Por Esteban Ortiz Mena
Aunque muy pocas personas se acuerden, a mi me sigue conmoviendo la forma en que un torero espera y recibe la muerte. Todas las sangres son rojas, todas salpican… pero no todas son iguales. Hay cosas que son incomprensibles y demuestran la grandeza del toreo. Luis Francisco Esplá nos devuelve a la realidad cuando, luego de una cornada en Céret que casi le cuesta la vida, dice: “esto entra en el sueldo”.
Por eso conmueve y asombra la espera del ser humano que se juega la vida por voluntad propia: las cornadas, los golpes, las lesiones provocadas por los toros son parte del ser torero. Son los gajes del oficio: la posibilidad de derramar sangre viene con la profesión. El torero lo sabe… lo tiene que tener asumido. Punto. Es la única forma de serlo.
Lo admirable es que lo haga de manera conciente. El torero, si no lo entiende así, debería cambiarse de profesión: podría ser abogado o dedicarse a escribir artículos para revistas de toros. Aunque igual se pasa miedo, es menor la probabilidad de que un toro pegue cornadas.
“¡Qué no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena”
Se lamentaba García Lorca. Pero estoy seguro de que Ignacio lo tenía asumido: ser torero es ser herido. Pensar en la posibilidad real de morir, sin quererlo. Por que torear es justamente, como decía Bergamín, “el arte del birlibirloque” con la conciencia del desenlace fatal.
Es lógico, ningún torero sale al ruedo pensando en la ruptura. Sin embargo el desafío es mayor: vencer al instinto. Por eso es asombroso e inentendible.
La realidad de la profesión es así de dura y exigente. Jugar con el riesgo cada tarde para crear arte venciendo el miedo y el instinto, aunque no guste la forma particular de interpretar el toreo –pero qué importa ¿acaso el gusto no es algo subjetivo?-, tiene mucho mérito. El hecho de estar ahí delante, debe por sí solo causar admiración “porque se trata de un arte en el límite de lo humano y en el límite de la vida: a la sombra de la muerte” dice Antonio Caballero. Por eso el torero es un héroe que dignifica su vida con la posibilidad de su propia muerte… y eso es desconcertante.
Lo profundo, en este caso, no tiene explicación, la belleza es subjetiva… lo único real es el miedo, el golpe, la cornada que entra en el sueldo y quien lo expresa lo comprende y asume (como un deber ser) de manera admirable. Los toros no son un espectáculo racional. Jamás lo ha sido y eso lo demuestra la forma como Esplá asume su profesión y las cornadas que recibe. Por eso mi admiración y respeto: ser torero es un grado que muy pocos alcanzan.
1 comentario:
Federico Nietzche decía que aquello que se hace por amor, está más allá del Bien y del Mal. Pensaríamos entonces que más allá del riesgo que asume el torero, se encuentra el amor al arte, al aplauso del público tras la faena heroica. Ambos, el torero y el toro dan su vida al mismo tiempo, al son único del desafío de su sangre. Nada son el uno sin el otro, toro y torero son la pareja del drama emocionante de la arena.
Publicar un comentario