Por Esteban Ortiz Mena
¿Cuántas veces cierra uno los ojos para no ver y cuántas para ver mejor? Me lo pregunto porque creo pensar que la diferencia entre una cosa y otra puede ayudarnos a elegir mejor. Qué fácil es cerrar los ojos y llenarlos con nuestras más privadas y liberadoras fantasías y que pocas veces lo hacemos.
Julio Cortázar decía “cuántas veces habré empezado o terminado una frase con los ojos cerrados”. Cerramos los ojos cuando pasamos por una panadería y percibimos el olor que las bendice. Cuando sentimos aquella música que repleta nuestros sentidos o al llegar a una plaza con la ilusión de que algo puede pasar y suspiramos sólo con pensar en aquello. Con los ojos cerrados sin duda se ve mejor.
He visto toreros que, en su intimidad, cierran los ojos antes de que salga el toro en el burladero de matadores ensimismados en sus pensamientos. Me resisto a creer que se trate de miedo (aunque una buena dosis de aquello exista) si no que creo que se acerca más a lo de Cortázar. Ahí empieza a fluir la inspiración.
Ayer Castella toreó con los ojos cerrados. Dos faenones dos, de toreo grande. Es un torero que está a un nivel altísimo y en cualquier fase de la lidia se le ve a gusto. No hizo más que torear y darse el lujo de indultar un toro que fue de menos a más. Pudo haber cortado dos orejas más, pero ya daba igual porque el toreo había trascendido. Esos trofeos hubieran servido únicamente para aquellos que gustan de los números y las estadísticas.
Luis Bolívar fue más artesano que artista. Cortó dos orejas trabajadas, una en cada toro, con faenas de distinta intensidad. Pero si Bolívar salió en hombros fue por la ejecución de la suerte suprema. ¡Cómo mató a sus dos toros!
Huagrahuasi se reivindicó con una corrida noble en su mayoría. El indulto, excesivo o no, es un premio para la labor del ganadero y un triunfo de la fiesta. Pues ni más ni menos, más bien más, en una tarde cortazariana, para cerrar los ojos (al inicio y al final) y recordar.
¿Cuántas veces cierra uno los ojos para no ver y cuántas para ver mejor? Me lo pregunto porque creo pensar que la diferencia entre una cosa y otra puede ayudarnos a elegir mejor. Qué fácil es cerrar los ojos y llenarlos con nuestras más privadas y liberadoras fantasías y que pocas veces lo hacemos.
Julio Cortázar decía “cuántas veces habré empezado o terminado una frase con los ojos cerrados”. Cerramos los ojos cuando pasamos por una panadería y percibimos el olor que las bendice. Cuando sentimos aquella música que repleta nuestros sentidos o al llegar a una plaza con la ilusión de que algo puede pasar y suspiramos sólo con pensar en aquello. Con los ojos cerrados sin duda se ve mejor.
He visto toreros que, en su intimidad, cierran los ojos antes de que salga el toro en el burladero de matadores ensimismados en sus pensamientos. Me resisto a creer que se trate de miedo (aunque una buena dosis de aquello exista) si no que creo que se acerca más a lo de Cortázar. Ahí empieza a fluir la inspiración.
Ayer Castella toreó con los ojos cerrados. Dos faenones dos, de toreo grande. Es un torero que está a un nivel altísimo y en cualquier fase de la lidia se le ve a gusto. No hizo más que torear y darse el lujo de indultar un toro que fue de menos a más. Pudo haber cortado dos orejas más, pero ya daba igual porque el toreo había trascendido. Esos trofeos hubieran servido únicamente para aquellos que gustan de los números y las estadísticas.
Luis Bolívar fue más artesano que artista. Cortó dos orejas trabajadas, una en cada toro, con faenas de distinta intensidad. Pero si Bolívar salió en hombros fue por la ejecución de la suerte suprema. ¡Cómo mató a sus dos toros!
Huagrahuasi se reivindicó con una corrida noble en su mayoría. El indulto, excesivo o no, es un premio para la labor del ganadero y un triunfo de la fiesta. Pues ni más ni menos, más bien más, en una tarde cortazariana, para cerrar los ojos (al inicio y al final) y recordar.
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