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El toreo de Morante, suspira y aletea por encima del ruido. Y crea un silencio en la memoria. Tiene el cite de Morante también ese peso de plomo masculino tan de Ordóñez. Como en los versos de García Montero, el torero no medita el cuerpo que ofrece: por eso sé de amor/por eso no medito el cuerpo que te doy/por eso cuido tanto las cosas que te digo. Es ese cuidado por el lenguaje del toreo: el andar, el modo de adelantar el capote, de presentarlo bailado, de girar el cuerpo a la vez, de situarse en esa ola gigante que empujan los pitones del toro, el toque, lo natural de la colocación, por el lance sublimado y poético, por la sangre que fluye en este torero también tan valiente. No hubo torero artista más quieto, ni femoral más tranquila y dispuesta. Recordé a Morante antes de dormir, olvidado de todo, por encima del ruido, toreando y para sí, escuchando el violín de la muleta planchada, la danza de la colocación, el hueco de silencio que abre el temple, su empaque distinto y lorquiano, ese apresto tan torero que tienen los avíos de Morante de la Puebla.
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