viernes, 15 de julio de 2011

¿Qué es torear?


Esteban Ortiz Mena

Voy a empezar con una frase de Fernando Claramunt López que recoge con mucha claridad las aguas por donde vamos a navegar durante esta conferencia: “Me he puesto, con variada fortuna, delante de las becerras en todos los tentaderos que he podido, desde la niñez hasta una edad más avanzada de lo razonable. He intentado siempre respetar las normas clásicas, al menos desde Paquiro en adelante, a sabiendas de que, sin ser profesional, es inevitable realizar toreo cómico sin querer. No me arrepiento. He vivido con intensidad momentos irrepetibles e inolvidables; me han ayudado a comprender que, por la práctica repetida de una conducta irracional y apasionada, descubre uno mejor la distancia entre los sueños y la realidad”.

Los toros ayudan a vivir. En palabras de Víctor Gómez Pin, “la escuela más sobria de vida”. Eso es torear. Bueno, eso es en realidad lo que representa, pero no hemos definido con claridad ¿qué es torear? Ahora bien, ¿Qué es torear a un toro? Depende… Las definiciones cubren un amplio abanico, aunque en un arte tan subjetivo como este, tampoco sirven mucho los conceptos: todo es subjetivo. El torear puede ser tan amplio como las veces que vemos a un torero en una plaza y gritamos “¡Eso es torear!”. Cuantas veces decimos lo mismo cuando gritamos ¡Ole! en una plaza. Por eso, torear a un toro… depende.

Pero antes de eso, es importante desmenuzar varias ideas que giran alrededor de la pregunta:

Volviendo sobre las palabras iniciales de Claramunt, el toreo tiene mucho de conducta irracional y apasionada que nos llevan a ese lugar donde se encuentra la realidad, muchas veces dura y difícil. Hay dos valores que creo deben marcar la vida de un torero: liberta y pasión. Sobre la libertad no vamos a hablar ya que no corresponde, pero sí sobre la pasión. Cuando existe esta pasión, el torero se arrima, disfruta y se entrega, condiciones básicas para poder torear. Es ahí donde se generar las sensaciones íntimas que sentimos al momento de torear.

Por eso, tienen que entender que torear, sin lugar a duda, es lo más grande. Pero también es lo más duro. La irracionalidad viene acompañada de la realidad, que ya de por sí es compleja, que se mezcla con la crudeza de la actividad que el torero realiza. Esta crudeza (que no es violencia, ya que el toreo no es violento por naturaleza) se une al hecho de entender que la profesión a la que se dedican se relaciona con un sentido trágico en último término. Por supuesto que el torero jamás sale a la plaza pensando en que va a morir. O sino no iría nunca. Pero si piensa en la cornada, en el riesgo, la incertidumbre… y todo eso genera miedo. Pero es maravilloso. Sí, torear es un sentimiento y como todo sentimiento, es completamente subjetivo.

Pero al referirse a la grandeza en la vida, estamos hablando de palabras mayores que hay que empezar a entender y para eso uno ejemplo:

Enrique Ponce tuvo un percance muy fuerte en León, donde una costilla le perforó el pulmón (o algo así) además de una seria cornada que por suerte no tuvo consecuencias. Cuentan los que estaban con él que apenas pudo levantarse de la cama del hospital, algo adolorido, cogió una toalla y empezó a lancear. Conciente de lo que hacía, habiendo estando al borde de la muerte, dijo “el toreo es grandeza”. Se pueden imaginar ustedes, una persona que estuvo a punto de morir por torear, luego de tantos dolores y molestias causadas por esta actividad, que se levante de una cama donde estaba postrado y vuelva a hacer lo que le llevó a ese estado. Es de locos. En eso radica la grandeza.

En superar adversidades, en ser mejores, en persistir… y lo que es peor, jugar (sin ser juego) con una profesión que en cualquier momento puede tener consecuencias gravísimas, pero que sin duda el toreo hace que se sobrepongan a adversidades tan extremas como la muerte para volver a ella, a seguir desafiando.

Esta grandeza solo lo puede comprender quien torea y sobre todo, y lo más importante, cuando lleva una vida de entrega, sin excesos, y se dedica por entero a su profesión. Tenemos que entender que esta es una profesión como cualquier otra. Sacrificada, competitiva, dura… que comulga con un elemento distinto a cualquier otra actividad: el rito y la espiritualidad. Y eso, insisto, es lo que le hace grande.

José Miguel Arroyo “Joselito” estaba consciente de que el éxito sólo se alcanza con una entrega sin límites. Así, en su etapa de novillero le dice a su apoderado Enrique Martín Arranz que quería tomar la alternativa a lo que este asintió. Entonces le preguntó: “¿Qué debo hacer para ser figura del toreo?” Y le respondió una frase, que cuenta, asumió desde que se hizo matador: “Para ser máxima figura del toreo tendrás que cumplir con lo que Winston Churchill ofreció a su pueblo en su histórica frase: “sangre, sudor y lágrimas”.

Hablar del torero es hablar de la persona. Eso es fundamental, y una vez que tenemos identificada a la persona, podemos hablar sobre ¿qué es torear? Antes imposible.

“Yo ya dije un día que lo de la técnica me sonaba al funcionamiento de las lavadoras. Mire usted: el toreo hay que llevarlo en la sangre y en la cal de los huesos, y eso se lleva o no se lleva. Lo de la técnica es un cuento que se han inventado algunos periodistas, pero eso no existe. Existe conocimiento, experiencia y práctica, pero lo demás es cuento. En cambio, lo de arrimarse sí es un término muy torero. Arrimarse, pero con cabeza, con inteligencia. Aquí de mandanga no se puede ir…” (Rafael de Paula)

Por eso, yo ya lo he dicho en varias oportunidades, que a un torero se le puede perdonar todo… menos falta de ambición.

¿Qué es torear? Es ser uno mismo, es ser personas. Es el ser a su máxima expresión: torería como valor supremo.

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