Germán Parrado Vera
Escritor y poeta colombiano.
Bogotá 28/01/2012
El origen de la antitauromaquia moderna fue la Alemania Nazi. Como sea, hay hechos, los que se desprenden del fanatismo animal de Hitler, como La Ley General de Protección Animal –primera en la historia mundial- de la Alemania Nazi, la veda de usufructo de especies usadas en la caza deportiva, la de comercio, o el hecho sustantivo, poco menos que simpático, ocurrido la primera vez que un nazi estuvo en una corrida de toros: el vómito de Himmler en la corrida de Madrid, cuando Franco invitó a la delegación alemana, alternativa de Sócrates Marcial, y cuando el alemán inventor de la inmoralidad moderna se retorcía de espasmos por físico o práctico asco a la tauromaquia, mientras a su espalda, pasando por Francia, el oriente europeo se perlaba en campos de exterminio de humanos. Otro hecho, indudablemente menos gástrico y comentado por Arendt: el fusilamiento de dos soldados de la guardia pretoriana (por poco escribo petroriana) del Führer, culpables del imperdonable delito consistente en patear a uno de los amados perros pastor alemán del Führer, quien profesaba un amor ilimitado por las bestias, era vegetariano, odiaba las corridas de toros. Himmler y su asco singular manifiestan en Madrid, frente a Franco y las fuerzas vivas de España reunidas en pleno en la Plaza de las Ventas, que es necesario acabar con la porquería taurina. De allí se desprende el movimiento animalista como un cuerpo organizado, con jerarquías morales discutibles, un cuerpo subsidiado, profundamente conocedor del poder de la propaganda, recalcitrante, intolerante, totalitario, que no ceja, ni observa.
Hasta aquí es necesario signar algo: no es un criterio de diferenciación, pues los amantes de los animales no son nazis, pero los primeros animalistas del siglo pasado sí fueron los nazis, comoquiera que entendemos por animalismo aquella mitificación enfermiza de los animales, que sigue ulteriormente hacia el petaterrorismo, la hostigante propaganda, la manipulación verbal para generar el efecto, la manipulación visual para generar sentimentalismos, la preponderancia de la propaganda por encima de la ideología. El animalismo no es una ideología, pues sus premisas son irrealizables. El comunismo, que choca eternamente con la utopía, por lo menos contiene factores que lo hacen practicable, mas no realizable. El animalismo no contiene ni lo practicable ni lo realizable, es imposible, pues aún creen los amantes de las bestias que el león en la naturaleza no volverá a comer a la gacela, mediante un proceso de conductismo que Pavlov empezó, por ejemplo.
Así las cosas, el nazismo puso en la agenda, incluso antes que la India, una humanización del animal, idea que corresponde con la animalización de judíos y eslavos hecha por los mismos nazis en procesos de muerte, antecedente de la idea animalista de endiosar a los animales y animalizar al hombre. A fin de ello, las estrategias tenían que partir de la consecución de recursos, y seguir con la propaganda animalista como una actividad más: incluso hoy los animalistas colombianos son subsidiados por ONG que a su vez son subsidiadas por el reino de Holanda, y el de Suecia en menor medida. El animalismo, el antitaurinismo, son profesiones laborales, como la arquitectura, la prostitución o la ingeniería. Convertido en profesión, el animalismo alemán se metió en la entraña de Hitler y, al ser que Alemania era un cuerpo que fluía del Führer, el estado nazi dictó la consabida Ley General de Protección Animal; se inicia a su vez el desmonte gradual de la caballería, de las carretas en vía pública, y la propaganda actúa con la eficacia teutona de siempre para vender al enemigo como un bárbaro que devora animales crudos. Como sea, los antitaurinos existían de manera germinal hasta que pudieron converger en torno a los avances de Alemania a propósito de la protección animal. Se demostraba que el modelo alemán no sólo era viable, sino que la lucha por los animales debería tener tal modelo. Así mismo, tras la derrota alemana y la larga sombra del franquismo, fermentaron las corridas de toros como un símbolo que era y es necesario destruir. Conforme la apertura social en España de los años 70´s tuvo su sitio, las primeras protestas antitaurinas surgen con una premeditación que no conferían a las mismas un carácter de espontaneidad, fervor popular o descontento: desde el inicio, son máquinas perfectas, cuando no demoledoras, que llevaron años de preparación pero siempre inspiradas en el hecho indiscutible de la intolerancia verbal y visual como propaganda. Quizá pueda signar otro hecho: el animalismo siempre ha sido misántropo, pues parte de una pauperización de las condiciones de vida y muerte del animal, condiciones las cuales acusan al ser humano como culpable de ellas; malditamente culpable. No es gratuito que misántropos históricos, como Schopenhauer, Fernando Vallejo, Charles Manson o el mismo Adolf Hitler, sean a su vez y en igual proporción amantes de los animales.
Volviendo a la historia, los antitaurinos modernos, hecho el animalismo una profesión, pudieron dedicar día y noche a una lucha en cada ámbito social hasta machacar con sus exageraciones con tal insistencia, que las premisas del animalismo y la antitauromaquia hoy son capas u horizontes aceptados y juzgados como normales: la persona normal es antitaurina, por definición. Todo esto no pudo ser sino gracias a la continua financiación de un movimiento que precisa día y noche en el trabajo de la propaganda: no sorprende saber que en el año de 1941, el primer aporte a la Sociedad de Amigos de los Animales (SAA) en Madrid, fue una suma considerable donada por un ciudadano alemán: Heinrich Himmler. De allí se desprenden los movimientos antitaurinos actuales.
Es necesario explicar el mecanismo que, como ya he dicho, fue calcado del modelo nazi: la propaganda se impone sobre la ideología, cuando las premisas o ideas del movimiento no tienden a mostrar una verdad, sino una exageración, ya que el alimento de la propaganda son partes iguales de amarillismo y fantasía. Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura, aún cuando el sentido común apunta a que un torturado no puede matar a su torturador en trance de ser torturado, pues la tortura es la conducta de vejar a alguien indefenso, y el toro no lo está. Hoy día, que la Tauromaquia sea tortura es una idea socialmente aceptada. En ambos casos, la propaganda hace de la costumbre o la reiteración obsesiva de una idea, por más exagerada que sea, una verdad con el tiempo, pues el espectador de la propaganda la aprende como una verdad real, una parte del mundo, un molde que es cierto, a fuerza de estar día a día allí. Un axioma.
Computando, son casi 40 años de insistencia sobre las mismas ideas exageradas por parte de los antitaurinos: que la tauromaquia es tortura, que el taurino va a ver sangre y desea la sangre, que el aficionado taurino es sádico (Himmler lo dijo en Madrid, por puesto, con la suficiencia moral que tendría para hacerlo), que el toro sufre un martirio indecible, que un aficionado taurino es asesino por el simple hecho de sentarse a mirar una lidia, etc. La propaganda además usa el apoyo visual, pues no sería de otra manera en una época que piensa por imágenes, como la nuestra: los toros bañados en sangre, los toros con extraños rostros que les conferían ternura y lastima, los toros desolados y desdichados, los toros jamás vistos en los ruedos, hicieron su aparición mediante montajes gráficos que, machacados al ritmo obsesivo de la propaganda, son socialmente aceptados como verdad.
Un caso que ejemplifica el uso de la propaganda y su consecuencia es el siguiente: una de las más famosas imágenes antitaurinas es aquella en donde un toro sale acosado por la luz y un auténtico baño de sangre (casi vómico) en sus lomos, orejas y pitones. Lo curioso es que la foto original, donde ni hay baño de sol ni baño de sangre (incluso cambia el color de la sangre), puede conseguirse en foros antitaurinos de los años 2001 ó 2002; pero a partir del 2003, de cuando data la foto retocada anteriormente descrita, ésta es aceptada como la verdadera: de compararse ambas imágenes, de inmediato se percata el espectador de la veracidad de la primera, y del vulgar montaje de la segunda, donde un chambón trabajo de photoshop es visible, y es tapado rateramente con unas letras: VICTIMAS DE LA CRUELDAD. La adición de sangre en la foto retocada es tal, que viéndola nadie duda del sufrimiento del animal. Hemorragia y anemia. Sin embargo, se tiene la original, sin el baño de sangre y los colores justos: cuál sería mi desdicha que, mostrando ambas fotos a una amiga, y demostrando que la más reciente estaba retocada, ella aceptaba como verdadera precisamente a la retocada, a la del baño de sangre, pues su idea de la tauromaquia, por errada que aún sea, se acerca más a la idea del toro masacrado que a la idea real, esto es, del toro sangrando en lo mínimo y combatiente. En este y en todos los casos, la propaganda fue efectiva.
Para infortunio, las víctimas de la propaganda incluso pueden ser personas respetables y pensantes. Propongo un ejemplo:
“Tal vez esos foristas son los que gozan viendo sangre derramada, la de sus conciudadanos o la de los toros, pues a ellos lo que realmente los atrae es la sangre, sangre que disfrutan como vampiros del grotesco y triste espectáculo de ver caer un toro cobardemente inducido a la muerte bajo la mirada cómplice de quienes asisten al espectáculo para que los miren como a unas reinas en una pasarela…” Felipe Zuleta en la columna titulada Los vampiros de la muerte, aparecida el 19 de Enero del 2012 en el diario EL ESPECTADOR.
La última parrafada, ausente de comas y denotando una exaltación, sugiere que el columnista está alterado en el momento mismo que escribe, estremecido por la violencia característica de los antitaurinos, que penetra su discurso. Se lee ofuscado. Con todo y que el texto formal y conceptualmente es pobre, está atravesado por los prejuicios heredados de la propaganda antitaurina, y lo digo para signar que la propaganda incluso se impone por encima del buen juicio o el buen escribir, en últimas la seriedad de un columnista respetado, como el citado. Prima más la imbécil idea que vende al taurino como un ser ávido de sangre, idea imaginada pues la lectura de una lidia, esto es, si es buena o mala, no depende en la más mínima medida de la presencia o ausencia de sangre: en la primera de abono en La Santamaría del 2012, salió un toro castaño oscuro de capa, el cual prácticamente no sangró durante la lidia. Nadie reclamó sangre, ni se puso de mal genio, pues al taurino la sangre le es irrelevante, y se le entiende como algo inevitable durante la lidia, mas no deseable o necesario, y nadie puede decir que en los tendidos se clame por sangre (¿dónde hay videos de taurinos reclamando sangre?). Al no medirse la calidad de una lidia por la cantidad de sangre, y al ser el taurino quien admira la calidad de una lidia, la sangre ni va ni viene en esto. Colegir que el taurino es un vampiro no es una idea seria, no si se es un columnista dominical del diario más importante de un país: en este caso, la propaganda y el fanatismo inconsciente vencieron el buen juicio y la buena manera del escritor, que incluso se debate conceptualmente entre vender al taurino como un espectador de sangre o un espectador de otros taurinos (“para que los miren como reinas en una pasarela”)
Como sea, la sociedad está programada por el movimiento antitaurino moderno para corroerse gradualmente hacia la utopia animalista, pues la abolición de la tauromaquia es el inicio de una carrera desenfrenada hacia el veganismo y la abolición de la modernidad. La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas) que aplastan a minorías desvirtuadas y prejuzgadas bajo montajes (judíos o taurinos; al ser las premisas de las ideas y los métodos idénticos, no es exagerada la comparación: son el mismo fenómeno, con una idéntica línea histórica de perseguidores y víctimas). El debate real en contra de la tauromaquia debe ser por lo que ella es, no por los prejuicios que la propaganda antitaurina ha logrado implantar en estos cuarenta años en la sociedad, prejuicios que se manifiestan en hechos consistentes en lo aquí expuesto: en la no aceptación de la realidad, como en el caso del montaje de la foto, o en la cortedad de un reputado columnista que acusa de vampirismo al taurino sin ninguna prueba (lo dicho por Zuleta será verdad el día que aporte una prueba documental o clínica que demuestre nuestra supuesta afición por la sangre, la tortura o la vejación, cuando la realidad es que el rito taurino es la admiración de las condiciones de bravura, fuerza, capacidad de luchar y embestir del toro, no de su debilidad y sangrado). Queda dicho que la propaganda tiende a ser, en lugar de un discurso construido, una destrucción de los discursos; otro ejemplo: cuando el debate traspasa el ámbito taurino, al no poder criticar los aspectos que en realidad no son criticables, la propaganda vende relaciones con la pederastia, el circo romano, la ablación o la esclavitud, prueba consistente sobre la cantidad de estupidez que genera la propaganda y el peligro de ésta, pues incluso rompe la lógica, al relacionar fenómenos inconexos de forma, modo y lugar, como la tauromaquia emparentada con la pederastia, por ejemplo. Así las cosas, la propaganda no puede ser sino una afección nociva.
En cualquier caso, la propaganda impuesta a ultranza evoluciona irremediablemente hacia la apatía; la sociedad tendrá que pensar si quiere la dictadura animal, denominada Zoofascismo, que prohibirá el consumo de carne o leche (en el programa radial Hora 20 la animalista invitada confesó que la abolición del rito taurino es el primer paso para llegar a “un debate que la sociedad tiene que hacerse, y está ya preparada para eso, sobre si es necesario comer carne”) el uso del cuero y la lana, el desprecio a los equitadores o a los toreros, y similares; ad portas de un Estado de Opinión y una Dictadura de las Mayorías, nosotros la minorías estamos en una espera inútil y sosa, pues el fanatismo recalcitrante de la antitauromaquia moderna ha logrado lo impensable y lo increíble: que la más mínima noción de democracia civilizada esté rota, al decidir las mayorías los derechos de las minorías, siendo que las minorías lo somos precisamente al no ser iguales a las mayorías.
La propaganda sustituye al pensamiento; no puede ser un hecho negable; como un trasunto de la situación que vivimos, atravesados por corrientes de odio y desinformación provenientes del antitaurinismo, llegan las palabras del nazi que inventó la estrategia propagandística lanzada desde aviones (y vegetariano por demás), El mariscal Göring: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.
Por desgracia, es más fácil indignarse que pensar.