martes, 22 de mayo de 2007

Toreo y filosofía

Por Antonio Caballero

Decía aquí hace ocho días que el castellano es la lengua natural del toreo.¿ La lengua de Dios, como sostenía Carlos V, gran alanceador de toros en elcampo ? No lo sé. Pero sí, sin duda, la lengua del toreo; o, lo que es lomismo, la lengua de la filosofía.Esta afirmación puede sorprender, dado que en castellano no ha habido ningúnfilósofo digno de ese nombre. Pero la razón es obvia: es que no senecesitan. La propia lengua tiene resueltos ya, por sí misma, todos losproblemas filosóficos que quepa plantear . Y los tiene resueltos por elsencillo procedimiento de distinguir (caso único entre todas las lenguas) elverbo ser del verbo estar. Así allí donde Descartes, por ejemplo, seenredaba inextricablemente con su “cogito, ergo sum” (que significa “pienso,luego soy”, o, quizás, “pienso, luego estoy), cualquier crítico taurinodefine sin vacilar:- Joselito es, desde luego; pero esta temporada desde luego que no está.Y la cosa queda perfectamente clara hasta para un niño.O pongamos el caso de Heidegger. Al cabo de largos años de rigurosameditación solitaria en una cabaña de la Selva Negra llegó a una conclusión que ha sido tenida por revolucionaria en el campo del pensamientoespeculativo: “Seind und Zeit”, dijo. (O sea: “Ser y tiempo”). Se hubieraahorrado muchas neuronas simplemente echándole un vistazo a una revista detoros que anunciara: “Curro Romero toreará cuatro corridas en su trigésimacuarta Feria de Sevilla”.Porque hubiera entendido así, de un solo golpe, que estar es ser en eltiempo, feria tras feria, indefinidamente; y que el ser es la suma o lacondensación de los infinitos modos del estar: “estar bien”, “estar mal”,“estar en Curro”, etc.Y en vez de seguir filosofando en su cabaña, aburridísimo, se hubiera ido alos toros a ver a Curro. Si le hubiera tocado una mala tarde hubieracomentado con los amigos, ante un whisky, en el bar:- Curro estuvo, sí, pero sin llegar a estar como debe ser. A ver si eldomingo que viene está mejor.Y de esa decepción dubitativa hubiera tocado todo el existencialismosartriano de “L’Étre et le Néant” (El Ser y la Nada”); con La Náuseaincluida, en caso de que Curro hubiera matado de un horroroso bajonazo. Perosi en cambio le hubiera tocado una tarde buena (la del domingo siguiente,sin ir más lejos), hubiera salido de la plaza exclamando exultante:- ¡ Cómo estuvo ese tío con el capote ! ¡ Pero cómo estuvo ! ¡ Es unfenómeno !Y de ahí, como simple y obligado corolario, se hubiera desarrollado con lanaturalidad de una larga serpentina en zigzag la totalidad del pensamientofenomenológico de Husserl. Aunque Romero, que no es un hombre jactancioso,le hubiera quitado hierro al entusiasmo del pensador alemán citando consencillez ese aforismo de concisión digna de Heráclito en el que JuanBelmonte comprendió a Aristóteles y a Nietzsche: - Hombre, es que se torea como se es.¿Qué más ejemplos quieren? ¿Es escueto “suerte, y al toro”, con el que losaficionados cabales resumen toda la filosofía patrística de Occidente, desdela “gracia” de San Agustín hasta la “justificación” de Kierkegaard, pasandopor Santo Tomás y por Calvino? Si prefieren algo en Castellano les puedocitar el caso de José Ortega y Gasset, considerado entre los filósofos de sutiempo como “el primero de España y el quinto de Alemania”. Ortega se crió alos pechos de la lengua filosófica o taurina por excelencia, el castellano;pero a pesar de eso su inclinación germanófila le impidió entender nuncanada del toreo ni de filosofía: tenía que traducir al alemán para entenderlo que pensaba. De ahí que elaborara el complicado circunloquio “yo soy y micircunstancia” para decir lo que un aficionado normal suelta con claridadática:- Si hay toro, no hay torero. Si hay torero, no hay toro.O bien, si se prefiere el orteguiano pronombre de primera persona, lo quedice cualquier novillero sin caballos:- Si el toro me embiste, yo armo el lío.Fue de Ortega y Gasset, precisamente, de quien le dijeron a Rafael “ElGallo” que era un “filósofo”. Y el torero, tras darle dos chupadasreflexivas al puro, comentó con magnanimidad:- Hay gente pa tó. (Tomado de la revista 6 Toros 6, 14 de julio de 1998)

martes, 8 de mayo de 2007

INSTRUCCIONES PARA LLORAR

Esteban Ortiz Mena

Estaba jugando al toro con mi sobrino de cinco años y en un arranque de entusiasmo, el toro (que era yo) se coló por el pitón izquierdo provocando una seria voltereta al pequeño torero. En vez de ir a la enfermería como hubiera correspondido, Ignacio José (así se llama el torero) se puso de pie y con un gruñido salió corriendo donde su mamá: se puso a llorar. Además del susto que me llevé (y el odio por ser un toro “tonto” y “malo, ya no quiero jugar contigo”) me acordé de que en el mundo también existe la posibilidad de llorar.

Es probable que lo que más extrañe de mi infancia sea esa capacidad de llanto y alarido. Ir corriendo libremente donde mi madre, con lágrimas en los ojos gritando sin que me importe nada más que mi lamento (y los motivos que lo producen) es algo que asombrosamente olvidamos con el pasar de los años.

Las lágrimas vienen cuando existen sentimientos y sensaciones, es lo que siempre lo produce, generando sensibilidad. Aunque quizás no se genera algo, se lo expresa. Por que no es malo llorar, sino que muchas veces lo evitamos para esconder nuestros sentimientos por que creemos que eso nos vuelve vulnerables. Pero la vulnerabilidad no viene acompañada de lágrimas, sino de comportamientos, por eso se vuelve necesario llorar.

El llanto completo, luego de los motivos que lo generan, tiene la característica de venir acompañado de una contracción del rostro, lágrimas en los ojos y mocos. Pero los mocos vienen al final, pues el llanto se acaba el momento en que uno se suena enérgicamente. En el caso de los niños, esto viene acompañado con manga de saco directo a la nariz y usualmente en el rincón del cuarto.

Cuando Ignacio José lloraba me acordé que hace poco me pasó lo mismo. Quizás me sentí identificado. Ya no tengo cuarto y menos rincón con esquina; pero si tengo plaza de toros. Claro que no siempre lloro en una plaza, otras veces me enojo y de vez en cuando me aburro (cosa que no debería pasar nunca, pero pasa). Pero cuando se apagan las luces en una plaza, como por ejemplo la coqueta Belmonte para dar paso a la torería y a Morante; cuando sale un toro y se le hace una faena sólida, por ejemplo en la Plaza Quito; cuando salta al ruedo un bravo toro y le dan la vuelta al ruedo como ocurrió en esta Feria 2006; o sino simplemente cuando sale un toro con trapío; o cuando sale un toro al que se le perdona la vida (¡imagínense lo que ocurre cuando son dos!), y si todo esto pasa casi al mismo tiempo… ahí lloro. El toreo es tan grande que desborda lo que sentimos, nos llena tanto el alma que logra humedecer nuestros ojos con mucha facilidad.

Y cuando todo esto está ligado a un mismo actor, tiene más mérito aún: José Luis Cobo.

El Albero Peña Taurina ha instituido desde hace algunos años su trofeo “a la torería” en la Feria de Quito y lo venimos entregando anualmente. Luego de lo que vivimos, hasta podríamos renombrarlo. Porque apelamos a lo que nos hace sentir; y en definitiva, a vivir la vida como un sueño. Tomando prestadas unas palabras de Fernando Claramunt, los toros “me han ayudado a comprender que, por la práctica repetida de una conducta irracional y apasionada, descubre uno mejor la distancia entre los sueños y la realidad”, haciendo que podamos vivir con “intensidad momentos irrepetibles e inolvidables”. (Claramunt, Fernando; Aroma de Torería, ed Tutor, Madrid 2001, p9.)

Cómo no acordarse de aquella noche en la Belmonte, con sus luces apagadas. Con la garganta desgarrada de tanto corear ¡olés! a Morante; el alma exaltada y los ojos lagunosos. Por supuesto: primer llanto, lágrimas y torrentes de agua en una noche mágica. Faltó poco para el emperro, porque no queríamos que se acabe.

El toreo es un ejercicio espiritual y por lo tanto, carece de sonidos cuando brotan los sentimientos.

Lo disfrutábamos, en nuestra soledad (a pesar de que la plaza estaba llena) aquellos momentos con intensidad. Es que los toros están hechos de momentos y a más intensidad, más profundos se vuelven; más calan en nuestros sentidos. Ahí aprendí que en eso radica el arte: en revolver los sentimientos y llorar. “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” decía Unamuno… pues en eso también, porque el pensar es un sentir y “la emoción del toreo, para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese pensamiento conmovido” (Bergamín José, La música callada del toreo, ed. Tuner, Madrid 1994, p8.)

Luego fue Huagrahuasi: vueltas al ruedo y el primer indulto. ¡Qué vergüenza ni que comentario de vecino! ¡Y qué importa llorar de emoción!

Hasta que ya de plano, el agua empezó a caer por todos lados: todos lloraban, incluido el cielo. La famosa “corrida de la lluvia” no hubiera sido histórica si un toro de Triana no hubiera bebido agua del centro del ruedo… Llorar, como la torería, es un complemento del pensamiento conmovido que cuando brota en una plaza, nadie que así lo sienta, lo puede contener.

¡Qué poco se necesita para volver a ser niño!

Creo que esta vez sobran los motivos y las explicaciones: El Albero a la torería 2007 a José Luis Cobo. Gracias por ser el cómplice de hacernos llorar. ¡Enhorabuena!