Por Esteban Ortiz Mena
Ayer Tendero sufrió una cornada en su primer toro lo que nos hizo recordar la posibilidad de la tragedia. Que se reivindica con la propia sangre de un torero, un ser humano que vence el instinto, aunque no siempre lo logra.
Todas las sangres son rojas, todas salpican… pero no todas son iguales. Hay cosas que son incomprensibles y demuestran la grandeza del toreo. Por ejemplo, Luis Francisco Esplá nos devuelve a la realidad cuando, luego de una cornada en Céret que casi le cuesta la vida, dice: “esto entra en el sueldo”.
Por eso conmueve y asombra la espera del ser humano que se juega la vida por voluntad propia: las cornadas, los golpes, las lesiones provocadas por los toros son parte del ser torero. Son los gajes del oficio: la posibilidad de derramar sangre viene con la profesión. El torero lo sabe… lo tiene que tener asumido. Punto. Es la única forma de serlo. Si no lo entiende así, debería cambiarse de profesión: podría ser abogado o dedicarse a escribir notas para los periódicos.
Jugar con el riesgo cada tarde para crear arte venciendo el miedo y el instinto, aunque no guste la forma particular de interpretar el toreo –pero qué importa ¿acaso el gusto no es algo subjetivo?-, tiene mucho mérito. Por eso el torero es un héroe que dignifica su vida con la posibilidad de su propia muerte.
A Almeida le quedó grande el compromiso. Fue una papeleta demasiado exigente para un novillero que se le vio sin oficio.
La novillada de Trinidad fue buena. Sobre todo el segundo, un toro con muchísima calidad que fue premiado con la vuelta al ruedo. La particularidad fue que salieron cuatro jaboneros, esto para aquellos que gustan de las estadísticas. Sin embargo, su buen comportamiento pudo haber hecho que el resultado del festejo fuera otro, si los actuantes hubieran estado a la altura de las circunstancias. Otra vez será.
Ayer Tendero sufrió una cornada en su primer toro lo que nos hizo recordar la posibilidad de la tragedia. Que se reivindica con la propia sangre de un torero, un ser humano que vence el instinto, aunque no siempre lo logra.
Todas las sangres son rojas, todas salpican… pero no todas son iguales. Hay cosas que son incomprensibles y demuestran la grandeza del toreo. Por ejemplo, Luis Francisco Esplá nos devuelve a la realidad cuando, luego de una cornada en Céret que casi le cuesta la vida, dice: “esto entra en el sueldo”.
Por eso conmueve y asombra la espera del ser humano que se juega la vida por voluntad propia: las cornadas, los golpes, las lesiones provocadas por los toros son parte del ser torero. Son los gajes del oficio: la posibilidad de derramar sangre viene con la profesión. El torero lo sabe… lo tiene que tener asumido. Punto. Es la única forma de serlo. Si no lo entiende así, debería cambiarse de profesión: podría ser abogado o dedicarse a escribir notas para los periódicos.
Jugar con el riesgo cada tarde para crear arte venciendo el miedo y el instinto, aunque no guste la forma particular de interpretar el toreo –pero qué importa ¿acaso el gusto no es algo subjetivo?-, tiene mucho mérito. Por eso el torero es un héroe que dignifica su vida con la posibilidad de su propia muerte.
A Almeida le quedó grande el compromiso. Fue una papeleta demasiado exigente para un novillero que se le vio sin oficio.
La novillada de Trinidad fue buena. Sobre todo el segundo, un toro con muchísima calidad que fue premiado con la vuelta al ruedo. La particularidad fue que salieron cuatro jaboneros, esto para aquellos que gustan de las estadísticas. Sin embargo, su buen comportamiento pudo haber hecho que el resultado del festejo fuera otro, si los actuantes hubieran estado a la altura de las circunstancias. Otra vez será.
2 comentarios:
HEY CÉSARES
DE QUITO
LOS TOROS QUE VAN A MORIR
EN SU NOMBRE
OS SALUDAN!
el toro jamas se extinguirá gracias a esta fiesta. Lo que sí debería extinguirse son los búhos humanos, esos rapaces de la cultura como el ejemplar de arriba. Ya quedan pocos y con poca fuerza.
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