martes, 21 de diciembre de 2010

martes, 14 de diciembre de 2010

El arte de jugarse la vida



POR FRANCIS WOLF, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE PARÍS
Jueves, 28-08-08

SE escucha de vez en cuando a escritores, universitarios y pensadores españoles evocar su infancia vagamente acunada de recuerdos taurinos y expresar su rechazo, a veces violento, de la fiesta de los toros. No comprenden cómo puede hoy (aún y siempre) emocionar, conmover, exaltar las muchedumbres, en las que seguro no ve nada más que una masa de reaccionarios incultos alentada por intelectuales esnobs. En esta revuelta antitaurina, a veces íntima, a veces sonoramente militante, se encuentran a menudo, en amalgama con la memoria de sus propias historias familiares, algunos tópicos datados en los sesenta (toros = turismo, exotismo de españolada, tremendismo del torero descamisado) o más antiguos aún (toros = España negra, vergonzante cara del pasado). Sí, ya sé: sé que para muchos españoles los toros despiertan espontáneamente ese mismo sentimiento confuso, un poco nostálgico, vagamente vergonzoso, de tener que vérselas con algo que sobrevive de manera inconveniente pero a punto de caducar definitivamente gracias a la ascensión social, la educación del pueblo, la evolución de las costumbres, el sano desarrollo de las sensibilidades, Europa, la democracia, etc. Sí, ya sé: sé que para muchos jóvenes españoles la palabra «tauromaquia» evoca carteles de otra época, un rito anticuado, una especie de juego arcaico o incluso un espectáculo cruel del que deben defenderse cuando, gracias a un programa Erasmus, se dan cuenta que, para el resto del mundo, se mantiene asociado al nombre de España, es decir, a una de las naciones más avanzadas de Europa de la que por lo demás uno puede sentirse orgulloso. A todos esos españoles, jóvenes o menos jóvenes, les quiero decir lo que sigue: los toros no son ya sólo la Fiesta Nacional de España. Con eso han perdido un poco y ganado mucho. Se han convertido en parte integrante de la cultura de la Europa meridional e incluso del patrimonio mundial.

¿Se imaginan ustedes que hace apenas algunas semana (el 2 de junio exactamente), en un teatro del centro de París atestado, cientos de personas de las que la mayoría no habían puesto nunca sus pies en España, e ignoraban absolutamente todo de la «fama negra» de los toros, habían pagado cara su entrada por el único placer de homenajear la heroica carrera de un torero... colombiano (César Rincón)? Claro que para todos esos turistas que visitan España a toque de pito, entre la torre de Pisa y el Big Ben, y que creen que Francia es Pigalle, los toros son el «exotismo» español barato, y el torero es algo así como «Manolete-ElCordobés-del brazo de su bailaora con castañuelas», o (para los más cultivados ¡ay!) es la imagen odiosa y desgastada del maletilla hambriento que, para salir de su miserable condición, no tiene otro remedio que tentar al diablo y arrojarse entre sus cuernos. Ignoran evidentemente, como quizás muchos españoles, que uno de los más grandes toreros de la historia está vivo y toreando y en modo alguno debe su valor extraordinario a esa deprimente leyenda, o que uno de los mejores toreros de la primera década del siglo XXI es francés, o que fue prácticamente imposible conseguir entradas (siendo tan caras como las de la ópera) para las diez corridas que conformaron la reciente feria de Nîmes (95.980 espectadores).

Un poco de pudor y muchos escrúpulos me impiden evocar mi infancia que está en las antípodas de las de los intelectuales españoles antitaurinos. Bastará decir que esa infancia en el cinturón de París, con mis padres judíos alemanes que escaparon por milagro de los campos de la muerte, en modo alguno me preparaba para recibir el choque que fue el descubrimiento accidental de los toros, a la edad de 18 años, al azar de una escapada estudiantil en la región de Provence. Para muchos españoles de mi generación, los toros son familiares, formaron parte de la vida cotidiana de su infancia, se los vivía con indiferencia, aceptación o rechazo de una «cultura» vagamente patrimonial que es como una segunda naturaleza de la que hay a veces que desprenderse para poder existir por sí mismo. Para mí la corrida de toros es una amiga que he elegido tan próxima como la música y sin la cual podría difícilmente vivir. Digo que la he elegido pero tengo más bien la impresión que ella me ha elegido a mí; el encuentro fue fortuito pero, como dice Flaubert de la primera cita amorosa: «Fue como una revelación». No, los toros ya no son sólo la Fiesta Nacional. Han perdido un poco de sus particularidades (algunas fiestas votivas, capeas salvajes, un público cautivo, un pueblo entero movilizado tras un torero muerto), han ganado mucho en universalidad -geográfica y sobre todo cultural-. Ahora, en el presente, los que torean y los que van a los toros lo han elegido, y si no saben del todo, ni unos ni otros, lo que van a buscar «allí» (¿sabemos bien lo que es el amor?), saben que hoy se va a la plaza en lugar de ir al estadio, al concierto o al teatro.

Sin duda, la corrida de toros no es moderna, pero no porque no sea de nuestro tiempo, es -al contrario- porque nuestro tiempo no está ya en la «modernidad». La modernidad en el sentido estricto se acabó hacia el final de los años ochenta del siglo pasado, con el derrumbamiento de las ideologías, el fin del sueño en el progreso y el agotamiento de los discursos dogmáticos de las vanguardias artísticas (formalmente revolucionarias, políticamente redentoras). Lo que algunos han dado en llamar la «posmodernidad» o lo contemporáneo se opone punto por punto a la modernidad. Puede ser que la corrida de toros no sea ni haya sido nunca «moderna», pero es seguro que se acuerda perfectamente a lo «contemporáneo». Lo moderno está ligado al progreso, a la «velocidad», a la industrialización sistemática (comprendida la de la ganadería de carne); lo contemporáneo y la corrida están ligados a la biodiversidad, a la ganadería extensiva de bravo, a los equilibrios de los ecosistemas. La modernidad sólo veía la salvación a través de la comunidad y la sociedad, en el «todo es política», lo contemporáneo y la corrida renuevan con los valores del héroe solitario (pensemos en el culto contemporáneo hacia los éxitos singulares y aventureros de cualquier tipo), con una ética de las virtudes individuales, el valor, la lealtad, el don de sí mismo. La modernidad quería esconder la muerte (simple «no vida» igual que se dice invidencia en vez de ceguera), reducirla al silencio del frío vacío de las salas mortuorias o a la mecánica funcional de los mataderos; lo contemporáneo y la corrida de toros reconocen que la ceremonia de la muerte puede contribuir a dar sentido a la vida mostrándola conquistada a cada instante sobre la posibilidad misma de su negación. Era -se decía- el fin de los ritos en los que lo único que se veía eran prejuicios arbitrarios e irracionales, pero lo contemporáneo y la corrida de toros redescubren las virtudes de los ritos, no necesariamente vinculados a capillas y estampitas. Lo moderno declaraba el final de la figuración en pintura, del relato en literatura, del drama en el cine; lo contemporáneo inventa una nueva figuración, el cine de Almodóvar, genio de la posmodernidad, reinventa la linealidad del relato y las estructuras complejas del melodrama, como la corrida de toros que mezcla lo festivo y lo trágico, los colores chillones y la emoción más pura. El arte moderno glorificaba la vanguardia social y declaraba el final de la «representación», el posmoderno mezcla lo popular y lo erudito -como la corrida de toros, la más sabia de las artes populares- mezcla la transfiguración de lo real y su presentación en bruto (el happening, el body-art, el ready-made, la instalación, la intervención, el artista mismo) como la corrida de toros, alianza de representación clásica de la belleza y de presentación en bruto del cuerpo, de la herida, de la muerte, como el torero, artista contemporáneo, que hace de su gesto una obra estilizando su existencia. La posmodernidad, lejos de oponer el hombre al animal como en los tiempos modernos, presiente que no hay humanidad sin una parte de animalidad, sin un otro al que -a quien- medirse, como si el hombre -hoy más aún que ayer- sólo pudiera probar su humanidad a condición de saber vencer, en él y fuera de él, la animalidad en su forma más alta, más bella, más poderosa, por ejemplo la del toro salvaje: vencerla, es decir, repelerla o domarla, pero sobre todo oponer la fuerza de la astucia, la gratuidad del juego, la ligereza de la diversión, la gravedad de la entrega de sí mismo, la fuerza de la voluntad, el poder del arte, la conciencia de la muerte -en definitiva todo lo que hace la humanidad del hombre-.

Quizá se podrá afirmar: ¿pero el espectáculo del sufrimiento animal, dada la evolución de las costumbres, no es ya tolerable, hoy menos que ayer? A esto hay que responder que no es una cuestión de historia (moderna o no) ni de geografía (España negra o no). Yo no he sufrido nunca, personalmente, con el espectáculo del pez atrapado en el anzuelo del inocente pescador de río -es una cuestión de sensibilidad-. Ésta permite a algunos ver al toro como víctima, la mía sólo ve en él un animal combatiente. Autoriza a algunos a pensar que el torero martiriza una bestia, yo veo en él un héroe contemporáneo que tiene la audacia de desafiar y enfrentarse a una fiera jugándose la vida -sin más, por la belleza del gesto, por pura libertad, para afirmar su propio desapego en relación con las vicisitudes de la existencia y su victoria sobre lo imprevisible-. ¡Es cierto que el toro no quiere combatir, pero no por porque sea contrario a su naturaleza el combatir sino porque es contrario a su naturaleza el querer! Esto es al menos lo que mi sensibilidad me dicta, comparable en eso a la de cientos de miles de otros hombres en todo el mundo, y no la creo menos movilizada ni sublevada que ninguna otra ante el sufrimiento de los hombres -o incluso de los animales- ni menos consciente de lo que hace falta de poder creador para volver a dar hoy un sentido, en arte, a esa palabra mancillada que es la belleza.

FRANCIS WOLFF
Catedrático de Filosofía de la Universidad de París

La montera de un académico de Bellas Artes de Sevilla, del Toreo como Bella Arte, ante la Academia sueca


ANTONIO BURGOS
Día 08/12/2010
«CUANDO uno de mis amigos aficionados a los toros supo que me habían invitado a dar el pregón de la Feria de Sevilla, exclamó: “¡Pero eso es más importante que ganar el Premio Nobel!”». Así se abría de capa Mario Vargas Llosa en el tercio de sombra del teatro Lope de Vega, cuando el 23 de abril del año 2000 comenzaba el XVIII Pregón Taurino de Sevilla. Me imagino que ese mismo amigo aficionado, no sé si de la limeña plaza del Acho o de la sevillana del Arenal, cuando supo que le habían dado el Nobel, exclamó: «¡Pero eso es casi tan importante como el pregón taurino!».
Importancia por importancia, del mismo modo que Vargas Llosa llevó el Nobel al pregón sevillano, ha llevado la verdad del toreo a su discurso ante la Academia Sueca. El discurso de la belleza de las cosas. ¿No se habla tanto de los silencios de la plaza de Sevilla? Pues cuando Mario Vargas Llosa se abrió de capa en el tercio de sombra de Estocolmo, se escuchaba ese silencio. Vargas, que tiene paladar como aficionado antiguo, desde que su abuelo Pedro lo llevaba a la plaza de Cochabamba, quiso que su discurso del Nobel se escuchara el silencio de Sevilla. Y se llevó a la Academia Sueca el silencio torero en forma de montera: la montera de Curro Romero. ¿Cuántos silencios de Sevilla ha escuchado la montera de Curro en la esperanza del paseíllo, en las muñecas bajas de una verónica, o luego en el callejón, tras pedir la venia al usía, amorosamente guardada por Gonzalito el mozo de espadas, cuando su muleta detenía el tiempo? Vargas Llosa se llevó a Estocolmo los silencios flamencos de la montera de Curro: «¡Vamos a escuchar!». La montera de las moritas. Una montera con historia. Con coplas. Es la montera del que fue su suegro, Antonio Márquez. Aquel Belmonte Rubio por cuyo amor llevó Concha Piquer anillo sin fecha por dentro. Como Vargas ayer, yo he tenido en mis manos esa montera, y he palpado que en sus rizos como de testuz del toro de Gerión se ha depositado a lo largo de los años mucho arte, mucho tiempo detenido por las muñecas de un capote, mucho aroma de una ramita de romero. Mucha armonía. La armonía del Arte de la Tauromaquia.
La montera de Curro tenía que haber estado en el atril del Nobel cuando Vargas hacía el paseíllo en su alternativa con la eternidad de la Literatura. Vargas, ¡qué nombre más torero! Vargas, como Salomón Vargas, aquella escultura gitana de Martínez Montañés de la que Curro aprendió la perfección del capote. Vargas, como aquel Ramón Soto Vargas cuya sangre llenó de muerte la plaza de los silencios, un día de agosto. Vargas, como la Venta de La Isla donde cantaba Camarón mientras le hacían compás los grillos de los esteros. Este Vargas tan torero cumplió el sueño de la peña taurina Los Suecos de Estocolmo, la de Lars Swärd, el compadre de Curro. La montera que Curro nunca le emprestó a su compadre para que se la enseñara a los socios de la peña mientras veían una vez más el vídeo de lo de Antequera, o lo de Almería, o lo de Sevilla, la plantó Vargas Llosa en la Academia Sueca. La montera de un excelentísimo señor académico de Bellas Artes de Sevilla, del Toreo como Bella Arte, ante la Academia sueca. Y como el Nobel y el pregón, total, vienen a ser lo mismo, la montera estaba repitiendo con su silencio las palabras que dijo Vargas cuando el Nobel, digo, cuando el pregón: «Entre todas las artes, acaso la más difícil de explicar racionalmente sean las corridas de toros, una fiesta que conquista las emociones y sensaciones, esa facultad de percibir lo inefable, lo innominado, que fraguan la sensibilidad y la intuición, exactamente como ocurre con la poesía o la música».

El Albero a la torería‏


El premio El Albero a la torería, que otorga El Albero Peña Taurina de Quito al hecho más destacado y torero durante la celebración de la Feria de Quito ha recaído este año en el torero Enrique Ponce por su magistral faena premiada con el corte de dos orejas y rabo, hecho repetido luego de 30 años en esta Plaza. Además de lo ocurrido en el ruedo, el Maestro valenciano dejó a su paso por Quito un inconfundible aroma a torería al compartir sus misterios en sendas conferencias e intervenciones; al no dejar pasar visitar a su compañero herido y torear de salón con él y con tantos diestros que se encontraban en el Hospital para enseñar, con paciencia y amor por su profesión, los misterios de esta maravilloso arte. Por todo, El Albero a la torería para Enrique Ponce

domingo, 28 de noviembre de 2010

Toros y libertad/ Pablo Lucio Paredes

Pablo Lucio Paredes

Los Gobiernos fueron creados para hacer lo que nosotros no podemos hacer personalmente o mediante nuestras organizaciones cercanas. Por ejemplo, la defensa nacional o las relaciones internacionales, no para administrar nuestras conciencias. Ese es el espacio de las personas y familias, fundamento de la libertad que solo puede ser invadido en casos muy extremos y que no generen duda, en particular cuando los menores de edad deben ser protegidos de abusos claros por parte de sus progenitores. El Defensor del Pueblo pretende que eso son las corridas de toros: los padres irresponsables e insensatos (¿debemos agradecerle por querer educarnos?) exponemos a nuestros hijos a un acto violento que está claramente orientado a la muerte del animal.

Es un abuso inaceptable. Las corridas de toros para los que las apreciamos, son un espectáculo cultural, tienen un enfoque artístico y ciertamente constituyen un duelo noble entre un hombre y un animal, siendo sin duda más violentas que el ballet. El Defensor del Pueblo no tiene por qué compartir esa opinión, pero se la debe guardar para su esfera personal: con no llevar a sus hijos a las corridas está cumpliendo con su conciencia, no tiene ningún derecho a convertir sus criterios en normas para los demás. Es correcto que nos informe sobre sus impresiones, advertirnos sobre los riesgos que él percibe, incluso obligar a que los menores de edad deban estar acompañados de sus padres, nada más. No puede pasar esa barrera que le convierte en censor de las decisiones familiares.

¿Entran las corridas en esa esfera en que los padres “irresponsables” ponemos en riesgo a nuestros hijos? Nunca. ¿O acaso el Defensor tiene pruebas debidamente sustentadas, demostrando que los niños expuestos a estos espectáculos son más violentos y peligrosos para la sociedad? Hay gente que nunca ha ido a los toros y que estoy seguro es más peligrosa que los taurinos (incluyendo muchos políticos). Si tiene pruebas debería compartirlas para convertirse en un referente de nuestras decisiones. Mañana, bajo ese criterio, podría prohibirnos ver cuadros de Goya, porque contienen un alto grado de violencia, o leer sobre los campos de concentración cuya atrocidad es inigualable. Y si usted cree que este tema se asemeja a la censura municipal que establece edades en el cine, pues déjeme decirle que pienso exactamente lo mismo: deben servir de orientación pero nunca de obligación para menores acompañados de sus padres. Las percepciones de unas personas no pueden ser reglas para todos.

Esto gira alrededor del problema de saber hasta qué punto la colectividad puede tomar decisiones sobre el individuo. Y el poder moderno (más aún en el Ecuador actual) evidentemente rebasa esos límites: nos quieren imponer un estilo de vida y una forma de pensar, y de ninguna manera la democracia puede justificarlo. No porque alguien recibió votos de una mayoría o fue nombrado por la autoridad a un cierto cargo, puede entrar en la zona de nuestras conciencias. Incluso una votación mayoritaria no puede orientar nuestra cultura en aspectos como las corridas taurinas. Esa libertad aún es nuestra.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Envidia del flamenco



Zabala de la Serna
"Envidia, tengo envidia de tus cosas...", le cantaría yo hoy al hermano flamenco, como aquel bolero de Machín. Flamenco, escribámoslo con mayúscula, declarado Patrimonio Universal de la Humanidad para la Unesco, se convierte en un arte mayor, el arte que ya era pero reconocido mundialmente. Desde Francia, hace tiempo que el Observatorio para las Culturas Taurinas de París trabaja en esta idea para el toreo, a la que en España nos hemos sumado a última hora ya con el agua al cuello, lo que es muy español. La Junta de Andalucía ha añadido, además, que estudia incluirlo en la enseñanza escolar. La envidia sana me invade irremediablemente. Siempre pensé que a la hora de estudiar la Historia de España, los años 40 no se entendían sin Manolete o los 60 sin El Cordobés, como reflejos de la España real y social, incluso económica. Estudiamos una Historia oficial abstraída, sintética y aislada de la que se representaba en las plazas de toros (aquí entra la cita de Ortega y Gasset), en los escenarios y, con el devenir de los años, en los campos de fútbol. Ole por ti, por tu mé, hermano flamenco, tú que puedes.

jueves, 4 de noviembre de 2010

La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.


MUNDOTORO



Esta forma de mentirnos para protegernos. Este modo de domesticar la vida y la muerte. Esta forma de globalizar con anestesia todo lo que no encaja en la razón. Esa forma de ocultar la pasión por si acaso, o por miedo a que sea verdad y pidamos un bis. La misma forma de sustraernos el dolor. Porque duele. Esta es una sociedad donde sobran los poetas, la literatura, la pintura, el genio, el carácter, el talento, el miedo y el valor.



Justo lo que va pegado a un pase, a un lance. Es por eso que, siendo el toreo un espectáculo no globalizable, no domesticado, despegado de la racionalidad, estamos al borde de la ley y del supuesto orden. No es el animal toro el que desajusta a la sociedad, es el animal hombre quien la deja perpleja: la muerte.



El animal hombre es lo que le preocupa a esta sociedad del confort globalizado que decide cómo, cuándo, dónde y por qué uno se tiene que morir. Y lo que es peor, que decide cómo, dónde, cuándo y por qué y hasta con quién se ha de vivir. Este animal hombre, con la razón elevada al infinito a través de su pasión, es el que molesta, desubica, el que se hace inexplicable. Y ya se sabe que lo que no se puede explicar, mejor se prohíbe. Porque lo inexplicable no sólo no se domestica. Es rebelión. Rebeldía.







El toreo es eso en la vida y en la muerte, pura actividad apasionada sin explicación razonable o cartesiana o lógica o matemática. El toreo no oculta lo que esta sociedad oculta porque no domina, porque le da miedo: la vida y la muerte. Murió de lo que mueren los toreros a veces. De un ataque de pasión. La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.







Y eso. A esta sociedad, le da pánico.

miércoles, 27 de octubre de 2010

'El mundo se divide en 2: taurinos y marcianos'

MUNDOTORO

Madrid (España) "El mundo se divide en dos: taurinos y marcianos. Los marcianos son seres muy monos, con antenitas y mucho más avanzados que nosotros. No los desprecio para nada, les tengo enorme envidia, pero luego están los taurinos, más pegados a la vida." Así de irónico y mordaz se ha mostrado el cantautor Luis Eduardo Aute en una entrevista concedida a Efe antes de presentar su disco "Intemperie" en el Teatro Lope de Vega de Sevilla.

Aute, aficionado reconocido a los toros, ha vuelto a proclamar su apoyo a la Fiesta y se ha mostrado nuevamente en contra de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña: "No se debe prohibir nada, salvo lo atroz", en este sentido ha asegurado que "se deben prohibir otras cosas antes", porque "la tauromaquia "es un arte mayor".

Para el artista de origen filipino no es acertado denominar a los toros como Fiesta Nacional puesto que "cuando hay muerte no hay fiesta", aunque ha defendido a capa y espada la tauromaquia porque "se representa toda la vida: el valor, el miedo, la muerte, la vida, el fracaso, la ética, la estética, el respeto..., y todo eso ocurre en vivo".

En cuanto al ferviente debate que se ha suscitado durante los últimos meses, Aute considera que es "interesante", y va más allá diciendo claramente que en este debate falta mayor conocimiento del tema porque en el "se han puesto a prohibirlo y defenderlo sin conocimiento de causa, sin ver qué es y qué significa una corrida de toros".

Aute manifiesta comprender el sufrimiento de algunos al ver matar a un animal, por lo que afirma entender una "reacción en contra", pero entonces -ha dicho- "que no se mate a ninguno". Pero de la misma manera que estas personas sufren al ver matar al toro, Aute afirma que también debería prohibirse matar a otros animales de consumo humano, por eso está "dispuesto a ser vegetariano" para que no se mate ni un cerdo, ni un cordero, ni una mosca. "Comparto el respeto absoluto hacia los animales, pero que sea para unos sí y otros no, me parece absolutamente irracional".

domingo, 5 de septiembre de 2010

Diario Hoy

http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/se-declaran-constitucionales-las-corridas-de-los-toros-428388.html

jueves, 29 de julio de 2010

Vuelve el Santo Oficio

FERNANDO SAVATER
El País, 29/07/2010

Por supuesto, no es el caso presentar argumentos a favor o en contra de mantener las corridas de toros, como suele decirse: quienes tienen que justificar la insólita medida son los que han decidido prohibirlas parlamentariamente. Hay gente a la que le gustan los toros y otros muchos que no han pisado una plaza en su vida o que sienten repugnancia por la fiesta: es la diversidad de los hijos de Dios. Pero que un Parlamento prohíba una costumbre arraigada, una industria, una forma de vida popular... es algo que necesita una argumentación muy concluyente. La que hemos oído hasta la fecha dista mucho de serlo.

¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos?

¿Son las corridas una forma de maltrato animal? A los animales domésticos se les maltrata cuando no se les trata de manera acorde con el fin para el que fueron criados. No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo, velocidad del caballo o bravura del toro. Todos esos animales y tantos otros no son fruto de la mera evolución sino del designio humano (precisamente estudiar la cría de animales domésticos inspiró a Darwin El origen de las especies). Lo que en la naturaleza es resultado de tanteos azarosos combinados con circunstancias ambientales, en los animales que viven en simbiosis con el hombre es logro de un proyecto más o menos definido. Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. No hace falta insistir en que, comparada con la existencia de muchos animales de nuestras granjas o nuestros laboratorios, la vida de los toros es principesca. Y su muerte luchando en la plaza no desmiente ese privilegio, lo mismo que seguimos considerando en conjunto afortunado a un millonario que tras sesenta o setenta años a cuerpo de rey pasa su último mes padeciendo en la UCI.

¿Son inmorales las corridas de toros? Dejemos de lado esa sandez de que el aficionado disfruta con la crueldad y el sufrimiento que ve en la plaza: si lo que quisiera era ver sufrir, le bastaría con pasearse por el matadero municipal. Puede que haya muchos que no encuentren simbolismo ni arte en las corridas, pero no tienen derecho a establecer que nadie sano de espíritu puede verlos allí. La sensibilidad o el gusto estético (esa "estética de la generosidad" de la que hablaba Nietzsche) deben regular nuestra relación compasiva con los animales, pero desde luego no es una cuestión ética ni de derechos humanos (no hay derechos "animales"), pues la moral trata de las relaciones con nuestros semejantes y no con el resto de la naturaleza. Precisamente la ética es el reconocimiento de la excepcionalidad de la libertad racional en el mundo de las necesidades y los instintos. No creo que cambiar esta tradición occidental, que va de Aristóteles a Kant, por un conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de budismo al baño María suponga progreso en ningún sentido respetable del término ni mucho menos que constituya una obligación cívica.

¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos, por ejemplo diciéndoles cómo deben vestirse para ser "dignos" y "dignas" o a que espectáculos no deber ir para ser compasivos como es debido? ¿Debe un Parlamento laico, no teocrático, establecer la norma ética general obligatoria o más bien debe institucionalizar un marco legal para que convivan diversas morales y cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera? A mí esta prohibición de los toros en Cataluña me recuerda tantas otras recomendaciones o prohibiciones semejantes del Estatut, cuya característica legal más notable es un intervencionismo realmente maníaco en los aspectos triviales o privados de la vida de los ciudadanos.

En cambio no estoy de acuerdo en que se trate de una toma de postura antiespañola. No señor, todo lo contrario. El Parlamento de Cataluña prohíbe los toros pero de paso reinventa el Santo Oficio, con lo cual se mantiene dentro de la tradición de la España más castiza y ortodoxa.

Fernando Savater es escritor. En septiembre aparecerá su libro Tauroética, un ensayo sobre nuestro trato con los animales y la cuestión taurina.

domingo, 13 de junio de 2010

Sabina: "El que no quiera ir a los toros, que no vaya"


20 minutos
20minutos.es
Siendo un gran aficionado a la tauromaquia, ¿cómo vive la polémica sobre su posible prohibición en Cataluña?

El que no quiera ir a los toros, que no vaya. Y que se dejen de tocarnos los cojones, que hay cosas más importantes. Pero que no hablen de ecología ni de amor a los animales, porque no conozco a nadie que los ame más que los ganaderos y los toreros. Si yo fuera animal, me gustaría ser toro de lidia: a ninguno se lo respeta más. Ninguno está mejor tratado. Y además, tiene la posibilidad de que lo indulten y pasarse toda la vida follando vacas sin parar (risas).

lunes, 7 de junio de 2010

Calamaro: ¡Toros sí!



MUNDOTORO
Madrid (España). Andrés Calamaro, cantante y compositor argentino, se pronunció anoche en el programa Buenafuente, de La Sexta, en contra de la prohibición de los toros en Cataluña, que algunos grupos abolicionistas persiguen. Durante una entrevista, Calamaro, dijo sentirse "avergonzado porque un compatriota mío junte firmas para abolir esta tradición noble dde mirar a los ojos a la eternidad, el arte y la muerte: las corridas de toros".
El cantante, tras señalar que "me gusta tocar estos temas polémicos", leyó el siguiente comunicado: "Con solemnidad y no sin cierto pesar, renuncio con el estado televidente español de testigo a mi status de progre, sospechado de rojo y libre pensador. Renuncio a la progresía porque quiero corridas en Cataluña, quiero correrme en una Fiesta de arte y muerte, verte correrte de buena suerte, y es más, quiero que vuelva José Tomás en Barcelona de nuevo y no me muevo de mi respeto a las tradiciones y que los papelones los haga mi compatriota que juntó cuarenta firmas por la derrota de esta fiesta que pintaron Goya y Picasso y por si acaso no quedó claro, le aclaró mi buen Andreu, que hago culto por la libertad de culto y si prohibir es progesía y el progre es rabioso anti rojo, mi antojo es renunciar al progresismo ahora mismo. ¡Toros sí!".

miércoles, 26 de mayo de 2010

“Si prohibieran los toros, habría que prohibir la langosta y el paté”


Ayer ganó el III Premio Periodístico Taurino Manuel Ramírez por su artículo «Torear y otras maldades». En esta entrevista denuncia la politización de la Fiesta y defiende la libertad de ir o no ir a los toros

JESÚS ÁLVAREZ SEVILLA

Mario Vargas Llosa se declara «muy feliz» por el premio, concedido por ABC y patrocinado por Persán, que recogerá en Sevilla el próximo mes. También reconoce que el artículo publicado el pasado 18 de abril en El País originó «cartas furibundas» en su contra de los denominados «pacifistas antitaurinos».

-Dice en su artículo que la Fiesta «es un espectáculo con algo de danza y de pintura, de teatro y poesía». ¿Los que no ven nada de esto en los toros, es que no tienen sensibilidad artística?
-Uno de los grandes atractivos de la Fiesta es que se parece mucho a la vida porque reúne cosas muy diversas: música, color, fantasía y misterio. Está relacionada con muchas artes porque hay en ella algo espontáneo que surge y luego desaparece, como el teatro. Pero no se puede juzgar a la gente de manera severa. Hay gente que tiene sensibilidad para la música y gente que no la tiene. Otros la tienen para la pintura o para la poesía. Para ver todo esto en los toros tal vez se requiera cierta sensibilidad y la gente que no la tiene, pues sólo digo que hay que respetarla, por supuesto.
-En Cataluña se identifica en ciertos ámbitos el ser «muy taurino» con ser «muy español». -Es verdad que los toros se identifican mucho con la tradición española, pero yo he estado viviendo cinco años en Barcelona y he visto en la plaza a muchos catalanes que saben mucho de toros. Me parece ridículo, pues, separar la tradición catalana de la tradición española. Y también hay mucha afición y tradición a los toros en otros países como Francia o en América Latina.-En relación con la campaña para prohibir las corridas de toros en Cataluña, Boadella dice que «cuanto más nacionalista catalán seas, más antitaurino debes de ser...»
-Boadella da en el blanco. Detrás de esta movilización, hay muchos antitaurinos por convicción, pero también un elemento político que trata de separar España de Cataluña, algo que a mí me parece inseparable. Detrás de esa campaña prevalece seguramente una intención política más que de amor a los toros.-Sostiene usted que «una langosta o un cangrejo sufren más que un toro», pero admitirá que de este sufrimiento no se hace un espectáculo,..
-Pues yo creo que de la gastronomía también se hace un espectáculo, porque no sólo entra por la garganta o por el estómago, sino también por la vista.
-¿Por qué cree que prohibir las corridas, aparte de un agravio obvio a la libertad individual, es «jugar a las mentiras», como dice en el artículo premiado?

-Porque hay una hipocresía al señalar a los toros como un caso prototípico de crueldad y olvidar que esa crueldad se vuelca sobre muchísimos animales, por ejemplo, en la comida, en la gula, en el vestuario, en el atuendo, y a veces en la pura frivolidad. Y sin embargo, no hay campañas equivalentes a los toros respecto a todas esas formas en las que se puede ver la utilización del animal en función del apetito o del capricho. Los toros existen sólo en los países donde hay corridas y allí son tratados con un cariño y amor extraordinarios, como puede apreciarse en las dehesas.
-Pero la crueldad con el toro en la plaza es innegable...
-Nadie va a negar que la Fiesta es dura y que tiene cierta crueldad, por supuesto, pero esa crueldad la viven casi en igualdad de condiciones los toros y los toreros. Y los toros son animales bravos, animales de combate, de pelea, y los animales que entran en la plaza embisten y se enfrentan así a la muerte. Yo opino que quien está en contra de eso, que no vaya a los toros. Prohibirlos me parece inaceptable: para mí sería lo mismo que prohibir la langosta, los cangregos, el paté, etcétera.
-Si José Tomás hubiera muerto en Aguascalientes, ¿se hubiera acabado el debate en Cataluña sobre si los toreros no compiten en buena lid con los toros, jugándose aquellos también la vida?
-No. Ese debate no se acabará. Es un debate antiguo. Recuerdo el caso de Azorín, que en su juventud fue un antitaurino militante y escribió verdaderos anatemas contra los toros y después se convirtió en un defensor de la Fiesta.-Cuando escribió este artículo ¿recibió algún tipo de presión o amenaza por parte de alguien?
-Recibí muchas cartas hostiles y furibundas. El artículo lo escribí porque había una polémica muy viva sobre este asunto y creí que los que gozamos con los toros debíamos intervenir y no dejar que solamente hablaran los que están en contra. Pero me llama la atención que los que se denominan tan pacifistas antitaurinos se muestren con tanta beligerancia a la hora de defender su postura.
-¿Cuándo fue la última vez que disfrutó de una faena tan intensa «como un concierto de Beethoven o un poema de Vallejo», como comenta en su artículo?

-La última corrida de la Feria de Octubre en el Perú con José Tomás. No le tocaron buenos toros pero, como los grandes maestros, supo construirlos y hacer dos grandes faenas.

jueves, 29 de abril de 2010

José Tomás: "Vivir sin torear no es vivir"/ Almudena Grandes


Por Almudena Grandes. El País, 27/05/2007

José quería ser futbolista, pero pasaba mucho tiempo con su abuelo Celestino.

A menudo, los nietos mayores siguen siendo únicos por muchos hermanos que les nazcan después, y lo son para siempre. Esa intimidad profunda y estrecha al mismo tiempo, que no tiene explicación ni la necesita, compensa con creces los mimos que se reservan para los pequeños de cada casa, porque los buenos abuelos, los que saben apreciar cómo cambia de forma y de tamaño la mano que llevan en su mano, no sólo transmiten amor, una clase especial de sabia y vigilante compañía. También saben inspirar fe, seguridad, confianza. Y a veces tienen el don de adivinar el futuro.

¿Quieres torear? Aquel día no había clase, él tenía 10, 11 años, había empezado a sufrir por el Atlético de Madrid y de mayor quería ser futbolista. Lo era ya del equipo de su pueblo, el Galapagar, un club de tercera regional cuyas categorías inferiores “benjamines, alevines, infantiles, juveniles” jalonaron el recorrido de su infancia. Al principio jugaba de delantero centro, después de medio centro, y corría mucho, tanto, que ahora recuerda su velocidad con una sonrisa luminosa, contenida, y un brillo travieso en los ojos.

Corría mucho y progresaba adecuadamente de categoría en categoría, por eso tenía ambiciones, pero aquel día no había clase y su familia decidió pasarlo en el campo, en la finca de su tío Victorino Martín, el ganadero que había logrado que su nombre se hiciera tan famoso, o más, que el de los matadores que se atrevían con sus corridas.
Entonces, alguien que andaba por allí le hizo una pregunta que le cambiaría la vida: "¿Quieres torear?".
No sabe por qué contestó que sí, pero se acuerda de que cuando se enfrentó a su primera vaca ni siquiera sabía armar una muleta. La cogió como si fuera un capote y su abuelo estaba allí, mirándole. Celestino le escondía los balones, se los quitaba, se los pinchaba y le daba una muleta a cambio: "Toma, torea". Él era taxista, pero no uno cualquiera, hasta en su tarjeta de visita lo ponía: Celestino Román, taxista de toreros. No había nada en el mundo que le gustara más que alquilarse para una tournée, o quizá sí. Quizá le gustaba más ir a Las Ventas con su nieto José, iniciarle sin palabras en la liturgia profana y solemne de una fiesta que celebra la vida en el sereno presagio de la muerte, la incomparable emoción de un hilo tenso que vibra en la garganta y se estremece en el corazón, ese mundo pequeño donde cabe de sobra el mundo entero. Quizá eso le gustaba más a él, y le gustaba al niño que le acompañaba, y miraba, y se empapaba de toros en silencio, porque en la plaza se habla poco y nunca de más, porque a la plaza se va a estar callado, a escuchar a los que saben, a aprender a respirar.
Todo eso lo sabía José Tomás aquel día de vacaciones, en el campo, cuando alguien le preguntó si quería torear. Él aspiraba a ser futbolista, ni siquiera sabía armar una muleta, pero dijo que sí, dio un paso al frente, y toreó.
Me encuentro con Tomás en un reservado de Lhardy, y no es una elección casual. Aquí, el 11 de diciembre de 1944, el "todo Madrid" literario, un todo muy pequeño, casi insignificante en comparación con el que habría podido reunirse unos pocos años antes, tributó un homenaje al matador más grande de la época, Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, el torero al que más admira José Tomás. Los organizadores de aquel banquete no invitaron a ninguna mujer para evitar que el homenajeado acudiera con la suya, Lupe Sino, una belleza espectacular que antes de probar suerte en el cine había intervenido activamente en la resistencia de la capital, y de la que se afirmaba que, en algún momento de la guerra, había llegado a contraer matrimonio civil con un mando del ejército republicano. Hoy, en Lhardy, a solas conmigo y con Joaquín Sabina, el amigo común que nos reunió, José recuerda a Manolete desde el principio, desde antes del principio tal vez, al evocar las fotos que le hicieron cuando se puso por primera vez delante de una vaca. Porque ahí, en esas imágenes del niño que cogió una muleta como si fuera un capote, ya estaba todo lo que vendría después, pases precisos, presentidos, estatuarios y manoletinas infantiles que presagiaban los naturales, la actitud y el estilo que harían al hombre. En aquel momento, José Tomás no sabía nada de él, ni siquiera había oído pronunciar su nombre, y, sin embargo, ahí estaban los dos juntos, a despecho del tiempo y de la historia. "Aquel día fui Manolete antes de Manolete", dice ahora, y que "Manolete es el toreo como una forma de estar en el mundo, no tanto de torear". Por eso, los días 29 de mayo le gusta vestirse de palo rosa y oro en Linares. Los colores de su última corrida, en su última plaza, en el aniversario de su muerte.
Tal vez, la naturaleza de este homenaje íntimo, sobrio y exacto bastaría para definir a un torero único en su especie, un torero artista, un torero valiente, el torero total, que es de esta época, pero parece de otra distinta. Al menos, ésa es la impresión que yo he tenido cuando he estado cerca de él, lejos del ruedo. Serio, concentrado, curioso, José Tomás mira de frente, con los ojos muy abiertos, y habla poco, lo justo, porque le gusta escuchar a los demás. Por eso nunca dice tonterías, nunca se adorna con la gracia fácil y superflua, insoportable, de los taurinos profesionales, ni se esfuerza por convertirse en el protagonista de las reuniones. Sentado a una mesa, o en el salón de la casa de un amigo, es tan inteligente como en la plaza. Por eso, y por el sincero interés que le inspiran los mundos que no son el suyo, me ha parecido siempre una encarnación feliz y anacrónica de otra estirpe, el heredero de una raza de toreros clásicos, legendarios, hombres como Juan Belmonte o Ignacio Sánchez Mejías.
Yo soy, claro está, tomista, es decir, formo parte de esa escuela, abundante en intelectuales y artistas, cuya denominación compartimos los seguidores de José Tomás y los de santo Tomás de Aquino. Le veo, le sigo, le miro, le admiro, y él lo sabe, pero eso tampoco le impresiona. "A mí la gente me dice: 'Voy a ir a verte, para apoyarte', y yo les digo siempre lo mismo: 'No te necesito, ven si te apetece, pero no me hace falta que me apoyes, el que tiene que hacerlo soy yo, yo solo?". Así habla el torero que ha conseguido poner de acuerdo a Madrid y a Sevilla, a los aficionados del 7 y a los del 9, a la izquierda y a la derecha de este país.
"Lo hago yo, y lo tengo que hacer solo". Parece soberbia y tal vez lo sea, pero es también, por encima de todo, eso que se llama vergüenza torera, una condición que hoy no abunda en los ruedos y se echa mucho de menos fuera de ellos. En una época en la que los matadores de toros se hacen famosos por los apellidos de sus parejas, por sus escándalos sexuales o financieros, por sus exclusivas o por la imagen que prestan a firmas de alta costura, José Tomás, que se marchó cuando ocupaba el número uno del escalafón y a ese lugar vuelve ahora, permanece rigurosamente ausente de todos los circos. Inédito en el universo del papel cuché, huye de los medios y logra despistar a las cámaras sin trabajo aparente porque, en sus propias palabras, vive como un monje. En un país enfermizo de notoriedad, como es por desgracia el nuestro, eso sólo significa que le gusta estar en su casa y guardar su intimidad para sí mismo. Vivir, en otras palabras, de acuerdo con su destino, respetando siempre el hilo delgado, luminoso y terrible que separa el arte de la muerte.
"Hay que contar con la posibilidad de morir, hay que estar dispuesto a eso. Y hay que tener miedo, aprender a superarlo, a gestionarlo, porque no se puede ignorar, es una locura renunciar a él. Las grandes tardes llegan en esos días en los que uno tiene miedo antes de salir a la plaza, porque hay que salir con el riesgo asumido, aceptarlo antes de que se produzca?".
Mientras le escucho, con un gesto que seguramente transparenta mi admiración por la serenidad de su acento, recuerdo unas declaraciones de Luis Francisco Esplá. "¿Qué es el valor?", le preguntaron una vez, hace ya tiempo. "El valor es el sitio donde se pone José Tomás", contestó. Se lo recuerdo ahora y sonríe. No añade nada más, pero los dos sabemos, él mucho mejor que yo, cuál es la contrapartida del valor, la clase de amenaza que brota de unos ojos oscuros.
Le gusta mirar a los toros, verlos en el campo, estudiar su expresión cuando son novillos y después, al encontrárselos en el ruedo. Al citar, siempre mira a los ojos del toro, y se esfuerza por ponerse en su lugar, por pensar que el animal también le está mirando. Entonces adivina sin esfuerzo sus intenciones, y sabe bien lo que le dice. "Como te equivoques, te cojo". Porque las cogidas son siempre errores del torero. "Es lo que tú le das", resume. "Si te pones delante, y quieres, y mandas, no te coge".
Al escucharle parece fácil. "Hay que correr siempre para adelante, nunca para atrás", añade, y lo afirma con una contundencia útil para el toreo, pero también para la vida. "Y si en un pase, el toro se te cuela, en el siguiente hay que cruzarse más, irse más para adelante?". Parece fácil, pero no lo es. Yo lo sé porque he visto mirar a los toros. Lo sé porque he estado en plazas sombrías, silenciosas, en muchas tardes difíciles de ganado manso y malo, peligroso. Lo sé, y sé lo que es un toro con sentido, esa embestida turbia que codicia el cuerpo del torero, que pretende engañar a quien le engaña, y enganchar, y herir, y rasgar en cada pase. Y sé que hasta los buenos, los que tienen nobleza, bravura, casta, pesan seiscientos kilos y tienen dos pitones duros y afilados que terminan en punta, que pueden matar, y la potencia, la furia, la velocidad de una locomotora de sangre caliente. Y sabiendo todo eso, y lo mucho que le han pegado los toros, miro a los ojos grandes y dulces de este hombre joven, guapo, rico, y le pregunto por qué vuelve. Él tarda un instante en contestarme. Se mira las manos, mira hacia delante, asiente para sí mismo, me devuelve la mirada por fin. "Es que vivir sin torear no es descansar, no es estar relajado, ni disfrutar de lo bueno de la vida, eso que dice la gente? Vivir sin torear no es vivir".
Para eso vuelve José Tomás, para volver a vivir. Para eso ha vuelto, porque hace meses que se encierra con toros de cinco años. "¿Y toreando a puerta cerrada te alivias?", le pregunto, usando una expresión taurina de difícil traducción, porque "aliviarse" significa no arrimarse, excederse en las precauciones, hacer trampas incluso para esquivar el riesgo, pero también y sobre todo reservarse, no dar todo lo que se puede dar, lo que se lleva dentro. Cuando me escucha, se echa a reír. "Pues no, no me alivio", responde. "¿Por qué, para qué? No tendría sentido"? Y sin embargo, sólo se ha vestido de luces tres veces desde septiembre de 2002, cuando se retiró en la plaza de Murcia, porque vestirse de luces no es un acto trivial, un juego caprichoso, nada que se pueda hacer sin consecuencias. Por eso, sólo se ha encargado tres vestidos nuevos para la reaparición. Y la primera vez que vio uno extendido sobre una cama después de cuatro años, se puso serio, miró a su hermano y le hizo una pregunta: "¿Nos vamos a acordar?". Se acordaron.
El 17 de junio, José Tomás volverá a vestirse de luces en la plaza de Barcelona, en cuyas ventanillas cuelga un cartel ?"No hay billetes"? que nadie había vuelto a ver por allí desde que logró colocarlo Manuel Benítez, El Cordobés, hace más de 30 años. Tomás, un torero de Madrid que, por encima de todas las leyendas, triunfó en Sevilla, y un triunfador de Sevilla al que, más allá de cualquier leyenda inversa, siguió adorando sin condiciones, y como a un patrimonio propio, el tendido 7 de Las Ventas, donde se sienta el público más difícil, más exigente del mundo, vuelve a la tercera plaza de sus grandes éxitos en un momento crítico para la fiesta en Cataluña. No es sólo un gesto, y la mejor manera de solidarizarse con la Plataforma Taurina de Barcelona, sino la elección consciente de un lugar que él quiere y que le quiere, de un público con el que se siente identificado. Pero hay algo más, y no encuentro el modo de plantearlo. Le doy vueltas y más vueltas, alguna vuelta más, y al final embisto por derecho, aunque con cierta cautela. Reaparecer en la segunda mitad de junio, digo en voz alta, como para mí misma, cuando ha pasado la Feria de Abril, cuando ya ha terminado San Isidro? Otro tendría ya una respuesta preparada, cualquier explicación alambicada y confusa sobre los plazos, las empresas, todos esos factores imponderables que resultan útiles para fabricar una excusa. Él no. Él reconoce que tiene que probarse, ver cómo está, cómo se siente, escoger los compromisos con cuidado. De momento, este año sólo va a torear 15 corridas. Su novia no piensa ir a ninguna.
En los últimos días de su vida, Rafael Gómez, El Gallo, se atrevió a definir el arte de torear con una sentencia hermosa y honda, poética casi. "Maestro, ¿cuándo diría usted que un torero es artista, y que torea con arte?", le preguntó alguien. "Cuando tiene un misterio que decir, y lo dice", respondió él.
Si El Gallo viviera hoy, quizá estaría de acuerdo conmigo en que esa definición encaja como un guante con la figura y el estilo, con la personalidad y la actitud de José Tomás, un torero profundo, misterioso, que guarda en sí mismo todas las esencias del arte clásico, el de antes de los toros afeitados y el rabo de Palomo, y no sólo en la plaza, sino además, volviendo siempre a Manolete, en su propia vida. El toreo es una forma de estar en el mundo, pero casi nadie parece recordarlo ya a estas alturas. También por eso, Tomás es un hombre misterioso, un torero raro. Lo sabe, y no le importa. Yo diría que hasta le gusta.
"Una vez, en un festival, en Ronda, le brindé un toro a Antonio Ordóñez. Y en la plaza estaba la madre del Rey, y me criticaron mucho por eso, pero estando Ordóñez en la plaza, yo no podía brindarle el toro a nadie más, ¿comprendes?, no podía, porque ahí estaba Antonio Ordóñez y no había nadie más importante para mí?". Luego, en otra ocasión, estando el Rey en el palco de Las Ventas, toreó dos toros y no brindó ninguno. Las críticas fueron proporcionales y hasta hubo quien empezó a hablar del "torero republicano". "Es que yo brindo muy poco", me dice cuando se lo recuerdo, "porque eso es algo que tampoco se puede hacer alegremente; yo no, por lo menos. Yo brindo en ocasiones muy especiales, cuando me sale de dentro; no puedo hacerlo por obligación, sólo porque sé que los demás están esperando que lo haga. Y a veces brindo sólo con la mirada, al entrar a matar?". Sí, interviene entonces Joaquín Sabina, más emocionado que si acabara de recoger una tonelada de discos de oro, y me cuenta que así le brindó a él una tarde como si no pudiera contárselo yo a él, tantas y tantas veces lo he escuchado.
Pero ésta no es su única rareza. Con las excepciones de José Tomás a las reglas más rancias de la tauromaquia se podría cimentar toda una leyenda, tan moderna como las más antiguas, sobria y laica. Porque él nunca entra en la capilla de ninguna plaza antes de una corrida, y espera fuera, en la puerta, a que terminen de rezar los hombres de su cuadrilla. Y no monta altares, no colecciona estampas, no enciende velas ni lleva una medalla de la Virgen entre la ropa. Tampoco duerme la siesta antes de vestirse. Y no alterna con toreros, no fomenta los halagos de los aficionados, no acepta regalos, ni asiste a las fiestas. "Lo de Fernando Ochoa es distinto", dice, marcando él mismo las distancias, "porque Fernando [un torero mexicano de su edad] es amigo mío, y los amigos son otra cosa?". José Tomás no alterna con toreros y, sin embargo, y esto es una rareza más, nunca le he escuchado hablar mal de ninguno.
A pocas semanas de su reaparición, le encuentro bien, sereno y seguro de sí mismo, como si los aficionados, y sobre todo sus seguidores, estuviéramos mucho más nerviosos que él ante la perspectiva de lo que se avecina. Para ponerle en suerte, le pregunto cómo es el toro soñado, y me responde que ese toro no existe. ¿Y la faena soñada? "Ésa tampoco existe", sonríe. Y sin embargo, me concede que en 2004, dos años después de retirarse, sintió algo que estaba muy cerca de lo que él podría soñar al torear a una vaca, en el campo, y ese día ni siquiera estaba preparado. Tal vez en aquel momento empezó a pensar en volver, tal vez entonces comprendió que lo que estaba viviendo no era la vida del todo.
El valor es el sitio donde se pone José Tomás, y José Tomás ha vuelto para ponerse en el mismo sitio. El arte es llevar dentro un misterio y poder, saber decirlo. Ése es el único compromiso que respeta, el único desafío que le importa. No va a cambiar, no viene a aliviarse, sigue siendo él y sólo aspira a ser mejor que él mismo. Me lo dice y yo lo creo, y más que creerlo, lo sé. Porque sé que para él, torear es una forma de estar en el mundo.
Arte y misterio, hondura y valor, querer y poder, vergüenza torera y el cartel de "No hay billetes". Aleluya, aquí está otra vez José Tomás, aquí se acaban cinco años de orfandad y desconcierto. Si Manolete pudiera verle, estaría tan orgulloso de él como su abuelo Celestino.

martes, 27 de abril de 2010

Los herederos del patrimonio cultural de la tauromaquia



La Tauromaquia es una manifestación cultural que durante siglos ha construido un patrimonio material e inmaterial reconocido por todos los pueblos del mundo. Este reconocimiento se expresa cada año con la presencia de cientos de miles de turistas de todas partes que asisten a las plazas de toros a presenciar este espectáculo y que consumen cualquier género de objetos relacionados con la Fiesta que se llevan como “souvenir” a sus lugares de origen.

Durante los últimos cuatro siglos la Tauromaquia ha ido evolucionando hasta el espectáculo que vemos hoy. Es ésta una realidad incontrovertible, como lo es también que la Tauromaquia nació en el Mar Mediterráneo y se extendió hasta el Mar Caribe, del otro lado del Atlántico, donde se practica y proyecta con extraordinaria intensidad desde los mismos años del descubrimiento de América.

El patrimonio de la Tauromaquia se ha ido constituyendo inveteradamente, muchos se han dejado la vida en ello, y está integrado por las prácticas, técnicas, ritos, liturgia taurina, usos y costumbres que se han transmitido de generación en generación, en un proceso evolutivo y modernizador que la ha llevado a ser reconocida como una de las bellas artes.

Son parte de éste patrimonio los instrumentos con que se practica el arte de torear, capotes, muletas, espadas, algunas de ellas templadas en la mas antigua tradición del forjamiento del acero, y muy particularmente, esas obras de orfebrería que son los vestidos de torear, realizados por sastres de toreros, un oficio que en muchos casos también se transmite de generación en generación.

Igualmente integran éste patrimonio los espacios donde la Tauromaquia se practica, las plazas de toros, algunas de las cuales son verdaderos monumentos arquitectónicos de siglos pasados y del presente, así como los espacios o dehesas donde se cría el toro de lidia, ese animal único en su especie, con cientos de miles de hectáreas dedicadas a su crianza, autenticas reservas ecológicas y ambientales, sus cortijos, sus plazas de tientas, etc.

Finalmente conforman éste patrimonio los museos taurinos que son visitados por miles de personas en cualquier parte del mundo, y mas específicamente, lo integran las innumerables obras de arte que se han realizado sobre el tema taurino en las mas diferentes expresiones de la cultura, la pintura, la escultura, la literatura, la música, la poesía, el cine, el cante, el baile, la publicidad, etc. Tantas que no serian suficientes el Museo del Prado y el de Louvre juntos para albergarlas.

Muchos de los artistas o literatos, filósofos, sociólogos o antropólogos que se han acercado a la Tauromaquia para inmortalizarla con sus obras han encontrado en ellas altas cotas de su expresión artística o intelectual. Goya con su Tauromaquia, Federico García Lorca con su Llanto por Ignacio Sánchez Mejias, Ernest Heminway con su Muerte en la Tarde o su Verano Sangriento, la Tauromaquia de Picasso y el Güernica, con el toro como testigo, Fernando Botero con su Obra Taurina, y así muchísimos más. No en vano García Lorca la calificó como la fiesta más culta del mundo.

Pues bien, ese patrimonio lo hemos heredado quienes amamos esta fiesta, tanto profesionales como aficionados. Algunos de éstos herederos continúan engrandeciéndola, los toreros perfeccionando el arte de torear, los ganaderos criando el toro mas apto para la lidia de hoy; también continúan exaltándola los artistas que la siguen pintando, esculpiendo, musicalizando, convirtiéndola en poesía, en lírica, en música, en literatura, en definitiva en arte.

Otros herederos, como los aficionados, que tanto la disfrutamos, podemos tener frente a dicho patrimonio dos actitudes: la de actuar como herederos displicentes e irresponsables, no comprometidos, en cuyo caso ese patrimonio corre serio riesgo de perderse, o por contrario asumir la actitud del heredero responsable, que si bien no puede hacer nada por incrementar ese patrimonio, si puede hacerlo por defenderlo, mantenerlo y conservarlo.

Y éste justamente es el compromiso que solicitamos a quienes podemos hacer algo para que la Tauromaquia pueda ser reconocida definitivamente, de una manera formal por la Unesco, como un bien que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Muchas gracias.

Williams Cárdenas Rubio
SGT de la Asociación Taurina Parlamenteria
Palacio del Senado
23.06.09

Cantar el toreo/ Felipe Aceves



Felipe Aceves

Como toda afirmación sabia, a mi cabeza le costó un buen esfuerzo digerir dicha sentencia. Nada más cierto. Basta leer la mayoría de las reseñas de los festejos para comprobarlo. Son… como esas faenas de pases y pases; pero en sustancia, "ná de ná".

Así como el toreo, el de verdad, es para los buenos toreros un ejercicio espiritual, asistir a un festejo, cualquiera que sea su tipo, es una experiencia emocional intensa para el buen aficionado . Variable, variada, impredecible.

Reseña 1: "...en su primero, seis intentos con aviso y silencio en su segundo".

¿No suena como un marcador deportivo mal hecho?

Reseña 2: Transcribo un fragmento de una crónica de Joaquín Vidal, por tenerla a la mano, y lo aclaro porque en México tenemos algunas plumas de privilegio. Nota aparecida en El País, de Madrid, en 1981, refiriéndose a una faena de Curro Romero: "En Madrid, los relojes no marcan la hora. Se han parado a las 8 y media de un miércoles de lluvia que pasará a la historia(…) aquí, a esa hora de ese día, en la barriada de Las Ventas del Espíritu Santo, Curro Romero volvió a inventar el toreo(…) el acero pinchaba de cualquier forma al toro, sonó un aviso, pero ni el propio torero podía desgarrar con sus horrendos mandobles la tauromaquia que había vuelto a inventar".

¿Qué le parece? Bien puede “sentir” quien lea tal escrito. "¡Coño! A ese hay que verlo".

¡Esta es la consecuencia de lo que afirma De Labra! A quién le importan un bledo el de seis intentos y un aviso. No pienso que el del “marcador” ame la fiesta.

Es como si usted desea meter en su canasta a la gentil mujercita de sus sueños. No le ofrece, dieciocho besos y tres suspiros ¡no!, porque seguro le respondería, "hola y adiós". No, usted le dice lo que siente, si es que lo siente, le habla con palabras tiernas, si conoce tales vocablos; le construye un palacio con frases, si sabe edificar, y si no, pues, sólo podrá ofrecerle… 18 besos y 3 suspiros.

Se lo dejo de tarea.

FERIA DEL AFICIONADO PRÁCTICO


Están abiertas las inscripciones para la Feria de este año. Interesados contactarse a feriadelaficionadopractico@gmail.com

La puerta de un príncipe clásico/ De purísima y oro




Juli tenía un tenebroso imán hacia la heterodoxia torera. Pensó fuera de la plaza, cosa casi impropia. Logró despejar toda zona sombría y boscosa. Limó la madera de la vulgaridad y se arropó en el diván de un senador torero. Estar a la lumbre de la doctrina de Fernando Domínguez es enrolarse en un viaje de Ulises torero. Despojando vulgaridad, abriéndose camino por el clasicismo, Juli se rehace hace tiempo en un torero puro, clásico, tan libre de mezcla de otros estilos. Su cintura se ha esculpido para ser esa goma de carne y piel de Antonio Gades. Y su mente es luz: solución para la lidia y la distancia. Todo pensado en la faena. El toque, la muleta planchada la pata adelante, es gesto y herramienta reflexionada. La consciencia en el metraje del natural o el redondo, mandado, sometido el toro: toreado. Una cosa es que el toro pase y otra que vaya mandado. Esa mirada puesta en la misma pupila de la torería, aquel doblón tan Domínguez en la orilla del Guadalquivir. Natural de mimbre y poder. Su forma de enfrentar al toro, la rectitud, tan lineal, como el caudal de un río. Dice Umbral en Mortal y Rosa, que las manos son arte y creación y los pies son piedra. Son piedra también los pies de Juli y sus muñecas una expresión de hondura y profundidad para el redondo y la verónica. Hace días, viendo una fotografía de un cite de Juli, yo le decía a un amigo que me gustaría citar así a la vida, tan recto, dispuesto el medio pecho, corazón tan torero. Se fue Juli en hombros de la Puerta del Principe, como bailado entre paraguas negros y agua y voces y lluvia bajo la sonrisa del puente de Triana. A la orilla misma de este Guadalquivir bajo la mirada clásica del pecho de Juan Belmonte. Elegido ya entre los clásicos.

Belmonte/ De purísima y oro





http://depurisimayoro.blogspot.com/


Llueve. Todo se moja. Es noche cerradísima en el meridiano de la moqueta. Quiero nadar. Pienso en Camarón que mira el mundo en alucinación transparente. Las piscinas están cerradas. Respiro la paz de este lugar rectangular y noctámbulo y su silencio es una iglesia en la noche. Casi todos los ordenadores dan luz a esta noche, como velas agradeciendo el curro de mañana. Miro esta fotografía que me hace olvidar el código civil. Quiero mirar la vida así, de frente como Juan Belmonte, tan puro y trianero. Con la muleta tan planchada y ese gesto de entrega con la suerte. Ahora Belmonte perfuma este lugar, en este tiempo los toreros de ahora se despechan y anuncian Loewe. Para mí esta esencia de noche, esta colonia en blanco y negro tan pura, tan blanca. Como una oración antes de irme a dormir sin piscinas, borracho de tanta moqueta. Dan las once. La lluvia visita la madrugada y Belmonte mi noche. Porqué cada uno elige a sus santos. Pienso en ti.

Concierto de tango



José Tomás ahora es mexicano

Carlos Loret de Mola
El Universal de México

En la enfermería de la plaza de toros de Aguascalientes se respira lamuerte de José Tomás. Tendido en la cama quirúrgica, el torero más grandede los últimos tiempos es el único que no alza la voz. “Me duele mucho lapierna”, dice apenas a su amigo de toda la vida, Fernando Ochoa, espadatambién, que acaba de bajar del tendido donde presenciaba la corrida.Los demás gritan: Andrés, el hermano del matador, no encuentra una tijerapara cortarle el traje de luces, la enfermera no se da abasto para colocarlas cuatro, cinco mangueras de catéter que exige la emergencia, dos médicosestán sobre de él taponándole a mano limpia el borbotón de sangre que surgede su muslo izquierdo, otro está enfrente mordiéndole el cuerpo con pinzas—¡faltan pinzas!— para despejar el camino de la urgente cirugía. Lahemorragia no se detiene.El doctor Alfredo Ruiz, sereno, toma una decisión: coge su bisturí y abresin anestesia, como único método para salvar la vida de El Príncipe deGalapagar. Ochoa comprime con toda la fuerza de su mano derecha la bolsa deA negativo para que salga más rápido y con la izquierda sostiene la deltorero herido, quien aprieta de cuando en cuando y salta los ojos. Todosllevan cara, ropa, brazos húmedos del rojo de la tragedia. José Tomás,máscara de oxígeno sobre un rostro que se va volviendo amarillo, lleva 25minutos aguantando sin quejarse hasta que lo sedan.José Tomás se está muriendo. Él lo sabe. Navegante le acaba de penetrar elmuslo con el cuerno. Le rompió las venas y arterias que pasan por ahí—femoral, safena, ilíaca. “Como llave de agua abierta”, explica elsubalterno Alejandro Prado, quien frente al toro soltó el capote y le metióla mano para taparle la fuga a carne viva y no dejar que falleciera ahí, enla arena. “Tranquilos, tranquilos”, les dijo el español mientras lolevantaron del ruedo.Del ruedo a la enfermería José Tomás perdió tres litros de sangre. Elaltavoz de la plaza pide donadores. Se juntan 300 personas afuera delservicio médico y luego en el hospital. En total, le inyectaron ocholitros. El cuerpo humano alberga cinco. Si Pitágoras no miente, por lasvenas del diestro español corre hoy sangre mexicana.—¿Cómo estás? —le pregunta un entrañable al entrar al área de terapiaintensiva del hospital Hidalgo de Aguascalientes, 37 horas tras la cornada.—De puta madre —que en ibérico quiere decir “maravillosamente”.José Tomás mueve la pierna para demostrarlo y sonríe burlándose de lamuerte. Ha de ser por su sangre mexicana.

LOS TOROS Y LA LIBERTAD/ Francisco Febres Cordero


Francisco Febres Cordero

No fue el mío un alejamiento drástico, como el que exige, por ejemplo, el cigarrillo. En determinado momento y por las más diversas circunstancias, uno toma la decisión y deja de fumar. No va más. Lo que sigue es sudor, tormento, desquiciamiento ante una decisión que resultó impostergable. Con los toros no me ocurrió así. Mi distanciamiento fue despacioso y por etapas. Un día (que tenía que ser un día de diciembre, necesariamente) decidí no ir a la corrida. ¿Y la entrada? Las entradas nunca se pierden siempre hay alguien a mano que nos salva del trance y, encima, queda muy agradecido. No fui esa vez, pero si fui otra. Tal vez esa misma temporada o tal vez la del año siguiente. Llegué a la plaza unas veces y otras no llegué.
Pero lo cierto es que, cuando llegaba, me sentía cada vez más extraño, más incómodo, más fuera de sitio, para decirlo en términos taurinos. Me molestaban el ambiente, la gente, ese esnobismo que reina en las gradas, el humo de los puros que fuman los puristas, el jerez, el coño (no el coño de nadie en particular, sino el que pronuncian los que después de pronunciar cualquier palabra, pronuncian también ¡coño!).
Fui, pues, desentendiéndome de los toros. Me fui liberando y, como en todo proceso de liberación, hubo una sensación de libertad casi exultante. Pero también un sentimiento de dolor y de nostalgia. Hubo un choque de estados anímicos. A veces, encendía la tele y ¡tac! Pescaba, cerca de la medianoche Tendido Cero, y me quedaba viendo el programa, entendiendo quizá menos de lo que podía haber entendido antes de haberme cortado la coleta de aficionado. Ahora, ya no sabía quién era tal o cual torero pero, al ver cómo toreaba, me emocionaba o me cabreaba. O si no, de pronto, abría un libro y. Bueno, así le otra biografía de Manolete y regresé a la infancia e hice el paseíllo junto a mi hermano Rafael en el patio de nuestra casa de la Floresta y dejé que él, mi hermano, fuera Manolete y yo Islero, a mucha deshonra.

La última vez que me invitaron a ver una corrida, dije que no. Que gracias, pero no. Y después, cuando me invitaron a este mismo restaurante para almorzar, luego de la corrida a la que dije que no, dije que peor; en la Casa de Damián –imaginé- se almorzará con las zetas y ya no estoy en edad de soportar aquello, ¡joder, masho!.

Así pues, he llegado a esta provecta edad en que la salud (mental y física) me ha obligado a romper con dos pasiones que en determinado momento me marcaron: el cigarrillo y los toros. Del cigarrillo, confieso que en alguna noche de trasnoche, he dado algunas pitadas. He pecado, para al día siguiente mostrar mi contrición y, sobre todo, mi propósito de enmienda. Y de los toros, reconozco que a veces, cuando nadie me ve, en oscuras y en solitario, ensayo una verónica. O entro al Internet y pongo en el Google Manolete. A veces, Manolete. Otras, Dominguín. Otras, Paco Camino. Pero sé, soy consciente que los toros, como los cigarrillos, están ahí. Y yo puedo volver a fumar cuando me dé la gana, así como creo tener el derecho de poder volver a los toros cuando me dé la gana. Lo que no soporto, lo que no puedo imaginar sin estar al borde de la alferecía es que alguien, cualquiera que sea, me prive de la posibilidad de regresar a la plaza algún día, si es que, ¡qué carajo!, me despierto con las ganas de hacerlo y siento que la sangre se me espesa de tensión, de nervios. No voy porque no quiero. Igual que no fumo, porque no me da la gana. Pero si alguien proscribiera la venta de tabaco, yo me fabricaría a escondidas los míos y, aunque hubiera dicho que no iba a volver a fumar jamás, fumaría con las pitadas más hondas, más profundas, un cigarrillo tras otro, aunque solo fuera por hacer un ejercicio de libertad. Si alguien proscribiera los toros, viajaría de madrugada a algún páramo y citaría a la muerte en una pelea que la sé perdida de antemano, por el solo prurito de ejercer mi libertad a sentir miedo y sentir arte y sentir bravura y sentir –también sentir- el regusto de la gloria.

¡Que no se atrevan! ¡Que no se atrevan esos Torquemadas que nos tratan de meter a todos en la cárcel de lo políticamente correcto, a decir que se cierran las plazas que existen en casi todos los pueblos y ciudades del país y que los toros quedan prohibidos! ¡Que no se atrevan porque ese mismo instante me levantaré de mi sepulcro y volveré a los toros! Y si ya no existen, me los inventaré. Y haré que José María Plaza vuelva a vestirse de corto y con él marcharé a buscar a los Chalupas perdidos para ver cómo él sigue dando esas verónicas de belleza y cadencia insólitas, que yo jalearé desde el tendido como el más necio, viejo, obsesivo aficionado que juro volver a ser si alguien osa quitarme la posibilidad de, alguna vez regresar a ser espectador de una corrida.

domingo, 18 de abril de 2010

sábado, 27 de marzo de 2010

Un hombre común

Por Pablo Ortiz García

El Comercio, 26 de marzo de 2010


No se destacó por escribir libros, ni por dar discursos ante una aletargada población. Tampoco fue un hombre lleno de títulos académicos. Terminó la primaria, mientras sobrevivía. Fue, simplemente, un ser humano íntegro, cálido y generoso. Transitó por las calles, avenidas y carreteras del país. Trabajó intensamente, no sólo como chofer, sino alrededor de la fiesta taurina. Como toda persona tuvo cornadas en su lidia diaria en este mundo terrenal. Su filosofía fue el resultado de su condición humilde en que se desenvolvió, en la que los valores éticos, la palabra y un estrechón de manos, son más importantes y valederos que la firma en un contrato.

No necesitó del señor poderoso, ni recurrió al insulto para luchar por el pan de cada día, que se lo ganaba manejando su taxi en las calles de Quito.

La primera vez que lo vi fue cuando contraté sus servicios en una carrera desde la cooperativa de la cual él era miembro (al pie del edificio de la Superintendencia de Bancos), hasta mi oficina. En el trayecto hablamos de todo, pero se centró en el mundo de los toros. Me contó que durante la feria taurina Jesús del Gran Poder, a él lo contrataban para desempeñarse como mozo de espadas de algún matador, por lo general español. Los toros eran su pasión, que la transmitía a su interlocutor. Vivía esperando las Fiestas de Quito.

Tiempo después cuando uno de mis hijos decidió vestirse de luces y salir a la Monumental de Quito a torear, lo volví a ver. Fue a mi casa a vestir al “chaval” de 16 años que salía por primera vez a la plaza de toros más importante de Ecuador. Fue a cumplir con el ritual que todo novillero o matador observa antes de dirigirse al albero.

Mientras yo paseaba por la casa, él le hablaba. Le aconsejaba con su experiencia de mozo de espadas. Él le daba fuerza y le relataba experiencias vividas en sus largos años en los ruedos, en palabras fáciles y sencillas. Humanas y sinceras.

Mientras yo conducía hacia la plaza de toros, él monologaba ante la tensión que se apoderó del ambiente del auto. Palabras de aliento, anécdotas taurinas. Chistes. Positivo en un momento de preocupación. Durante la lidia, le habló, dirigió, aconsejó. Yo observaba, dejándolo todo al valor del hijo, y a la experiencia del mozo de espadas.

No escribió obras. No fue político, ni tuvo un cargo público. Fue él, un ser maravilloso, un taxista, un hombre común, un ecuatoriano trabajador que luchó por superarse; un mozo de espadas que aconsejaba a figuras de la tauromaquia. Tuvo la experiencia que da la calle, de la vida difícil. Del hambre.

Nunca supe su apellido, siempre lo conocí como Cristobalito, y ahora que él se fue le doy el mismo abrazo fraterno como aquel en que nos estrechamos la tarde en que mi hijo caon sus consejos hizo la faena de su vida. Cristobalito, ¡va por ti!

lunes, 22 de marzo de 2010

Rebelión en la granja/ Fernando Savater


La civilización humana se basa en el maltrato de los animales. La polémica sobre los toros no revela acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de la compasión y la hipocresía

Lo que diferencia el actual episodio del enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos en el Parlamento catalán de otras fases de ese cíclico y antiguo debate es que por primera vez parece plantearse efectivamente la abolición de las corridas de toros en una región española. De modo que lo que se discute -o se debería discutir- no es tanto si ese espectáculo es una fiesta artística, portadora de tales y cuales valores, o por el contrario una muestra de barbarie anticuada, sino si debe o no ser prohibida para todos, la acepten o la rechacen. Es perfectamente imaginable que haya personas que sientan desagrado y repugnancia por las corridas pero que consideren abusiva su prohibición; incluso puede haber aficionados contritos que, reconociendo su gusto por ellas, admitan la necesidad de suprimirlas para verse libres de tan pecaminosa tentación, siguiendo el criterio de Pérez de Ayala: "Si yo mandase en España, suprimiría las corridas... pero como resulta que no mando, no me pierdo ni una".

Esplá percibe "aromas inquisidores" en el debate sobre los toros

¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es!

Nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas
De modo que ahora el viejo debate alcanza un nivel efectivamente político, como también es político su trasfondo. No ha sido ciertamente Esperanza Aguirre la primera en politizarlo, como aseguran los que siempre miran la realidad con un ojo abierto y otro cerrado: aunque las argumentaciones escuchadas en el Parlament no sean de corte nacionalista, sin una motivación de fondo nacionalista no habría habido iniciativa popular ni probablemente ésta hubiera llegado al punto actual. Lo resume muy bien un chiste aparecido en La Razón: un litigante muestra un rehilete, con el palo decorado con el característico papel rizado rojo y gualda, explicando: "Esto es una banderilla; la parte de abajo causa heridas leves al toro y la parte de arriba hay que reconocer que ha causado esta comisión". Claro que mejor que el debate sea en último término político, pues para eso se lleva a cabo en un Parlamento, que moral, como absurdamente suponen algunos. ¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Ahora, por lo visto, hay quien reclama del Parlament precisamente lo opuesto...

Lo digo porque en lo tocante a la moral, que es cuestión a la que he dedicado cierta perpleja atención durante bastante tiempo, no hay tanta unanimidad respecto al trato debido a los animales como algunas almas delicadas parecen suponer. Existen más razonamientos éticos en el cielo y en la tierra de lo que la filosofía de Peter Singer supone y no es lo mismo ser bueno que ser guay, aunque el matiz diferencial pueda resultar difícil de captar hoy en países como el nuestro. El repudio de la crueldad (no digamos "innecesaria", porque si fuese necesaria ya no sería crueldad) y del maltrato animal es moneda corriente en los moralistas desde Tomás de Aquino, pero en cambio hay menos unanimidad a la hora de establecer qué diferencia a esas prácticas perversas de otras formas del empleo humano de las bestias. Y ahí es donde esta discusión se hace desde un punto de vista teórico más sugestiva: ¿qué hemos hecho y qué hacemos con los animales?, ¿en qué medida la relación con ellos ha configurado nuestra civilización e incluso nuestra "humanidad"?

Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales.

De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. Pero, como señaló Valéry, "tout ce qui fait le prix de la vie est curieusement inutile". El asunto de fondo sigue siendo el mismo: ¿tenemos derecho o no?, ¿es crueldad o no?

La preocupación por el bienestar de los demás seres vivos obtuvo el patronazgo de notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero también el refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protección de la Madre Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. A ella se deben medidas piadosas como el peto de los caballos de los picadores (impuesto por el dictador Primo de Rivera) o el suavizamiento de los obstáculos más peligrosos en la carrera del Grand National de Liverpool. No son desdeñables, pese a que ello implica que los animales van desapareciendo de nuestras vidas urbanas -circos, zoológicos- para hacerse sólo presentes virtualmente en los documentales de la televisión. Es una tendencia que continuará y que sin duda también acabará mañana afectando las corridas de toros, si no son abolidas. No revelan acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasión y la hipocresía. Ambas, en su dialéctica perpetua, espiritualizan nuestra vida. Yo me quedo con el arrebato de Nietzsche en la plaza Carlo Alberto de Turín, abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ¿Síntoma de locura o comprensión abismal de la irreductible desdicha de existir?


Fernando Savater es escritor.

domingo, 21 de marzo de 2010

Toros y antitaurinos




Empezaré diciendo que no soy en absoluto aficionado al mundo taurino, ni me gusta ni lo entiendo. Incluso recuerdo que cuando era todavía muy niño creía que el objetivo del espectáculo era que el toro se llevase por delante al torero y que la gente no disfrutaba si no acontecía este evento durante la corrida en cuestión. Vamos, que no tengo ni pajolera idea ni de toros ni de toreros y supongo que jamás se me ocurrirá gastarme un duro para entrar a una plaza a ver este espectáculo. Dicho esto, y como ya supondréis, ahora toca que me falta a base de bien contra los imbéciles antitaurinos. Que no me gusten los toros no quiere decir que vaya a quemar pasado mañana una plaza ni a colgar de una soga a ningún torero. Oigan, libertad, el que quiera ir que vaya, como los que prefieren el fútbol, un concierto de rock o el sumo. Y ya está, a santo de qué puta mierda tienen que venir cuatro niñatos con los cerebros lavados por ideas violentas y otros tantos politicuchos perturbados a decir que hay que prohibir las corridas de toros. ¿Tan de liberales van y tan fascistoides y tiranos son? La ley del embudo, ¿no, majos? Lo ancho para ellos y lo estrecho para los demás. Eso en mi pueblo se llama ser un HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTA. Y punto.

La tauromaquia es denominada fiesta nacional de España. Ahora queremos ir contra nuestras propias costumbres y tradiciones. Algunos enarbolan la bandera del sufrimiento animal. Supongo que estos mismos serán vegetarianos compulsivos, ¿no? O quizá es que no saben lo que se hace a vacas, pollos, patos, ovejas, conejos, cerdos y demás bichos antes de llegar a nuestros mercados. Eso sí es sufrimiento y no lo que acontece en una plaza de toros. Sin ser demasiado entendido en el tema, insisto, tengo entendido que la vida de un toro de lidia es posiblemente la mejor vidorra que un animal se pueda pegar dentro de este planeta absolutamente dominado por el ser humano. Estos toros son cuidados hasta el último extremo, dándoles la mejor alimentación y condición vital para rendir al máximo cuando llegan a la plaza. Para un ganadero es una deshonra un toro que fracasa en la plaza y ya se preocupan de que lleguen en las mejores condiciones posibles. Podríamos hacer una comparación con los gladiadores de la antigua Roma, que eran cuidados como auténticos reyes para luego ofrecer el mejor espectáculo posible en su combate a muerte para disfrute del pueblo. Hombre, yo para disfrute del pueblo colgaría por las pelotas a Zetaparo, pero bueno, ésa es otra historia.

Los antitaurinos, menudos personajes. Mucho niñato de papá que si sufrimiento animal y tal y cual y luego a jalarse sus buenos filetes y su paté de foie. Enteraos, enteraos cómo se obtiene el paté que tanto os gusta, payasos. Algunos incluso ni hablan del maltrato al toro, simplemente utilizan la fiesta nacional como una excusa para ir contra algo, para volcar contenedores, prender fuego a lo que sea o llamar "facha" al primero que se le cruce. La imbecilidad extrema. El lavado de cerebro en muchos casos, una vez más partiendo de centros educativos, universidades y demás lugares de refugio para psoístas perturbados y neonazisociatas agilipollados. Más estudiar y menos hacer el gilipuertas y joder vidas por simple capricho, imbéciles de los cojones. También llama la atención que estos que tanto se preocupan porque no se mate a un toro, no duden en poner dianas a seres humanos o amenazar de muerte al que no piensa como ellos. Por no hablar ya de su posición con respecto a la "dignidad" de poder matar niños dentro del útero de su madre. No sé, sinceramente, creo que un personaje que antepone la vida de un toro a la de un ser humano está jodidamente mal de la pelota. Aunque mira, ahora que lo digo, preferiría cargarme a unos cuantos de estos hijos de puta antes que a un pobre toro.


Publicado por Thorshavn