domingo, 16 de agosto de 2009

¿Cuántos seres en este mundo son capaces de dejarse matar por lo que creen?/ Nochetriste


Por Nochetriste

¿Cuantos seres en este mundo son capaces de dejarse matar por lo que creen, sueñan, o sienten? Muchos van por la vida dispuestos a matar, eso es sencillo, ya ni hay que desarrollar habilidades de fuerza o talento, sino tener la capacidad de mover un dedo, para disparar o activar aparatos que podrían estar a miles de kilómetros. Pocos ponen el pecho a las balas, las piernas a los pitones, el celibato a las ansias sexuales, ¿o no?

El toreo al natural es tan profundo como la revolución. El torero, ser fuera de este mundo que es capaz de crear arte aún exponiendo su vida, es un animal en permanente extinción que deja en el paladar de los espectadores, entre sangre y seda, el sabor a pólvora disparada por propios ideales. Si no se convencen, regresen a Tomás en la ventisca del Isidro del 2008, no a sus formas, a sus manos, a su cintura sino a su rostro, a sus gestos, a la impavidez que espanta. A la quietud que desvive en correr la mano con el corazón dispuesto a la muerte. Como los samuráis que pelean tranquilos y felices porque pelean contra ellos y conscientes siempre de que la actitud es pelear conscientes de que la muerte sería un honor.

¿Qué sería del mundo de los toros sin los naturales espásmicos de Tomás en Madrid el 5 de junio, como de la historia sin la foto del Ché muerto-mesías entre enemigos cobardes?

¿Qué del toreo gitano de Paula sin Bergamín –intelectual de una izquierda que no abandonó la lucha aún en años de fascismo-cantando su música callada del toreo o del arte sin Picasso y su Guernica dejando toros en las pupilas del último ser humano de esta tierra?

Algunos ingenuos relacionan al toreo con la derecha al ligarlo con los aficionados de trajes de seda que pueblan los tendidos para ser vistos y no para ver nada. Esos son espectadores tan perdidos como los chinos que van a Madrid en verano, ni taurinos, ni aficionados, maniquíes deformes que visten colores. Los taurinos somos los que soñamos con morir entre los pitones de un toro, aún si no podemos hacerlo. Los que vamos a general si no nos alcanza pero sentimos antes de ver un toro la sensación antes de la muerte, el éxtasis o la dicha; los que le bajamos la mano a la vida porque la queremos cambiar, porque queremos que meta la cara y se vaya lejos y mire a los de abajo intentando que suban.

Cuando me decía el viejo torero lo del cura, el guerrillero y el torero, se veía cura, se miraba torero y soñaba ser guerrillero. Los tres de los que hablaba son los zurdos que dieron significancia y significado al idealismo; los que construyeron el camino para que la revolución sea un camino y los que sumaron feligreses, rebeldes y locos aficionados a mundos distintos que construyen desde la izquierda una realidad más igualitaria, solidaria y feliz.

domingo, 9 de agosto de 2009

“Esto entra en el sueldo…” /Esteban Ortiz Mena


Por Esteban Ortiz Mena

Aunque muy pocas personas se acuerden, a mi me sigue conmoviendo la forma en que un torero espera y recibe la muerte. Todas las sangres son rojas, todas salpican… pero no todas son iguales. Hay cosas que son incomprensibles y demuestran la grandeza del toreo. Luis Francisco Esplá nos devuelve a la realidad cuando, luego de una cornada en Céret que casi le cuesta la vida, dice: “esto entra en el sueldo”.

Por eso conmueve y asombra la espera del ser humano que se juega la vida por voluntad propia: las cornadas, los golpes, las lesiones provocadas por los toros son parte del ser torero. Son los gajes del oficio: la posibilidad de derramar sangre viene con la profesión. El torero lo sabe… lo tiene que tener asumido. Punto. Es la única forma de serlo.

Lo admirable es que lo haga de manera conciente. El torero, si no lo entiende así, debería cambiarse de profesión: podría ser abogado o dedicarse a escribir artículos para revistas de toros. Aunque igual se pasa miedo, es menor la probabilidad de que un toro pegue cornadas.

“¡Qué no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena”

Se lamentaba García Lorca. Pero estoy seguro de que Ignacio lo tenía asumido: ser torero es ser herido. Pensar en la posibilidad real de morir, sin quererlo. Por que torear es justamente, como decía Bergamín, “el arte del birlibirloque” con la conciencia del desenlace fatal.

Es lógico, ningún torero sale al ruedo pensando en la ruptura. Sin embargo el desafío es mayor: vencer al instinto. Por eso es asombroso e inentendible.

La realidad de la profesión es así de dura y exigente. Jugar con el riesgo cada tarde para crear arte venciendo el miedo y el instinto, aunque no guste la forma particular de interpretar el toreo –pero qué importa ¿acaso el gusto no es algo subjetivo?-, tiene mucho mérito. El hecho de estar ahí delante, debe por sí solo causar admiración “porque se trata de un arte en el límite de lo humano y en el límite de la vida: a la sombra de la muerte” dice Antonio Caballero. Por eso el torero es un héroe que dignifica su vida con la posibilidad de su propia muerte… y eso es desconcertante.

Lo profundo, en este caso, no tiene explicación, la belleza es subjetiva… lo único real es el miedo, el golpe, la cornada que entra en el sueldo y quien lo expresa lo comprende y asume (como un deber ser) de manera admirable. Los toros no son un espectáculo racional. Jamás lo ha sido y eso lo demuestra la forma como Esplá asume su profesión y las cornadas que recibe. Por eso mi admiración y respeto: ser torero es un grado que muy pocos alcanzan.

encontrarle tres pies al toro/ Antonio Caballero



Por Antonio Caballero

Revista 6toros6, No. 273 de 6 de mayo de 2008

Desde hace algunos años vengo oyendo repetir a menudo un aforismo inventado por algún antitaurino ingenioso, que por lo visto a muchos les parece el colmo irrefutble de la crítica:
-Si el toreo es arte, el canibalismo es gastronomía.
Pues sí. Las dos proposiones son ciertas, y ninguna de las dos es censurable. Otra cosa es que el ingenioso antinturino, que a lo mejor es también antigastrónomo, confunda los valores propios del arte con sus gustos personales. El toreo -para qué voy a entrar en ello ante los lectores de esta revista- es sencillamente el arte de bien torear. Y la gastronomía es sencillamente el arte de bien comer. Independientemente de cuál sea la naturaleza de las cosas que se comen, minerales, animales o vegetales: sal de roca, o almejas que se trgan vivas, o nueces secas y roídas, ya caídas del noga, como las consumen los vegetarianos más estrictas. O personas. El canibalismo, esa práctica cultural que consiste en darle a la carne humana tratamiento de producto alimenticio, pertenece por derecho propio al reino de la gastronomía. Puede gustar o no gustar, por supuesto. Yo, por ejemplo, no soy canibal. Pero tampoco me gusta, pongamos el caso, el brócoli, y no por eso le niego al soufflé de brocoli al queso parmesano su condición de preparación gastronómica que para otros paladares puede resultar exquisita.Ya digo: el ingenioso antitaurino autor del aforismo identifica el arte con sus gustos individuales, y la negación del arte con sus repugnancias íntimas, o inclusive con sus propias convicciones filosóficas o sus propios prejuicios culturles. Pero un arte no es una moral, no hay que juzgar el arte con criterios morales. Para los nazis, por ejemplo, todo el arte abstracto, impresionist, cubista o surrealista de la primera mitad del siglo XX era "arte degenerado". Para los curas doctrineros de la conquista de América el arte de los mayas o de los aztecas no era arte, sino manifestación demoníaca. Sin ir tan lejos, el ingenioso antitaurino me recuerda a lo que se llama en inglés un philistine, un filisteo: alguien estrecho de miras, inculto, indiferente al arte. Una de esas personas que, para decirlo con Machado "desprecian lo que ignoran", y que frente a una instalación de Beuys o un cuadro de Tapies comentan despectivos:

- ¿Esto? Esto lo hará mi hijo que tiene cuatro años con los ojos cerrados.

Y les niegan la condicion de música a las composiciones electrónicas de Stockhausen, por complicadas, o las marchas militares por elementales.
Y si menciono las marchas es porque el aforismo antitaurino que vengo citando me recuerda la célebre frase ingenios de Georges Clemenceau sobre los militares:
-La justicia militar es la justicia lo que la música militar es a la música.
A lo mejor Clemenceau sabía mucho de música; pero, siendo como era un político profesional, no creo que entendiera mucho de justicia.De manera que nada de comparaciones, por ingeniosas que resulten. A quien no le gustan los toros es porque no le gustan. Está en todo su derecho. Pero que no le busque tres pies al gato. Que no se ponga a buscarles a sus disgustos o repugnancias personales y viscerales motivos éticos o estéticos, porque on vienen a cuento.
¿Y entonces nosotros qué, a quienes sí nos gustan? Pues exactamente igual. Nos gustan porque sí: porque nos gustan. Las consideraciones éticas, estéticas, etcétera, no son nin justificación ni disculpa: vienen por añadidura.

El toreo puro/ Rafael Ortega



*Reproducimos un fragmento del libro El toreo puro de Rafael Ortega, tan importante rescatarlo como ilustrativo en su lectura. Cogí el libro por casualidad y lo abrí justamente donde empiezo el texto. Lo leí tomando un café. Y su lectura no demora más que el tiempo entre que se enfría y se lo bebe lentamente. Por lo que vale la pena el café y lógicamente disfrutar su lectura. Sin duda, es un libro de obligada lectura y constantes relecturas. Es de esos libros que de sus hojas siempre se saca importantes aprendizajes, sobre todo volviéndolo a leer… (Esteban Ortiz Mena)


Por Rafael Ortega


A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar el toreo sevillano cuando también se hace con pureza: dentro del corte de toreo sevillano me han gustado mucho en mis comienzos Pepe Luis Vázquez, Pekín Martín Vázquez, con el que toreé un par de corridas, y Manolo González, mi padrino de alternativa; también he visto torear muy bien a Manolo Vázquez. Con otro estilo, sentí gran admiración por Manolete, que a su manera hacía un toreo puro y estoqueaba muy bien. Manolete era un torero que no sabía correr cuando tenía que hacerlo.Luego tuve la suerte de conocer a Domingo Ortega. No sólo le vi bastante, también toreé mucho con él cuando reapareció en 1953, y me fijé en su toreo todo lo que pude, pero no para imitarlo, porque somos toreros muy distintos: yo he toreado siempre mejor con la mano izquierda que con la derecha y muy parado, y Domingo ha sido uno de los toreros, de entre los que yo he visto, que mejor ha toreado con la mano derecha y que mejor les ha andado a los toros. Reapareció, como digo, conmigo, y me acuerdo de una vez que toreamos en Almería y nos sacaron a los dos a hombros. Y cuándo íbamos por las calles, él me decía:- Rafael, qué vergüenza, qué vergüenza, yo con este pelo tan blanco…Y yo le contestaba:- Qué sinverguenzón que eres, con lo que vas gozando y aún te lamentas. Y la gente decía:- Maestro, usted ha estado muy bien, pero su sobrino ha estado mejor.Pues creían que yo era el sobrino de Domingo, por el pelo y la diferencia de edad.Pero a lo que iba. Para mí, claro que existen la escuela rondeña y la sevillana. El toreo puro me lo definió muy bien Domingo Dominguín, padre, que fue apoderado mío:- Es como cuando llega un señor y le saludas:“¿Cómo está usted? Muy bien, gracias. Vaya usted con Dios”.Esto es: citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de Belmonte se dice: parar, templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega añadió: parar, templar, cargar y mandar, que es lo que da mayor pureza al toreo. Pero para mí es importante algo previo, citar, o sea, echarle la muleta al trapo para adelante al toro. Llamarlo con la muleta quieta no es citar. También es malo llamarlo con el zapatillazo. El torero que lo da no es bueno torero porque eso es robar el pase, es la muleta la que tiene que adelantarse y citar. Así que lo que yo veo. Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte. El toreo de adorno es otra cosa: las chicuelitas, dejar pasar al toro con los pies juntos, el kirikikí, las cositas esas que son bonitas –qué duda cabe- y que también tienen mérito, porque todo lo qu ese le haga al toro con gracia y “con ese cuerpo” es plausible; pero yo no siento ese toreo. El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que sentir lo que hace, para poderlo transmitir, si lo hace sin sentimiento, no transmite, y para lograrlo es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa. Naturalmente, yo me he adornado con justeza y creo que “he estado bonito” al rematar una serie de pases con un afarolado, con un molinete o un cambio de mano y al salir de la cara del toro con aire de torero, esto es, improvisando de acuerdo con el sentimiento del momento, pero no con esas reolinas que hoy vemos. Tampoco “me he sentido” dando chicuelitas, y sólo acudía a ellas algunas veces por recurso. La chicuelita es bonita, es preciosa, pero no tiene la grandeza del toreo puro aparte de que le pegas al toro un cambio. Igual me pasa con el toreo a pies juntos: ni mi cuerpo va con eso, ni lo siento, porque no se carga la suerte. Por el contrario, sí “he sentido” el echarme el capote a la espalda, que ahora no lo hace nadie; éste es un toreo también muy puro, porque yo me echaba el capote a la espalda, citaba, echaba la pierna para adelante y cargaba la suerte, así que era un toreo de más exposición, pues tiraba del toro con medio capote como si estuviera toreando con la muleta. Pero el toreo de capa fundamental se hace a la verónica. Lo primero es escoger el capote que le va a uno, pues hay tres tallas: el capote pequeño, que es para el niño, el mediano y el grande. Yo he toreado siempre con el mediano, porque, como bajaba mucho las manos, el capote grande los toros me lo pisaban y me lo quitaban. La verónica pura, la que rompe y domina al toro es la que se da con las manos bajas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a dominarlo con el capote, como digo, se te impone y el torero va a la deriva. Por eso mi tío El Cuco me decía siempre:- Nunca le levantes la mano ni al toro ni al hombre.Porque si se la levantas al hombre, y éste es un tío, será para pegarle, no sólo para levantársela, digo yo, pues en otro caso verás lo que te pasa; y con el toro es igual: el toro hay que bajarle siempre la mano, y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro éste tiene que humillar. Así que a los toros yo procuraba ligarles la verónica honda, con el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que el toro humillara… Esto tanto de salida como en los quites, que casi siempre hacía también a la verónica para continuar dominando al animal, y cerrando siempre con la media, pues si la das bien y te vas con aire por el costillar del toro no cabe duda de que así también lo quebrantas y lo dominas. A veces también me ha gustado adelantarle mucho el capote a un toro que está, después del puyazo, un poquito parado; le echaba un poco de teatro, le adelantaba el capote y le daba así la verónica. Pero si el toro se viene pronto ya que darle el lance justo, citándolo, parándolo y ganándole terreno allí donde más convenga para dominarlo, pues la regla de oro del toreo es saber cuál es el terreno más favorable para hacerlo. Me acuerdo de que hace poco estábamos viendo una corrida juntos Enrique Martín Arranz y yo, y le dije al torero que estaba toreando en ese momento: - Cambia al toro de sitio.Y Enrique me dijo a su vez:- ¿Por qué le dic usted eso, maestro?- Pues porque en ese sitio manda el toro.Al cambiarle los terrenos, el toro cambió a su vez a bueno, y ya se le pudo torear. Al toro hay que llevarlo siempre adonde tú creas que vas a poder con él. Aunque hay algunos que no, y cualquier terreno es bueno para torearlos, caso todos los toros tienen querencias y el ochenta por ciento la tienen al sitio por el que han salido, a los chiqueros, que es donde resultan más peligrosos.Yo he toreado bien de capa a muchos toros, sin ir más lejos la tarde aquélla de Almería que antes decía, con Domingo Ortega. Pero lo más sonado fue cómo recibí a un toro de Samuel Flores, en Barcelona, en 1954, que en las crónicas lo llamaron El carro de la carne. Era un toro grandísimo, muy gordo, muy bien hecho el toro. De salida se arrancó el burladero que hay a la izquierda y se lo echó al lomo; y allá fui yo y le pegué desde el tercio doce o catorce lances, ganándole terreno hasta la boca de riego, porque el toro embistió muy fuerte. Me tocó la música y tuve que dar la vuelta al ruedo antes de que salieran los picadores. Y ahí es donde yo digo eso de “romperse los toros”. A éste sólo le pegaron después un puyazo, y ya no embistió a la muleta. Lo toreé demasiado con la capa, lo había dominado con la capa y casi podía haberle entrado a matar tras la media verónica de cierre.Con la muleta hay pocos pases clásicos y puros, pero los verdaderamente fundamentales son los que pide cada toro. Hay toros que quedan más picados que otros, que tienen más fuerza, que tienen más brusquedad, y entonces hay que reducirlos con la muleta. Desde luego, lo primero que tiene que hacer el torero es procurar no cortarle el viaje al toro con la muleta. Como ya lo he dicho antes, el torero tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que se va a la oreja del toro, para castigarlo, no torea. La embestida ha de llevarse lo más larga que se pueda, pero con naturalidad, sin las reolinas dándole vueltas al toro. Dar los pases totalmente en redondo, eso no es el toreo; eso les gusta hoy a los públicos, pero a mí no. El pase debe darse, cuanto más largo, mejor, pero con cite y con remate, y quedándose uno colocado para ligar el siguiente. El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada. La mayor parte de los toreros lo que hacen es descargar: tú citas por un lado o por el otro y, en vez de echar para adelante la pierna contraria, lo que haces es echar la otra para atrás; y eso no es cargar, es descargar. El torero bueno es aquél en que cargas las suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria; y la última parte del pase ha de permitir que el toro te deje colocarte de nuevo modificar el terreno, pues lo más clásico lo más puro es que, en la faena, cuanto menos andas, mejor. No me refiero a “andarles a los toros”, como lo hacía Domingo Ortega, sino a eso de dar un pase aquí y otro allá y recorrer toda la plaza para pegarle veinte muletazos sueltos y desligados al toro: eso no es…

martes, 4 de agosto de 2009

En un lugar por encima del ruido/ de purísima y oro



http://depurisimayoro.blogspot.com/

El toreo de Morante, suspira y aletea por encima del ruido. Y crea un silencio en la memoria. Tiene el cite de Morante también ese peso de plomo masculino tan de Ordóñez. Como en los versos de García Montero, el torero no medita el cuerpo que ofrece: por eso sé de amor/por eso no medito el cuerpo que te doy/por eso cuido tanto las cosas que te digo. Es ese cuidado por el lenguaje del toreo: el andar, el modo de adelantar el capote, de presentarlo bailado, de girar el cuerpo a la vez, de situarse en esa ola gigante que empujan los pitones del toro, el toque, lo natural de la colocación, por el lance sublimado y poético, por la sangre que fluye en este torero también tan valiente. No hubo torero artista más quieto, ni femoral más tranquila y dispuesta. Recordé a Morante antes de dormir, olvidado de todo, por encima del ruido, toreando y para sí, escuchando el violín de la muleta planchada, la danza de la colocación, el hueco de silencio que abre el temple, su empaque distinto y lorquiano, ese apresto tan torero que tienen los avíos de Morante de la Puebla.

"Cuando no se comparte una pasión, basta con abstenerse"/ Juan Fernando Iturralde



Por Juan Fernando Iturralde

"Cuando no se comparte una pasión, basta con abstenerse"… A propósito así era el título de un gran editorial publicado en el diario francés "Le Figaro" en el que, una firma independiente y neutral sale en defensa de las corridas de toros ante la oleada de ataques desatada este verano en Francia por diversos famosos, como el cantante Renaud y la actriz Brigitte Bardot, junto a Jean Claude Van Damm (el drogadicto más grande y pegón de reporteras en la vida real) que se muestran partidarios de su abolición (síntoma indudable de que la fiesta brava en Francia va viento en popa). El artículo es como para aplicarlo y calzarlo perfectamente en nuestro medio. El autor del editorial, Yves Thréard quien no es aficionado a los toros, asegura que "hay asuntos más importantes que debatir" y pide al Gobierno francés que "no ceda ante las vedetes que necesitan hacerse publicidad" y que pretenden hacer creer que la muerte de los toros en los ruedos "por el solo placer perverso de algunos aficionados les es insoportable". "Se puede ciertamente comprender", argumenta el editorialista, "que la tauromaquia no sea del gusto de todos; concebir que parezca cruel, reconocer que sea inútil. Pero, con ese razonamiento, cuántas actividades deberían ser proscritas, apartadas del alcance de los hombres. ¿Se prohíbe la Fórmula 1, mortal y jugoso espectáculo que se ofrece a los amantes de la velocidad? ¿Se indigna uno de que la caza todavía esté autorizada? No todas las pasiones son vicios. Cuando uno no las comparte, basta con abstenerse"...

Yo personalmente conozco a una activista antitaurina, pero apasionada por la pesca… ¿Qué diría ella de que se le prohiba realizar la actividad recreativa que más le gusta? El editorialista también asegura que los toros son "una tradición a la que no le falta majestad cuando el talento de los actores aparece. Es una práctica cultural anclada en no pocas regiones del planeta, que conviene respetar".

Con frecuencia quienes quieren su desaparición son curiosamente los mismos que se quejan de la uniformización y globalización del mundo y luchan por la persistencia de las identidades. “Su cruzada es tan ridícula como la violencia de sus declaraciones", añade. "Deseemos", concluye el editorial, "que la Unión Europea no aseste un día la estocada a la corrida. Y saquemos rápidamente el pañuelo blanco para que cese la bronca idiota que se agita en el calor del verano"… (Finalmente la fiesta brava salió ilesa con una abrumadora votación europarlamentaria que encontró importante que los pueblos mantengan sus identidades).
Por mi parte, pienso que discutir que las corridas de toros no son una manifestación cultural es querer tapar el sol con un dedo y creo que, en ese aspecto, es un debate ya superado.

Pero este no es un escrito para defender la tauromaquia ni mucho menos. Es una advertencia del surgimiento de la intolerancia en nuestro medio: estoy más que seguro que tras la protestas antitaurinas se camufla una reminiscencia fascista: prohibir lo que no entienden, insultar a otras actividades que no les gustan, atentar a la diversidad y distintivo cultural, etc. utilizando para ello las más perversas mentiras y echando mano de campañas de menos que medias verdades y las falsedades más absolutas, además con jugosos ingresos de ONG´s extranjeras que les financian como ya es muy bien conocido. Y, claro, para que el dinero llegue hacen que el escándalo sea tan alto y llegue a los medios, para decir que trabajan, aunque luego se compruebe que todo era una falsa alarma. Consideran asesinos, por ejemplo, a los pescadores artesnales de Puerto López o Salango, donde no les importó que podrían dejar a miles de hombres, mujeres y niños en la miseria y hambruna más grande. Una vez recogida la protesta en TV, radio y prensa, llega el cheque y todos felices por que “se ve que trabajan” y además, se acerca diciembre…
El insultar, vejar, humillar, censurar, prohibir, agredir a alguien por que tiene una ideología distinta, el odio irracional a un conglomerdo humano o una forma diferente de ver el mundo tiene un sólo nombre: fascismo.

Lastimosamente para los fascistas en general y los antitaurinos en particular, el mundo corre hacia una reafirmación de los conceptos de la democracia donde es vital este tema que tanto desconocen ellos y que es el derecho a la libertad de expresión cultural. Ese es el signo del S XXI. Y a medida que este concepto vaya calzando en nuevas generaciones, la tauromaquia y otras actividades ancestrales seguirán vivas, amén de alguna dictadura o algún despropósito fascistoide que logren temporalmente estos nuevos dueños de la única verdad que son los antitaurinos. La intolerancia es lo que ahora más enfrenta a los humanos y está en nuestras obligaciones principales y más acertadas educar a nuestros hijos para que aprendan a aceptar y respetar a los distintos conglomerados humanos con sus raíces, diferencias, historia, tradiciones y cosmovisión… Ese será un mundo mejor para nuestros hijos y no el que ellos quieren imponer.
Con su enfermiza animadversión y brutal ensañamiento dedicado a la fiesta brava, a sus actores y a sus aficionados y asistentes (esa es la conclusión que se saca cuando a uno le consta que entre los más asiduos activistas detractores de la tauromaquia se encuentran aficionados a la pesca, cazadores, entusiastas de las parrilladas, etc… curiosamente en estas actividades su “conciencia animalista” sufre un lapsus temporal) han llegado, cegados por este odio fascistoide, incluso a pedir audiencias en los colegios y escuelas. (!)

¿Qué le parecería a usted, padre o madre de familia, que en las escuelas se permita ingresar a estos grupos extremistas para vender, con mentiras y exageraciones, un odio a todo un colectivo humano, a sembrar entre los niños la intolerancia a diferentes manifestaciones culturales, a incentivar entre los niños y jóvenes el irrespeto a la diversidad cultural?... El director/a o rector/a de cualquier centro de educación que acepte esto, tal vez, de manera ingenua, no se da cuenta del peligro en el que está poniendo a su alumnado.

La intolerancia es producto de la ignorancia y se puede entender en algunas personas sin mayor soporte intelectual, pero hacer gala de ello, es algo execrable y que siempre el sentido común, la urbanidad y la historia han condenado. Al contrario, es conocido que entre los más asiduos aficionados a la tauromaquia es común encontrar gente ilustrada y con mucho fondo cultural, amén de que los más grandes intelectuales del habla hispana (y otros de diferentes lenguas) eran y son grandes entusiastas de las corridas pero, más importante que eso, defensores a ultranza de la diversidad de culturas y la libertad de expresión artística, como lo es, gracias a Dios, la gran mayoría de los habitntes de nuestros pueblos, independientemente de sus gustos y pareceres.
Puede haber gente que piense que una corrida de toros puede resultar arcaica y medieval. Yo contestaría que eso sería olvidarse que el expresionismo cultural y la identidad no conocen de tiempos, épocas eras y años: son un rasgo distintivo entre sociedades, etc. Y podríamos enfrascarnos en una enriquecedora conversación y discusión, siempre que exista el respeto que debe existir. Por el contrario el pretender imponer una tesis por la fuerza, las censuras, prohibiciones, persecuciones y mentalidades inquisidoras, esta absoluta minoría de “los antitodo”, eso sí que ya resulta arcaico, medieval e inaceptable actualmente. ¿A quién le declararán su guerra unilateral luego? ¿Contra quién volcarán después su odio y fascismo?, ¿Quiénes serán después el blanco de los insultos más procaces y rebuscados? ¿Los aficionados a la pesca recreativa? ¿Acaso los pescadores artesanales? ¿Los vendedores de hornado tal vez? ¿Los hijos de los faenadores del camal? Y llegando más lejos ¿Los guerreros Massai del Africa que luchan a muerte con un león como rito de iniciación guerrera como parte de su acervo cultural? ¿Los aficionados a las carreras equinas?... La verdad es que, cuando los “antitaurinos” hablan de “humanidad” se ponen en evidencia, pues no se necesita más de dos dedos de frente para darse cuenta que son precisamente ellos los que no tienen el humanismo suficiente como para aceptar el derecho de los hombres a una manifestación cultural y preferir, en vez de ello, la salud de un perro o una mosca… Y nuestros hijos pueden ser víctimas del odio, la irracionalidad, el irrespeto y el fascismo que esta gente trata de sembrar en ellos, con tanta furia, con tanto fanatismo y tan frenéticamente contra cualquier actividad cultural que no les parezca.
Es por este tipo de actitudes e irracionales campañas emprendidas sin estudios ni bases, a través de la sensiblería y el fanatismo, que el presidente y fundador de la mismísima “Greenpeace”, Björn Oekern, renunció en el 2004 al cargo de Director de Greenpeace International por estar en desacuerdo con las tácticas y métodos de la organización para recaudar fondos y para las causas que se emplean, acusándola en un caso en particular de que "nada del dinero recaudado fue usado por Greenpeace para protección del ambiente", pero además, y haciendo referencia a este tipo de movimientos emprendidos por las filiales que hoy nos ocupan, agregaba que consideraba que “Greenpeace se ha convertido en un grupo "eco-fascista” (Tomado del libro virtual “Mitos y Fraudes” escrito por varios autores para la Fundación Argentina de Ecología Científica FAEC, http://www.mitosyfraudes.org/).

La libertad de expresión cultural es actualmente la vela que puede y debe iluminar los oscuros caminos del S XXI y el conocimiento de la relación hombre / naturaleza depende completamente de ella. Y he sido testigo de que esta salvaje y fascista –aunque pobre en argumentos y razones- arremetida antitaurina decembrina, molesta e incomoda inclusive a mucha gente que disgusta de la corrida de toros, pero que ama el estado de derecho, las libertades del ser humano y comprende la necesidad de defender la libertad de expresión cultural en todos los pueblos y conglomerados humanos.

La pregunta que hay que hacerse es ¿Se debe consentir que los antitaurinos que se creen superiores al resto, dueños absolutos de la verdad, impongan su ideología y le insulten, agredan, censuren, prohiban culturas a otros por no pensar igual?... De esto siempre se alimentó el fascismo y en eso precisamente consiste.




NDE: Volvemos a publicar esta nota por considerarla de interés y de actualidad

lunes, 3 de agosto de 2009

El arte de jugarse la vida/ Francis Wolff


Por Francis Wolff



SE escucha de vez en cuando a escritores, universitarios y pensadores españoles evocar su infancia vagamente acunada de recuerdos taurinos y expresar su rechazo, a veces violento, de la fiesta de los toros. No comprenden cómo puede hoy (aún y siempre) emocionar, conmover, exaltar las muchedumbres, en las que seguro no ve nada más que una masa de reaccionarios incultos alentada por intelectuales esnobs. En esta revuelta antitaurina, a veces íntima, a veces sonoramente militante, se encuentran a menudo, en amalgama con la memoria de sus propias historias familiares, algunos tópicos datados en los sesenta (toros = turismo, exotismo de españolada, tremendismo del torero descamisado) o más antiguos aún (toros = España negra, vergonzante cara del pasado). Sí, ya sé: sé que para muchos españoles los toros despiertan espontáneamente ese mismo sentimiento confuso, un poco nostálgico, vagamente vergonzoso, de tener que vérselas con algo que sobrevive de manera inconveniente pero a punto de caducar definitivamente gracias a la ascensión social, la educación del pueblo, la evolución de las costumbres, el sano desarrollo de las sensibilidades, Europa, la democracia, etc. Sí, ya sé: sé que para muchos jóvenes españoles la palabra «tauromaquia» evoca carteles de otra época, un rito anticuado, una especie de juego arcaico o incluso un espectáculo cruel del que deben defenderse cuando, gracias a un programa Erasmus, se dan cuenta que, para el resto del mundo, se mantiene asociado al nombre de España, es decir, a una de las naciones más avanzadas de Europa de la que por lo demás uno puede sentirse orgulloso. A todos esos españoles, jóvenes o menos jóvenes, les quiero decir lo que sigue: los toros no son ya sólo la Fiesta Nacional de España. Con eso han perdido un poco y ganado mucho. Se han convertido en parte integrante de la cultura de la Europa meridional e incluso del patrimonio mundial. ¿Se imaginan ustedes que hace apenas algunas semana (el 2 de junio exactamente), en un teatro del centro de París atestado, cientos de personas de las que la mayoría no habían puesto nunca sus pies en España, e ignoraban absolutamente todo de la «fama negra» de los toros, habían pagado cara su entrada por el único placer de homenajear la heroica carrera de un torero… colombiano (César Rincón)? Claro que para todos esos turistas que visitan España a toque de pito, entre la torre de Pisa y el Big Ben, y que creen que Francia es Pigalle, los toros son el «exotismo» español barato, y el torero es algo así como «Manolete-ElCordobés-del brazo de su bailaora con castañuelas», o (para los más cultivados ¡ay!) es la imagen odiosa y desgastada del maletilla hambriento que, para salir de su miserable condición, no tiene otro remedio que tentar al diablo y arrojarse entre sus cuernos. Ignoran evidentemente, como quizás muchos españoles, que uno de los más grandes toreros de la historia está vivo y toreando y en modo alguno debe su valor extraordinario a esa deprimente leyenda, o que uno de los mejores toreros de la primera década del siglo XXI es francés, o que fue prácticamente imposible conseguir entradas (siendo tan caras como las de la ópera) para las diez corridas que conformaron la reciente feria de Nîmes (95.980 espectadores). Un poco de pudor y muchos escrúpulos me impiden evocar mi infancia que está en las antípodas de las de los intelectuales españoles antitaurinos. Bastará decir que esa infancia en el cinturón de París, con mis padres judíos alemanes que escaparon por milagro de los campos de la muerte, en modo alguno me preparaba para recibir el choque que fue el descubrimiento accidental de los toros, a la edad de 18 años, al azar de una escapada estudiantil en la región de Provence. Para muchos españoles de mi generación, los toros son familiares, formaron parte de la vida cotidiana de su infancia, se los vivía con indiferencia, aceptación o rechazo de una «cultura» vagamente patrimonial que es como una segunda naturaleza de la que hay a veces que desprenderse para poder existir por sí mismo. Para mí la corrida de toros es una amiga que he elegido tan próxima como la música y sin la cual podría difícilmente vivir. Digo que la he elegido pero tengo más bien la impresión que ella me ha elegido a mí; el encuentro fue fortuito pero, como dice Flaubert de la primera cita amorosa: «Fue como una revelación». No, los toros ya no son sólo la Fiesta Nacional. Han perdido un poco de sus particularidades (algunas fiestas votivas, capeas salvajes, un público cautivo, un pueblo entero movilizado tras un torero muerto), han ganado mucho en universalidad —geográfica y sobre todo cultural—. Ahora, en el presente, los que torean y los que van a los toros lo han elegido, y si no saben del todo, ni unos ni otros, lo que van a buscar «allí» (¿sabemos bien lo que es el amor?), saben que hoy se va a la plaza en lugar de ir al estadio, al concierto o al teatro. Sin duda, la corrida de toros no es moderna, pero no porque no sea de nuestro tiempo, es —al contrario— porque nuestro tiempo no está ya en la «modernidad». La modernidad en el sentido estricto se acabó hacia el final de los años ochenta del siglo pasado, con el derrumbamiento de las ideologías, el fin del sueño en el progreso y el agotamiento de los discursos dogmáticos de las vanguardias artísticas (formalmente revolucionarias, políticamente redentoras). Lo que algunos han dado en llamar la «posmodernidad» o lo contemporáneo se opone punto por punto a la modernidad. Puede ser que la corrida de toros no sea ni haya sido nunca «moderna», pero es seguro que se acuerda perfectamente a lo «contemporáneo». Lo moderno está ligado al progreso, a la «velocidad», a la industrialización sistemática (comprendida la de la ganadería de carne); lo contemporáneo y la corrida están ligados a la biodiversidad, a la ganadería extensiva de bravo, a los equilibrios de los ecosistemas. La modernidad sólo veía la salvación a través de la comunidad y la sociedad, en el «todo es política», lo contemporáneo y la corrida renuevan con los valores del héroe solitario (pensemos en el culto contemporáneo hacia los éxitos singulares y aventureros de cualquier tipo), con una ética de las virtudes individuales, el valor, la lealtad, el don de sí mismo. La modernidad quería esconder la muerte (simple «no vida» igual que se dice invidencia en vez de ceguera), reducirla al silencio del frío vacío de las salas mortuorias o a la mecánica funcional de los mataderos; lo contemporáneo y la corrida de toros reconocen que la ceremonia de la muerte puede contribuir a dar sentido a la vida mostrándola conquistada a cada instante sobre la posibilidad misma de su negación. Era —se decía— el fin de los ritos en los que lo único que se veía eran prejuicios arbitrarios e irracionales, pero lo contemporáneo y la corrida de toros redescubren las virtudes de los ritos, no necesariamente vinculados a capillas y estampitas. Lo moderno declaraba el final de la figuración en pintura, del relato en literatura, del drama en el cine; lo contemporáneo inventa una nueva figuración, el cine de Almodóvar, genio de la posmodernidad, reinventa la linealidad del relato y las estructuras complejas del melodrama, como la corrida de toros que mezcla lo festivo y lo trágico, los colores chillones y la emoción más pura. El arte moderno glorificaba la vanguardia social y declaraba el final de la «representación», el posmoderno mezcla lo popular y lo erudito —como la corrida de toros, la más sabia de las artes populares— mezcla la transfiguración de lo real y su presentación en bruto (el happening, el body-art, el ready-made, la instalación, la intervención, el artista mismo) como la corrida de toros, alianza de representación clásica de la belleza y de presentación en bruto del cuerpo, de la herida, de la muerte, como el torero, artista contemporáneo, que hace de su gesto una obra estilizando su existencia. La posmodernidad, lejos de oponer el hombre al animal como en los tiempos modernos, presiente que no hay humanidad sin una parte de animalidad, sin un otro al que —a quien— medirse, como si el hombre —hoy más aún que ayer— sólo pudiera probar su humanidad a condición de saber vencer, en él y fuera de él, la animalidad en su forma más alta, más bella, más poderosa, por ejemplo la del toro salvaje: vencerla, es decir, repelerla o domarla, pero sobre todo oponer la fuerza de la astucia, la gratuidad del juego, la ligereza de la diversión, la gravedad de la entrega de sí mismo, la fuerza de la voluntad, el poder del arte, la conciencia de la muerte —en definitiva todo lo que hace la humanidad del hombre—. Quizá se podrá afirmar: ¿pero el espectáculo del sufrimiento animal, dada la evolución de las costumbres, no es ya tolerable, hoy menos que ayer? A esto hay que responder que no es una cuestión de historia (moderna o no) ni de geografía (España negra o no). Yo no he sufrido nunca, personalmente, con el espectáculo del pez atrapado en el anzuelo del inocente pescador de río —es una cuestión de sensibilidad—. Ésta permite a algunos ver al toro como víctima, la mía sólo ve en él un animal combatiente. Autoriza a algunos a pensar que el torero martiriza una bestia, yo veo en él un héroe contemporáneo que tiene la audacia de desafiar y enfrentarse a una fiera jugándose la vida —sin más, por la belleza del gesto, por pura libertad, para afirmar su propio desapego en relación con las vicisitudes de la existencia y su victoria sobre lo imprevisible—. ¡Es cierto que el toro no quiere combatir, pero no por porque sea contrario a su naturaleza el combatir sino porque es contrario a su naturaleza el querer! Esto es al menos lo que mi sensibilidad me dicta, comparable en eso a la de cientos de miles de otros hombres en todo el mundo, y no la creo menos movilizada ni sublevada que ninguna otra ante el sufrimiento de los hombres —o incluso de los animales— ni menos consciente de lo que hace falta de poder creador para volver a dar hoy un sentido, en arte, a esa palabra mancillada que es la belleza.