Alfonso Navalón
(El Adelanto de Salamanca)
29/08/2005
Siempre me gustó andar con gente mayor que yo. No es que uno haya sido muy reverencial, pero siempre se aprende más de los viejos que hablando de putas y de toros con los de tu edad. Cuando tenía 16 años, Santos el de la Utilia, de Sancti Spíritus --un tratante que nos compraba los corderos--, me llevó a conocer el barrio chino, que era la otra gran universidad de Salamanca.
La señora puta que me llevó al huerto se llamaba Mari Carmen, y mientras se desnudaba iba cantando una copla de Juanito Valderrama que decía: "me voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil para que puedas llevarlo cuando estés lejos de mí..."). Era la famosa canción de El emigrante , y en un momento me despachó con cuatro culetazos sin que yo sintiera las cosas tan bonitas que había leído en los libros prohibidos sobre la líbido y el orgasmo.
Así que sentí tal desilusión que no volví a estar con una mujer de pago el resto de mi vida. Tal vez porque la mujer de un gañán de mi abuelo me dio mucho más gustirrinín en unas vacaciones de Semana Santa, debajo del nogal de la huerta de La Patera.
Cuando estudiaba en Salamanca iba casi todas las noches a EL ADELANTO, donde los periodistas de la época podían ser mi padre o mi abuelo. Había uno con gafas y nariz aguileña que estaba obsesionado con el sexo y no tenía más conversación que la jodienda. Una noche lo vimos silencioso y preocupado: "El día que tenga 70 años y no se me ponga dura, ¡me pego un tiro!".
Por uno de esos milagros de la divina providencia, se murió al poco tiempo y contaban los íntimos que el día anterior daba golpes con el miembro en la mesa de la redacción porque tenía la polla como un garrote. Naturalmente, en la necrológica que publicó el periódico no se hablaba para nada del rasgo más sobresaliente de su personalidad. La ciencia eclesiástica los habría excomulgado a todos.
A los pocos día aprendí lo que era la censura política. Ya digo que me pasaba muchas noches en la vieja redacción de Ramos del Manzano, sin darme cuenta de que estaba en la única escuela de periodismo donde se aprende este oficio a pie de obra. Allí nos sorprendió aquella noche de agosto la noticia de la muerte de Manolete en Linares. Y hubo que poner el periódico patas arriba para darle prioridad a semejante suceso. El Clarinero, que era el cronista de toros, se puso febril a escribir una semblanza dolorida sobre el ídolo muerto.
Al día siguiente se suspendieron todas las corridas y hubo tanto luto nacional como cuando se murió Franco. El Clarinero me pidió que, para ganar tiempo, fuera escogiendo media docena de fotos en el archivo de Manolete. En éstas estábamos cuando llegó un telegrama urgente de Arias Salgado, director general de Prensa y Propaganda del régimen, dando órdenes de magnificar hasta el máximo la muerte del torero y silenciar todo lo posible la explosión del polvorín de Cádiz que había ocurrido el mismo día.
Así me enteré de lo que era la censura política para ocultar la tremenda tragedia con muchas víctimas inocentes. Manolete era el símbolo internacional del franquismo y José Antonio Elola inventó la leyenda de que se negó a torear en la plaza México si no retiraban la bandera republicana y ponían en su lugar la española.
Años después supe que todo había sido una farsa, porque ni en la plaza había tal bandera republicana y esa noche Manolete cenó con Indalecio Prieto y la elite de los republicanos exiliados, brindando por la caída del franquismo que, al retirar las naciones a sus embajadores en Madrid, se daba como inminente.
Cuando ejercía el periodismo en Madrid, y sobre todo en mi última etapa de Salamanca, descubrí que la censura más implacable es la económica, donde no se puede escribir nada contra los intereses del gran capital (1). Luego me atemorizaron con que el que se atreviera a escribir algo contra el Opus Dei era periodista muerto.
Así que me lié la manta a la cabeza y los puse a parir a pesar de que el amo Mariano era de comunión diaria. Milagrosamente no me pasó nada o pensarían que era mejor dejarme por imposible. Porque entre los del Opus hay gente inteligente.
(1) Porque si retiran la publicidad se puede hundir el periódico
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