sábado, 8 de diciembre de 2007

El fin de la ducha caliente/ Esteban Ortiz Mena


PEQUEÑOS COMENTARIOS SOBRE EL ÚLTIMO FESTEJO DE LA FERIA DE QUITO “JESÚS DEL GRAN PODER 2007"

Por Esteban Ortiz Mena

Yo creo que los libros lo escogen a uno y no al revés, como se cree…

La mañana del 6 de diciembre de 2007 traía una mezcla de sensaciones. Era el último día de Feria. También estaba cansado: el trajín de nueve días intensos es agotador. Por eso, esa mañana, algo aletargado escogí un libro al azar (que terminó escogiéndome a mí). Me lo llevé a la cama porque tenía frío y sobre todo porque me quería volver a acostar. Son esos días en los que alargamos el momento de levantarnos, como si existiera un mundo paralelo del cual no quisiéramos salir: el de los sueños.

Al repasara las primeras hojas encontré un dialogo del personaje de la novela (un estudiante en París que pasa las penurias de vivir lejos y en condiciones precarias, pero dignas) con el cual me identifiqué: “El abono trimestral de la piscina había sido una importante inversión de mi parte, pues costaba 120 francos, pero una ducha caliente cada día era lo único que podía devolverme a la vida”.

El valor de una ducha caliente, dice Santiago Gamboa en El síndrome de Ulises, va más allá del precio o del chorro de agua que cae y se convierte en la sensación placentera que da sentido a la vida.

Los días de toros son esa ducha caliente que es, también, lo único que nos podía devolver a la vida. Que no es eterna (ni la vida, ni la ducha). Es como La tregua que Mario Benedetti da en su novela a su personaje principal: “Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”.

Esa tregua de felicidad: los toros.

Así vivimos los taurinos, de tregua en tregua, en búsqueda de nuestra felicidad. Esa ducha caliente de nueve días… que ya se acabó.

Por cierto, esa tarde, en el primer toro… la enormidad de César Rincón. Quizás ayudó a que la tregua sea un poco más larga y el sabor a fin de fiesta, mucho más placentero.

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