viernes, 15 de febrero de 2008

LA EVOLUCIÓN DE LA NORMATIVA TAURINA Y SU FUNCIONAMIENTO DENTRO DE UNA CORRIDA DE TOROS/ Esteban Ortiz Mena



Por Esteban Ortiz Mena

Se ha discutido muchas veces si las normas deben ser anteriores a la realidad o es la realidad la que desborda el aparato normativo y lo circunscribe. Creo que hay algo de las dos. Sin duda, la realidad va delineando lo que se debe mandar, prohibir y permitir a través de normas; pero también la norma se debe adelantar a su tiempo (cuando existe un buen ejercicio legislativo) y prever situaciones que van más allá de la realidad.

Las normas, por su naturaleza, son estáticas. De todos modos, son un reflejo de la realidad en la que vivimos. Tanto es así que si existiría una debacle planetaria y, por cosas del destino, el único texto que sobrevive es el Código Civil (bueno, también digamos la ordenanza que regula los espectáculos taurinos), la persona (o el alienígena, marciano o lo que fuere) que encuentra el texto se podría dar buena cuenta de lo que actualmente somos.

Además, nuestra vida, según lo señala Norberto Bobbio, se desenvuelve dentro de un mundo de normas. “Creemos ser libres, pero en realidad estamos encerrados en una tupidísima red de reglas de conducta, que desde el nacimiento y hasta la muerte dirigen nuestras acciones en esta o en aquella dirección. La mayor parte de estas normas se han vuelto tan comunes y ordinarias que no nos damos cuenta de su presencia. Pero si observamos un poco desde fuera el desarrollo de la vida de un hombre a través de la actividad educadora que ejercen sobre él sus padres, maestros, etc., nos damos cuenta que ese hombre se desarrolla bajo la guía de reglas de conducta[1]

La norma condiciona nuestro convivir diario, y sin darnos cuenta, hasta nuestra vida. La responsabilidad que eso significa y el respeto hacia la norma y hacia lo ajeno debe ser parte integral del hombre.

En el prólogo del editor a la primera edición de la tauromaquia completa de Francisco Montes “Paquiro” de 1836 dice:

“Así como los individuos, tienen los pueblos su carácter original propio y exclusivo de ellos, que sirve para distinguir los unos de los otros, y que es el origen de sus hábitos y costumbres. Para llegar a conocer con exactitud el verdadero carácter de un pueblo, es a veces más a propósito que su misma historia tomada en su totalidad, la lectura de aquellos escritos en que se hallan consignados sus entretenimientos privados, esto es, peculiares y exclusivos de él; y volviendo a comparar los pueblos con los individuos, diremos que tanto los unos como los otros son más difíciles de conocer, y dejan menos traslucir su verdadera índole cuando ejecutan acciones de cierta notoriedad y consecuencias, porque en este caso el temor de la censura pública influye poderosamente en las determinaciones...”. (El subrayado es mío)

En este intento por codificar y normar la celebración de espectáculos taurinos, “el célebre profesor Josef Delgado (vulgo) Hillo” (tal y como reza en su libro Tauromaquia o arte de torear a caballo y a pie) fue el primero en intentar recopilar y unificar las normas que hasta ese entonces regían a manera de costumbre para las corridas de toros a pie como a caballo.

Es recién en 1804 cuando se realiza este primer intento, acertado por cierto, de codificación de lo que es una corrida de toros. Con la dinastía de los Romero y la escuela de Ronda, haciendo un poco de historia, se empieza a profesionalizar el juego con toros y considerarse como una actividad lucrativa. Como todo espectáculo (en este caso español) que el vulgo empezó a disfrutar con más fuerza, hubo la necesidad de regular y clarificar ciertos conceptos que hacía falta precisar.

Pero la función de las normas fue recoger todas las inquietudes que se estaban dando para que los nuevos actores de la lidia tengan parámetros básicos de referencia y se pueda ordenar un espectáculo que cada vez irrumpía con más fuerza (sino la tenía ya).

Francisco Montes Paquiro incluso señala en la parte final de su Tauromaquia Completa unas recomendaciones de reforma del espectáculo, como que “las plazas de toros deben estar en el campo a corta distancia de la población, combinando que se hallen al abrigo de los vientos que con más fuerza reinen en el pueblo; deberá haber también una calzada de buen piso para las gentes que vayan a pie a la función, y un camino que no cruce con el anterior, por el que irán los carruajes y caballerías. De este modo se evitará mucha confusión y desorden, y hasta las desgracias que alguna vez suceden. Estas disposiciones, que parecen influyen poco en el prestigio de la diversión, tienen, por el contrario, una gran parte en su engrandecimiento, pues no hay duda que a muchas personas, y con particularidad al bello sexo, retraen estos y otros inconvenientes para ir a las fiestas de toros”.

Pero son las corridas de toros las que han dado forma a una norma. La norma se ha adaptado a estos comportamientos y a las necesidades culturales. Si vemos en el tratado de Pepe Hillo, la lámina XII recrea la “tercera suerte con los toros de sentido” y es el matador lanzando el capote a la cara del toro y salir corriendo. Esto era considerado una suerte en 1804 que ahora ni siquiera se plantea como una alternativa dentro del toreo moderno.

Pero una vez que la norma adapta estas costumbres, también la regula. Empieza entonces a generalizarse el uso de un reglamento y de disposiciones que se deben respetar: reglas para “sortear a los toros con capa”; “suerte de la verónica con los toros francos, boyantes o sencillos”; “suerte de recorte”; banderillas, muleta, etc.

Si bien se dice que en el mundo del toro (creo que actualmente en el único ambiente), la palabra tiene un gran valor. El mejor contrato es el firmado en una servilleta de un bar y eso vale más que mil contratos. Pero la norma fue haciendo el espectáculo que tenemos hoy en día. Luego de los primeros intentos por definir lo que debía ser una corrida de toros, se realizaron esfuerzos para determinar el peso de los toros, la incorporación del peto a los caballos, la dimensión de las puyas y banderillas, etc.

También se determinó qué era una plaza de primera y hasta se logró establecer que los matadores ecuatorianos deberían actuar en el 80% de tardes en la Feria de Quito. Por eso la norma, si bien no hay que ser experto en su manejo, nos da luces para poder entender un espectáculo.

Todo, absolutamente todo lo que ocurre en el ruedo, aunque no lo parezca, está normado. Todo tiene su tiempo, su espacio y su regulación. Por eso es fundamental para todo buen aficionado, saber qué simbolizan los colores de los pañuelos (que está establecido en una ordenanza); saber que la vuelta al ruedo no es un premio que concede el presidente de plaza (está en el reglamento taurino) y tantos otros parámetros que, aunque parecería no tienen relevancia normativa, pero que están detallados en un texto legal que influyen en lo que puede ocurrir en un espectáculo.

Los ritos y las tradiciones parecería que fluyen sin una norma a lado. Sin embargo, lo normativo influye en nuestras vidas y nos rodea, en particular dentro de la temática taurina. Es probable que la realidad se plasme en una norma aunque no lo sintamos.

Por eso, como decía al comienzo, lo normativo nos rodea, nos condiciona y nos guía. El aficionado debe conocer lo que el reglamento dice, así puede criticar y sobre todo, tener un conocimiento más cabal del espectáculo que le apasiona.


[1] Bobbio, Norberto; Teoría General del Derecho, Editorial Temis S.A., 1994, pag 3.

1 comentario:

EL BUHO ANDINO dijo...

qué dice este código acerca de la defensa de los animales vulnerables
a la crueldad humana ?
hay algún insulto en esto que escribo ?