Juan Sebastián Roldán
Primer Capítulo
Debo partir por dejar claro que las palabras que vienen a continuación son el fruto de minutos eternos que viví en una plaza de toros hoy por la tarde. Entendiendo que los seres humanos vivimos procesos de memoria inmediata; podríamos hasta acordar que no es definitiva la afirmación primera, pero ustedes no imaginan como salieron los olés, las emociones, las expresiones y todos los gestos posibles tras ver torear primero a Morante, y luego, aún conciente de haber estado ahí, negármelo mil veces.
Digo luego, cayendo en la injusticia propia del sesgo del gusto y la pasión que me despierta el toreo de arte. Clase enorme la de Curro Vasquez, enormes las verónicas al primero y la media al sobrero, propios del toreo, puro, y hondo de un torero grande. Grande como el capote de Ponce, pero no solo el percal sino sobretodo el lugar que le guarda la historia a un torero (que a mi criterio no es hoy él torero, porque ese tiene nombre propio, y viene de la Puebla) que define lo que significa el toreo en el mundo de los toros actualmente. Hoy lo demostró de sobra en la faena de muleta del de regalo.
Segundo Capítulo
Primero Morante. Primero y único. Si puede llegar algún día a definirse el resultante de fusionar pasión, intensidad, esplendor, arte, duende, sentimiento, técnica, valor, pundonor o inteligencia en cada uno de los pasajes de la lidia, entonces el genio llevaría las iniciales J. A.
Primero Morante, segundo sus manos. Esas que llevan el misterio de la voluntad propia, únicas por irreverentes, porque desafían los conceptos de la biología, porque desobedecen la razón, no solo del cuerpo al que pertenecen sino del canal de comunicación, mirada, asimilación y expresión que llevamos dentro los aficionados a los toros.
Primero Morante, segundo sus manos, tercero los gritos. De hecho, no gritar al verle un lance, un ole tan largo y fuerte como las expresiones de dolor más intensas es mal propio de ignorantes o de insensibles. Terrible mal el primero, pero incurable el segundo. Madrid no sufre de ninguno de ellos y antes de que salga su toro le ovacionó desde dentro, con aplausos que sabían a sur, pero que se reconocían en la capital del toreo, en un gesto de los grandes y en la expectación que guardábamos todos los presentes. Lo lanceo como suele hacer, acariciándolo- nos. Uno por la derecha, oleee, uno por la izquierda, oleeeee, otro por la derecha, bieeeen, y el resto en silencio, único y solo silencio que provoca el sentir que no se puede llegar a torear así, que no podemos contarlo, que se acabarán, que nos quedaremos solos sin ellos, que en cada grito nos dejamos toda la dignidad que guardan las composturas propias de los aficionados a los toros que mueren por momentos como aquellos.
Primero Morante, segundo sus manos, tercero los gritos y al final lo que se queda en cada uno de nosotros[1]. No son frecuentes los recuerdos que se eternizan, las faenas que se guardan intactas. Esta tampoco, solo los lances en el quite y la media; los cambios de mano al llevarse al toro a los medios; los derechazos bañados de hondura; los pases de pecho por ambas manos; hasta detrás de la hombrera contraria y cada uno de los naturales que se repiten mil veces mientras trato de despejar la cabeza, para que lo que escribo sea entendible.
Después de Morante, nada. Mentira, pura y dura mentira. Después del pinchazo volvimos al lugar, a la fecha, a la ciudad. Después del pinchazo y la estocada y la vuelta al ruedo y el dolor en las manos por los golpes sucedidos, en la garganta por las estridencias de cada expesión y en el alma porque todo tiene un fin.
Tercer Capítulo
Después un novillero dio la cara, dejó ver detalles de buen gusto, pero después, todo después. Qué podemos hacer tras la gloria, si ni el mismo Dios ha pensado que queda tras el paraíso, lo vamos a lograr nosotros.
Para cerrar la eternidad, un novillo para todos los alternantes. Rivera en la boca del burladero, Curro en la otra,- que sea Curro pedíamos a nuestro interior, a las supersticiones que nos hacen cruzar dedos, cerrar ojos, buscar estrellas solitarias- Ponce detrás. El niño escondiendo su felicidad y el par de apéndices más importantes de su corta carrera en el fundón del destino.
No estaba Morante, debía haberse ido, no tenía que más hacer, nos regaló una vida, con eso bastaba. Fue Rivera, lo paro y dejó lances que no conocíamos en él, pero que sabían a nada después, siempre después de no solo el capotito del Moro, sino del pausado del Maestro Vázquez que guardaba una media que recordó su despedida, en este mismo escenario, hace dos años.
Primero Morante, segundo sus manos, tercero los gritos y al final lo que se queda en cada uno de nosotros. Porque un torero de arte subido a caballo sigue siendo de arte. Porque poner la vara en lo alto, tras una arrancada de lejos, echando la vara de verdad, cargando la suerte, es lo mismo que bajar las manos, meter los riñones y matarnos con una media, pero no es igual. Morante no se había ido, montaba un caballo, haciendo gala de pureza en el cambio del de ala ancha por la gorrilla de los varilargueros. Movió al Alazán provocando la embestida, despacio llamó al castaño de la ganadería de Espartaco, lo vio llegar, dejó su firma y solamente sonrío. ¿Qué más puede hacerse cuando todo juega a nuestro favor, cuando sabemos que no se ha soñado?, aunque afirmo que quienes lo vimos al salir del escenario de verdad queremos creer haber vivido en el espacio onírico, porque de ser real, no hay más que ver. Debemos buscar otra pasión e intentar encontrar el momento justo y la persona idónea para que nos lleve de la mano en visita guiada por el éxtasis y como estamos conscientes de que el éxtasis no tiene rutas, entonces es mejor contarlo como sueño y volver cada vez a buscar entre las tardes de toros, a quien confunde arte con ficción, realidad con pureza. Volver por Morante, pero sobretodo, volver por nosotros y lo que dejamos con él.
(Madrid, 2004)
[1] Debo decir que la utilización del inicio de cada párrafo como se estructura en el segundo capítulo, es de inspiración del libro “Océano Mar” de Alessandro Baricco.
1 comentario:
Ole!, Ole! por los oficionados que tienen la capacidad de vibrar con el sentimiento que puede transmitir el ser testigo presencial de una faena de un torero de arte como Morante, pero tres OLES mas por los generosos que comparten con el resto de la afición lo que sienten en lo mas profundo de su corazon cuando viven un espectáculo de estas dimenciones y nos dan un poco de ese sentimiento, ¡gracias!.
En hora buena Juan Sebastian!
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