Todavía me queda la esperanza de que la racionalidad, de viaje desde hace algún tiempo en este país, regrese para quedarse y que la tiranía y la prepotencia dejen de ser parte de lo cotidiano. Me duele ver cómo la imposición de un criterio, de un gusto, una forma de pensar, se vuelven parte de mi vida, aunque lo rechace. Nadie tiene el derecho de decir al otro lo que tiene qué hacer. Jamás se ha visto que los gustos de la gente se establezcan por decreto. ¿Acaso la libertad se negocia? La libertad se ejerce.
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