jueves, 16 de junio de 2011
Los toros no tienen como fin la muerte del animal/ Esteban Ortiz
Esteban Ortiz
El fin de las corridas de toros está relacionado con la técnica, el arte, la estética, la ética y la emoción. Por eso, ni las peleas de gallos ni las corridas de toros son un espectáculo que tienen como fin la muerte del animal. Nadie en sus cabales va a una plaza de toros a ver una matanza. ¡Para eso está el camal! El fin último de las corridas de toros está relacionado con un espectáculo cultural que provoca emoción cuando un hombre se enfrenta a una bestia y produce estética a través de sus movimientos.
El fin de la puesta en escena radica en crear ese colorido espectáculo que los aficionados van a ver. Inclusive, el toro tiene la posibilidad de regresar al campo si ha sido sumamente bravo. Justamente, el indulto del toro nos demuestra que el fin del espectáculo no radica en la muerte del animal.
Cualquiera que posea una mínima dosis de sensibilidad estética y se haya acercado a una plaza de toros comprobará que el sentido del espectáculo es la belleza plástica que se genera. Los espectadores van a apreciar esa belleza insólita, el ballet estilizado que burla a la muerte. Inclusive, la más elemental sociología cultural, en palabras de Andrés Amorós, nos dice que el destinatario, el público, forma parte de la obra de arte, influye también sobre la creación artística. Es decir, el espectador va a apreciar un espectáculo del cual forma parte. Más no de la muerte como tal, porque, como hemos visto, el fin es la creación de la belleza alrededor de la estética que forman toro y torero para generar emoción en los espectadores. Pues de eso se trata porque los toros son y hacen cultura. Sin la fiesta, en palabras del mismo Amorós, quedarían ayunos museos, bibliotecas, cinematecas y teatros; ni los más ajenos a ella podrían disfrutar de mucha poesía y literatura; oyendo óperas, cuplés e infinita música popular. Pero, además, los toros son cultura por derecho; han fraguado tradiciones, forman parte de la psicología colectiva; constituyen un mito, un rito, una de las máximas simbologías comunes, trascendiendo en enorme medida el propio lenguaje. Cultura del toro bravo. Cultural de la lidia con su técnica, arte, estética y ética. Cultura de la fiesta en sí, acontecimiento tan popular como culto.
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