martes, 9 de junio de 2009

Discurso de Luis Abril en la entrega del Premio Paquiro a José Tomás


Me encargó hace unos días, y para hoy, Javier Villán, una laudatio del maestro. Una laudatio se pronuncia para las grandes ocasiones, en los premios magnos, en los doctorados honoris causa, en los ingresos en las grandes Academias. Y este año, en el Premio Paquiro de Toros. Por deseo y gracia del maestro de ceremonias Javier Villán.

Cuando le comentaba a Tere, mi mujer, lo comprometido del encargo, ella me contestó con su personalísima inteligencia y su estupendo sentido del humor, algo así: “Mira, de comprometido, nada. ¡Pero si tú eres una laudatio permanente y ambulante de José Tomás!

Cosa que seguramente es verdad, y a mucha honra. De manera que, precisamente por ello, estas breves palabras no van a ir dirigidas a glosar la tauromaquia de José Tomás, ni su concepción del toreo, lo sublime de su arte, o su importancia para la fiesta. Para todo esto, basta con recordar la tarde del 5 de junio de 2008 en Madrid. Hoy quiero perfilar la figura del premiado siguiendo la senda de la búsqueda de la perfección, senda ésta guardada para los espíritus grandes.

Es evidente que José Tomás busca la perfección, y en ese camino hay secretos que quizás en el lenguaje convencional del toro no sean fáciles de entender. Pero es que José Tomás no es un torero convencional. Es él, sin más. Y creo que piensa, que en cualquier profesión, -y el toreo es, quizás y sin quizás la más dura de todas- nadie puede lograr la perfección al hacer lo que no quiere hacer, o no lo quiere hacer de esa manera, o le viene impuesto, o, en último extremo, no supone un ejercicio supremo de la propia libertad.

Hace ahora casi siete años, Vicente Zabala me pidió, el día que José Tomás se despedía de improviso, que le escribiera unas líneas tratando de explicar su decisión.

En aquel artículo –que el abuelo Celestino, que en gloria esté, me dijo haber enmarcado después de ampliarlo, porque ya no veía bien la letra pequeña-, intenté trasladar al lector, en mi modesta opinión, algún por qué de su inesperada retirada. El resumen fue muy claro: le sobran a Vd., Maestro, los motivos. Vd. aquí ni es libre, ni es feliz. Y auguraba que volvería el día en que tuviera la certeza de encontrar en el ejercicio de su profesión tanto una cosa como la otra. También esto me lo explicó después en Galapagar el abuelo Celestino: “No se preocupe Vd., me dijo, que volverá. Ya lo creo que volverá”.

El año pasado, José Tomás ganaba el Premio Paquiro por primera vez. Vd. no pudo venir, maestro, pero mandó a sustituirle al mejor embajador que nadie hubiera podido mandar: Isabel, su madre. Su madre el año pasado, Maestro, se ganó la voluntad, el afecto y la admiración de quienes asistíamos, en esta misma sala de la Bolsa de Madrid, a la entrega de su primer premio. Su madre nos leyó un escrito suyo del que yo quiero destacar hoy tres aspectos: la felicidad, la comunión con el público y la libertad. La cita de Camarón a la que Villán antes se refería –“Vivir y soñar, solo voy buscando mi libertad”-, mire Vd. por dónde, nos dio una clave impagable para entender algo más de cuanto Vd. nos ofrece cada tarde que se viste de luces.

José Tomás, les decía, persigue la perfección. La perfección exige vivir para lograrla. Y horas y horas de trabajo oculto, que nadie ve y que muy pocos entienden. Buscar que todas las condiciones que uno cree necesarias para conseguirla se cumplan. Condiciones de tiempo y lugar. De fortaleza física. De ánimo. Condiciones en los toros. Hasta casi en la actitud del público. Que la comunión con él, con el público, digo, avala la perfección, o aquello que se le aproxime.

Tengo para mí que José Tomás pasó cinco años rumiando cómo volver. Pensando cómo conseguir lo que está consiguiendo. Con cuántos paseíllos. En qué plazas. Con qué toros. A qué dinero. Con qué gente al lado. Previendo todo. Que sólo así se persigue con garantías la perfección.

Tengo para mí también que las exigencias de José Tomás, esas exigencias que algunos tanto critican, no son capricho, sino puro intento de garantizar que todo ha de salir como él lo quiere: la respuesta del público; llenar las plazas un día sí y otro también; que la gente sienta que paga por algo que realmente merece la pena y que disfrute con ello; sentirse querido, libre y feliz.

Perseguir, en último extremo, la felicidad ejerciendo la propia libertad, que para él no cabe la una sin la otra.

Así terminaba también Villán. En eso estamos unos cuantos, en la búsqueda continua de la libertad. Y ojalá que Vd., Maestro ya la haya encontrado.

Pero el camino de la libertad, Maestro, es un camino muy duro. Tiene costes que cubrir. Dicen que genera enemigos, que son aquellos que sienten que lo que uno busca se lo quieta siempre a ellos, que hacen muy poco, por otra parte, para buscarlo. Y por eso quiero acabar con una cita de José Martí que quizá a Vd. ya no le sirva para nada porque casi tiene traspasado ya el umbral del Olimpo, pero que al común de los mortales creo yo que nos viene muy bien. Decía Martí:

“Triste es no tener amigos, pero más triste debe ser no tener enemigos. Porque el que enemigos no tenga, señal es que no tiene: ni talento que haga sombra, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra de la que murmuren, ni bienes que se codicien, ni cosa buena que se envidie”.

Pues eso.

Que Dios le guarde muchos años, Maestro. Para bien suyo y de quienes le rodeamos y queremos.
Muchas gracias.

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