viernes, 20 de abril de 2007

¿Qué es torear?

Esteban Ortiz Mena

Voy a empezar con una frase de Fernando Claramunt López que recoge con mucha claridad las aguas por donde vamos a navegar durante esta conferencia: “Me he puesto, con variada fortuna, delante de las becerras en todos los tentaderos que he podido, desde la niñez hasta una edad más avanzada de lo razonable. He intentado siempre respetar las normas clásicas, al menos desde Paquiro en adelante, a sabiendas de que, sin ser profesional, es inevitable realizar toreo cómico sin querer. No me arrepiento. He vivido con intensidad momentos irrepetibles e inolvidables; me han ayudado a comprender que, por la práctica repetida de una conducta irracional y apasionada, descubre uno mejor la distancia entre los sueños y la realidad”.

Los toros ayudan a vivir. En palabras de Víctor Gómez Pin, “la escuela más sobria de vida”. Eso es torear. Bueno, eso es en realidad lo que representa, pero no hemos definido con claridad ¿qué es torear? Ahora bien, ¿Qué es torear a un toro? Depende… Las definiciones cubren un amplio abanico, aunque en un arte tan subjetivo como este, tampoco sirven mucho los conceptos: todo es subjetivo. El torear puede ser tan amplio como las veces que vemos a un torero en una plaza y gritamos “¡Eso es torear!”. Cuantas veces decimos lo mismo cuando gritamos ¡Ole! en una plaza. Por eso, torear a un toro… depende.

Pero antes de eso, es importante desmenuzar varias ideas que giran alrededor de la pregunta:

Volviendo sobre las palabras iniciales de Claramunt, el toreo tiene mucho de conducta irracional y apasionada que nos llevan a ese lugar donde se encuentra la realidad, muchas veces dura y difícil. Hay dos valores que creo deben marcar la vida de un torero: liberta y pasión. Sobre la libertad no vamos a hablar ya que no corresponde, pero sí sobre la pasión. Cuando existe esta pasión, el torero se arrima, disfruta y se entrega, condiciones básicas para poder torear. Es ahí donde se generar las sensaciones íntimas que sentimos al momento de torear.

Por eso, tienen que entender que torear, sin lugar a duda, es lo más grande. Pero también es lo más duro. La irracionalidad viene acompañada de la realidad, que ya de por sí es compleja, que se mezcla con la crudeza de la actividad que el torero realiza. Esta crudeza (que no es violencia, ya que el toreo no es violento por naturaleza) se une al hecho de entender que la profesión a la que se dedican se relaciona con un sentido trágico en último término. Por supuesto que el torero jamás sale a la plaza pensando en que va a morir. O sino no iría nunca. Pero si piensa en la cornada, en el riesgo, la incertidumbre… y todo eso genera miedo. Pero es maravilloso. Sí, torear es un sentimiento y como todo sentimiento, es completamente subjetivo.

Pero al referirse a la grandeza en la vida, estamos hablando de palabras mayores que hay que empezar a entender y para eso uno ejemplo:

Enrique Ponce tuvo un percance muy fuerte en León, donde una costilla le perforó el pulmón (o algo así) además de una seria cornada que por suerte no tuvo consecuencias. Cuentan los que estaban con él que apenas pudo levantarse de la cama del hospital, algo adolorido, cogió una toalla y empezó a lancear. Conciente de lo que hacía, habiendo estando al borde de la muerte, dijo “el toreo es grandeza”. Se pueden imaginar ustedes, una persona que estuvo a punto de morir por torear, luego de tantos dolores y molestias causadas por esta actividad, que se levante de una cama donde estaba postrado y vuelva a hacer lo que le llevó a ese estado. Es de locos. En eso radica la grandeza.

En superar adversidades, en ser mejores, en persistir… y lo que es peor, jugar (sin ser juego) con una profesión que en cualquier momento puede tener consecuencias gravísimas, pero que sin duda el toreo hace que se sobrepongan a adversidades tan extremas como la muerte para volver a ella, a seguir desafiando.

Esta grandeza solo lo puede comprender quien torea y sobre todo, y lo más importante, cuando lleva una vida de entrega, sin excesos, y se dedica por entero a su profesión. Tenemos que entender que esta es una profesión como cualquier otra. Sacrificada, competitiva, dura… que comulga con un elemento distinto a cualquier otra actividad: el rito y la espiritualidad. Y eso, insisto, es lo que le hace grande.

José Miguel Arroyo “Joselito” estaba consciente de que el éxito sólo se alcanza con una entrega sin límites. Así, en su etapa de novillero le dice a su apoderado Enrique Martín Arranz que quería tomar la alternativa a lo que este asintió. Entonces le preguntó: “¿Qué debo hacer para ser figura del toreo?” Y le respondió una frase, que cuenta, asumió desde que se hizo matador: “Para ser máxima figura del toreo tendrás que cumplir con lo que Winston Churchill ofreció a su pueblo en su histórica frase: “sangre, sudor y lágrimas”.

Hablar del torero es hablar de la persona. Eso es fundamental, y una vez que tenemos identificada a la persona, podemos hablar sobre ¿qué es torear? Antes imposible.

“Yo ya dije un día que lo de la técnica me sonaba al funcionamiento de las lavadoras. Mire usted: el toreo hay que llevarlo en la sangre y en la cal de los huesos, y eso se lleva o no se lleva. Lo de la técnica es un cuento que se han inventado algunos periodistas, pero eso no existe. Existe conocimiento, experiencia y práctica, pero lo demás es cuento. En cambio, lo de arrimarse sí es un término muy torero. Arrimarse, pero con cabeza, con inteligencia. Aquí de mandanga no se puede ir…” (Rafael de Paula)

Por eso, yo ya lo he dicho en varias oportunidades, que a un torero se le puede perdonar todo… menos falta de ambición.

¿Qué es torear? Es ser uno mismo, es ser personas. Es el ser a su máxima expresión: torería como valor supremo.

Torería

“¿Qué es lo que hay entre nosotros que nos une tanto? Torería”. Así se refería Morante de la Puebla de Rafael de Paula

Pues entonces ¿qué es la torería? La torería es un valor de actitud. Pero no todo el que tiene actitud tiene torería. Se trata de una cualidad como la caballerosidad, la caballería de don Quijote, su romanticismo. Dentro de la torería, se engloban nociones como la “lealtad a la palabra dada, cortesía, nobleza, valentía que lleva a realizar proezas, la idea de la fama y la del honor, sobre todo la del honor. Se trata de una mezcla de sentimientos guerreros, aristocráticos y cristianos que cada cual interpreta como puede… corresponde, además, el ideal del amor cortés y una serie de actitudes idealizadas de devoción hacia la mujer…” (Fernando Claramunt)

Don Quijote de la Mancha, sin ser torero y allá por 1505, fue el primero en entender el principio de torería del que tenemos noticia como un principio de actitud. Don Quijote, viejo, sale en busca de aventuras luego de que Cervantes lo enloquece, le da de comer un aguado bacalao y en vez de hacerlo caballero con trompetas y redoblantes (no sé si había redoblantes en esa época, en fin) con el silbato del castrador de puercos. “No tardarán en llegar las pedradas, las borrascas de guijarros, los garrotazos y puñadas” sólo para reivindicar y proclamar la hermosura de su amada Dulcinea del Toboso.

Sin embargo, no creo que Don Quijote haya sido el único. La torería como un atrevimiento osado, con gracia y elegancia frente al peligro, existe desde que el hombre se enfrentó al toro y desde que vive rodeado de sensibilidades.

Es vivir en base a principios. Elevar el concepto del honor a su máxima expresión, vivir con altura y con verdad: esto se traduce en lo que sucede en una plaza de toros cuando el torero se enfrenta con el toro en un rito estético de vida y muerte. Al toro no le decimos mentiras, en ese juego están el toro y el torero. El torero le presenta la muleta de frente, dando el pecho y exponiendo el muslo, ¿qué más se puede pedir? Y lo hace siempre de frente, con hidalguía.

El toreo es elegancia, buen gusto, detalles. Así se crea una persona porque decíamos que para poder ser torero, primero hay que ser persona. Estos valores, que son muy subjetivos sin duda, son parte inherente de esta profesión. Sin lo uno, no existe lo otro. Son principios de vida que cada uno los tiene que asumir para poder llegar a ser personas, luego aficionados y por último toreros.

Maneras de torear

¿Qué es torear? Me parece que es muy limitado decir que torear es burlar con arte y estética las embestidas del toro porque es un concepto que va mucho más allá. Porque como decía antes, el arte es sentimiento. ¿Quién puede describir un sentimiento? Nadie, sólo hay que cerrar los ojos y sentirlo. Esa es la mejor definición.

Belmonte decía: “Se torea como se es” y quizás en estas pocas palabras se encuentra el sentido de torear para el torero. Es categórico: no se puede torear de ninguna otra forma sino como uno es. Por eso cada cual torea distinto, cada cual hace e interpreta a su manera el toreo y lo expresa de la misma forma: su forma. Por eso hay cuantas maneras de torear y de entender tantas como toreros existen.

Sin duda que estas expresiones se unen con la forma como cada quien lleva su profesión y lleva su vida personal. Por eso es tan importante la torería, para poder torear de verdad.

Como dice Antonio Caballero, cuando hablo de maneras de torear no me refiero a estilos ni a escuelas, ni a técnicas; sino más bien a caracteres: a personalidades. Porque lo que de verdad diferencia a los artistas los unos a los otros es la personalidad, más que el talento o el estilo. Y de todas las artes, aquella en la que más cuenta la personalidad y más huella deja la expresión individual de cada artista es en el toreo.

Por eso, cada cual asume a su manera, pero lo debe hacer de verdad y usualmente tiende a una manera de torear. Tomando y citando la clasificación que hace Antonio Caballero, creo que es importante tomar sus siete pilares del toreo para poder explicar aquí, no que existen siete formas de torear (ya lo mencioné, se torea como se es) pero si características en los que en más o en menos, los toreros siempre tienden a encasillarse:

EL TOREO HONDO: El artista, el toreo clásico en palabras de Paula, si mayor exponente actual. Hoy por hoy, en activo, Morante de la Puebla. Es el toreo fugaz por naturaleza, improvisado, sólo puede expresarse cuando se está ahí, delante del toro: el artista no puede esperar a que la inspiración venga a la cita, como sí puede esperar días y noches su llegada caprichosa un poeta. Eso tiene la consecuencia de que en los toros son muy raras las tardes de arte, y aun dentro de las tardes los chispazos de arte. Porque para que surjan se requiere una casi imposible conjunción de elementos: el torero, el toro y el momento. Es un arte instantáneo, y del instante único y exacto.

EL TOREO NATURAL: como el de Manzanares. La clase, que no es lo mismo que el arte. Da lo mismo si es en una plaza de responsabilidad severa, como Madrid, o Bilbao, o Sevilla; o si es en l aalegría sin consecuencias de un festival benéfico; o si es simplemente en un tentadero en su propia casa, sin testigos. En todas partes, en donde sea, José Mari Manzanares torea como quien respira. ¿Respiran ustedes, de manera distinta en un lugar o en otro, digamos en la Maestranza de Sevilla un Domingo de Resurrección o frente al televisor en la sala de su casa? Si; probablemente, sí. Pero usted no es José Mari Manzanares.

Todo arte es artificio, desde luego, y el del toreo no es una excepción. Pero hay modos del arte en los cuales el artificio es natural. No imita a la naturaleza, sino que es ella misma en su vasto respirar cósmico. Es un don recibido del cielo que distingue ciertos músicos, ciertos poetas: Mozart, a Verlaine. En ellos, el arte sale solo, como desprovisto de intervención humana. Quiero decir, de intervención de la voluntad humana. Así es el arte del toreo de José Mari Manzanares. Un arte natural.

EL TOERO HERÓICO: El héroe, el mito, el gladiador como César Rincón. El toreo es, por supuesto, un oficio de héroes: de hombres muy valerosos que se juegan la vida. Es el único oficio heroico que queda en un mundo obsesionado por la seguridad, con la posible excpeción del de bombero. Pero los bomberos no se juegan la vida por el arte, sino por la necesidad: alguien tiene que apagar los incendios; y en cambio no es necesario que nadie se enfrente a los toros bravos. Antoñete decía que el toreo heroico es el toreo de siempre. Distancia al toro; técnica porque sin ella es imposible el cite de largo; enganchar al toro en la panza de la muleta y llevárselo atrás; y hacerlo templado, rítmico. Eso es dominio, y cuando todo ocurre así, se manifiesta la belleza y se produce arte. Y eso tiene un enorme mérito porque supone contar con un valor a toda prueba. Parece fácil, pero hay que hacerlo.

EL TOREO ROMÁNTICO: Como el de José Miguel Arroyo, Joselito. El romántico, el de otros tiempo. Ese toreo rancio, sabor antiguo muy personal, muy individual. Callado. Toreo asentado, y a la vez relajado. Sin prisas. Todo se hace despacio en el toreo, para que quede bien hecho. Se entra a la suerte sin prisas, se sale sin prisas de la suerte. Clásico: “yo me fijo mucho en las cosas antiguas e intento ser lo más clásico posible” ha dicho Joselito. Como todos los románticos. Porque los románticos tiene la nostalgia del equilibrio clásico.

EL TOREO PERFECTO: el de Enrique Ponce. El toreo a prueba de equivocaciones, el toreo inteligente y completo como torero.

EL TOREO ALEGRE: siendo valuarte de esta categoría El Cordobés. En la alegría de la fiesta está el origen del toreo, y también está su permanencia. Dejen esto solo en manos de los artistas serios, y a ver qué pasa.

EL TOREO ESPIRITUAL: Belmonte decía que el toreo es una actividad del espíritu. El toreo espiritual es el de José Tomás: dictado desde adentro, desde las potencias del alma; o desde arriba, desde Dios; o desde un principio oscuro de inmanencia, como está el árbol presente en la semilla; o, teológicamente, desde un inexorable deber ser.

No hay comentarios: