domingo, 28 de noviembre de 2010

Toros y libertad/ Pablo Lucio Paredes

Pablo Lucio Paredes

Los Gobiernos fueron creados para hacer lo que nosotros no podemos hacer personalmente o mediante nuestras organizaciones cercanas. Por ejemplo, la defensa nacional o las relaciones internacionales, no para administrar nuestras conciencias. Ese es el espacio de las personas y familias, fundamento de la libertad que solo puede ser invadido en casos muy extremos y que no generen duda, en particular cuando los menores de edad deben ser protegidos de abusos claros por parte de sus progenitores. El Defensor del Pueblo pretende que eso son las corridas de toros: los padres irresponsables e insensatos (¿debemos agradecerle por querer educarnos?) exponemos a nuestros hijos a un acto violento que está claramente orientado a la muerte del animal.

Es un abuso inaceptable. Las corridas de toros para los que las apreciamos, son un espectáculo cultural, tienen un enfoque artístico y ciertamente constituyen un duelo noble entre un hombre y un animal, siendo sin duda más violentas que el ballet. El Defensor del Pueblo no tiene por qué compartir esa opinión, pero se la debe guardar para su esfera personal: con no llevar a sus hijos a las corridas está cumpliendo con su conciencia, no tiene ningún derecho a convertir sus criterios en normas para los demás. Es correcto que nos informe sobre sus impresiones, advertirnos sobre los riesgos que él percibe, incluso obligar a que los menores de edad deban estar acompañados de sus padres, nada más. No puede pasar esa barrera que le convierte en censor de las decisiones familiares.

¿Entran las corridas en esa esfera en que los padres “irresponsables” ponemos en riesgo a nuestros hijos? Nunca. ¿O acaso el Defensor tiene pruebas debidamente sustentadas, demostrando que los niños expuestos a estos espectáculos son más violentos y peligrosos para la sociedad? Hay gente que nunca ha ido a los toros y que estoy seguro es más peligrosa que los taurinos (incluyendo muchos políticos). Si tiene pruebas debería compartirlas para convertirse en un referente de nuestras decisiones. Mañana, bajo ese criterio, podría prohibirnos ver cuadros de Goya, porque contienen un alto grado de violencia, o leer sobre los campos de concentración cuya atrocidad es inigualable. Y si usted cree que este tema se asemeja a la censura municipal que establece edades en el cine, pues déjeme decirle que pienso exactamente lo mismo: deben servir de orientación pero nunca de obligación para menores acompañados de sus padres. Las percepciones de unas personas no pueden ser reglas para todos.

Esto gira alrededor del problema de saber hasta qué punto la colectividad puede tomar decisiones sobre el individuo. Y el poder moderno (más aún en el Ecuador actual) evidentemente rebasa esos límites: nos quieren imponer un estilo de vida y una forma de pensar, y de ninguna manera la democracia puede justificarlo. No porque alguien recibió votos de una mayoría o fue nombrado por la autoridad a un cierto cargo, puede entrar en la zona de nuestras conciencias. Incluso una votación mayoritaria no puede orientar nuestra cultura en aspectos como las corridas taurinas. Esa libertad aún es nuestra.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Envidia del flamenco



Zabala de la Serna
"Envidia, tengo envidia de tus cosas...", le cantaría yo hoy al hermano flamenco, como aquel bolero de Machín. Flamenco, escribámoslo con mayúscula, declarado Patrimonio Universal de la Humanidad para la Unesco, se convierte en un arte mayor, el arte que ya era pero reconocido mundialmente. Desde Francia, hace tiempo que el Observatorio para las Culturas Taurinas de París trabaja en esta idea para el toreo, a la que en España nos hemos sumado a última hora ya con el agua al cuello, lo que es muy español. La Junta de Andalucía ha añadido, además, que estudia incluirlo en la enseñanza escolar. La envidia sana me invade irremediablemente. Siempre pensé que a la hora de estudiar la Historia de España, los años 40 no se entendían sin Manolete o los 60 sin El Cordobés, como reflejos de la España real y social, incluso económica. Estudiamos una Historia oficial abstraída, sintética y aislada de la que se representaba en las plazas de toros (aquí entra la cita de Ortega y Gasset), en los escenarios y, con el devenir de los años, en los campos de fútbol. Ole por ti, por tu mé, hermano flamenco, tú que puedes.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.


MUNDOTORO



Esta forma de mentirnos para protegernos. Este modo de domesticar la vida y la muerte. Esta forma de globalizar con anestesia todo lo que no encaja en la razón. Esa forma de ocultar la pasión por si acaso, o por miedo a que sea verdad y pidamos un bis. La misma forma de sustraernos el dolor. Porque duele. Esta es una sociedad donde sobran los poetas, la literatura, la pintura, el genio, el carácter, el talento, el miedo y el valor.



Justo lo que va pegado a un pase, a un lance. Es por eso que, siendo el toreo un espectáculo no globalizable, no domesticado, despegado de la racionalidad, estamos al borde de la ley y del supuesto orden. No es el animal toro el que desajusta a la sociedad, es el animal hombre quien la deja perpleja: la muerte.



El animal hombre es lo que le preocupa a esta sociedad del confort globalizado que decide cómo, cuándo, dónde y por qué uno se tiene que morir. Y lo que es peor, que decide cómo, dónde, cuándo y por qué y hasta con quién se ha de vivir. Este animal hombre, con la razón elevada al infinito a través de su pasión, es el que molesta, desubica, el que se hace inexplicable. Y ya se sabe que lo que no se puede explicar, mejor se prohíbe. Porque lo inexplicable no sólo no se domestica. Es rebelión. Rebeldía.







El toreo es eso en la vida y en la muerte, pura actividad apasionada sin explicación razonable o cartesiana o lógica o matemática. El toreo no oculta lo que esta sociedad oculta porque no domina, porque le da miedo: la vida y la muerte. Murió de lo que mueren los toreros a veces. De un ataque de pasión. La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.







Y eso. A esta sociedad, le da pánico.