martes, 26 de enero de 2010

Morante de la Puebla. Un genio herido/ Alvaro Acevedo


Por Álvaro Acevedo
6 Toros 6, No. 794
Términos tan genéricos y erosionados por el uso como el "arte" y el "valor" quizá sean insuficinetes para explicarlo, pero la verdad es que en ellos se resume todo: un arte excepcional, nacido del toreo más clásico porque los engaños se deslizan bajos y lentos, y porque la embestico, con capote y muleta, es toreada desde el inicio, enganchada, traída, para fundirse con el cuerpo en el momenot único y mágico del embroque, y conducida tras la cadera, en redondo, para liberarla lo preciso, sin que el toro acabe de perder el hilo de la muleta y no se interrumpa la ligazón.
¿Y el sentimiento? Surge tan natural y apasionado que sólo es posible en quien nace torero. No hay forma de contralo, no soporta comparacio´n alguna y chiriarría en el aventurero que pretende su imitacióin. No es sólo torear con las muñecas y las yemas d elos dedos, con la cintura y el pecho, porque así lo hacen varios toreros, cada uno a su estilo, y de maravilla. Hablámos de otra coas; de un compñas en el que hasta las pestañas tienen algo que decir. Pero -un momento- el cuerpo aparece natural. No se crispa. Quizá porque cada suerte sea una prolngación del alma y todo brota por su propio ser.
¿Y la imaginación? Tenemos la faena al uso, que aun siendo meritísima, es la más ilógica de todas porque se impone a pesar de lo que diga el toro. En Morante no es así: cada reacción del animal se resuelve de manera precisa: tres naturales o dos ayudados por alto; un trincherazo o el aleteo de pitón a pitón; el lance de capa o el recorte. Nos obliga, pues, a estar siempre mirando. A ver qué pasa. En eso de tener el toreo en la cabeza.
Llegamos al valor, y con él, a la otra columna de este milagro morantista. Realmente es una obviedad: para hacer lo que hace Morante y de esa manera, y no sólo al toro dóciel que se deja acompañar, sino también al reservón, al violento, al listo, al poco entregado o al de nobleza oculta, se necesita un valor de orden superior que nada tiene que ver con el arrojo puntual o la garra acelerada. Por lo visto, los últimos infieles ya se están enterando. Me aburre explicar cualquier evidencia. Y la mayor de todas es que Morante tiene valor.
Aprovechamos, ya que hablamos de valor, para entrar ya en algunas claves de la temporada (se refiere a la remporada 2009). Aquel mano a mano en SEvilla era en realidad una terna de dos contra uno: Victorino Martín y el Cid frente a Morante. El juicio estaba ya solucionado en el imaginario de la canallesca, de manera que para algunos mandarines de la crítica, "poresitos", el de la Puebla naufragó sin ideas ni recursos. Ello, a pesar de los lances a un albaserrada tobillero hasta la boca de riego con la música en su honor; y a pesar de aquella faena de sereno valor y verdad absoluta frente al peligro del quinto de la tarde.
Luego llegó la oreja de firmeza y capacidad al complejo toro de Jandilla antes de la Gran Lección. Hablamos de la faena a un juanpedro reservón y orientado que sucumbió ante esa calma de pies y esa muleta cuadrada ante sus ojos. Con la mano izquierda. La obra, definitoria de la absoluta madurez del artista, embaucadora por su beleza y magistral al ser expuesta ante la incredulidad de todos los presentes, se convirtió además en eterna. Se clavó como un puñal en la aficióin que, encogida, no reaccionó como hubiese debido hasta salir e la plaza y quitarse la daga del pecho. Y entonces la faena viajó por el mundo y lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos a través de la memoria colectiva de la afición.
Viajará en compañía de los veinte lances de capa y de ese galleo por chicuelinas cuyo baile no hubiera igualado un flamenco de la cava. Es lo que decíamos de "nacer torero". De aquella obra de arte sin parangón acaecida en la Monumental de Las Ventas no diremos más. Si lo vieron, es innecesario; y si se lo perdieron, sería inutil. Además, sin quererlos estamos haciendo repaso de un año que aún no ha concluido y no es nuestro objetivo. No obstante brevemente apuntaremos la faena apoteósica de Barcelona ante un manso encastado; el recital de toreo absoluto (capote, banderillas, muleta y espada) de Granada; la naturalidad sublime que silenció a los mozos de Pamplona; la gloriosa colosal y sangrienta en El PUerto de Santa María; la reaparición de cante grande en Málaga; la lentitud etérea e incomprendida de Bilbao; y l afaena descomunal de Cuenca, el día que, por lo visto, hubo un duelo del que un servidor no se enteró.
En San Sebastián de los REyes cayó herido por segunda vez el Genio después de explicar el toreo a la verónica y de muleta, en doce pases, antes de la cornada. Cuando esto se publique, quizá Morante haya reaparecido de nuevo, ahora en Valladolid. Queda septiembre y octubre, meses plagados de compromisos difíciles y, en ocasiones, creemos que innecesarios. Pero dejemos para el torero y su administración la conveniencia o no de sumar más festejos que un pegapases del montón. Hasta que el cuerpo y la mente aguante, si es que aguantan, Morante está escribiendo la mayoría de páginas gloriosas del año 2009 en las plazas más relevantes del orbe taurino. Y lo está haciendo con una pésima fortuna en los sorteos y con una enfermedad, no lo olvidemos, que impsibilitaría a cualquier mortal ponerse delante, no ya de un toro, sino de un ordenador. Con la contundencia del poderos, con la entrega absoluta del gladiador, con la maestría del doctor y con la grandiosidad de lo que es, un artista único e inimitable, Morante se ha ganado ya el derecho a ser juzgado para los restos.
El valor más desnudo y el arte una vez soñado se han encontrado en un torero. Y juntos llevan el nombre de la Puebla.

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