jueves, 7 de julio de 2011
Los aficionados / Esteban Ortiz
Es curioso como en un espectáculo tan apasionante como los toros, logran formar parte del juego tres actores primordiales: toro, torero y público.
El protagonismo lo tiene el toro, eje central y primordial de la fiesta. El torero es el artista, el creador en esencia ya que será quien con su técnica e inteligencia cautive al toro y logre, gracias a la conjunción de ambos, una creación estética que genere emoción. El público... Como dice Andrés Amoros, “¿Escribiría algo Robinson Crusoe si estuviera seguro de permanecer siempre, solo, en la isla desierta? Quizá no. Escribimos para alguien. Y también para nosotros mismos, claro está. Las dos cosas no se oponen, en realidad. Cualquiera que haya hecho alguna labor de creación artística lo sabe de sobra. Lo mismo sucede con la tauromaquia. Recordemos la frase impresionante de Rafael el Gallo: Torear es tener un misterio que decir y decirlo”.
Este “decir y decirlo” debe ser una expresión interna y a la vez escuchada por un público que acude a la representación. Y lo que se dice, se lo debe decir con arte.
El público taurino es aquel que se involucra y forma parte de un rito. En ningún otro espectáculo la labor del público es tan importante como en el mundo de los toros. Es el único espectáculo de masas donde el espectador se convierte en protagonista y parte fundamental del espectáculo. Así, el público no asiste pasivamente a las corridas de toros y su presencia, activa, condiciona todo el espectáculo: aprecia, exige, valora, impide fraudes, estimula, censura, premia.
Pero hay que distinguir y diferenciar al espectador del aficionado. El público es uno sólo, que engloba a la generalidad de personas que acuden a una plaza de toros. Pero el grado de apasionamiento, involucramiento y conocimiento separan al aficionado del simple espectador.
Ambos son necesarios y participan dentro del espectáculo: el interesado espectador irá a la plaza en busca de diversión, saciar su necesidad por ver un espectáculo que le atrae. El aficionado es el apasionado, el que genera opinión con conocimiento, como público, durante de la lidia pero además se involucra, conoce, lee y se interesa como si esa fuera su profesión. Usualmente se reúne a discutir de toros, participa activamente, busca corridas de toros para ver, intenta crear afición, se preocupan por que la fiesta guarde un rumbo.
No todos los espectadores son aficionados. Comúnmente son pocos los que se involucran de manera directa, pero no existe limitación para que alguien lo sea. Se requieren tres elementos esenciales para ser un buen aficionado: entusiasmo, pasión y gusto por los toros.
Es tanta la pasión que sienten los aficionados, que deben trasladar toda esa emoción a otras actividades que les permita complementar su afición. Por que la afición no se limita a acudir a una plaza de toros; sino a vivir intensamente con cada detalle y actividad que se realiza. Es una manera de liberar una necesidad generada por una pasión por los toros. Estas actividades, para el aficionado a carta cabal, constituye una forma de vida. Alimenta su espíritu y forma parte de su quehacer. Porque es una pasión que desborda lo que se ve o se siente en una plaza. Y no estoy exagerando. Cada aficionado es un mundo y manifiesta su forma de entender su afición de un modo muy particular.
Los aficionados son esos profesionales del toreo que no ganan un centavo por la actividad que realizan. Es más, usualmente les cuesta más de lo que ganan. Pero la forma de retribución no se mide en dinero, sino en una satisfacción personal generada por un espectáculo por el que siente verdadera pasión. La actividad que realiza se centra en dos frentes: en la plaza, mientras dura el espectáculo taurino; y, fuera de ella. Es fácil comprender cuál puede ser la labor del aficionado durante el espectáculo: pide trofeos como el resto de espectadores, es referencia en la plaza para conocer sobre el desarrollo de la lidia.
De todos modos, las agrupaciones de peñas y aficionados están comprometidos con la fiesta sin que les mueva ningún tipo de interés, salvo el de llevar su afición de la manera más acorde a su forma de concebirla. Es interesante y curioso ya que el aficionado siempre está pendiente de lo que ocurre dentro y fuera de la plaza. Inclusive los hay aquellos que torean: los aficionados prácticos.
Es interesante ver como se puede lograr realizar actividades, sin que exista un incentivo económico, con mucho éxito movidos por una pasión. Ahí está la virtud. Sin embargo, Ortega y Gasset dice: “La misión de todo aficionado no es hablar de toros seriamente, sino apasionadamente. De no hacerlo así faltaría a su cometido y quedaría amputado todo un hemisferio de la fiesta taurina consistente en la resonancia inacabable de lo que acontece dentro de las plazas, en las tenaces e incesantes discusiones alrededor de las mesas en tabernas y cafés”.
Por eso, si el espectador se debe dejar sentir, escuchar, el aficionado debe involucrarse. Es otra forma de disfrutar... ahí está la cuestión.
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