lunes, 3 de diciembre de 2007

Lágrimas en una tarde de Domingo/ Esteban Ortiz Mena


PEQUEÑOS COMENTARIOS SOBRE EL QUINTO FESTEJO DE LA FERIA DE QUITO “JESÚS DEL GRAN PODER 2007"

Por Esteban Ortiz Mena

Extraño esa capacidad de llanto y alarido. Correr con lágrimas en los ojos sin que importe nada más que el lamento (y los motivos que lo producen) es algo que asombrosamente olvidamos con el tiempo… por eso se vuelve necesario llorar.

El toreo es tan grande que desborda lo que sentimos, nos llena tanto el alma que logra humedecer nuestros ojos con mucha facilidad. En los toros, las lágrimas brotan sin explicación, por generación espontánea, cuando lo que se ve (y se siente) llega a los sentidos.

Por eso, el toreo es un ejercicio espiritual que carece de sonidos cuando brotan los sentimientos. Así lloro en silencio Diego Rivas. Ejercicios de intimidad única, porque sólo el torero siente la inmensidad de lo que genera; y solo el espectador vive la intensidad de lo que esta viendo. Fueron cuatro orejas y todo le salió bien. Hasta las lágrimas.

Es que los toros están hechos de momentos y a mas intensidad, mas profundos se vuelven; más calan en nuestros sentidos. Ahí aprendí que en eso radica el arte: en revolver los sentimientos y llorar. “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” decía Unamuno… pues en eso también, porque el pensar es un sentir y “la emoción del toreo, para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese pensamiento conmovido” (Bergamín José, La música callada del toreo, ed. Tuner, Madrid 1994, p8.)

La entrega y el pundonor bien descrito: esos es Domingo López Chaves. Por sus lágrimas y sus cojones… por las nuestras también. La verdad genera emoción cuando se describe de manera honrada. Tanto, que lágrimas brotaban cuando emocionados veíamos torear y también cuando fue golpeado por un toro. Las gotas de sangre y de lágrima son las mismas pero de diferente color. Muchas veces también lloramos sangre, aunque no lo notemos.

Porque fue la tarde de Domingo… y con un solo toro, aprendimos grandes lecciones de vida. Intensas e irrepetibles.

Fernando Claramunt dice que los toros “me han ayudado a comprender que, por la práctica repetida de una conducta irracional y apasionada, descubre uno mejor la distancia entre los sueños y la realidad”, haciendo que podamos vivir con “intensidad momentos irrepetibles e inolvidables”.

Llorar, como la torería, es un complemento del pensamiento conmovido que cuando brota en una plaza, nadie que así lo sienta, lo puede contener.

Fue un festejo de lágrimas y emociones. Sí, eso fue lo que pasó una tarde de domingo…

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