Esteban Ortiz
El toreo es tan grande que desborda lo que sentimos, nos llena tanto el alma que logra humedecer nuestros ojos con mucha facilidad. En los toros, las lágrimas brotan sin explicación, por generación espontánea, cuando lo que se ve (y se siente) llega a los sentidos.
Por eso, el toreo es un ejercicio espiritual que carece de sonidos cuando brotan los sentimientos. Ejercicios de intimidad única, porque sólo el torero siente la inmensidad de lo que genera; y solo el espectador vive la intensidad de lo que esta viendo. Hasta las lágrimas.
Es que los toros están hechos de momentos y a mas intensidad, mas profundos se vuelven; más calan en nuestros sentidos. Ahí aprendí que en eso radica el arte: en revolver los sentimientos y llorar. “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” decía Unamuno… pues en eso también, porque el pensar es un sentir y “la emoción del toreo, para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese pensamiento conmovido” (Bergamín José, La música callada del toreo, ed. Tuner, Madrid 1994, p8.)
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