sábado, 3 de diciembre de 2011

Triunfó el hombre, triunfó el torero

En una fría noche quiteña del mes de marzo, se distingue la ágil y esbelta silueta de un hombre que desciende de su vehículo con decisión para ganar la acera y aproximarse a uno de esos altos muros que, a causa de la inseguridad, son indispensables en la mayoría de los sectores de la ciudad; con rapidez, agita la lata de pintura en aerosol y escribe con grandes caracteres la frase: "Libertad, vota no". El anónimo grafitero repite aquel amanecer de lunes el ejercicio que, en las últimas semanas, ha sido una tarea casi obligada, el proselitismo taurino; unas veces desde la clandestinidad, muchas más frente a los micrófonos de radio, las cámaras de televisión o en plazas, calles y avenidas, participando en decenas de actos que dieron forma y contenido a la campaña por la defensa de la fiesta de los toros que se llevó a cabo en nuestro país como respuesta a la consulta popular promovida por el Gobierno.

Aquella figura incansable supo ganarse el afecto y la admiración del grupo de taurinos que, domingo a domingo, buscaba que las mejores paredes de Quito griten su reclamo de libertad y respeto; el encubierto activista defendió con pasión la fiesta de los toros como quien defiende su vida.

Durante varios meses, día a día y noche a noche, el personaje de esta historia combinó su preparación profesional con las intensas actividades de protección del espectáculo taurino; el caso es que los entrenamientos físicos y el manejo de capote y muleta se alternaron con la búsqueda de los votos necesarios para atajar la prohibición. Su esfuerzo, sumado al de muchos otros, permitió que la fiesta de los toros obtenga 3,5 millones de votos que aseguraron el espectáculo en 95 localidades del Ecuador.

El hombre sintió en el alma el estrecho resultado registrado en Quito, que impuso la supresión de la muerte del toro en el ruedo; lejos de afligirse, redobló sus entrenamientos con la idea de tratar de recuperar en el ruedo lo que la política le arrebató.

En las diarias jornadas de toreo de salón y visitas al campo, adquiere fuerza y se ancla en su mente un pensamiento que se convierte en su nuevo norte: el coso de Iñaquito debe ser reivindicado encendiendo la flama de la bravura del toro en la arena y con el imponente voz de miles de inconformes aficionados.

Las calles, por ahora, ya no son el escenario de su cruzada; en las paredes, su caligrafía fue reemplazada por su nombre anunciado en los carteles; su lid se traslada temporalmente al dorado ruedo de la Monumental Quito; su voz y los botes de pintura son sustituidos por su capote y su muleta. El reto, demostrar, exhibiendo su ropa de trabajo, es decir, vestido de luces, ante un serio toro jabonero, todo el valor, la entrega y la pasión con la que un torero defiende y expresa su profesión.

Es que la notable actuación que ayer cumplió el diestro Juan Francisco Hinojosa, el personaje de nuestra historia, fue una gesta inolvidable; quienes la atestiguamos llegamos a sobrecogernos por el inmenso valor que reclama poner en riesgo la vida luchando por lo que se cree y ama; ayer, en Quito, triunfó Hinojosa, triunfó el hombre, triunfó el torero.

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