. Así que a los toros yo procuraba ligarles la verónica honda, con el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que el toro humillara… Esto tanto de salida como en los quites, que casi siempre hacía también a la verónica para continuar dominando al animal, y cerrando siempre con la media, pues si la das bien y te vas con aire por el costillar del toro no cabe duda de que así también lo quebrantas y lo dominas. A veces también me ha gustado adelantarle mucho el capote a un toro que está, después del puyazo, un poquito parado; le echaba un poco de teatro, le adelantaba el capote y le daba así la verónica. Pero si el toro se viene pronto ya que darle el lance justo, citándolo, parándolo y ganándole terreno allí donde más convenga para dominarlo, pues la regla de oro del toreo es saber cuál es el terreno más favorable para hacerlo. Me acuerdo de que hace poco estábamos viendo una corrida juntos Enrique Martín Arranz y yo, y le dije al torero que estaba toreando en ese momento:

- Cambia al toro de sitio.

Y Enrique me dijo a su vez:

- ¿Por qué le dic usted eso, maestro?
- Pues porque en ese sitio manda el toro.

Al cambiarle los terrenos, el toro cambió a su vez a bueno, y ya se le pudo torear. Al toro hay que llevarlo siempre adonde tú creas que vas a poder con él. Aunque hay algunos que no, y cualquier terreno es bueno para torearlos, caso todos los toros tienen querencias y el ochenta por ciento la tienen al sitio por el que han salido, a los chiqueros, que es donde resultan más peligrosos.

Yo he toreado bien de capa a muchos toros, sin ir más lejos la tarde aquélla de Almería que antes decía, con Domingo Ortega. Pero lo más sonado fue cómo recibí a un toro de Samuel Flores, en Barcelona, en 1954, que en las crónicas lo llamaron El carro de la carne. Era un toro grandísimo, muy gordo, muy bien hecho el toro. De salida se arrancó el burladero que hay a la izquierda y se lo echó al lomo; y allá fui yo y le pegué desde el tercio doce o catorce lances, ganándole terreno hasta la boca de riego, porque el toro embistió muy fuerte. Me tocó la música y tuve que dar la vuelta al ruedo antes de que salieran los picadores. Y ahí es donde yo digo eso de “romperse los toros”. A éste sólo le pegaron después un puyazo, y ya no embistió a la muleta. Lo toreé demasiado con la capa, lo había dominado con la capa y casi podía haberle entrado a matar tras la media verónica de cierre.

Con la muleta hay pocos pases clásicos y puros, pero los verdaderamente fundamentales son los que pide cada toro. Hay toros que quedan más picados que otros, que tienen más fuerza, que tienen más brusquedad, y entonces hay que reducirlos con la muleta. Desde luego, lo primero que tiene que hacer el torero es procurar no cortarle el viaje al toro con la muleta. Como ya lo he dicho antes, el torero tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que se va a la oreja del toro, para castigarlo, no torea. La embestida ha de llevarse lo más larga que se pueda, pero con naturalidad, sin las reolinas dándole vueltas al toro. Dar los pases totalmente en redondo, eso no es el toreo; eso les gusta hoy a los públicos, pero a mí no. El pase debe darse, cuanto más largo, mejor, pero con cite y con remate, y quedándose uno colocado para ligar el siguiente. El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada. La mayor parte de los toreros lo que hacen es descargar: tú citas por un lado o por el otro y, en vez de echar para adelante la pierna contraria, lo que haces es echar la otra para atrás; y eso no es cargar, es descargar. El torero bueno es aquél en que cargas las suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria; y la última parte del pase ha de permitir que el toro te deje colocarte de nuevo modificar el terreno, pues lo más clásico lo más puro es que, en la faena, cuanto menos andas, mejor. No me refiero a “andarles a los toros”, como lo hacía Domingo Ortega, sino a eso de dar un pase aquí y otro allá y recorrer toda la plaza para pegarle veinte muletazos sueltos y desligados al toro: eso no es…

jueves, 7 de febrero de 2008

Las muertes que vas dejando/ Alfonso Navalón


Por Alfonso Navalón
www.alfonsonavalon.com

Los grandes sentimientos son difíciles de explicar. Y de contar. La vida está llena de renuncias o de ausencias que no valoras hasta que pasa el tiempo. Cuando menos lo piensas acaba de pasarte algo irreparable. Por eso son tan tristes las despedidas. Lo malo es cuando te das cuenta que has perdido algo, después de pasar mucho tiempo. Se me encogía el alma cuando vivía enamorado de la ganadería y llegaba el camión para llevarse a los toros que habías criado amorosamente durante cinco largas primaveras. Un camión de toros es como aquellas furgonetas donde cargaban a los presos para fusilarlos en medio del campo. Un día sentí tal congoja que me puse a llorar cuando rodaba de una estocada aquel toro ‘Caminero’ al que tantas veces admiré en la quietud de los valles. Rompí a llorar en la plaza de Haro cuando le daban la vuelta al ruedo. Luego te vas insensibilizando y acabas por verlos partir al sacrificio sin más preocupación que cobrar la corrida y tener la suerte de que salgan buenos para que te compren más. Otro día sentí una larga congoja cuando encontré muerto aquel canario dorado que nos alegraba con la fantasía de sus trinos. Cuanto más vives, más cosas vas perdiendo. Más muertos vas dejando atrás. O será que tú mismo te vas muriendo un poco en cada despedida. Antes lloraban los mozos cuando se iban a la mili. Al ver llorar a sus madres. Desde la literatura clásica la marcha del soldado es un vivero de melancolías. «Pasó un día y otro día / Un mes y otro mes pasó / Y de Flandes no volvía / Diego que a Flandes partió». Su novia se quedó triste en lo alto del otero desde donde lo vio marchar por la última curva del camino. Y todas las tardes volvía al mismo sitio con la esperanza de verlo volver. Es desgarradora esa escena del cadáver del soldado llevando la última carta de la novia en el bolsillo del corazón. En los grandes amores nunca se sabe si sufre más quien se queda o quien se va. Cuando se rompe el cariño, alguien queda en casa y alguien se marcha con la maleta sabe Dios dónde. La casa se llena de vacíos y de recuerdos. Cada día que pasa la soledad es más densa. El que se marcha echa de menos todo lo que ha dejado. Incluso cuando la convivencia ya es imposible, cuando no hay más solución que andar cada uno su camino. En medio de los rencores de la pareja rota, siempre queda una nostalgia íntima, incluso cuando pasa ese año y medio en que se curan las heridas de los amores eternos. El dolor dura ese año largo. Después sólo queda la rabia, el despecho o la dulce melancolía cuando se mueven los rescoldos de la felicidad perdida. Luego te acomodas como los pájaros que cambian de nido o los jabalíes que hacen la cama en la espesura de un monte nuevo. Cuando vuelves de tu último viaje a América sientes la desazón de no disfrutar jamás de los viejos amigos, o de aquel atardecer entre la caricia del trópico. Y piensas con quién se habrá casado la última novia trigueña que se quedó llorando cuando subías al último avión. Cada mañana te despides de tu propia vida cuando dejas ese mechoncito de pelos entre las púas del peine. Ese pelo que sabía tanto de tu caminar por el mundo y que se pierde para siempre en el sumidero de la cloaca.

martes, 5 de febrero de 2008

TEORÍA DE LA MULETA/ Gregorio Corrochano



Gregorio Corrochano

ABC. Madrid, 10 de julio de 1954

El toreo de muleta no es una sucesión de pases sin ninguna relación entre sí. Una faena no se compone de pases sueltos, más o menos numerosos y más o menos artísticos. Esto no tendría ninguna eficacia, y el toreo no es toreo en tanto no se le relacione con el toro. El toro es el que da la medida de la faena: clase y número de pases, distancia a que debe colocarse el torero, mano que ha de emplear preferentemente. La distancia de la muleta al toro es lo primero que se debe medir. Si el toro es bravo y conserva poder, se arrancará antes que el manso y el agotado. Decimos manso por diferenciar. El manso absoluto no existe en el toro de lidia. Hay una escala de bravura que va del toro codicioso, rápido, pronto en acometer, pegajoso, lo que llamamos nosotros bravura agresiva, con muchos pies (ligereza), al toro pastueño, tardo, falto de codicia, lo que nosotros llamamos bravura pasiva. En esta escala intervienen la resistencia y el poder del toro. Esto debe tenerlo en cuenta el matador al hincar la faena, para saber hasta dónde tiene que llegar con la muleta, que en el curso de la faena irá acoplando, según vaya el toro. El público suele fijarse en si el toro abre o no abre la boca. No es mal síntoma porque es indicio de fatiga o resistencia, si el toro se ha “roto” en la lidia o no ha gastado facultades y conserva el poder. Cuanto más bravo es el toro más “se rompe”, porque pone más esfuerzo en embestir y embiste más veces. Por esto no me gustan nada los recortes de salida, a ver si dobla, que son innecesarios, como ya veremos, porque el que más daño hacen es al toro bravo; el Reglamento los prohíbe.

El terreno que debe pisar el torero, la distancia a que debe situarse, depende de todos estos factores. Toro que deja acercarse sin embestir, sin arrancarse, o tiene poca bravura o tiene poco poder. Al torero le toca medirlo. Más que del valor del torero, depende del estado del toro. Para mí, cuando un torero pisa un terreno inverosímil, sin desconocerle valor. Ante el toro agotado que mató el picador-, le reconozco principalmente conocimiento del estado del toro, y en mi concepto sale ganando, pues yo doy mucha importancia al conocimiento de la res, que tengo por fundamental en tauromaquia. Una vez decidido el terreno en que debe colocarse el torero, la distancia a que pasa el toro del torero en el centro de la suerte, tiene mucha importancia emocional, más que la distancia a que el toro le dejó llegar, que no depende del torero sino del toro. Esta distancia no sólo mide valor, sino calidades del pase. Indica que se tuvo serenidad para ver llegar al toro, que no se torea con el pico de la muleta, sino bien centrado, y se domina mejor que cuando se torea despegado. No exageramos la distancia por las mancas de sangre del vestido de torear, que si se hace bien el torero, si hay temple y pasa todo el toro mandado en pase largo, hasta donde debe volverse la muleta y rematar, no hay sangre en el traje. La mancha se produce si no hay temple, si se codillea, si no va el toro toreado. Todas esas taleguillas sucias de sangre del costillar del toro revelan una muleta de poco mando y dominio, que el toro toma como quiere, pasa sin que le obliguen, unas veces despegado, otras ceñid, cuando no es ardid, restregón a cabeza pasada, para impresionar a aficionados novatos y a mujeres con ramos de flores folklóricos. Cuando se torea bien, todo es limpio y si hay sangre en el traje, no es del toro, es del torero.

Es muy importante considerar el terreno que pisa el torero. Hay toreros que necesitan que el toro les venga; otros prefieren el toro que les permite colocarse más cerca, que les deje llegar, hasta donde les es más fácil torear, donde están más a gusto con el toro. Así vemos que, en el primer caso, si el toro se arranca a la distancia a que acostumbra a torear el torero, no se torea bien; en el segundo caso, si el toro no le deja llegar, no le deja acercarse a pisar el terreno que acostumbra pisar, tampoco torea bien. Sin desconocer, por tanto, esta modalidad de cada torero, hay que poner un límite de distancia. Ni tan largo que el toro le cuete trabajo ir o no vaya, en porfía inútil, ni tan cerca que no haya espacio para desarrollar el pase completo y quedar preparado para el siguiente, con lo que se ahoga el toro. Cada toro tiene su sitio, según su bravura, su poder y hasta sus querencias. Por eso es muy difícil torear. Por eso hay muy pocos toreros que toreen bien.

Hay una tendencia a romper las faenas, cortarlas y separarlas del toro. Si es para cambiar de mano o cambiar de terreno, está justificado. Si es para luego volver al mismo sitio y continuar lo interrumpido, tiene riesgo, en algunos toros, de tener que volver a empezar; nunca se debe olvidar que la faena, además de su interés artístico, tiene una finalidad técnica, finalidad a la que hay que atender para no malograr lo artístico; porque no se está toreando de salón aunque algunas veces lo parezca. Esto es, hay que ligar las faenas hasta conseguir igualar al toro en el sitio donde el toro tenga la muerte. Dar tres pases y un paseo; otros pases y otro paseo, es pasear más que torear. Es sacar la faena a retazos, y es recoger a regazos los aplausos, que, a veces, no quedan ya para el final porque se han gastado los retazos, y el hombre se va a la barrera como si no hubiera hecho nada. No desconocemos que estos retazos tienen su público, como lo tienen las liquidaciones y los saldos, donde no se busca la calidad.

La faena más perfecta es aquella en que el toro cae herido en el mismo sitio donde se le dio el primer pase.