Esteban Ortiz Mena
Sin duda alguna las palabras bien escritas generan lágrimas, sonrisas, sensaciones y, por supuesto, muchas satisfacciones... al igual que los toros.
Plasmar con palabras una vivencia, sensación o idea, la que nos quiera contar el autor (inventor), hace que lo descrito permanezca inmutable y trascienda en el tiempo. La literatura y los toros son manifestaciones artísticas y culturales muy ricas. Y claro, ¿por qué no aprovechar la versatilidad que tiene el arte de torear para imaginarnos toros de papel? ¿Y por qué no, gracias a la literatura, acercarnos a nuevos aficionados? ¿A esos aficionados a las letras que crean cuentos mágicos, soñadores, llenos de tragedias e ilusiones? ¿A esos toreros que expresan en el papel lo que han sentido en el ruedo, en un quite imaginario a los toros fieros? El proceso de creación es un capital que lo llevamos todos, lleno de vida que quiere crecer, evolucionar y adquirir un sentido propio.
La palabra toma vida propia, crea fantasías o cuenta vivencias y adquiere una independencia única, vital, con tal fuerza que su propio contar se separa de quien lo crea. La palabra adquiere independencia para poder describir, a su manera una manifestación de sentidos, sensaciones e inspiraciones. Llega un momento que gracias a la descripción y al relato llegamos a conocer de una manera íntima a un personaje o nos identificamos con una aventura, creyendo que estos existen. Tal es la asimilación que inclusive nos convencemos que ellos existen o son personajes y aventuras que algún día (y con toda seguridad) ocurrieron. Las palabras son embriones de las ideas, la estructura de las razones, las cuales sobrepasan la simple definición de diccionario para adquirir un sentido propio y mucha vitalidad. El poder de las palabras, en sí, radica en la fuerza para lograr esos momentos mágicos y ser capaz de expresar lo vivido o lo imaginado. Las palabras profundas intentan al menos, luego del reposo, poder plasmar, como las faenas intensas, recuerdos eternos.
Pero es curioso, en el toreo es al revés: lo irreal se vuelve auténtico. Lo mágico y etéreo se vuelve material, y lo podemos ver y sentir. La expresión cambia y pasa de un ruedo a un papel.
La manifestación efímera llega a trascender. No por el tiempo de duración de lo ocurrido, sino porque cala en lo profundo de quien escribe y porque a través de las descripciones que se publican o se leen se puede volver a manera de recuerdo. O de imaginación. Es la constancia de lo ocurrido: una palabra, una crónica, un cuento. Y una cosa hermosa, es una alegría para siempre.
Una plaza puede ser material de las más diversas aventuras, el campo de las mejores descripciones para poder conseguir en una obra literaria plasmar las sensaciones. Utilizar la palabra como medio para poder expresar y seguir creando bellas obras de arte, ya no sobre un albero, sino ahora sobre una hoja en blanco a toros de papel.
Y está cada escritor quien abre el fondo íntimo de su sentir para compartir con nosotros sus experiencias, criterios, gustos, lecturas, procedimientos, mecanismos, trampas, sensaciones, obsesiones y percepciones, y eso de por sí, es todo un universo.
Y por otro lado, existe el universo de cada lector, con su propia percepción de las imágenes y de los mensajes que le transmiten los signos y los enigmas de la palabra.. Es una relación de complicidad entre escritor y lector, engañador y engañado, seductor y seducido, toro y torero.
Como lo expresa Sergio Ramírez, “la necesidad de contar, y oír contar, se inicia en ese momento mágico en que alguien no se da abasto con la percepción directa de la realidad que lo circunda, y vaga con su mente más allá de los límites reales de su mundo, donde termina lo visible y comienza la incierta oscuridad llena de la inquietud por lo desconocido, de las sombras apenas dibujadas de la incertidumbre.
La imaginación empieza con el acto de ver sin ser dado tocar. Alguien imaginó y surge la necesidad de contarlo, expresarlo, representar en su propio lenguaje. A su vez, alguien escucha, e imagina lo que escucha. Ahí se crea esta magia: contar y oír contar, escribir y leer, proponer y recibir, torear y sentir.
Imaginémonos al primer contador de historias, y a su primer oyente, sentados a la luz de una hoguera en la noche primitiva. Alguien queriendo conquistar la atención del otro, tratando de introducirlo en su propio universo, encantarlo, convencerlo de sus propias visiones, e invenciones, y hacer que las crea. Y el otro, predispuesto a ser parte de ese rito –como la predisposición que tiene quien paga su entrada para ir a los toros y se sienta en el tendido-, dispuesto a creer, a dejarse encantar, a dejarse seducir. ¿Por qué no decir, a dejarse engañar?
La imaginación fabrica imágenes, es su oficio. Ahora, que la revolución de las imágenes prefabricadas han hecho que la hoguera de la televisión sustituya a la hoguera de fuego bajo la luz de la luna y las estrellas, logrando que el resplandor de las noche estrellada se opaque, debemos nosotros impulsar para que la llama crezca y que la hoguera se fortalezca.
Ahora que tenemos una representación de todo, o casi todo, en las pantallas: las guerras, las hambrunas, las tragedias colectivas, los crímenes, vemos como estos ocurren dentro de nuestras casas. Se volvieron sucesos domésticos. No dejemos que esa fábrica de imágenes, la imaginación, sea suplantada por las mismas imágenes preconcebidas. “Lo visible es solo un ejemplo de lo real”, escribió Paul Klee, y para eso están los cuentos, para imaginar.
Sin duda "nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo, tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras, el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales, etéreos y livianos del ser humano". (Grijelmo, Alex; La Seducción de las Palabras, Editorial Taurus, pensamiento, Madrid 2000.) Probablemente ese lugar sea una plaza de toros, con toreros que se juegan la vida y con las palabras que cada uno de nosotros llevamos en nuestros corazones, porque si no existiera sentimiento, si no existieran toreros que se juegan la vida, no existiría literatura.
Fomentemos los toros, fomentemos la imaginación. Los libros que no se leen son vidas que se desaprovechan, mundos que se abandonan. Una palabra es un trasbordador, dice el poeta Peter Huchel, y es verdad: las palabras de un libro te llevan más allá; empiezas siendo una sola persona y mientras lees te vas transformando en mil mujeres y hombres distintos. (Benjamín Prado). Piénsenlo y cambien… leyendo. No se conformen con ser nada más que ustedes mismo… toreando.
3 comentarios:
Estimado Esteban:
Quiero felicitarte por tu bonito artículo y por este blog que es una ventana virtual donde volcar aspectos y detalles de esta pasión por los toros. Quiero felicitarte aún más por la iniciativa, por tu preocupación en favor de la fiesta y por todo eso que hace que esta fiesta siga en pie. Definitivamente, El Albero es una peña que siempre nos sorprende gratamente, al menos, a los buenos aficionados.
Estimado Esteban:
Quiero felicitarte por tu bonito artículo y por este blog que es una ventana virtual donde volcar aspectos y detalles de esta pasión por los toros. Quiero felicitarte aún más por la iniciativa, por tu preocupación en favor de la fiesta y por todo eso que hace que esta fiesta siga en pie. Definitivamente, El Albero es una peña que siempre nos sorprende gratamente, al menos, a los buenos aficionados.
Me encantó el artículo!. pero me quedo con la conclución, por la sencibilidad con la que se incentiva a la afición a dejar de lado el conformismo y cultivar su cultura taurina e enriquecer sus conocimientos mediante la mejor herramienta que es la lectura.
¡En hora buena Esteban!
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