Por Alfonso Navalón
El buen gusto y la prestancia han predominado en los toreros. Cada uno vestía con arreglo a su personalidad. Salvo la rareza de Palomo Linares que nunca se puso el oro de los matadores, casi todos han cuidado llevar una ropa entonada a cada tarde y cada plaza. Hubo innovadores de exquisito gusto, como Rafael Albaicín, con bordados antiguos diseñados por su padre y padrino, el gran pintor Ignacio Zuloaga. Luis Miguel trajo la extravagancia de los trajes ligeritos de adornos o la excentricidad de colocarse una media de seda como corbata. Camino tenía la manía de no ponerse faja porque decía que lo hacía más bajito. En contadas ocasiones se permitían el capricho de usar la plata o el azabache propios de los peones, pero muy enriquecidos. Hay una foto preciosa de Cagancho vestido de negro y plata y un cuadro de Antonio Bienvenida vestido de grana y azabache. Los grandes maestros han usado con cierta frecuencia los ternos de azabache pero con la seda muy atrevida como el grana, el azul purísima o el blanco. Joselito (el de verdad) fue el primero que vistió de negro total, como luto por su madre la ‘Señá’ Gabriela. Ahora proliferan los vestidos funerarios, absorbiendo los brillos del azabache con la seda negra o morado intenso. En las últimas ferias daba pena ver a Finito en San Sebastián y Abellán en Bilbao con esos trajes funerarios que hacían daño a la vista. Si a ciertos toreros, tristes de por sí, les da por vestirse de entierro, resulta doblemente doloroso soportarlos en la plaza.
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