Por Antonio Díaz-Cañabate
ABC
Madrid, 5 de junio de 1970
Paco Camino es un hombre muy de hoy. Probablemente no tiene idea de lo que fue el romanticismo, de que hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que se vivía románticamente, lo que equivalía a conceder importancia a bastantes cosas que muchas de ellas no reportaban provecho aparente. Por ejemplo, los suspiros de la mujer amada. Los románticos la tenían tomada con los suspiros. En cuando veían a la amada con semblante risueño, le preguntaban alarmados: "¿Qué te pasa? ¿Ya no me quieres? Estás tan contenta que sospecho que quieres a otro." La amada se ponía seria. Suspiraba. Y suspiraba al pensar: "¡Qué pedazo de idiota es este pelmazo!" El pelmazo, al recibir el suspiro, se alborotaba: "¡Oh, sí, perdóname, sol de mis días; el oírte suspirar es la señal de que tu cariño comprende al mío, que somos el uno para el otro hasta más allá de la tumba!" La tumba, los suspiros, las lágrimas, el dolorido sentir y otras zarandajas de este jaez constituían el encanto romántico. El dinero se despreciaba o poco menos. Se cotizaba la melancolía, la tristeza. Entusiasmaban los disgustos.
Paco Camino posiblemente desconoce todo esto. Es un hombre muy de hoy. Eligió la profesión de torero. Ha triunfado en ella. Ha recolectado laureles y dinero. Está en las doradas cimas de la torería, Pero el romanticismo es un diablillo enredador que de vez en cuando hace una de las suyas. El romanticismo es como el picotazo de un insecto que inocula en la picadura un veneno inofensivo, aunque virulento en las consecuencias del picotazo. A Paco Camino le entró la comezón de torear seis toros en Madrid. Hace unas temporadas se malogró el intento. En esta de 1970 el desasosiego del apetito de torearlos se recrudeció. Se ofrece a la empresa para realizar su acuciante propósito en la feria de San Isidro. NO se llega a un acuerdo. El picor no cede. Aumenta en intensidad. Paco Camino se ofrece a torear los seis toros en la corrida de Beneficencia. ¿Dinero? La desazón romántica se imponte. Nada de dinero. Gratuitamente, para que la corrida sea realmente de beneficencia. ¿Toros? Seis de seis vacadas. ¿Cuáles? Las de más abolengo, las de mayor antigüedad. Juan Pedro Domecq, con hierro de Veragua y antigüedad de 1790. La de Carlos Urquijo, los antiguos murubes, 1848; Miura, 1849; Pablo Romero, 1888. Joaquín Buendía, antes Santa Coloma, 1908. Y la más moderna, la de los Herederos de don Manuel Arranz, 1928.
Este cartel se lanza a los vientos de la publicidad. Ha terminado hace unos días la feria de San Isidro. En ella hubo de todo. Toros y toritos. Toreros y sucedáneos. Paco Camino, que es un torero, quedó fuera. Tampoco fue a la Feria de Sevilla. ¿Qué le pasa a Paco Camino? Ni él mismo lo sabía. La picadura del insecto romántico no la notó cuando se produjo. NO dejó rastro en su piel. El veneno del romanticismo se asienta insensiblemente en su ánimo. Ánimo de hombre de hoy. Pero a su alma, a su pensamiento, a su intención había llegado un eco romántico, el eco de unas palabras que decían: "Torea seis toros en Madrid. Es un gesto de ayer, de cuando los toreros eran románticos y ansiaban suspiros de amantes, hazañas para provocarlos. Mata seis toros gratis a beneficio del Hospital Provincial. Torea seis toros, no para el público, para ti, para tu satisfacción de torero, para los amantes de suspiros". Queda señalada la fecha. Jueves 4 de junio de 1970.
A las diez de la mañana del miércoles acudo a la calle de la Victoria. A esa hora se abría el despacho de billetes para los no abonados. Al entrar en la calle de la Cruz, mis ojos atónitos contemplan una larguísima cola que daba toda la vuelta a la muy amplia manzana donde radican las taquillas. Años, largos años que no veía tal aglomeración. La ansiedad se refleja en todos los rostros. Ansiedad que demandaba. "¿Llegaremos a tiempo? ¿Quedarán localidades?". Al cabo de breve tiempo no quedaba un una en los despachos de la empresa ni en los de la reventa autorizada. ¿A qué se debía tal angustia? Al eco romántico que había transmitido el gesto de Paco Camino.
Por la plaza rebosante se extiende un clamor. No es el habitual. No es algarero. No es la bullanga que acompaña siempre a una multitud. Es un rumor sordo, contenido, ancho, dilatado, difuso. Pocos somos los que comprendemos su origen. Sólo los viejales. Es el eco romántico.
Clarinea el clarín. Los alguacilillos llegan a la puerta de cuadrillas. Paco Camino surge. Va vestido de rico carmesí y oro. Una ovación lo acoge. No es la rutinaria. Es la ovación que llega de lejos, de allá de los tiempos en los que un suspiro de mujer era una prenda de amor. A mi lado suspira una mujer de hoy. Su esposo le demanda: “¿Por qué suspiras?” La respuesta son estos dos vocablos “¡Hijo mío!” El eco romántico vibra en todos los ánimos. Los nervios, en tensión.
Todos los nervios, menos los de Paco Camino. Millones de personas han visto la corrida a través del milagro de la televisión. Detallarla es trabajo baldío. Los nervios de Paco Camino estaban serenos. En ningún momento ha fallado esta serenidad traducida en regularidad. No existieron altibajos. Sólo en dos momentos esta regularidad se altera. La estocada al primer toro. La faena de muleta al sexto. La estocada fue bellísima. La faena de muleta, meritísima. El toro no iba por su voluntad. Era el torero el que lo obligaba, de frente, a la distancia conveniente, con el temple unido al mando, con la armonía del ritmo y la textura de la limpieza. Estos dos momentos sobrepasaron la regularidad, alcanzaron lo extraordinario, la pureza y la belleza del arte de torear.
Sólo un toro, el de don Juan Pedro Domecq, sustituto del de Pablo Romero, el más toro de la corrida, rechazado por cojo, se prestó no enteramente a colaborar con el torero. Para mí lo sobresaliente de la corrida fue que Paco Camino toreó a cada uno de los siete toros con arreglo a su condición, Y esto, para mí, y creo que para todo el mundo, es el toreo. Ni la floritura a destiempo, ni el seco clasicismo, ni la falsa espectacularidad, ni la concesión de un público no taurino, ni mucho menos los pases mecánicos y rutinarios. A cada toro lo suyo. A unos más pases y a otros menos, pero siempre los justos, y lo que es mejor, los ajustados a su condición. Facilidad y decisión para matar. En el sobrero de Domecq, dos pinchazos y una estocada citando a recibir, eco romántico si los hay. Un quite por chicuelitas soberbio, hasta el punto que no parecían chicuelitas, sino destellos primorosos del donaire andaluz, es decir, lo que en verdad son.
Podría multiplicar los muy buenos detalles que abundaron en la regularidad de la lidia de los siete toros, pues lidió uno más de don Felipe Bartolomé. Las faenas fueron variadas, así como algún quite que otro. Vimos pases ayudados de pie y rodilla en tierra, lances de capa en esta postura que le resultó muy torera. Vimos, en fin, a un torero desenvolverse con toda desenvoltura en siete toros, sin una caída en el desmayo, ni en lo desgraciado, ni en lo espectacular.
Fue aclamado constantemente y cortó creo que ocho orejas. El eco romántico se convirtió en explosión. Los suspiros en alegría. Había un torero en el ruedo. No se necesitaba más. Por esto suspirábamos hace tiempo los que deseamos una fiesta auténtica. Paco Camino nos ha hecho suspirar hondo. Nos hemos quedado tan a gusto. El eco romántico de Paco Camino ha resonado en toda la España taurina. ¡Adelante con los faroles de las luminarias del verdadero arte de torear!
ABC
Madrid, 5 de junio de 1970
Paco Camino es un hombre muy de hoy. Probablemente no tiene idea de lo que fue el romanticismo, de que hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que se vivía románticamente, lo que equivalía a conceder importancia a bastantes cosas que muchas de ellas no reportaban provecho aparente. Por ejemplo, los suspiros de la mujer amada. Los románticos la tenían tomada con los suspiros. En cuando veían a la amada con semblante risueño, le preguntaban alarmados: "¿Qué te pasa? ¿Ya no me quieres? Estás tan contenta que sospecho que quieres a otro." La amada se ponía seria. Suspiraba. Y suspiraba al pensar: "¡Qué pedazo de idiota es este pelmazo!" El pelmazo, al recibir el suspiro, se alborotaba: "¡Oh, sí, perdóname, sol de mis días; el oírte suspirar es la señal de que tu cariño comprende al mío, que somos el uno para el otro hasta más allá de la tumba!" La tumba, los suspiros, las lágrimas, el dolorido sentir y otras zarandajas de este jaez constituían el encanto romántico. El dinero se despreciaba o poco menos. Se cotizaba la melancolía, la tristeza. Entusiasmaban los disgustos.
Paco Camino posiblemente desconoce todo esto. Es un hombre muy de hoy. Eligió la profesión de torero. Ha triunfado en ella. Ha recolectado laureles y dinero. Está en las doradas cimas de la torería, Pero el romanticismo es un diablillo enredador que de vez en cuando hace una de las suyas. El romanticismo es como el picotazo de un insecto que inocula en la picadura un veneno inofensivo, aunque virulento en las consecuencias del picotazo. A Paco Camino le entró la comezón de torear seis toros en Madrid. Hace unas temporadas se malogró el intento. En esta de 1970 el desasosiego del apetito de torearlos se recrudeció. Se ofrece a la empresa para realizar su acuciante propósito en la feria de San Isidro. NO se llega a un acuerdo. El picor no cede. Aumenta en intensidad. Paco Camino se ofrece a torear los seis toros en la corrida de Beneficencia. ¿Dinero? La desazón romántica se imponte. Nada de dinero. Gratuitamente, para que la corrida sea realmente de beneficencia. ¿Toros? Seis de seis vacadas. ¿Cuáles? Las de más abolengo, las de mayor antigüedad. Juan Pedro Domecq, con hierro de Veragua y antigüedad de 1790. La de Carlos Urquijo, los antiguos murubes, 1848; Miura, 1849; Pablo Romero, 1888. Joaquín Buendía, antes Santa Coloma, 1908. Y la más moderna, la de los Herederos de don Manuel Arranz, 1928.
Este cartel se lanza a los vientos de la publicidad. Ha terminado hace unos días la feria de San Isidro. En ella hubo de todo. Toros y toritos. Toreros y sucedáneos. Paco Camino, que es un torero, quedó fuera. Tampoco fue a la Feria de Sevilla. ¿Qué le pasa a Paco Camino? Ni él mismo lo sabía. La picadura del insecto romántico no la notó cuando se produjo. NO dejó rastro en su piel. El veneno del romanticismo se asienta insensiblemente en su ánimo. Ánimo de hombre de hoy. Pero a su alma, a su pensamiento, a su intención había llegado un eco romántico, el eco de unas palabras que decían: "Torea seis toros en Madrid. Es un gesto de ayer, de cuando los toreros eran románticos y ansiaban suspiros de amantes, hazañas para provocarlos. Mata seis toros gratis a beneficio del Hospital Provincial. Torea seis toros, no para el público, para ti, para tu satisfacción de torero, para los amantes de suspiros". Queda señalada la fecha. Jueves 4 de junio de 1970.
A las diez de la mañana del miércoles acudo a la calle de la Victoria. A esa hora se abría el despacho de billetes para los no abonados. Al entrar en la calle de la Cruz, mis ojos atónitos contemplan una larguísima cola que daba toda la vuelta a la muy amplia manzana donde radican las taquillas. Años, largos años que no veía tal aglomeración. La ansiedad se refleja en todos los rostros. Ansiedad que demandaba. "¿Llegaremos a tiempo? ¿Quedarán localidades?". Al cabo de breve tiempo no quedaba un una en los despachos de la empresa ni en los de la reventa autorizada. ¿A qué se debía tal angustia? Al eco romántico que había transmitido el gesto de Paco Camino.
Por la plaza rebosante se extiende un clamor. No es el habitual. No es algarero. No es la bullanga que acompaña siempre a una multitud. Es un rumor sordo, contenido, ancho, dilatado, difuso. Pocos somos los que comprendemos su origen. Sólo los viejales. Es el eco romántico.
Clarinea el clarín. Los alguacilillos llegan a la puerta de cuadrillas. Paco Camino surge. Va vestido de rico carmesí y oro. Una ovación lo acoge. No es la rutinaria. Es la ovación que llega de lejos, de allá de los tiempos en los que un suspiro de mujer era una prenda de amor. A mi lado suspira una mujer de hoy. Su esposo le demanda: “¿Por qué suspiras?” La respuesta son estos dos vocablos “¡Hijo mío!” El eco romántico vibra en todos los ánimos. Los nervios, en tensión.
Todos los nervios, menos los de Paco Camino. Millones de personas han visto la corrida a través del milagro de la televisión. Detallarla es trabajo baldío. Los nervios de Paco Camino estaban serenos. En ningún momento ha fallado esta serenidad traducida en regularidad. No existieron altibajos. Sólo en dos momentos esta regularidad se altera. La estocada al primer toro. La faena de muleta al sexto. La estocada fue bellísima. La faena de muleta, meritísima. El toro no iba por su voluntad. Era el torero el que lo obligaba, de frente, a la distancia conveniente, con el temple unido al mando, con la armonía del ritmo y la textura de la limpieza. Estos dos momentos sobrepasaron la regularidad, alcanzaron lo extraordinario, la pureza y la belleza del arte de torear.
Sólo un toro, el de don Juan Pedro Domecq, sustituto del de Pablo Romero, el más toro de la corrida, rechazado por cojo, se prestó no enteramente a colaborar con el torero. Para mí lo sobresaliente de la corrida fue que Paco Camino toreó a cada uno de los siete toros con arreglo a su condición, Y esto, para mí, y creo que para todo el mundo, es el toreo. Ni la floritura a destiempo, ni el seco clasicismo, ni la falsa espectacularidad, ni la concesión de un público no taurino, ni mucho menos los pases mecánicos y rutinarios. A cada toro lo suyo. A unos más pases y a otros menos, pero siempre los justos, y lo que es mejor, los ajustados a su condición. Facilidad y decisión para matar. En el sobrero de Domecq, dos pinchazos y una estocada citando a recibir, eco romántico si los hay. Un quite por chicuelitas soberbio, hasta el punto que no parecían chicuelitas, sino destellos primorosos del donaire andaluz, es decir, lo que en verdad son.
Podría multiplicar los muy buenos detalles que abundaron en la regularidad de la lidia de los siete toros, pues lidió uno más de don Felipe Bartolomé. Las faenas fueron variadas, así como algún quite que otro. Vimos pases ayudados de pie y rodilla en tierra, lances de capa en esta postura que le resultó muy torera. Vimos, en fin, a un torero desenvolverse con toda desenvoltura en siete toros, sin una caída en el desmayo, ni en lo desgraciado, ni en lo espectacular.
Fue aclamado constantemente y cortó creo que ocho orejas. El eco romántico se convirtió en explosión. Los suspiros en alegría. Había un torero en el ruedo. No se necesitaba más. Por esto suspirábamos hace tiempo los que deseamos una fiesta auténtica. Paco Camino nos ha hecho suspirar hondo. Nos hemos quedado tan a gusto. El eco romántico de Paco Camino ha resonado en toda la España taurina. ¡Adelante con los faroles de las luminarias del verdadero arte de torear!
1 comentario:
Eco romántico, este tipo que alma noble va a tener , tengo entendido que mato sin piedad alguna a un toro llamado lobito, que dicho x sus dueños era un toro noble y juguetón , que si lo hubiera querido matar a el señor torero lo hubiera matado de una.no le importo la petición del público quienes sacaron pañuelos blancos para que le perdonará la vida...un desalmado más .......
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