Por Esteban Ortiz Mena
Cogí un libro. Era de mañana y recién me había despertado. Me volví a acostar porque tenía frío y sobre todo porque quería alargar la sensación que produce una cobija. Son esos días en los que nos despertamos con una sobre carga de sueños, como si existiera un mundo paralelo del cual no quisiéramos salir.
Al repasara las primeras hojas encontré un dialogo del personaje del libro (un estudiante en París que pasa las penurias de vivir lejos y en condiciones precarias, pero dignas) con el cual me identifiqué: “El abono trimestral de la piscina había sido una importante inversión de mi parte, pues costaba 120 francos, pero una ducha caliente cada día era lo único que podía devolverme a la vida”.
El valor de una ducha caliente, dice Santiago Gamboa en El síndrome de Ulises, va más allá del precio o del chorro de agua que cae y se convierte en la sensación placentera que da sentido a la vida.
Aunque nos cueste una fortuna, o no, el personaje del libro justifica el pago que hacía, a cambio del valor de las sensaciones que le producía una simple ducha.
Pues los toros son eso.
Los días de toros, una corrida, un día de campo, son esa ducha caliente que es, también, ese algo que nos devuelve a la vida. Es el aliciente que tiene el aficionado para poder disfrutar de lo que más le gusta.
El agua caliente (léase, los toros) limpian y hacen olvidar cualquier problema que podamos tener y nos transporta a ese lugar íntimo, cercano a los sentidos y apegado a los sentimientos que sólo nosotros lo podemos apreciar.
Aunque nos cueste.
Por eso, ir a una plaza de toros es darnos una tregua a nosotros mismos. Pero no cualquiera: es como la que le da Mario Benedetti al personaje principal de la novela del mismo nombre: “Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”, dice. Los toros son esa felicidad momentánea, pasajera, que dura lo que dura la corrida… bueno, quizás un poco más, pero los recuerdos son nuestros y únicos y sólo nosotros le damos el valor y el tiempo que estos quieran tener. Por eso, durarán el tiempo que logremos hacer que permanezcan en nuestras sensaciones.
El valor de los toros no tiene precio. Es tener algo por qué vivir, el delirio de tener algo por qué despertarse y buscar, con ilusión, aquellas gotas calientes que dan sentido a la vida.
Una tregua, que nos llena de felicidad…
6 comentarios:
Nunca mejor explicada la incomparable sensación de sentarse en un tendido para abstraerse del mundo exterior, y a través de la observación de un hombre (al que todos los aficionados admiramos, respetamos y ciertamente envidiamos) que tiene el suficiente coraje como para morir por eso que ama, podamos todos, luego de una buena faena, sentir que estamos vivos.
senores espanoletes de comarca
por favor no se dice cogí un libro se dice tome un libro y eso que es tan culto que leyó a benedetti
él es también taurino ?
preofensiva antitaurina 2008
va
Señor Buho, es correcto decir: ¿cogí un café y tomé la taza? o cogí la taza y tomé el café. Pregunto.
bueno dígalo en la argentina
a ver si no se matan de la risa
ja ja
tampoco se dice "era de mañana"
sino era por la mañana
o quizás era por una café cuando
tome un toro al medio día
y el toro me cogió una cornuda cornada, en fin
en este blog se dice de todo...
Como se pued escojer este trapazo embustero como apoyo a un comentario cuasi-poetico. Menos royos selectos y mas humildad.
Cero tolerancia a los maltratos y torturas
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