lunes, 25 de febrero de 2008

Apuntes sobre la esencia/ Esteban Ortiz Mena


José Carlos Arévalo explica que “el aficionado sabe que la lidia no es un combate entre iguales. Por supuesto, no le interesa que el toro venza. El interés de la corrida es esencialmente humano: comprobar cómo un hombre –le llamamos torero- asume el peligro; si lo hace con arrojo, con gracia, con destreza, con inspiración, con arte; o todo lo contrario, si lo hace con miedo, impericia, sin imaginación, feamente”.
Escencialmente humano, dice. Nadie acude a una plaza de toros a ver sangre (ni la del toro y menos la del torero) y eso lo vuelve más humano todavía. El ser humano, en lo más hondo de su ser, busca maneras de identificarse. Por eso, se ve representado en el torero, inconcientemente, como un ser humano heroe que hace frente a sus limitaciones y se impone a la fuerza del toro. Es decir, la muerte acompañada con una dósis de estética.
Por eso la corrida es una fiesta. Y el ser humano va a disfrutar... hasta que la muerte llegue, bailar alrededor de ella en un juego repleto de emociones.
“La corrida de toros, como todas las fiestas, es una explosión de vida con un deje de melancolía. El hombre sabe que, a la postre, la muerte siempre gana la partida. Pero en la plaza, no. La corrida de toros es una ilusión, como todas las fiestas. Es una antitragedia, a la que asistimos para ver cómo el hombre lucha por su destino, cómo gana, cómo lo mata, cómo lo disfruta, cómo nos hace disfrutar.
¿Disfrutar? Es difícil definir la entraña del toreo, compuesto de vida y muerte, de miedo y valor, de placer y dolor. Ningún arte se le parece. Real pero imaginario, es una realidad representada, algo vivo y la vez simbólico. Cada lidia cuenta un argumento, una ficción, y sin embargo, la muerte del toro es real, el peligro de muerte en que se sumerge el torero es real, la cornada es una muerte pequeña y, a veces, la muerte definitiva: el precio de esa inaudita trasgresión taurina que consiste en afirmar la vida y negar la muerte”. (Revista 6toros6 No. 672)
Negar la muerte con estética y una dosis de profundidad...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ole Esteban!

Me gusto mucho tu artículo. Me impactó sobre todo la afirmación en que el aficionado acude a la plaza para identificarse con las manifestaciones de arte que allí nacen. En mi experiencia personal a mas de identificarme con lo que en una plaza de toros sucede, lo que siento viendo una buena faena (que muchas veces no pasa)es un sueño, en el que me imagino con la capacidad de vencer el miedo que implica el solo hecho de estar frente a un toro, pero sobre todo ser capaz de manifestar con la muleta una sinfonía de mensajes artísticos, como los que nos regala el diestro, tan subejtivos y con miles de formas diferentes de entenderlos y sentirlos, exácto a lo que se siente al detenerse y apreciar una obra de arte (llamese esta pintura, una escultura, entre tantas que existen), pero con la diferncia y dificultad para el que aprecia una corrida, que un muletazo desaparece casi en el mismo instante en el que nace y la única prueba de que este existió está en la memoria del que tuvo la dicha de ser testigo. Esto es lo que hace tan dificil pero a la vez tan hermoso el apreciar el arte que se manifiesta en el albero de una plaza de toros.

Anónimo dijo...

Y esta clase de textos escuetos son capaces de publicar hasta en impresos... si que botan la plata y el tiempo

Jonathan Melo

Alexandra Velasco dijo...

El toreo podrá ser el arte de matar, pero en ningún caso es un arte moral y aún menos estético. Podrán haber artistas a los que les gusta las corridas, así como hay bastantes a los que no les gusta y que no por eso dejan de ser menos cultivados que ustedes, señores aficionados.
Hombres valientes frente a seres indefensos y en peligro, hombres valientes vestidos con trajes ridiculos, hombres absurdos, desperdiciando su tiempo en peleas vanas , que no tienen respeto por la vida y por el sufrimiento ajeno... Esa es toda la imágen que dan.