domingo, 28 de febrero de 2010

Comunicación con Joselito/ Gregorio Corrochano



Gregorio Corrochano
ABC. Madrid, 6 de Julio de 1955

Joselito: Desde aquella tarde, en que tú te encerraste en la plaza de Madrid con siete toros de Martínez, no se había producido nada tan parecido en el toreo hasta el 3 de julio de 1955. Cierto que en este tiempo hubo grandes efemérides. Cierto que después de ti hubo toreros muy buenos, de gran personalidad, que aisladamente mantuvieron la afición y volvieron a las plazas el interés perdido al faltar tú. Pero es cierto también que cambiaron el ambiente, con el ambiente los gustos, preparados por una consentida y apoyada propaganda, lo que falseó y vició el toreo -vició muchas cosas- y malogró toreros que hubieran sido de época. Las corridas perdieron unidad, se rompieron, se deshicieron, se desflecaron, fueron otra cosa de lo que fueron en tu tiempo, con un toro y un toreo de "pitiminí". Se inventó un "slogan" -frase comercial, de bazar barato- que dice: "Una cosa es lidiar y otra torear." No sé si te darás cuenta de lo que esto quiere decir, tú que llevabas la tauromaquia en el forro de la montera, bien ajustada a la cabeza. Lo que quieren decir es que para torear no hace falta lidiar, y prescindieron de la lidia. ¿Que cómo se puede torear sin lidiar? Pues te lo voy a decir. Se han desentendido del primer tercio. Nada de "vamos, Camero”, “atrás, Camero”, y tú solo, con el capote de brega, colocando el toro, atento al picador y al quite y a la lidia del toro que tenías que "pesar" con la muleta. No escribo pasar, sino "pesar", que para pasarse todo el toro hay que llevarle pesado, medido, consintiendo y sintiendo el toro en la muleta. El matador no anda por el ruedo con paso de matador hasta que coge la muleta. Para todo lo demás delega en la cuadrilla, "que una cosa es lidiar y otra torear". Cuando cogen la muleta toman un estoque de madera. No es que maten con el estoque de madera, a ese invento no han llegado todavía. Le usan no sé si es porque les pesa menos o porque no quieren acordarse de que tienen que matar. A la muleta, y únicamente a la muleta, han reducido los tres tercios de la lidia. Comprenderás que si hay faenas magníficas, porque coinciden con el estado de un toro del que ellos no se han preocupado, hay equivocaciones a montones; tú sabes que al toro ni se le puede perder de vista ni se le puede dejar a que ande a su antojo por la plaza, es decir, que hay que lidiarlo desde el primer capotazo. Pues en es fecha que te cito, José, 3 de julio de 1955, un torero llamado Antonio Bienvenida lidió y toreó seis toros de Galache, como tú lidiaste y toreaste los siete de Martínez. Deshizo el "slogan" de bazar taurino y juntó lidiar y torear en seis toros, en una misma tarde y, al sumarse lo que habían hecho heterogéneo, el resultado fue tu corrida de Martínez. No cabe pase: resultado más igual, de sumandos más parecidos: lidiar y torear. Tú sabes que los picadores no pueden andar por el ruedo a su albedrío, sino guiados don por el capote de brega del matador. Este torero Bienvenida mandaba colocar al picador y después le ponía el toro en suerte, y le decía al picador: "Anda, ahora." Y cuando había que entrar a quitar el toro, entraba y le sacaba, a veces con ese atropello por las afueras, apretado por el toro, como hacía de vosotros; y después, una vez sacado el toro como fuera, el adorno, pero primero el quite. No sé si en los seis dejó intervenir alguna vez al saliente; creo que le invitó a hacer un quite, pero la lidia la llevaba toda él, tal como tú aquella tarde, que acabaste, por quedarte solo con Blanquet. Y se dio el caso de hacer de unos lances puramente de adorno, de escuela sevillana, una regla de tauromaquia, de una lidia eficaz. Desde el centro, por chicuelinas, se llevó el toro al picador, para que luego digan que una cosa es h: lidiar y otra torear. Otra vez se lo llevó a punta de capote, y con una revolera dejó al toro clavado frente al picador. Sé lo que me contestarías si pudieras: "Que esto lo hacía tu hermano Rafael." Pero ¿quién más lo ha hecho? o Los toros se dejaban abiertos, para ver desde donde se arrancaban, y el picador iba y medía la distancia, acortándola si era preciso, que es lo que debe hacer el picador. Te aclaro esto porque ahora el que acorta la distancia a todos los toros es el peón, llevándole hasta el estribo del picador y quedándose, naturalmente, a la derecha. Como el caballo de un picador se resabiara, y no quisiera ir, Antonio dijo: "Quieto". Y llamó al otro picador: "Ven tú." Esto es llevar la lidia con orden. Te parecerá, Joselito, que yo con los años chocheo al dar tanta importancia a estas cosas que son elementales. Pero es que todo esto, que era elemental y normal en las corridas, ha desaparecido, ya no se usa. Y me preguntarás: "¿Entonces qué queda del tercio de varas, te contestare: a. Cuando los matadores cogen las banderillas -ya las cogen muy pocos- banderillean muy espectacularmente, pero no practican el quiebro que tanto os distanciaba de vuestros banderilleros. En esta corrida que te cuento se fue Bienvenida al toro con un par en la mano; el toro estaba en el tercio bastante cerrado; parecía dudar si iba a salir por fuera o si iba a meter por dentro. Cuando llegó cerca, se arrancó fuerte el toro, y el torero se paró y, con un quiebro casi imperceptible de cintura, le dio salida y le dejó un par de esos que se torea ahora mucho con la mano izquierda, mucho más que en tu época, pero se lleva el pase hecho, generalmente, con la muleta retrasada y un poco de perfil. Así el toro -y el torero- aguanta muchos pases, porque no se quebranta el toro; no tienes idea de lo largas que son las faenas, ni de los pases inútiles que sobran, ni de los toros que se van sin dominar. Pues este muchacho, que mató los seis toros del Montepío, toreó con la izquierda, adelantando la muleta al mismo tiempo que la pierna contraria, que es lo eficaz, difícil y peligroso, y tú sabes la importancia que esto tiene, como arte y como dominio; lo distinto al perfil y al pase hecho sin adelantar la muleta. Todo a la distancia justa, a la necesaria, sin atropellar ni ahogar el toreo, con soltura, con facilidad, con maestría. No domina la suerte de matar, y en esta corrida mató recibiendo; tú también lo hiciste. Ya un toro muy zancudo, delantero, que adelantaba por el lado derecho, le entró solo en los medios con gran valor; le prendió por el pecho y le rompió la rizada camisa y la pañoleta, como se la rompían a Machaquito. Le cogió dos veces al matar. Y se tiraron como lobos a hacerle el quite los viejos del Montepío, sin capotes ni vestido de torear. Gratitud se llama ese quite. Esto ocurría en el cuarto toro. Como ya le habían dado tres orejas, con la emoción y el susto, nadie se acordó de pedir la oreja de este toro, para mí la más merecida. Lo que se vio claramente es que para matar bien necesita Antonio Bienvenida que vengan los toros a cogerle la muleta. Matará pronto si mata "a un tiempo"; al volapié neto, pinchará mucho, aunque pinche bien. En su mano tiene la muerte de los toros, más en la mano de la muleta para obligarles, y también, quizá, en su corazón, en ese corazón que puso en la corrida del Montepío. Te definiré, Joselito, a Antonio Bienvenida en tres palabras: "Humano, torero y hombre". La corrida tuvo sabor añejo, de buena solera. Yo me acordé, José, de la tarde de los toros de Martínez.

La última faena de "Faíco"/ Fernando Iwasaki



Por Fernando Iwasaki
Sevilla, ABC, 9 de diciembre de 2001

En 1991, mientras desayunaba en el desaparecido bar "Vicente", descubrí uno de esos elegantes paños de seda donde se anunciaban las corridas de toros antiguas. Ahí rezaba que la cuadrilla de "Los Niños Sevillanos" se encerraban con seis toros en la plaza de Almería, y a mí me vino a la memoria el nombre de Francisco González "Faíco", uno de esos niños sevillanos que formó pareja con el inolvidable Enrique Vargas "Minuto". A "Minuto" no le fue malamente, pero "Faíco" jamás saboreó la gloria en España y por ello probó fortuna en Lima, donde en 1901 armó tal taco que la ciudad lo adoptó y se avecindó allí durante veinte años. Y como la melancolía supone la literatura, decidí contar la historia de "Faíco" en mi columna semanal.
En aquel artículo hablé de la revolución que significó "Faíco" en Perú y de cómo Lima entera se rindió a su torería florida y finísima. Así descubrí sus "largas a una mano", sus airosos faroles, sus ajustadas navarras y sus pintureros lances "de frente por detrás". Hablé de sus duelos con Paco Bonal, Chicuelo y Rodolfo Gaona; de los toros que le brindaron Belmonte y Joselito cuando deburaton en Lima; de su gracia y su arte personalísimos, y de la colecta popular que los limeños hicieron en 1921 para que "Faíco" pudiera regresar a Sevilla a poner una tahona. De todo aquello hablé y nunca más volví a tener noticias de "Faíco", hasta hace una semana en una peña flamenca de Triana.

Estaba acodado en la barra cuando un hombre de mediana edad me abordó para preguntarme si era yo quien había escrito hace diez años un artículo sobre su bisabuelo, que había sido torero sin estrella y que había vivido muchos años en Lima. Sí, aquel hombre era bisnieto de "Faico", aunque su mirada no traslucía ni la serenidad de la emoción ni el reslplandor de la gratitud. Confesó no tener ningún recorte o cartel de sus temporadas peruanas y continuaba mirándose como si guardara un resentimiento de generaciones.

Poblamos el tiempo tantéandonos de capote y charlando a florete sobre pintura y cante jondo -el bisnieto de "Faíco" es artista y escribe letras flamencas-, aunque uno trataba de adivinarle los atavismos de la torería en los gestos y en el desplante que escorzaba sobre el burladero de la barra. "Rufo" de Santiponce acometió valiente la salida del cante, y cuando nos anegó el silencio unanimidad de la soleá presentí que había llegado el momento de templar la embestida.

¿Y qué ocurrió con "Faíco" cuando volvió a Sevilla? -quise saber-. ¿Llegó a poner su tahona con el dinero de la colecta nacional? El hombre apuró su manzanilla y respondió con fingida indolencia: "El jodío vino sin un duro y mató de un disgusto a mi bisabuela. En Casa nunca hemos sabido nada de esos dineros. " Para que la escena sea más trágica el cantaor desgranaba seguiriya, y me sobrecogió imaginar las penurias de aquella familia, malcogida como los peruanos por las cornás del oro del Perú.

No atiné a decir nada y deseé no haber escrito jamás aquel artículo. Sin embargo, el bisnieto de "Faíco" me apretó el brazo y me preguntó a bocajarro, como si en mi respuesta le fuera la vida: "Yo no soy un grna aficionado. ¿De verdad que el jodío era tan bueno?" El mejor, el dije. Nadie en Lima ha sido más grande que "Faíco". Belmonte y Joselito, Cayetano Ordoñez y Manolete, bordaron tantas maravillosas, pero sólo "Faíco" ha reinado en Acho durante veinte años.

A mí me hubiera gustado contarle esta historia a la bisabuela que murió del disgusto o a los propios hijos de aquel torero que hechizó a los limeños, pero tal vez ya sea demasiado tarde para todo eso. Enrique Medrano, pintor, poeta, flamenco, aficionada cabal y bisnieto de "Faíco" me abrazó conmovido, y cuando le vi andar hacia la salida, entre los olés de la seguiriya que agonizaba, me di cuenta de que estaba dando una vuelta al ruedo.

El eco romántico de Paco Camino/ Antonio Díaz-Cañabate



Por Antonio Díaz-Cañabate
ABC
Madrid, 5 de junio de 1970

Paco Camino es un hombre muy de hoy. Probablemente no tiene idea de lo que fue el romanticismo, de que hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que se vivía románticamente, lo que equivalía a conceder importancia a bastantes cosas que muchas de ellas no reportaban provecho aparente. Por ejemplo, los suspiros de la mujer amada. Los románticos la tenían tomada con los suspiros. En cuando veían a la amada con semblante risueño, le preguntaban alarmados: "¿Qué te pasa? ¿Ya no me quieres? Estás tan contenta que sospecho que quieres a otro." La amada se ponía seria. Suspiraba. Y suspiraba al pensar: "¡Qué pedazo de idiota es este pelmazo!" El pelmazo, al recibir el suspiro, se alborotaba: "¡Oh, sí, perdóname, sol de mis días; el oírte suspirar es la señal de que tu cariño comprende al mío, que somos el uno para el otro hasta más allá de la tumba!" La tumba, los suspiros, las lágrimas, el dolorido sentir y otras zarandajas de este jaez constituían el encanto romántico. El dinero se despreciaba o poco menos. Se cotizaba la melancolía, la tristeza. Entusiasmaban los disgustos.

Paco Camino posiblemente desconoce todo esto. Es un hombre muy de hoy. Eligió la profesión de torero. Ha triunfado en ella. Ha recolectado laureles y dinero. Está en las doradas cimas de la torería, Pero el romanticismo es un diablillo enredador que de vez en cuando hace una de las suyas. El romanticismo es como el picotazo de un insecto que inocula en la picadura un veneno inofensivo, aunque virulento en las consecuencias del picotazo. A Paco Camino le entró la comezón de torear seis toros en Madrid. Hace unas temporadas se malogró el intento. En esta de 1970 el desasosiego del apetito de torearlos se recrudeció. Se ofrece a la empresa para realizar su acuciante propósito en la feria de San Isidro. NO se llega a un acuerdo. El picor no cede. Aumenta en intensidad. Paco Camino se ofrece a torear los seis toros en la corrida de Beneficencia. ¿Dinero? La desazón romántica se imponte. Nada de dinero. Gratuitamente, para que la corrida sea realmente de beneficencia. ¿Toros? Seis de seis vacadas. ¿Cuáles? Las de más abolengo, las de mayor antigüedad. Juan Pedro Domecq, con hierro de Veragua y antigüedad de 1790. La de Carlos Urquijo, los antiguos murubes, 1848; Miura, 1849; Pablo Romero, 1888. Joaquín Buendía, antes Santa Coloma, 1908. Y la más moderna, la de los Herederos de don Manuel Arranz, 1928.

Este cartel se lanza a los vientos de la publicidad. Ha terminado hace unos días la feria de San Isidro. En ella hubo de todo. Toros y toritos. Toreros y sucedáneos. Paco Camino, que es un torero, quedó fuera. Tampoco fue a la Feria de Sevilla. ¿Qué le pasa a Paco Camino? Ni él mismo lo sabía. La picadura del insecto romántico no la notó cuando se produjo. NO dejó rastro en su piel. El veneno del romanticismo se asienta insensiblemente en su ánimo. Ánimo de hombre de hoy. Pero a su alma, a su pensamiento, a su intención había llegado un eco romántico, el eco de unas palabras que decían: "Torea seis toros en Madrid. Es un gesto de ayer, de cuando los toreros eran románticos y ansiaban suspiros de amantes, hazañas para provocarlos. Mata seis toros gratis a beneficio del Hospital Provincial. Torea seis toros, no para el público, para ti, para tu satisfacción de torero, para los amantes de suspiros". Queda señalada la fecha. Jueves 4 de junio de 1970.

A las diez de la mañana del miércoles acudo a la calle de la Victoria. A esa hora se abría el despacho de billetes para los no abonados. Al entrar en la calle de la Cruz, mis ojos atónitos contemplan una larguísima cola que daba toda la vuelta a la muy amplia manzana donde radican las taquillas. Años, largos años que no veía tal aglomeración. La ansiedad se refleja en todos los rostros. Ansiedad que demandaba. "¿Llegaremos a tiempo? ¿Quedarán localidades?". Al cabo de breve tiempo no quedaba un una en los despachos de la empresa ni en los de la reventa autorizada. ¿A qué se debía tal angustia? Al eco romántico que había transmitido el gesto de Paco Camino.

Por la plaza rebosante se extiende un clamor. No es el habitual. No es algarero. No es la bullanga que acompaña siempre a una multitud. Es un rumor sordo, contenido, ancho, dilatado, difuso. Pocos somos los que comprendemos su origen. Sólo los viejales. Es el eco romántico.

Clarinea el clarín. Los alguacilillos llegan a la puerta de cuadrillas. Paco Camino surge. Va vestido de rico carmesí y oro. Una ovación lo acoge. No es la rutinaria. Es la ovación que llega de lejos, de allá de los tiempos en los que un suspiro de mujer era una prenda de amor. A mi lado suspira una mujer de hoy. Su esposo le demanda: “¿Por qué suspiras?” La respuesta son estos dos vocablos “¡Hijo mío!” El eco romántico vibra en todos los ánimos. Los nervios, en tensión.

Todos los nervios, menos los de Paco Camino. Millones de personas han visto la corrida a través del milagro de la televisión. Detallarla es trabajo baldío. Los nervios de Paco Camino estaban serenos. En ningún momento ha fallado esta serenidad traducida en regularidad. No existieron altibajos. Sólo en dos momentos esta regularidad se altera. La estocada al primer toro. La faena de muleta al sexto. La estocada fue bellísima. La faena de muleta, meritísima. El toro no iba por su voluntad. Era el torero el que lo obligaba, de frente, a la distancia conveniente, con el temple unido al mando, con la armonía del ritmo y la textura de la limpieza. Estos dos momentos sobrepasaron la regularidad, alcanzaron lo extraordinario, la pureza y la belleza del arte de torear.

Sólo un toro, el de don Juan Pedro Domecq, sustituto del de Pablo Romero, el más toro de la corrida, rechazado por cojo, se prestó no enteramente a colaborar con el torero. Para mí lo sobresaliente de la corrida fue que Paco Camino toreó a cada uno de los siete toros con arreglo a su condición, Y esto, para mí, y creo que para todo el mundo, es el toreo. Ni la floritura a destiempo, ni el seco clasicismo, ni la falsa espectacularidad, ni la concesión de un público no taurino, ni mucho menos los pases mecánicos y rutinarios. A cada toro lo suyo. A unos más pases y a otros menos, pero siempre los justos, y lo que es mejor, los ajustados a su condición. Facilidad y decisión para matar. En el sobrero de Domecq, dos pinchazos y una estocada citando a recibir, eco romántico si los hay. Un quite por chicuelitas soberbio, hasta el punto que no parecían chicuelitas, sino destellos primorosos del donaire andaluz, es decir, lo que en verdad son.

Podría multiplicar los muy buenos detalles que abundaron en la regularidad de la lidia de los siete toros, pues lidió uno más de don Felipe Bartolomé. Las faenas fueron variadas, así como algún quite que otro. Vimos pases ayudados de pie y rodilla en tierra, lances de capa en esta postura que le resultó muy torera. Vimos, en fin, a un torero desenvolverse con toda desenvoltura en siete toros, sin una caída en el desmayo, ni en lo desgraciado, ni en lo espectacular.

Fue aclamado constantemente y cortó creo que ocho orejas. El eco romántico se convirtió en explosión. Los suspiros en alegría. Había un torero en el ruedo. No se necesitaba más. Por esto suspirábamos hace tiempo los que deseamos una fiesta auténtica. Paco Camino nos ha hecho suspirar hondo. Nos hemos quedado tan a gusto. El eco romántico de Paco Camino ha resonado en toda la España taurina. ¡Adelante con los faroles de las luminarias del verdadero arte de torear!

Los toros en el Quijote/ Santiago Aguilar



Por Santiago Aguilar

Diario Hoy, 28 de febrero de 2010

Con la idea de continuar explorando la trascendencia de la fiesta de los toros y su presencia en diferentes actividades intelectuales, cabe citar un interesante artículo contenido en la obra Los Toros de José María Cossío, en el que bajo el titular "Los toros en El Quijote" refiere un simpático episodio vivido por Don Quijote y Sancho. En la novela, describe Cervantes, a quien agradaban los toros, un fortuito y accidentado encuentro entre la inmortal pareja y un encierro de toros que era conducido a un festejo popular.

"La suerte (…) ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres a caballo, y muchos de ellos con lanzas en las manos caminando todos apiñados de tropel y a gran prisa. No los hubieron bien visto los que con don Quijote estaban cuando, volviendo las espaldas, se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro; solo son Quijote con intrépido corazón se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó en las ancas de Rocinante. Llegó el tropel de los lanceros, y uno de ellos venía más adelante, a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:
"Apártate, hombre del diablo, que te harán pedazos estos toros."

Ea, canalla -respondió don Quijote-, para mí no hay toros que valgan, aunque sean los más bravos que cría Jarama en sus riveras. Confesad, malandrines, así a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no conmigo sois en batalla.

"No tuvo lugar de responder el vaquero, ni Don Quijote le tuvo de desviarse aunque quisiera, y así el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde a otro día habían de correrse, pasaron sobre Don Quijote y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándoles a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado Don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante."

Termina así la aventura del encierro de toros y el mal rato de don Alonso Quijano, el ingenioso hidalgo, descrito en la monumental obra publicada en dos partes entre 1605 y 1615. La escena de los bravos toros vivida en la imaginación del gran Cervantes fue recreada por un estupendo oleo de José Segrelles

viernes, 26 de febrero de 2010

En el blog...


El que quiere publicar en este espacio, no deje de enviar al mail de la Peña (elalberopenataurina@gmail.com) su artículo, nota observación o su criterio sobre interesantes temas taurinos.

jueves, 18 de febrero de 2010

Hablar de toros con pasión/ Esteban Ortiz


Por Esteban Ortiz Mena

Es curioso como en un espectáculo tan apasionante logran formar parte del juego tres actores indispensables: toro, torero y público.

El protagonismo lo tiene el toro, eje central y fundamental de la fiesta. El torero es el artista, el creador en esencia que con su técnica e inteligencia cautiva al toro y logra, gracias a la conjunción de ambos, una creación estética que genera emoción y belleza. Y el publico... el público taurino es especial:
Como dice Andrés Amoros, “¿Escribiría algo Robinson Crusoe si estuviera seguro de permanecer siempre, solo, en la isla desierta? Quizá no. Escribimos para alguien. Y también para nosotros mismos, claro está. Las dos cosas no se oponen, en realidad. Cualquiera que haya hecho alguna labor de creación artística lo sabe de sobra. Lo mismo sucede con la tauromaquia. Recordemos la frase impresionante de Rafael el Gallo: Torear es tener un misterio que decir y decirlo”. Y lo que se dice, se lo debe decir con arte.

El público es el receptor directo, quien escucha atento esa música callada del toreo, que con sus compases acompaña el ritmo silencioso del buen torear para disfrutar con cada detalle. Pero hay más.

El público taurino es aquel que se involucra y forma parte de un rito. En ningún otro espectáculo su labor es tan importante como en los toros: se convierte en parte del acto. Así, el público no asiste pasivamente a las corridas de toros y su presencia, activa, condiciona todo el espectáculo: aprecia, exige, valora, impide fraudes, estimula, censura, aplaude, premia.

Hay dos tipos de asistentes: el aficionado y el espectador.

El espectador irá en busca de diversión. El aficionado también, pero es el apasionado conocedor de la fiesta que se involucra: genera opinión, estudia, se interesa. Es un activista taurino. Usualmente se reúne a discutir de toros, busca corridas, intenta crear afición, se preocupa por que la fiesta guarde un rumbo.

De aquí surgen las “peñas taurinas”, aficionados que se agrupan con el fin de fomentar su afición y sobre todo seguir disfrutando de ella, Han existido en el país un sinnúmero de agrupaciones: Corinto y Oro, Ciudad de Quito, La Giralda, entre otras. Entre las peñas jóvenes destaca “El Albero Peña Taurina”, siendo desde hace algunos años la que más actividades realiza.

Ortega y Gasset dice: “La misión de todo aficionado no es hablar de toros seriamente, sino apasionadamente. De no hacerlo así faltaría a su cometido y quedaría amputado todo un hemisferio de la fiesta taurina consistente en la resonancia inacabable de lo que acontece dentro de las plazas, en las tenaces e incesantes discusiones alrededor de las mesas en tabernas y cafés”.
El público se debe dejar sentir, escuchar. Es deber de todo espectador hacer algo más por la actividad que le apasiona, involucrándose: esa es labor para el buen aficionado.

En torno a la trascendencia.../ Juan Sebastián Roldán


Por Juan Sebastián Roldán

Discurso pronunciado en Las Ventas al finalizar el curso de periodismo 2007 que organiza todos los años la Fundación Joselito

Un de las preguntas que nacen de la sensibilidad de aquellos seres humanos que hoy suenan en la historia de nuestros pueblos, gira en torno a la trascendencia. Al tener la certeza única de la muerte, los indefensos seres humanos a quienes la vida iluminó con la razón y el sentir, nos preguntamos cómo dejar escrito en piedra nuestro recuerdo, pues ese es el único recoveco de nuestras finitas vida que desafiará al paso del tiempo. En este mundo de inclementes contradicciones, que elogia los lujos y los excesos, la desigualdad, el egoísmo y la avaricia, existe un mundo al revés en donde nacen seres humanos que ven a los ojos a la muerte, le guiñan un ojo y la desafían a carcajadas, a naturales, a medias verónicas. En ese mundo vivo, en ese mundo siento, sobre ese mundo les hablo ahora mismo.

Nuestros héroes se visten de luces, y en consonancia con los principios de la armonía, toman de la natural embestida los vestigios sonoros para dejarnos en el pecho la conjunción de sentimietos que conmueve nuestra afición. Y si poco aliento nos quedase, las embestidas hondas, serias, concientes de su pronta muerte; los momentos de desengaño, de emancipación de un animal que pareciese venir para hacer la revolución, terminan por elevarnos al hades para que de la mano de Caronte, tomemos el viaje largo por el río Aqueronte y veamos nuestras vidas despacio, parando en los olés, en las embestidas de un toro bravo; sintiéndolas nuevamente.

En este nuestro mundo al revés, los héroes del pasado no mueren, los toreadores que vinieron con la intensidad del Nessum Dorma de las partituras de Puccini, aguantan el pasar del timpo y se reencarnan en quienes han nacido para vibrar con los Stones, en los que hicieron la revolución de París en el 68. Morimos los comunes, sobrevive el arte y la revolución.

Un curso como este no ha sido el aprendizaje de técnicas, de adornos, de perifoneos que parecen comentarios. Hemos visto pasar seres apasionados que nos hablan de lo que sienten, de sus fondos y las formas que los acompañan. Han habido de los otros,claro, de los que creen que presumiendo llegan a quienes los escuchan, pero esas voces sonorísimas se desvanecen y quedan los sentires, nos llevamos los sentires, la profundidad y el compás. Cuando crucemos el océano de vuelta, ya no nos atreveremos a quemar las naves, serán los colores y la alegría de nuestras americanas fiestas las que nos traerán mil veces de vuelta.

Si hemos de relatar lo que uno de esos inmortales hace en la cara del toro en nuestras plazas deberemos releer mil veces a Bergamín y citarlo: Esa música, ese cante, ese meodioso eco que escuchamos con los ojos y con los oídos vemos, esa soledad sonora de musicales silenciosos, ese inaudito invisible saber y sabor del tiempo esa ilusión del sentido, saber y sabor toreros que en Vázquez, Romero y Paula, quintaesencia del toreo.

En un mundo en el que la murte es temida, llorada; hay hombres y mujeres que la miran a los ojos y dejan que el arte se tome sus existencias, para construir el significado de la palabra trascendencia. Mi padre es uno de ellos, hoy con su perdón debo citarlo en la plaza de toros de las Ventas, en la catedral del toreo, porque sin la locura de su afición y la claridad de su sueños yo no habría tenido la suerte de vivir este mundo maravilloso de los toros. Sin su mano y su ejemplo no habría entendido que cualquier acción emancipatoria nos enaltece en el tiempo. Como emancipadoras son las embestidas de un animal que se niega al engaño. De él me quedan la verdad y la dignidad , de algunos de Ustedes compañeros, profesores, Sofía... un recuerdo que vivirá conmigo hast que Caronte se decida y me saque de paseo nuevamente.

Los toros de papel/ Esteban Ortiz


Por Esteban Ortiz
Diario Hoy, 28 de febrero de 2010

Hay personajes en el mundo que nos sorprenden cuando descubrimos que forman parte del grupo de aficionados a los toros. Hace algunos fines de semana se publicó en este espacio unas reflexiones de Vargas Llosa, declarado aficionado. Pero, nos sorprendería saber que Julio Cortázar también presenció corridas de toros y dejó para la posteridad, en una de sus cartas, aquello que le llamaba la atención: “Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, que es la hora de la verdad: ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio”. Jorge Luis Borges presenció en Barcelona corridas de toros y Ernesto “El Che” Guevara estuvo en la Plaza de Madrid.

Pero si a estas palabras sumamos lo que el mismo Jaques Cousteau expresó en su momento, comprendemos que este espectáculo tiene sustancia: “Sólo cuando el hombre haya superado a la muerte y lo imprevisible no exista, morirá la fiesta de los toros y se perderá en el reino de la utopía; y el dios mitológico encarnado en el toro de lidia derramará vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de reses”. Y el por qué este espectáculo sigue cautivando.

domingo, 7 de febrero de 2010

¡Vamos antitaurinos!/ Jorge Arturo Díaz Reyes


Por Jorge Arturo Díaz Reyes

Una tarde, por ejemplo --y eso, mi querido amigo José Barney no me lo deja olvidar porque lo relata muerto de risa cada que le dan oportunidad— subíamos hacia la Santa María, los dos, antes de la corrida; una turba vociferante, frente al Planetario, increpaba de la manera más infame a los resignados espectadores que inermes, humillados, cabizbajos, desfilaban frente a ellos. Niños, mujeres ni ancianos escapaban a las obscenidades, al contrario.

No pudiendo resistir la tentación de aducir algo en defensa propia. Pacíficamente, me aproximé y en mi tono más conciliador les insinué: --Señores ¿No les parece que desperdician energías aquí, donde solo matan seis toros cada ocho días, por qué no se van al matadero municipal donde matan miles y miles todas las mañanas?

¡Para qué fue eso! De no haber sido por la inmediata intervención de los antimotines; José (petrificado más por mi falta de prudencia que por la furia homicida de los apóstoles de “Paz Animal”) y este pobre insensato, hubiésemos quizá sido despedazados en el acto. Le debemos al heroísmo de los policías, haber salido ilesos. Lamentablemente, a nuestras ausentes e inocentes madrecitas no les fue tan bien.

¿Cómo hablar de toros con interlocutores así? No entienden. No son aficionados. ¡Hombre! Digámonos la verdad, si no entienden muchas veces los taurinos, ¿Qué se les puede pedir a seres como aquellos, o como ese pelmazo de Bogotá, director de revista y todo, que grita por televisión su mayor ilusión: --¡Ver a César Rincón destripado por un toro!-- ¿Hablar de toros así, es racional?

No puede serlo. Pero en cambio, sí hay muchos otros temas que los aficionados podríamos tratar con ellos, pues creo que como en muchos antagonismos, analizando las cosas a fondo, podemos tener más coincidencias que contradicciones.

No me refiero, claro, a la capacidad de insultar, de atollar paredes o desoír argumentos. No. Me refiero a coincidencias elementales, como pertenecer al género humano, tener capacidad de raciocinio, y… lo que unos y otros decimos profesar; amor por la naturaleza, preocupación por la ecología, defensa de la vida (principio y fin incluidos, claro). A eso es que me refiero. ¿De verdad, coincidiremos en esto? Vamos a ver.

A Cali la invade hoy el espanto por el arboricidio que han planeado los constructores del MIO (sistema de transporte masivo) contra 130 samanes y ceibas de la calle quinta, entre la Plaza de toros y la Universidad del Valle. Todo el mundo ha tenido que ver con ese atentado al medio ambiente, con ese crimen de lesa ecología. El qué más, el que menos, ha levantado su voz en defensa de los árboles, de la vida, de la estética.

¿Pero saben quienes no han dicho hasta ahora esta boca es mía? Los antitaurinos ¡Increíble! Los antitaurinos, rabiosamente proclamados ecologistas. ¿Andarán muy ocupados? No sé. Lo cierto es que no han dicho ni mú. Bueno, digamos mejor ni pío, para no arriesgar. Pero nunca es tarde, los aficionados a los toros los invitamos a que depongan así solo sea temporalmente sus antipatías, y juntos marchemos en defensa de los queridos y viejos árboles del paraje más bello de la ciudad. ¡Vamos antitaurinos y taurinos de la mano por la ecología! ¿Será posible? ¿O es que ya en verdad, en verdad, tampoco en eso coincidimos?

Cinco argumentos de peso/ Francis Wolff



POR FRANCIS WOLFF

EL HOMBRE ES UN ANIMAL Y ESTOY DE ACUERDO

UNA VEZ UN ANTITAURINO ME PREGUNTO SI ME GUSTAN LOS ANIMALES, YO DIJE DEPENDE PORQUE NO ME GUSTAN LOS RATONES QUE TRAEN LA PESTE, PERO AMO A MI CACHORRO.

ES IMPORTANTE SABER QUE ENTIENDE EL ANTITAURINO POR “GUSTAR”…

CADA ANIMAL TIENE UNA CATEGORIA DIFERENTE Y UN EFECTO DISTINTO SOBRE MI, YO PUEDO SENTIR AFECTO POR MI GATO, A MI ME PUEDEN GUSTAR LAS OSTRAS…DE HECHO ME GUSTAN TANTO QUE HASTA ME LAS COMO….Y A MI GATO QUE ES ANIMAL, NO LE GUSTAN LAS PULGAS QUE TAMBIEN SON ANIMALES.

NOSOTROS NO SOMOS ANIMALES COMO LOS OTROS, PORQUE AMAMOS DE DISTINTAS MANERAS, LA PEQUEÑA DIFERENCIA ENTRE NOSOTROS ES LA ETICA, QUE SON REGLAS QUE NOS IMPONEMOS POR NOSOTROS MISMOS, Y LOS ANIMALES ACTUAN POR LEYES DE LA NATURALEZA, POR ESO NO TIENEN DERECHOS.

NOSOTROS TENEMOS DEBERES CON ELLOS, PERO DISTINTOS CON CADA UNO , NO SON LOS MISMOS DEBERES CON TODOS, HAY NORMAS, HAY VALORES…

CON LOS ANIMALES SALVAJES TENEMOS EL DEBER DE RESPETAR LA BIODIVERSIDAD .
CON LOS DOMESTICOS TENEMOS DEBERES RECIPROCOS LES DAMOS COMIDA Y SEGURIDAD, Y ELLOS A SU VEZ NOS DAN SEGURIDAD Y CREAMOS AFECTO, UNA RELACION DE AFECTO RECIPROCO…..

Y EL TORO? ….ES UN ANIMAL NO ES SALVAJE, NO ES DOMESTICO, EL OBJETIVO QUE EL HOMBRE TIENE CON EL ES DOMESTICARLO, PERO QUE PERMANEZCA REBELDE, DEBEMOS DEJARLO QUE PERMANEZCA BRAVO, ES UNA CREACION HUMANA QUE DEBE PERMITIR QUE VIVA LIBRE COMO ANIMAL BRAVO Y QUE PUEDA MORIR BRAVO, PORQUE SE TRATA DE UN ANIMAL QUE SU DIFERENCIA ES LA BRAVURA.

LA BRAVURA ES ALGO ESPECIFICO DE LA RELACION DEL HOMBRE CON EL TORO

SEGUNDO ARGUMENTO

LA LIDIA ES INJUSTA ES DESIGUAL, ESTOY DE ACUERDO.

NO PODEMOS PONERNOS A IGUALDAD DE CONDICION CON LOS ANIMALES, SE IMAGINAN SI EL 50% DE LAS VECES MUERE EL TORO Y EL 50% EL TORERO.

UN HOMBRE NO VALE IGUAL QUE UN ANIMAL.
EL COMBATE DEBE PERMANECER LEAL.
EL TORO DEBE EXPRESARSE A TRAVES DEL COMBATE, LO CONTRARIO FUERA UNA TORTURA, SIN PERMITIR QUE EL TORO SE MANIFIESTE A TRAVES DEL COMBATE….. INJUSTO PORQUE ES DESIGUAL Y MORAL PORQUE ES LEAL, EL TORO DEBE TENER SIEMPRE LA MISMA OPORTUNIDAD DE HERIR E INCLUSO MATAR AL HOMBRE ESTO A COSTA DEL RIESGO.

TERCER ARGUMENTO

LOS ANTITAURINOS DICEN: EL TORERO ELIJE MORIR EL TORO NO

SI ES CIERTO QUE EL TORERO ELIJE IR AL RUEDO.
EN LA NATURALEZA DEL TORO ESTA EL COMBATIR.
EN EL TORO NO HAY VOLUNTAD, EL TORO NO QUIERE COMBATIR , ES QUE NO ESTA EN EL TORO EL QUERER.

CUARTO ARGUMENTO
LOS ANTITAURINOS DICEN: LA TRADICION NO ES JUSTIFICACION SUFICICIENTE, TIENEN RAZON.

EL SUICIDIO DE VIUDAS ES UNA TRADICION HORRIBLE, LA TRADICION NO ES JUSTIFICACION DE LA RAZON.
LA CORRIDA DE TOROS NO ES LEGITIMA PORQUE ES TRADICION, ES QUE ELLA HA GENERADO UNA TRADICON Y CULTURA QUE LA LEGITIMA.

LA SENSIBILIDAD NO ENTIENDE LA RELACION PARTICULAR QUE LOS PUEBLOS MANTENEMOS CON EL TORO DE LIDIA, LA TRADICION NO ES LA JUSTIFICACION SINO QUE HA GENERADO UNA SENSIBILIDAD QUE LA LEGITIMA.

QUINTO ARGUMENTO
LOS ANTITAURINOS DICEN QUE LOS TOROS YA NOS SON FIESTA NACIONAL ESPAÑOLA – TIENEN RAZON.


QUIZAS CON ESO ESPAÑA HA PERDIDO, SI PORQUE HA HECHO UN REGALO Y LA CULTURA HISPANICA NOS DIO A TODA LA HUMANIDAD Y POR ESO DEBEMOS DECIR QUE YA NO ES UNA FIESTA NACIONAL ES UNA FIESTA UNIVERSAL.

Un decálogo taurino/ Andrés Amorós



Por Dn Andrés Amorós

ABC, Domingo , 07-02-10

En su epílogo al libro de don Gregorio Corrochano «Qué es torear (Introducción a la Tauromaquia de Joselito)», plantea don Emilio García Gómez una cuestión fundamental: la Tauromaquia es, por definición, un arte efímero. (Añado yo: igual que sucede con el teatro o la música en vivo, frente a otros productos «enlatados», reproducidos y reproducibles mecánicamente).

Por ello, no pueden dar cuenta completa de lo que ha sucedido en el ruedo ni la fotografía, ni el cine, ni el vídeo. Pasado el momento mágico, nos queda sólo - y ya es bastante- el recuerdo, con todas sus deformaciones sentimentales. Sin embargo, el escritor tiene la misión imposible pero necesaria de eternizar esa fugacidad con su palabra.

Aumenta el problema por la grave dificultad que supone simplemente «ver» lo que está sucediendo, en la realidad, y no cualquiera de los prejuicios con que solemos acudir a las Plazas. (Ya lo advirtió Hemingway, aunque a él, luego, en la práctica, también le cegara la pasión).

Es bueno, por supuesto que la Fiesta suscite amores y odios, no indiferencia. Pero también es peligroso para la cabal comprensión de este arte singularísimo. Así llega don Emilio, el insigne arabista, al meollo de la cuestión: «En la Plaza, las potencias del alma están tan enceladas con el espectáculo, que si el entusiasmo puede despachar telegramas urgentes al corazón, en cambio los ojos no pueden enviar placas bien impresionadas a la memoria».

El aficionado puede defender, con Pascal, las razones del corazón que la razón no comprende. Pero el escritor puede también reclamar, con Eugenio d´Ors, los sentires de la razón a los que el corazón no alcanza...

Si aceptamos todo ello, no parece inútil resumir en unas pocas frases, lo más claras y sencillas que sea posible, algunos preceptos básicos. El molde tradicional del decálogo - más descriptivo que normativo- puede servirnos para ello.

1- Como cualquier otro arte, la Tauromaquia supone una adhesión libre: a nadie se le puede imponer que aprecie la faena de un torero, igual que una sinfonía o un soneto. No todos los españoles son aficionados a los toros y sí lo son, y buenos, muchos extranjeros. La Fiesta es hoy universal, pero en todo el mundo se la ve como algo nacido en España (igual, por ejemplo, que el Renacimiento en Florencia o el jazz en Nueva Orleáns).

2 - Forma parte la Fiesta del patrimonio cultural de España - y de la Humanidad - en el ámbito inmaterial. Así se pretende ahora que lo reconozca la Unesco. Como cualquier manifestación artística, merece, por ello, respeto y protección.

3 - La Tauromaquia es la Fiesta del toro bravo: sin el toro, simplemente, no existiría. Como afirma Sáenz Egaña, el toro bravo es «la máxima aportación española a la zootecnia universal». Este hermosísimo animal no es «naturaleza» sino «cultura»: el fruto de un delicadísimo proceso de selección, una creación humana. La desaparición de la Fiesta supondría la extinción de este hermosísimo animal.

4- Posee la Fiesta un valor ecológico absolutamente indiscutible, ha permitido la conservación de una gran extensión de dehesas andaluzas, extremeñas, salmantinas: cerca de 400.000 hectáreas de tierras que no permiten otro cultivo se mantienen hoy gracias a la cría del ganado bravo. Según el estudio de Díaz, Campos y Pulido, es «el ecosistema español más apreciado y conocido en el mundo». Sin corridas de toros, surgirían grandes páramos y veríamos nacer nuevas colonias de chalets pareados o ciudades dormitorios.

5- La Tauromaquia ha sido siempre y sigue siendo hoy una Fiesta popular: del pueblo que somos todos. En ella participan libremente aficionados de todas las ideologías, clases sociales y niveles económicos. Resultaría facilísimo señalar nombres concretos que lo demuestran. Es absolutamente falso identificarla con una tendencia política castiza, reaccionaria y antieuropea.

6- Para el pueblo español, el torero es un verdadero héroe: uno de los pocos que quedan, en un mundo cada vez más prosaico. Realiza lo que ninguno de nosotros haríamos por todo el dinero del mundo: domina a una fiera terrible, creando belleza, y afronta con dignidad esa «hora de la verdad» que a todos nos ha de llegar: eso es, por ejemplo, lo que canta García Lorca en su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías».

7- Como fenómeno artístico y cultural, la Tauromaquia ha ido inexorablemente unida a la Historia de España: es fácil hablar de la Tauromaquia del romanticismo, del 98, del 27, de la guerra, del franquismo, de la democracia... La Fiesta refleja las circunstancias de cada momento histórico. Lo definió de modo tajante Ramón Pérez de Ayala: «En ninguna parte como en los toros cabe estudiar la psicología actual del pueblo español».

8- Como espectáculo popular que atrae a millones de espectadores, la Fiesta supone una importante actividad económica, crea muchos puestos de trabajo y genera muchos ingresos, directos o indirectos. Se suele hablar de cerca de 200.000 personas en empleos directos y de un volumen de dinero anual de unos 1.500 millones de euros. Sin ella, además, no cabe imaginar las Ferias y Fiestas de innumerables ciudades y pueblos de España, con una importantísima repercusión en el turismo. Su hipotética desaparición supondría un muy grave daño para nuestra economía.

9- El léxico taurino impregna nuestro lenguaje coloquial. No es una jerga profesional más - como la de los médicos o los abogados, por ejemplo- porque lo utilizan también los que no son aficionados a la Fiesta. Y lo más interesante, se usa, en sentido metafórico, en todas las esferas de la vida pública; sobre todo, en la política: ¿cuántas veces hemos oído que el Gobierno español debe coger por los cuernos el toro de la crisis cuya existencia negó? De este modo, el lenguaje taurino configura la forma de pensar de nuestro pueblo y es uno de los síntomas más claros de la actitud española ante la vida.

10- Como es bien sabido, la Fiesta ha suscitado infinidad de creaciones culturales de indudable categoría: poemas, novelas, comedias, ensayos, pinturas, esculturas, óperas, música sinfónica, flamenco, canciones populares, películas... Nombres como Goya y Picasso, Hemingway y Orson Welles, Ortega y Alvarez de Miranda, Manuel Machado y Miguel Hernández, Pérez de Ayala y Tierno Galván, Gerardo Diego, Pemán y Agustín de Foxá... Con tales compañeros, no debemos sentir vergüenza sino proclamar con orgullo nuestra condición de aficionados.

Concluyo. En una fotografía de Cano se ve a dos personajes toreando, al alimón, una vaquilla. Cada uno sostiene el capote por un extremo. Uno de ellos es don José Ortega y Gasset; el otro, don Domingo Ortega. No cabe mejor símbolo de la unión de nuestra cultura con la Tauromaquia.

Alguien tan sensible como Federico García Lorca proclamó que la Tauromaquia es «la fiesta más culta que hay hoy en el mundo». En el mundo entero, se la ve como una de las señas de identidad de la cultura española.

Vivimos en «la piel de toro», en el centro del «ruedo ibérico». Y así queremos seguir viviendo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El toro y el piano/ Antonio Caballero



Por Antonio Caballero
6Toros6 No.795

He dicho muchas veces aquí -porque uno se repite: no es como el río de Heráclito, que es siempre un río distinto- que en el toreo todo se repite. Porque -más o menos- ya está inventado todo. Las suertes, las variaciones sobre las suertes, las interpretaciones de las diversa variaciones de las diferentes suertes. El toreo evoluciona, claro está, porque está vivo. Pero ya está inventado.

Lo que está todavía sin inventar es el instrumento con el que se tore. Es decir, el toro.

Porque el instrumento que se una para torear no son los trastos, como pudiera pensarse a la ligera: capote, muleta, estoque. Estos son simplemente prótesis, prolongaciones del cuerpo del artista, comparables, digamos, a la uña postiza o a la púa de cuerno o de metal que usan algunos guitarristas, o al arco del violín. Se puede torear sin muleta: como con un sombrero. Domingo Ortega fue explícito: se torea con la palma de la mano. Y también con todo, claro: también lo he dicho aquí muchas veces. He visto a Manzanares padre torear de tal manera que lo hacía hsta con los pliegues plisados de la camisa de encajes. Es concebible incluso que se pueda matar al toro con la mano desnuda. No sólo fingidamente, como se hace cuando se concede el indulto. Sino de verdad, con un limpio y seco golpe del filo de la mano semejante al que dan los karatecas para partir un ladrillo. Los trastos, pues, no son más que trastos: utensilios, herramientas. Cosas inútiles. Vean ustedes lo que es un capote colgado en el filo de la barera, por primorosamente plegado y planchado que esté, antes de la corrida, en el tendido de capotes. O una muleta arrancada de la mano del matador, tirada en la arena: una mancha mate y muerta. Cosas muertas.

El instrumento que toca el torero es el toro, como el instrumento que toca el pianista es el piano.

Pero el piano está perfectamente inventado ya. No creo que sea perfeccionable. Ha evolucionado, claro, y en poco se parece un piano de cola de hoy a una espineta del siglo SVII o a un painoforte, un hammerflugel de martillos metálicos como los que tocaba Beethoven o Schubert. Para mejorar el piano actual sería necesario inventar otro instrumeto, tan distinto de él como puede ser la guitarra eléctrica de docd cuerdas de la guitarra "seca" clásica. Y ya no sería un piano.

También ha evolucionado el toro, de acuerdo. Pero no estoy seguro de que haya mejorado, aunque hay quienes sostienen (ganaderos y críticos) que hoy es mejor que nunca. Se habla de la mayor "toreabilidad" de uno u otro encaste del toro moderno, como si entre músicos se hablara de la "pianabilidad" de las distintas marcas de pianos: el Pleyel, el Seinway, el Yamaha que tiene nomre de electrodoméstico y recuerda la definicióin que le dio Rafael de Paula a un periodista que le preguntaba la técnica de su toreo; ¿yo técnica? "Técnica es lo que tiene el hombre que viene a arreglar la lavadora". El toro ha evolucionado, claro, en función del toreo,, y de los públicos. Y no creo que un "victorino" de hoy se parezca mucho a un "saltillo" de Marqués del Saltillo, que fue el fundador del encaste, aunque la estructura general sea la misma: cuatro patas, dos cuernos y un rabo. Sin embargo no es eso a lo que me refiero, sino al hecho de que, como dicen a veces -como repiten siempre- los toreros, "cada toro es un mundo". Cosa que no sucede con los pianos.
Sale un pianista al escenario de una sala de conciertos, saluda al público con una leve inclinacióin, y se sienta a tocar. Tiene un piano delante. PUede ser un Gaveau, o un Fischer, o un Yamaha con nombre de lavadora, pero es un piano. Sale en cambio un torero a la plaza, y por muy bien que conozca la ganadería anunciada y los caprichos de su encaste, y aunque con gran detalle le haya descrito su peón de confianza lo que vio por la mañana en el sorteo, no sabe nunca con qué se va a encontrar, con quien va a vérselas. Es como si cuando el pianista se asoma resuelto a interpretar, qué sé yo, una sonata para piano de Beethoven que se sabe de memoria, se popara con un piano radiclamente distinto del de la víspera. Uno con más teclas, o con menos teclas, o con forma de pandereta, o con sonido de trombón. O sin sonido, o con apenas un zumbido como el de una rueca de hilar. O, en vez de un piano, con una pelota de playa. O solamente con la baquetita, y sin piano.

A los toreros eso les pasa a diario.

Alguna vez se atrevió Domingo Ortega, torero y ganadero, a aventurar la opinión herética de que el toro bravo no existe ni ha existido nunca. Y de que sería bueno para la salud de la fiesta brava buscar otro animal más susceptible de ser toreado. Una especie de piano.

El problema reside en que el toro, a diferencia del piano, no se puede inventar. Porque está vivo.

martes, 2 de febrero de 2010

José Tomás, genial e inclasificable/ José Carlos Arevalo


Por José Carlos Arévalo
6Toros6 No. 795

El toreo es la suma expresion de la armonía de los contrarios. La conciliación del peligro y la gracia. De la violencia y la cadencia. De la pasión y la razón. De la suerte y la voluntad. Del caos y el orden.
La tauromaquia de José Tomás los conjuga con el valor callado del hombre tranquilo y la inspiración sencilla de un artista febri. Su naturalidad para llegar al sigio de la muerte y la suerte convierte el ruedo en abismo. Y su escondido mando carga el cite de premoniciones trágica sy desliza la embestida hacia la felicidad estética de la suerte milagrosamente consumada. Contemplar la abrupta embestida del toro poco picado que sometido por medio de una suavísima incitación -esos leves, casi invisibles toques, esa colocación exacta, como no buscada, esa presentación del engaño imantada siempre a los ojos dle toro- se adentra en el espacio inmenso, tempado de la suerte, como si el animal entrara y se adormeciera en otro campo gravitatorio, llevan el toreo al irreal, incendiado territorio del éxtasis. Y es tan cierta esta forma tomasista de otrear que, pase a pase, se pulen las aristas y el toro termina sometido a la ley de la cadencia impeusta por el diestro.
Pases completos, pero pases ligados, pases cuyo hilván no impide los tres tiempos de la suerte: cite, embroque y remate. Tres tiempos en los que la intriga, laemoción y la celebración nunca se suprimen por muy ligados que el maestro los dé. Y ahí racia la diferencia de este torero con los dmeás toreros: en que el muletazo completo no se diluye en la ligación, A eso lo llamo yo ligar a compás, unir las suertes sin que ninguna pierda la cuadratura. Y por eso, las dos e ociones del toreo, la dramática y l aestética, se realimentany acrecientan en cada pase.
¿En cada pase? ¿Y por qué no en el toreo de capa? ¿O es que no suceden en igual tesitura sus verónicas -de tan variado trazo- o sus chicuelinas, o sus gaonera,s o en otros lances que ocasionalmente práctica?
Y finalmente, la genial paradoja: torear mucho toreando poco. Por eso le bastan más de veinte y menos de treinta corridas para ser siempre la primera figura del toreo.

El novillo es un toro/ José Carlos Arevalo


Por José Carlos Arevalo
6Toros6 No. 795

El toreo es una cuestión de equilibrio. Al toro fuerte, de mucha romana, le subieron el peso del caballo de picar por puro ajuste. A la vara puesta desde un algo caballo muy protegido, hubo que reducirle la dimensión de la puya. Al cuatreño para rejones, menos enrazado y violento que el lidiado en los años setenta, se le clavan uno o dos rejones de castigo, y no tres, como antes. Y al novillero se le echa un utrero y no un toro. Pero ¿el utrero de hoy sigue siendo un novillo?npor su edad, sí. Reglamentariamente lo es aunque le falte un mes para cumplir los cuatro años. Pero morfológicamente y ano lo es. Desde hace más de una década grancias al saneamiento riguroso de las ganaderías de bravo y a los nuevos regímenes de alimentación, el novillo tiene haora el trapío de un toro: por peso, volumen y defensas. Otra cosa es que los aganaderos reserven para lidiar de novillos aquellos ejemplares oc menos cara, pero los presentados en Las Ventas exhiben unos pitones dignos de corridas de toros en plazas de segunda y algunas de primera.
¿Es justo que los novilleros se enfrenten a estos toros que sólo son novillos en su carnet de identidad? ¿No se habrá roto el riguroso equilibrio ético que la Fiesta cumple espontáneamente en casi todos sus aspectos? Puede argüirse que la inusticia, interpretada por algunos como un obstáculo más del camino iniciático del torero o como al prueba más determinante de selección natural entre jóvenes aspirantes, no sea privativa de nuestros de nuestro tiempo. En efecto, antes de que al toro se le marcara la edad a hierro, eran muchas la s novilladas con trapío y mayor agresividad que los ofrecidos por las corridas. Antonio Ordoñez contaba que respiró cuando tomó la alternativa, pues a partir de entonces s eenfrentaba a ejemplares de similar morfología y mejores condicoines para el toreo. Y solían decdir los viejos aficionados de los años sesenta que mucho antes, en tiempos anteriores a la guerra civil, los novillos sólo se diferenciaban de los toros en que eran más defectuosos y de desecho de tienta, aunque en nada más.

Pero aun admitiendo estos testimonios y observaciones, e incluso incluyento las zonas en las que siempre se ha lidiado el novillo-toro / toro, como el famoso "Valle del Terror", situado en la Provincia de Madrid y parte de las de Ávila y Toledo, a las que se deben añadir hoy día los pueblos de Francia, en tiempos pretéritos el utrero era, por lo general, un novillo, como lo atestiguan sobrados documentos gráficos de épocas pasadas. Por el contrario, lo que en el presente acontece es que, no sólo en la plaza de Madrid sino en muchas ferias de novilladas celebradas en pueblos de España y Francia, se está lidiando un novillo que en realidad es un toro. Y tal circunstancia perjudica al futuro desarrollo de la Fiesta.

Dicha conclusión no es sentimental ni se carga de razones por las muchas y graves lesiones que en estos días están sufriendo los novilleros en toda spartes, pues de todos es sabido que el toreo da más cornadas que el toro, y por eso, en la época del utrero y del afeitado, los toreros, novilleros incluidos, iban más a la cama. No, las razones son otras. Por ejemplo, que el toro grande y de muchos pitones favorece el toreo defensivo sobre el torero que se hace poco a poco. Todo ello desemboca en una lidia más aburrida, en un espectáculo más gris, en una especie de corrridas de toros protagonizadas por toreros demasiados imperfectos. No es extraño, en consecuencia, que la novillada haya perdido gran parte de su interés como espectáculo taurino. Nada tiene que ver con aquellas novilladas en las que la sorpresa, el sobresalto, ainenció y la novedad, animaban más a la afición que muchas corridas.

¿Adónde van las novilladas en las actuales circunstancias? ¿Cuántos toreros dotados frustra el que pasarían el reconocimiento como toros en cualquier plaza, si no fuera por los papeles? Urge que los estamentos profesionales de la Fiesta se planteen, de una vez por todas, la reforma del sector de las novilladas. Lo exige la deserción de los aficionados, cargada de razones, y el futuro del tore, que no puede quemar vocaciones como si aquí sobraran vocacioens y que, sin embargo, privilegia la continuidad insoportable de matadores sin otra justificación que la inercia del sistema.

Y todo porque el novillo es un toro.