POR AGUSTÍN DE FOXÁ
ABC. Madrid 10 de Julio de 1951
La bella "stewardess", de ojos azules, nos presenta el "lunch" envuelto en celofán. Estamos volando sobre la nieve de los Andes. Las rocas, cada una de un color diferente, semejan helados de fresa, de piña, de café, bajo el copete nevado. La "stewardess" comenta con el piloto: viajamos desde Miami con la cuadrilla de Luis Miguel Dominguín. Al picador de Bienvenida le recogimos en el Canadá; tiritaba, como buen andaluz, mientras nevaba."
Los "toros" han saltado la barrera internacional y han llegado al tendido de la opinión universal. Las antiguas conversaciones de las fondas, de tortillas con escabeche y vela en la alcoba, de meriendas entre papeles, mientras suda resina el vagón de tercera, han subido a los esterilizados y asépticos cuatrimotores de la Pan Air, con aire acondicionado y pastillas de chicle.
Nuestras "corridas" han superado su "Leyenda Negra". Los norteamericanos, herederos de los ingleses en el mando del mundo, son menos irreductibles enemigos que aquellos de nuestras redondas plazas moriscas. El césped suave, con lluvia de Escocia, de las carreras de caballos, era la antítesis del desierto del Sáhara, de arenas ardientes, de nuestros ruedos.
Los ingleses presentaban al mundo al toro de lidia como a un ser dulce y bondadoso, como al toro "Fernando", que huele líricamente unas flores antes de la corrida, y es bárbaramente hostigado por los sanguinarios "bullfighters" o toreros.
Lo mismo hicieron con Moctezuma (que mandaba arrancar corazones palpitantes), y con Atahualpa (que bebía la "chicha" por el pitorro de oro que salía de entre los dientes amarillentos del cráneo de su hermano), a los cuales describieron como a sabios e ilustrados príncipes roussonianos, salvajemente desposeídos por los bárbaros e inquisitoriales aventureros extremeños.
Las corridas de toros han sido un acerado argumento de la leyenda antiespañola.
Los "toros" estuvieron a punto de perecer a finales del siglo XIX.
Entonces eran frágiles como el cristal de Bohemia. Iban contra el progreso y la razón. Los pueblos utilitarios e industriales no comprendían cómo reservábamos la flor del campo para unos brevísimos pases con una franela roja; aleteo de un dorado gusano, que se transformaba en mariposa. "Con lo que come un toro de lidia -decían sus economistas-; se puede alimentar a una vaca de leche."
Y clamaba el poeta, añorando a los bueyes de Virgilio (como si este cambio de estado complaciese a los toros, quienes no habían sido consultados).
Y por el polvo vil huye arrastrado
El cuello que tal vez bajo el arado
Fuera de alguna rústica familia
Útil sostenedor; en tanto, el pueblo,
Con tumulto alegrísimo celebra
Del gladiador estúpido la hazaña
Espectáculo atroz, mengua de España.
Los Parlamentos y los partidos progresistas estaban en contra de los "toros". Un toro mata a Punteret, en Montevideo, al poner banderillas en una silla de cocina, y el Parlamento uruguayo suprime las corridas.
Y cuando Jocinero, de Miura, destroza el corazón del patilludo Pepete, antepasado de Manolete, en la plaza pueblerina de la Puerta del Alcalá (donde se vendían naranjas mientras se desollaba a los toros), hay un fuerte debate en el Congreso y están a punto de prohibirse los toros en España.
En cambio, los más bárbaros deportes de las naciones anglosajonas eran "tabús" intangibles.
Recordad los apuros y trasudores del pobre Sánchez de Neira en su Enciclopedia taurina defendiéndose con el ineficaz "más eres tú" y describiendo la fea brutalidad del boxeo y la crueldad de la caza del zorro. Algunos escritores españoles se contagiaron de esta propaganda. Y Blasco Ibáñez, liberal del XIX, en su Sangre y arena, clama ante el arrastre de la bestia, "¡pobre toro!", como cualquier miss inglesa de la Sociedad Protectora de Animales.
Tan fuerte es esta presión internacional, que don Miguel Primo de Rivera impone el peto a los caballos, para que pueda asistir, a barrera, el Cuerpo diplomático.
Por eso, con intuición de pueblo, y ante un torillo insignificante, de patas de algodón, que caía como electrocutado cuando chocaba con el colchón protector, le oí gritar a un aficionado paleto en una modesta feria de provincia:
-"¡Viva Bélgica!"
Porque hemos sido los españoles quienes hemos "europeizado" a nuestras corridas, empequeñeciendo al toro de lidia no sólo en tamaño, sino en edad (lo que es más importante, porque se sustituye a la inocencia por la madura intención o sentido), protegiendo a los caballos, y desposeyendo la importancia de la estocada, que por algo se llamó "la hora de la verdad".
Pero de "la hora de la verdad" cada vez se prescinde más en nuestra enclenque civilización, llena de artificio.
La espada de madera, de juguete, que utilizó un gran matador por la debilidad de su diestra herida, y que ha sido ahora adoptada por todos, es heráldica actual de la fiesta.
Me limito a consignar los hechos; porque siempre he considerado cobarde el juicio valentón desde la barrera, y porque recuerdo aquella frase de don Luis Mazzantini a un actor trágico especializado en las agonías del tercer acto, quien le silbaba durante su faena:
"Baje usted, don Antonio, que aquí se muere de veras." La suavización de las broncas corridas de toros ha vestido de smoking a nuestra fiesta nacional; le ha permitido alternar en la sociedad de las naciones llamadas cultas. Las corridas antiguas, con sus madres o novias enlutadas, ante Dolorosas con siete puñales, bajo un fanal; sus caballos, desventrados; su picador, tundido a golpes, bebiendo de un botijo bajo la parra del patio de caballos: con sus heridas con gangrena, y aquella pierna pálida de El Tato en el frasco de alcohol de una botica, hubieran sido un escándalo para esta dulce y humanitaria era atómica, de los campos de concentración, las cámaras de gas y los millones de prisioneros asesinados.
El torero también ha cambiado. Aquellos hombres "de bronce", con patillas de boca de hacha, barrigudos y cuarentones, con una amiga flamenca, cuyos partes facultativos solían terminar, como el de Pepe-Hillo, "entró en esta enfermería con algunos espíritus de vida", han sido sustituidos por jóvenes atléticos, generalmente cultos, que hablan varios idiomas, tienen novias de la alta sociedad y se curan con penicilina.
El antiguo rito, que enlazaba a la "corrida" con los toreros y minotauros de los vasos de Creta, con Tartessos y los incendiados toros ibéricos, con el culto de Mitra, en el anfiteatro, los caballeros árabes y el Cid en Madrid, ha evolucionado hacia un alegre espectáculo en tecnicolor.
Para sobrevivir han tenido que adulterarse. Como las antiguas y medievales Órdenes Monásticas, se han visto obligadas a poner piscinas en sus colegios.
Los "toros" van a ser admitidos en la O.N.U. Ya el Gobierno francés, heredero del progresismo, ha decretado que al toro se le puede matar, porque no es un animal doméstico, democrático, sino una fiera casi totalitaria.
Es muy posible que algún día haya toros en California. En Life ha aparecido la cogida de Manolete trucada, queriendo ser la mortal de Linares, en esa página central que suele reservarse a las enlutadas mujeres de Castilla velando al rígido cadáver de un campesino (entre anuncios de automóviles y "frigidaires" a todo color), como si sólo en España se muriese.
La liturgia, para salvarse, se llamará deporte.
Ya las nuevas plazas son verdaderos "Estadios" de cemento, con altavoces y alegres anuncios de naranjadas, sobre la puerta del toril, por donde antes “salía la Muerte”.
2 comentarios:
Si bien la lidia ha evolucionado desde Pepe-Hillo, mantiene intacta su esencia que es lo que nos apasiona a todos los aficionados.
Que buen arículo!, disfruté mucho leyéndolo.
Eso es lo que cautiva: su esencia y profundidad. Si este fuera un espectáculo sin fondo, ya se habría acabado hace mucho.
De ahí lo que de Foxá escribe... y nos hace disfrutar.
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