Diario Hoy, 3 de diciembre de 2009
Extraño esa capacidad de llanto y alarido. Correr con lágrimas en los ojos sin que importe nada más que el lamento (y los motivos que lo producen) es algo que asombrosamente olvidamos con el tiempo.
Pero el toreo nos devuelve, aunque sea a ratos, la posibilidad de que la emoción se transforme en lágrima. El toreo es tan grande que desborda lo que sentimos, nos llena tanto el alma que logra humedecer nuestros ojos con mucha facilidad. En los toros, las lágrimas brotan sin explicación, por generación espontánea, cuando lo que se ve (y se siente) llega a los sentidos. Si no, pregúntenle a los 14 mil espectadores que fueron ayer a disfrutar del festival benéfico.
Quizás Castella fue más estético o El Juli más profundo, que cortaron una oreja, Adame más alegre que cortó dos… pero Martín Campuzano puso lo emotivo. Así como puso de cabeza una plaza que le devolvió su cariño.
Así lloró en silencio Martín Campuzano. Lloró Rafaela, su hermana, que no dejaba de temblar, contagiada por la intensidad de lo que su hermano creaba y el público entregado veía. Los toros están hechos de momentos y a más intensidad, más profundos se vuelven; más calan en nuestros sentidos. En eso radica el arte: en revolver los sentimientos. “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” decía Unamuno… pues en eso también, porque el pensar es un sentir y “la emoción del toreo, para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese pensamiento conmovido”, sentenciaba Bergamín. Eso sucede cuando a una profesión sacrificada se le devuelve entrega y pundonor.
Le correspondió en suerte un extraordinario novillo de Vistahermosa, otro de los culpables de que hayamos vivido momentos de intensidad que fue premiado con la vuelta al ruedo y las dos orejas para el ecuatoriano.
La gente vino por el Juli y Castella (estaba repleta la plaza, tanto que hasta las astas de las banderas estaban llenas), que no defraudaron, pero terminó entregándose con Martín Campuzano, porque esta vez, él se entregó con Quito. Y nos hizo emocionar.
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