Por Alfonso Navalón
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Los grandes sentimientos son difíciles de explicar. Y de contar. La vida está llena de renuncias o de ausencias que no valoras hasta que pasa el tiempo. Cuando menos lo piensas acaba de pasarte algo irreparable. Por eso son tan tristes las despedidas. Lo malo es cuando te das cuenta que has perdido algo, después de pasar mucho tiempo. Se me encogía el alma cuando vivía enamorado de la ganadería y llegaba el camión para llevarse a los toros que habías criado amorosamente durante cinco largas primaveras. Un camión de toros es como aquellas furgonetas donde cargaban a los presos para fusilarlos en medio del campo. Un día sentí tal congoja que me puse a llorar cuando rodaba de una estocada aquel toro ‘Caminero’ al que tantas veces admiré en la quietud de los valles. Rompí a llorar en la plaza de Haro cuando le daban la vuelta al ruedo. Luego te vas insensibilizando y acabas por verlos partir al sacrificio sin más preocupación que cobrar la corrida y tener la suerte de que salgan buenos para que te compren más. Otro día sentí una larga congoja cuando encontré muerto aquel canario dorado que nos alegraba con la fantasía de sus trinos. Cuanto más vives, más cosas vas perdiendo. Más muertos vas dejando atrás. O será que tú mismo te vas muriendo un poco en cada despedida. Antes lloraban los mozos cuando se iban a la mili. Al ver llorar a sus madres. Desde la literatura clásica la marcha del soldado es un vivero de melancolías. «Pasó un día y otro día / Un mes y otro mes pasó / Y de Flandes no volvía / Diego que a Flandes partió». Su novia se quedó triste en lo alto del otero desde donde lo vio marchar por la última curva del camino. Y todas las tardes volvía al mismo sitio con la esperanza de verlo volver. Es desgarradora esa escena del cadáver del soldado llevando la última carta de la novia en el bolsillo del corazón. En los grandes amores nunca se sabe si sufre más quien se queda o quien se va. Cuando se rompe el cariño, alguien queda en casa y alguien se marcha con la maleta sabe Dios dónde. La casa se llena de vacíos y de recuerdos. Cada día que pasa la soledad es más densa. El que se marcha echa de menos todo lo que ha dejado. Incluso cuando la convivencia ya es imposible, cuando no hay más solución que andar cada uno su camino. En medio de los rencores de la pareja rota, siempre queda una nostalgia íntima, incluso cuando pasa ese año y medio en que se curan las heridas de los amores eternos. El dolor dura ese año largo. Después sólo queda la rabia, el despecho o la dulce melancolía cuando se mueven los rescoldos de la felicidad perdida. Luego te acomodas como los pájaros que cambian de nido o los jabalíes que hacen la cama en la espesura de un monte nuevo. Cuando vuelves de tu último viaje a América sientes la desazón de no disfrutar jamás de los viejos amigos, o de aquel atardecer entre la caricia del trópico. Y piensas con quién se habrá casado la última novia trigueña que se quedó llorando cuando subías al último avión. Cada mañana te despides de tu propia vida cuando dejas ese mechoncito de pelos entre las púas del peine. Ese pelo que sabía tanto de tu caminar por el mundo y que se pierde para siempre en el sumidero de la cloaca.
3 comentarios:
A mi forma de ver, un ganadero nunca se insensibiliza ante la muerte de uno de sus bureles, peor aun su "único" anhelo es sacar buenas reses para que le compren el próximo año y llenarse el bolsillo de dinero. El ganadero es mucho más que eso, es pasión, sentimiento, preocupaciones, alegrías, penas, intensidad, desventuras, triunfos, etc.
y es uno de los mejores aficionados de la fiesta, si no el más.
Un buen ganadero, es un gran artista.
el blog debería ser libre, le guste o no al propietario las opiniones vertidas en el espacio.
eso quisiera que lo tomen como consejo.
me parece una falta de respeto, que a las personas, que escribamos con pasión nos limiten la forma de pensar o expresar lo que queramos en este medio, y que los artículos los tenga que examinar alguien que no conocemos.
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