viernes, 26 de diciembre de 2008
BARNA
http://depurisimayoro.blogspot.com/
Tomé taxis, un avión de hélice, trenes lentos, rápidos y el tren perfecto, metros que ensucian la piel, vagones que bucean el día. Dormí solo en una cama blanca. Vi el mar de invierno. Barna tiene una poética de pedaleo en bicicleta, un toque perezoso y provinciano. Palpé su costra de abrigo burgúes y su luz de escena de Woddy Allen, su marzo en diciembre. Barna tiene su Harlem como el nuestro, lo vi: una fila de taburetes desnudos y una negra con los labios rojos cantando por Diana Krall. Me perdí hasta sentirme descalzo. Comí mal y cené peor, pero me bebí la brisa del mar y el runrún de triunfo Tomista y farlopa que vuela como el eco en la Monumental. La Monumental es un refugio antiaéreo y español y José Tomás la Resistencia, el fleco del último suspiro antes de ver arder París; su natural la bandera roja. Tú me trajiste aquí cuando yo no sabía aún que las playas quemaban. Me acuerdo: el calor, el R12, amarillo, tu codo acribillado de sol en la ventanilla y mi muletita en el maletero. Me despierto en un tren de cercanías y los sms son una excusa para sentir el frío de los besos mesetarios. Abro y no abro Verónica: otra excusa para sacarme del mundo. Resisto. Entre vías llego a Madrid, vuelvo a casa y pienso en mi madre y en esa cosa tan bonita que me dijo. Y el subidón, la fiebre, la droga no fueron los contratos, ni la prisa, ni si llegaré, ni el gol que quita las telarañas a una cláusula; la metadona de este día tristón fue Morante y Jaime con esa abrazo tan torero y cinematográfico en mitad del pitido de final de partido de un tren que atraviesa el fondo marino de una Iglesia. Morante desafía su tristeza y a Sevilla, separa el agua flamenca del Guadalquivir con encaste santacoloma, con sueño, y pasión torera. Con esa pasión de cantar de gesta que ya no tiene el toreo. Luego pasará algo o nada. Los sueños tienen también su puerta del príncipe.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Hermosa y controversial
Hermosa y controversial a la vez, "violenta y tierna" (como dice una canción), la fiesta de toros genera cada día más discusión y polémica, a medida que nuestras sociedades se internan en la cultura light de la nueva era, a medida que los intelectuales hablan en los foros académicos sobre la posmodernidad y que los medios de comunicación reemplazan progresivamente las ágoras donde se discutía la filosofía, por capítulos renovados de Los Simpson y el Internet permite que niños de Argentina y de la India, se maten en los juegos en red, sin mirarse a los ojos, y sin saber quién está del otro lado de la línea.
El encanto de la fiesta brava tiene algo de inexplicable, porque no es racional, porque no responde a silogismos o números. Tiene algo de atávico, pues nos remite a la emoción más primaria; el miedo y al enemigo más esencial; la muerte.
Sí, porque en la plaza circula el miedo; miedo del torero, quien sabe que la única forma de salir ileso del embate de esas dos muertes afiladas que el toro tienen en la cabeza, no es enfrentarlas con fuerza, sino con extrema delicadeza. La manera de que esas agujas no hieran de muerte, es dominarlas y bordar con ellas. Someterlas no es reducirlas, sino sumarse a su dinámica, aunarse con su ir y venir, armonizar la respiración con la del toro, entrar en su cancha y jugar con sus reglas de ritmo, velocidad, fuerza; ser parte de su dibujo. Sólo entonces, cuando la faena es una con el toro, el peligro aparentemente desaparece para el hombre y el miedo se convierte en logro, en placer, en euforia.
Circula el miedo en el graderío; escondido bajo los sombreros y tras las copas de vino, el miedo es un secreto masivo que se suspira entre muletazos. Cuando el peligro es más que una novelería de fanáticas chic, la plaza se queda en silencio y se puede oír el rasgar del aire de los pitones duros, rozar de la arena de las zapatillas del toreo, el rumor del viento en la capa; entonces el toreo es real, deja de ser un "happening", para convertirse en un ritual, en el único ritual en el que puede llegar al ara del sacrificio, tanto el sacerdote como la víctima traída para el efecto. Cuando no hay silencio en la plaza, es porque no hay miedo, es decir porque no hay ritual, no hay toreo.
Y es el miedo el que dibuja laberintos en la arena, convertido en toro. Porque el toro embiste como efecto también del miedo. Ha crecido para defender su espacio, para no permitir que el trapo rojo, o el hombre de las luces y las estrellas, o la música, o los gritos, ocupen su lugar. Se sabe, se siente provocado y agredido y actúa para defenderse; solo que su estrategia no es huir, sino ocupar el espacio del otro. Solo los mansos huyen. No dan combate. Buscan artimañas para dañar, se van del lugar tirando cornadas, se refugian en las tablas. El toro, cuando es bravo de verdad, se sabe el guión. Sabe que el caballo es su enemigo y lo embiste con decisión cuando aparece en la plaza. Sabe que no debe distraerse un segundo en la pelea y por ello no raspa el piso buscando agua. Sabe que puede ganar la pelea, y por eso sigue en ella hasta el final.
Con el término Thaumatsein, Aristóteles se refiere al asombro como elemento disparador de la sabiduría. Usa el término, para referirse a la sensación del hombre que, admira ante lo que encuentra de manera natural inexplicable, asombro-admiración que le lleva a preguntarse y reflexionar, y como tal, a la filosofía, base del conocimiento y el descubrimiento de la verdad.
Acuña también Aristóteles el concepto de catarsis, trayéndolo de la medicina, y utilizándolo para referirse a la tragedia, que en tanto representación teatral, es de gran utilidad para los espectadores quienes ven proyectadas en los actores sus bajas pasiones y sobre todo porque asisten al castigo que éstas merecen, consiguiendo ellos de esta manera un efecto purificador. La contemplación de la tragedia y la participación del espectador mediante su ánimo (entiéndase mediante su alma) en ella, hace que someta espíritu a profundas conmociones que sirven para purgarlo. Luego de participar en el duro castigo que el destino, y ellos con él, han infligido a los malvados, sienten su alma más limpia. Se sienten mejores ciudadanos.
Así, la fiesta/tragedia de los toros recurre al asombro frente a lo inexplicable – la muerte agazapada en las agujas del astado –y provoca en el público la catarsis cuando la tragedia se resuelve a favor del hombre, cuya imagen delicada, ligera, indefensa, incluso femenina, triunfa finalmente sobre la brutal energía de su enemigo animal.
Ese proceso de catarsis, en que la purificación se encuentra además artesonada con un nivel simbólico y estético que supera lo que la cotidianidad nos brinda y deja en el ánimo la impronta de un encuentro ritual lleno de una brutalidad ternura, que borda sobre la arena instantes plásticos y emociones que, una vez más, nos remiten a ese asombro primal.
Mucho más que testimoniar el ritual, el público participa en él, de manera equidistante. Por el escenario es un círculo, por eso la plaza es un regazo, un vientre, en el que todos los actores, están a la misma distancia de la muerte, y el toro bravo, el verdaderamente bravo, ofrece siempre su muerte, equidistante de todos los asistentes.
¿A favor o en contra de los toros?
¿Se puede estar a favor o en contra del mar, o de un huracán, o del amor?
¿Es elegible el asombro ante la muerte y la naturaleza?
¿Es el alma un músculo voluntario?
¿Podemos congelar el miedo?
jueves, 27 de noviembre de 2008
Los espectáculos taurinos y la economía/ Aguilar
Por Santiago Aguilar
La forma de vida de miles de familias
La fiesta de los toros alimenta a un vasto circuito que trasciende a sus actores directos, de acuerdo a una revisión de la estructura del espectáculo taurino en Ecuador, alrededor de 80 sectores se benefician en forma directa e indirecta con la organización de espectáculos taurinos.
La investigación determina que ganaderos, empresarios y toreros entiéndanse como tales a matadores y subalternos, son la base de una estructura económica muy amplia que alcanza con su vigorosa inyección de recursos, a áreas como la turística, fiscal, comunicación y profesional; participa también de esta saludable dinámica una larga lista de aprovisionadores de bienes y servicios, importantes a la hora de organizar, promover y llevar a cabo los eventos taurinos.
Está claro que los toros, mas allá de constituirse en el eje de las celebraciones de las principales ciudades, son una suerte de dínamo temporal para las economías de las urbes que forman parte de la geografía taurina mundial.
Encontramos que el sector turístico es el que capta los mayores beneficios que genera la industria taurina, beneficios que a su vez se trasladan –por efecto cascada- a una amplia gama de estamentos.
El turismo y el estado
Cinco grandes sectores se nutren del turismo: proveedores de insumos agrícolas (restaurantes), transporte y operaciones (aéreo, terrestre y agencias de viajes), servicios: (alojamiento y hospedaje), empresas de alimentos y bebidas (bares y restaurantes) y animación y entretenimiento (casinos, teatros, cines, discotecas, museos y otros).
El estado es uno de los mayores beneficiados por la realización de las Fiestas de Quito; en materia fiscal la recaudación de impuestos como al Valor Agregado, a los Consumos Especiales y a la Renta, registran un comportamiento diferente por el movimiento económico que se lleva a cabo durante el lapso materia de análisis. El cobro del Impuesto Único a los Espectáculos Públicos por parte del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, registra también números importantes gracias a la actividad taurina la que no recibe subvenciones o recursos del Cabildo.
Beneficios a todo nivel
Los sectores comercial y artesanal también forma parte del círculo virtuoso que genera la fiesta de los toros, grandes y pequeños comerciantes y artesanos aumentan sus ventas por el flujo de visitantes a la ciudad y el comportamiento de consumo de los habitantes de la ciudad con motivo de las tradicionales festividades anuales.
Además de los grupos económicos anotados existen otros de menor estructura que también se nutren de las bondades de la actividad taurina y encuentran en ella la base de sus ingresos como Artistas y Músicos Unidos organización que convoca a 700 profesionales, la Asociación de Vendedores de Espectáculos Públicos (alimentos y bebidas) que aglutina a 165 miembros, la Asociación de Vendedores de Entradas y Anexos de Pichincha que reúne a 120 personas, la Asociación de Vigilantes de Vehículos 200 trabajadores y el Sindicato de Trabajadores de Espectáculos Públicos de las Plazas de Toros con 65 agremiados. Mención especial merece la Unión de Toreros del Ecuador colectivo de uno de los actores del espectáculo que registra 120 socios en diferentes categorías.
Lo cierto es que la fiesta de los toros mantiene su identidad popular no solo por consideraciones históricas, sino además por constituirse en la forma de vida de miles de familias.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Los toros: una fiesta popular
Estamos a siete días del inicio de la Feria Jesús del Gran Poder, en tiempos en que esta manifestación cultural es injustamente cuestionada, vale la pena reflexionar sobre la identidad popular del espectáculo taurino.
El origen de la fiesta de los toros en el Ecuador se remite a épocas coloniales, tiempos en que los conquistadores españoles trasladaron al nuevo mundo los juegos de toros y con ellos marcaron el futuro taurino de varios países iberoamericanos. La Conquista determinó una maravillosa fusión encarnada en el mestizaje y presente en la adopción de una nueva fe y nuevas costumbres que con el paso del tiempo se convirtieron en elementos muy propios del continente americano.
La nueva realidad étnico-cultural, resultado del encuentro de dos civilizaciones, estuvo marcada por las circunstancias dolorosas de la guerra de Conquista y el establecimiento de un importante avance en materia cultural, social y tecnológica. La fiesta de los toros no se mantuvo al margen de la asombrosa simbiosis.
El sincretismo que se produjo entre las fiestas religiosas católicas contenidas en el calendario español y las ancestrales celebraciones indígenas nacidas de la cosmovisión propia de los aborígenes, facilitó que pronto se asumiera a los toros y sus juegos como elementos consustanciales de la cultura popular, adornados por los extraordinarios matices otorgados por la sierra andina y el mestizaje plasmados de manera multicolor por elementos de origen claramente hispánico y otros de raíz indígena y precolombina.
Así las cosas, podemos concluir que la fiesta de los toros ha formado parte de la vasta riqueza cultural de la ciudad durante más de cuatro siglos.
Riqueza inmaterial
En el libro “La Fiesta Popular en el Ecuador” de Oswaldo Encalada Vásquez son permanentes las referencias al toro bravo como el eje de los espectáculos populares que se celebran en prácticamente todas las parroquias y cantones de las provincias de la Sierra ecuatoriana. El autor en la introducción de la obra conviene en la validez del sincretismo social, étnico y cultural, apuntando que “Uno de los primeros componentes más importantes de la cultura no material de los pueblos es aquel que tiene que ver con sus fiestas y celebraciones. En este campo como en muchos otros, nuestro país es extremadamente rico en sus manifestaciones. La convergencia de diversas etnias y hasta las razas ha creado un variado caleidoscopio donde es posible apreciar desde los rituales netamente cristianos hasta las formas autóctonas andinas; desde la concepción occidental de la muerte, hasta las fiestas agrarias de los indígenas.
La convivencia de los diferentes elementos poblacionales ha logrado un mestizaje profundo y vital que forma el verdadero sustento de nuestra identidad”
En otros apartados del estudio se precisa el contenido de las fiestas, su extraordinaria puesta en escena y el exuberante contenido simbólico de las mismas, concluyendo que entre las más importantes manifestaciones populares e indígenas, las corridas de toros son un elemento básico de la riqueza inmaterial del Ecuador.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Las mentiras de los "proteccionistas" o "antitaurinos"/ Raul Gordon Blasini
Los llamados proteccionistas de animales o bien llamados "antitaurinos"
Acusan a los componentes del mundo taurino, de Torturar a los toros. Quiero desmentir las acusaciones de dichos grupos citando frase a fraee, y por supuesto respondiéndole razonadamente ante cada observación.
1) "Antes de las corridas al toro lo encierran en un cajón oscuro"
Me imagino que se referirá al chiquero. Precisamente, de mis experiencias en los desencajonamientos y manejos de los toros en las plazas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, he sido testigo de esto. El toro, tras el desembarque, pesaje y primer reconocimiento. Con la lógica excitación y furia, solamente entra al chiquero si esta iluminado. Cuando entra, se le apaga la luz precisamente para que se quede tranquilo, y la verdad es que se quedan muy tranquilos. Nada inquietos y cuando levantas la trampilla, para mirar, mueven la cara hacia el agujero de luz casi con indiferencia, sin arrancarse ni hacer gestos violentos ni nada. Es para ellos como si fuera de noche, hora de relajarse y descansar.
2) "Sin agua ni comida para aterrorizarlo, confundirlo y debilitarlo".
Mentira. Nadie quiere aterrorizar o confundir a un toro antes de que salga a la arena. Cuesta un dinero (Los proteccionistas sabran lo que cuesta un toro de lidia?) y se pueden arrancar, cornear las paredes o las puertas, lastimar, matar o perder o romper un pitón (cuernos). Se le echa agua, cebada, pasto, etc. Usualmente el camión que los trae, transporta la comida de los toros. De paso al llegar a los corrales se les da baños de agua para refrescarlos.
3) "Luego le dan con tablas y sacos de arena, en los riñones"
Mentira. Eso era un truco para beneficiar a los toreros antiguamente. En el reglamento de Cádiz de 1848 se prohibía expresamente y en la plaza de Cádiz, en 1914, se acusa de que lo había hecho alguien para favorecer al novillero Sánchez Mejias. Eso era y es un delito. Pero ese fraude era cuando los toros tenían poder y la fiesta estaba menos controlada. Hoy, con el toro tan flojito que hay, con el peto que permite poner puyazos muy serios, y con los adelantos que tenemos, a nadie se le ocurriría una manera tan burda de quitarle la fuerza a un toro. (Bueno parece que los "proteccionistas", se quedaron en el siglo18).
4) "Le introducen una aguja en los genitales, para que se vuelva loco del dolor"
Mentira absurda. Nadie querría ponerse delante de un toro "loco de dolor" cuando ya en condiciones normales es todo un riesgo mortal. Además debe recordar que si el toro recibe el mayor honor del indulto, el ganadero lo quiere intacto, por que su semen refrescara la sangre de su ganadería.
5) "Le echan vaselina en los ojos para recortarle la visión"
Esto lo único que demuestra es la ignorancia de quien lo dice. El toreo, la lidia, se basa en la visión del toro. Los matadores son los primeros que protestan cuando presumen que el toro no ve y hay casos en que se niegan a seguir toreando en esas circunstancias. Hay tres veterinarios para comprobar que vea bien y si no ve, desecharlos. Es una medida basada en la ignorancia del mentiroso acerca de la mecánica del toreo
6) "Le introducen algodón en la nariz y garganta para dificultarle la respiración"
Esta es la cosa más absurda e ignorante que he oído en mi vida. Hoy los toros ventilan tan bien en la lidia que llegan al ultimo tercio con la boca cerrada. a) ¿Si a cualquier "proteccionista", le introducen algodón en la nariz y la garganta para dificultarle la respiración no se asfixiaría? b) ¿Si a estos señores o al toro le introducen algodón en la garganta no lo vomitaría o tendría arcadas?
c) ¿Y como se consigue que un toro trague algodón? Me imagino al presunto manipulador de toros diciendo al toro "Esta cucharadita por el matador, esta otra por el ecologista, esta por mama¡". Sres. proteccionistas, estas acusaciones a los taurinos las han vivido Uds?. Como experiencia propia con sus animales?
7) "Al momento de salir le echan tiner en las patas para que salgan rasgando la arena y crean que es bravo".
Otra muestra de total y absurda ignorancia. Escarbar es un defecto. A ningún ganadero le gusta que sus toros escarben y el público ve eso como un defecto. Para muchos aficionados y toreros escarbar es un símbolo de toro mentiroso, fanfarrón, que amenaza pero que no termina de embestir. El toro bravo se arranca como un tiro. Sin escarbar. ¿A quien le puede interesar que un toro escarbe y parezca manso? Es una mentira claramente inventada por uno que no es aficionado y que no tiene ni idea de las cosas del mundo del toro. Como las otras. Razón tiene un sacerdote que dijo una vez: Todo tocado de Dios es malo y mentiroso!.
Insisto, primero debemos darle importancia a la vida del ser humano, y luego a la de los animales.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
POR SI NO LO SABIAN/ Joaquín Sabina
A Bryce Echenique le gustan los toros,
Poema: Por si no lo sabían
miércoles, 13 de agosto de 2008
Por Antonio CaballeroRevista 6toros6, No. 273 de 6 de mayo de 2008
lunes, 4 de agosto de 2008
Como perro sarnoso/ Esteban Ortiz Mena
La intolerancia y la estupidez han ganado espacio en nuestro medio.
Rafael Lugo, en un artículo publicado en la revista Soho edición 66, escribe que “a la postre, para la mayoría la idea obligada es amar a Dios sobre todas las cosas y odiar a quien piense diferente, porque se nota que el hombre ha entendido que prójimo solo es aquel que piensa igual, y el que no cree lo mismo es infiel, impío, hereje, perro sarnoso, humanoide descartable, cualquier cosa, pero prójimo jamás”.
Es un hecho: asesinos, retrógrados, violentos, masoquistas, perversos, putrefactos, arcaicos. Así es como califican los antitaurinos, entre los epítetos más decentes, a todo aquel que guste de la fiesta brava.
Si ser taurino es así de grave, con el perdón de los perros y los antitaurinos (que me parece tienen alguna similitud), este rato me declaro perro sarnoso.
¡Qué orgullo sentirme taurino! No hay nada más profundo que las sensaciones que alguien puede sentir toreando. La pasión no es un sentimiento exclusivo del taurino, pero los toros son una razón más para vivir intensamente.
La intolerancia es el recurso más fácil del débil de espíritu y el limitado de razón. La riqueza de la humanidad radica en su diversidad, en la capacidad de contradicción que tenemos y que ejercemos a diario, en saber crecer; y no en oponerse ni en intentar cambiar de hábitos a quien piensa distinto.
Por supuesto que este tipo de gustos son muy personales, pero no por pensar distinto o tener un gusto legítimo este carece de sentido. Hay que entender que no queremos convencer a nadie de que le gusten las corridas de toros, pero a desaparecerlas hay un abismo. No es que las corridas de toros no sean crueles y es legítimo que haya gente que a más de no gustarle prefiera su desaparición. Eso depende de cada quien. Pero el problema de la oposición a una práctica tradicional es que esta puede trasladarse a otras que forman la esencia de identidad y afirmación cultural de diversas colectividades, como dice Pancho Aguirre. No existe diferencia conceptual, como práctica cultural, entre oponerse a la ópera que a una corrida de toros. Por eso es tan absurda una oposición al tema, sobre todo cuando es producto de la intolerancia y la ignorancia.
Es posible que con el tiempo desaparezcan las corridas de toros, la cultura siempre cambia, es posible que en un futuro próximo nuestra alimentación principal sea a base de insectos. Pero esas serán prácticas culturales y sociológicas que se irán desarrollando, en el caso de ocurrir.
No se puede criticar (sobre todo frente al grave argumento de la desaparición de una tradición cultural apasionante) sin conocer. Pensemos en lo que sucede entre dos grupos de personas que se encuentran dentro y fuera de una catedral, y que intentan comunicarse lo que ven. Al mirar las vidrieras, los de adentro contemplan los colores brillantes, flores, animales, personajes. Los del exterior sólo ven la superficie opaca y gris de los cristales. Cuando unos describen su experiencia, los otros piensan que son enfermos o malintencionados. Sin embargo, los dos grupos tienen razón: están contando lo que realmente perciben, parafraseando a José Antonio Marina. “El equívoco sólo puede desaparecer si se consuma un cambio de perspectivas. Si los de adentro salen, y los de fuera entran.”
Pero cuando no hay voluntad, no hay voluntad…
Por eso, hasta tanto, yo coincido con Andrés Sánchez Magro: “reivindicamos la locura, la bendita locura de los raros, de los otros, de los toreros, de los que buscamos un sueño que nadie nos puede acabar de contar. Los que nos apegamos a la excepción cultural, que es, y nunca podrá dejar de ser, el toreo... Si hay que ser excepcionales, seámoslo” (6toros6 No. 571, junio de 2005).
Por eso, hoy me declaro taurino, loco, excepcional… y sarnoso, a mucha honra.
jueves, 10 de julio de 2008
viernes, 4 de abril de 2008
Cuando el valor vale más que el precio/ Esteban Ortiz Mena
Cogí un libro. Era de mañana y recién me había despertado. Me volví a acostar porque tenía frío y sobre todo porque quería alargar la sensación que produce una cobija. Son esos días en los que nos despertamos con una sobre carga de sueños, como si existiera un mundo paralelo del cual no quisiéramos salir.
Al repasara las primeras hojas encontré un dialogo del personaje del libro (un estudiante en París que pasa las penurias de vivir lejos y en condiciones precarias, pero dignas) con el cual me identifiqué: “El abono trimestral de la piscina había sido una importante inversión de mi parte, pues costaba 120 francos, pero una ducha caliente cada día era lo único que podía devolverme a la vida”.
El valor de una ducha caliente, dice Santiago Gamboa en El síndrome de Ulises, va más allá del precio o del chorro de agua que cae y se convierte en la sensación placentera que da sentido a la vida.
Aunque nos cueste una fortuna, o no, el personaje del libro justifica el pago que hacía, a cambio del valor de las sensaciones que le producía una simple ducha.
Pues los toros son eso.
Los días de toros, una corrida, un día de campo, son esa ducha caliente que es, también, ese algo que nos devuelve a la vida. Es el aliciente que tiene el aficionado para poder disfrutar de lo que más le gusta.
El agua caliente (léase, los toros) limpian y hacen olvidar cualquier problema que podamos tener y nos transporta a ese lugar íntimo, cercano a los sentidos y apegado a los sentimientos que sólo nosotros lo podemos apreciar.
Aunque nos cueste.
Por eso, ir a una plaza de toros es darnos una tregua a nosotros mismos. Pero no cualquiera: es como la que le da Mario Benedetti al personaje principal de la novela del mismo nombre: “Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”, dice. Los toros son esa felicidad momentánea, pasajera, que dura lo que dura la corrida… bueno, quizás un poco más, pero los recuerdos son nuestros y únicos y sólo nosotros le damos el valor y el tiempo que estos quieran tener. Por eso, durarán el tiempo que logremos hacer que permanezcan en nuestras sensaciones.
El valor de los toros no tiene precio. Es tener algo por qué vivir, el delirio de tener algo por qué despertarse y buscar, con ilusión, aquellas gotas calientes que dan sentido a la vida.
Una tregua, que nos llena de felicidad…
martes, 11 de marzo de 2008
TOREO Y RODEO/ Antonio Caballero
Revista 6toros6, No. 683 de 31 de julio de 2007
No hace mucho vi por televisión una corrida de toros en compañía de un neófito. Le pareció un espectáculo tosco y brutal, y sobre todo aburrido. Me dijo que prefería el rodeo.
¿El rodeo? Yo recuerdo haber visto una vez, hace tiempo (y también por televisión), un rodeo celebrado en algún pueblo de Wyoming o de Tejas. Y ese espectáculo sí que me pareció tosco y brutal, y sobre todo terriblemente aburrido. No era un rodeo de potros broncos, sino esa variante del rodeo norteamericano que se llamaba bullriding o jineteo de toros: un empeño de pura fuerza bruta, carente de arte o gracia, y hasta técnica. Se trata simplemente de no dejarse tumbar por un toro que da saltos. Pero a juzgar por el entusiasmo loco del público en las tribunas (no me atrevo a llamarlas tendidos) y por el todavía más delirante, aunque con algo de impostación profesional, del comentarista de televisión, aquel rodeo era el mejor que se había dado en mucho tiempo en todo el Lejano Oeste. Todos los aficionados hemos asistido a docenas de corridas aburridas, y hemos sido capaces de aguantarlas: pero su aburrimiento no engaña ni al público ni a los críticos. Aquellos, en cambio, parecía ser una de las más entretenidas exhibiciones de bullriding que se hubieran vivido en Tejas (o en Wyoming, donde fuera). Yo, por mi parte, no aguanté ni un cuarto de hora.
Hay que advertir que en un cuarto de hora de bullriding caben tantos toros como en una corrida entera de Las Ventas, con todo y sus devoluciones de inválidos. Porque en el rodeo las cosas suceden a la velocidad del rayo. El comentarista se deshacía en elogios cuando mediante un esfuerzo sobrehumano el jinete de turno conseguía completar seis segundos o siete a los lomos del animal corcovante, enloquecido de furor. ¿Les daban algo? Eran unos inmensos toros de carne que pesaban sus buenos ochocientos kilos, y sin embargo saltaban como pelotas de goma y giraban como peones sobre sí mismos, como si a la salida de corrales el torilero les hubiera metido todo un chile picante como un hierro candente por el culo. El jinete aguantaba tres o cuatro tumbos y salía despedido como un pelele manteado por sobre las orejas, y rodaba por tierra en medio de la polvareda mientras lo pisoteaban las anchas pezuñas de la bestia. Pues se trataba de bestias bastas y mal hechas, de pesadas patas rodillonas, de gorda culata y cuello corto y badanudo, con los astigordos pitones desmochados a serrucho casi por la mazorca, que coceaban como mulas y daban brincos como gatos monteses antes de escapar a la carrera, ya sin jinete, fuera de la pantalla de televisión como actores de teatro que hacen mutis por el foro. Salían otros en su lugar, igualmente feos, igualmente enfurecidos, igualmente incabalgables. El problema, pienso ahora que escribo esta palabra, reside precisamente ahí: en que los toros no están hechos para ser cabalgados, sino para ser toreados. Y en consecuencia el espectáculo del bullriding es repelentemente antinatural, como lo serái, si existiere, el horsefighting, o toreo de caballos. Porque así como un caballo no se puede torear, un toro no se puede cabalgar. No lo permite la naturaleza. De esta aberración de origen, de esa contradicción, nace todo el absurdo del bullriding como lo exigiría el hecho de que lo hagan con toros, sino vaqueros, como si fuera con vacas: cowboys, como en las películas. Y es por eso que (al menos en el espectáculo que yo vi) no usan sombreros de cowboy sino máscaras protectoras, mezcla de casco de motociclista y yelmo de gladiador, como los profesionales del football norteamericano: un deporte que, aunque su nombre se traduce literalmente por el de balompié, no se practica con los pies sino con las manos.
No decía el comentarista de televisión que los toros del rodeo hubieran dado buen juego, sino que habían hecho un buen trabajo: a good job. Porque, en efecto, se trata de un trabajo. Lo contrario de lo que es el toreo.
jueves, 6 de marzo de 2008
Muleta Planchada/ De purísima y oro
Escrito por De Purísima y Oro
domingo, 2 de marzo de 2008
El abrazo de las dos orillas/ Zabala de la Serna
Cuando los dos colosos se fundieron en un abrazo, sobre los hombros del gentío que se los llevaba en fervorosa procesión, se fundían las dos orillas: Hispanoamérica y España estrechaban de nuevo sus lazos y renovaban ese contrato no escrito de mutua lealtad. Y, ahora, yo me pregunto qué movimiento cultural (de la verdadera Cultura) puede despertar sentimientos de hermandad y unión más fuertes que el toreo; qué embajador colombiano -con permiso de García Márquez y Botero- ha portado la bandera de Colombia en Europa con más categoría que Rincón; o qué diplomático español ha izado la insignia de España por toda América latina con mayor fuerza y orgullo que Ponce.
Esperemos que pronto Colombia vuelva a contar con un embajador de la talla de César Rincón, aquel chico de la calle que un 21 de mayo de 1991 se convirtió en héroe y ejemplo para toda una nación. Y en su más importante conquistador.
miércoles, 27 de febrero de 2008
LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA EN EL TOREO DE ENRIQUE PONCE/ Juan Lamarca López
Este texto fue leído en el seno de la Cátedra de Tauromaquia de la Universidad de los Andes, Mérida-Venezuela en el acto de nombramiento de Enrique Ponce como Consejero de Honor de la misma.
El concepto y el buen hacer del maestro Enrique Ponce constituyen la máxima expresión artística en el toreo, la cual se manifiesta desde su alta sensibilidad en la aplicación de una técnica y conocimiento que traslucen la pureza y el clasicismo en los que históricamente se basa.
Las modas también surgen en la Fiesta Brava y, aun añadiendo páginas importantes, siempre son perecederas, por lo que el devenir y el ser del toreo acaba volviendo a su propia esencia que es la aplicación de las normas clásicas del arte del toreo. Hay quien afirma que no existe mejor moda que lo clásico.
delante a un animal fiero al que hay que entender, reducir y dominar. Por lo tanto no tiene únicamente que ir a un proceder de estética personal como artista que es, sino a la eficacia de su poderío sobre el animal, configurando la estampa de un "ballet dramático" como así lo definía Vicente Zabala en su obra "La Fábula de Domingo Ortega".
Es por ello que el sentido de la colocación en el joven y ya legendario maestro sea decisivo para la correcta ejecución de las suertes que cincela, por lo que se deduce que "no es igual dar pases que torear".
¿Acaso no es su clasicismo conceptual el que han practicado lo más grandes del toreo?. Entre ellos no sólo se encuadra nuestro homenajeado, sino que incluso es considerado como "torero de toreros", es decir, mostrándose como un espejo donde mirarse el resto de la profesión, lo reconozcan o no lo reconozcan algunos.
La excelsa expresión artística del toreo de Enrique Ponce llega a todos y por todos es reconocida, con las consabidas negaciones y discrepancias, como no podría ser menos, que toda figura importante genera. Su apasionada afición y su responsable profesionalidad supera el más mínimo atisbo de sentido acomodaticio o actitud de relajo en su buen hacer que pudiera brotar de la continua admiración y reconocimiento que recibe de aficionados y públicos del orbe taurino que lo elevan al Olimpo de la Tauromaquia.
El diestro valenciano, hijo adoptivo de la provincia de Jaén como vecino de Las Navas de San Juan, no ha sido acogido en exclusiva ni por aficionados selectivos ni por las mayorías populares, se erige como torero de todos y para todos, con las masas entregadas durante lustros de ejercicio, sin que ello suponga el efecto del consabido aserto de que en los toros cuando la masa interviene el arte degenera, por lo menos en el caso de Enrique Ponce, que lo exhibe con la excelencia que le caracteriza.
La técnica, la estética y la expresión artística de Ponce en su asombrosa regularidad raya en tal perfección que algunos, maliciosa y resentidamente, "la ven con hastío y la sufren por insultante". No sería esta la posición de Eugenio D'Ors quien afirmaba:
"No hay que cansarse de aspirar a la perfección ni de hacer apología de ella, porque de lo demás, en fin de cuentas siempre quedará bastante".
Pues bien, señoras y señores, queridos amigos: les ruego practiquen un fácil ejercicio de imaginación y sustituyan del párrafo anterior el nombre de Romero por el de Ponce, el torero de época, de la época del Excmo. Sr. D. Enrique Ponce Martínez, naturalmente.
lunes, 25 de febrero de 2008
Apuntes sobre la esencia/ Esteban Ortiz Mena
viernes, 22 de febrero de 2008
EL FOMENTO DE LA FIESTA BRAVA/ José María Morán
Por José María Morán
Cuando se habla de fomentar la fiesta brava, personalmente me asaltan varias dudas, la primera de ellas, y quizá una de las más trascendentales, es de si realmente existe hoy por hoy, la necesidad de promover y difundir la tauromaquia. La respuesta a esta pregunta, al contrario de ser una obviedad, entraña una serie de condicionantes y distintos factores, sobre los cuales me voy a permitir dilucidar a continuación:
Se dice, por ahí, y no se si equivocadamente, que es necesario difundir la tauromaquia, por que la fiesta actualmente está en crisis. Esta afirmación no obstante, se contradice drásticamente con la realidad, si analizamos los datos y cifras que se manejan tanto internacionalmente como a nivel nacional. En España, se están realizando desde hace varios años, más de mil festejos anuales, entre corridas, novilladas y rejones; y, cerca de mil festejos adicionales, correspondientes a fiestas populares, en las que interviene el toro como eje fundamental.
No podría hablarse de una crisis tampoco, si consideramos el número de espectadores que han asistido a los festejos taurinos durante los últimos años, constituyéndose los toros, prácticamente en el segundo espectáculo de masas en España, Francia, Portugal, México, Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador, solamente ubicado por detrás del fútbol. Se habla de que en España asisten a presenciar una corrida de toros, más de treinta millones de espectadores por temporada; y, si analizamos el caso de Ecuador, podemos constatar como durante la Feria de Quito, entre siete o nueve días, asisten cerca de cien mil personas.
Tampoco creo que podemos hablar de crisis respecto a la camada de toreros que se encuentran actualmente en el escalafón, donde existe una serie de figuras consagradas (Ponce, El Juli, Castella, El Cid, El Fundi, etc.), que conjuntamente con los jóvenes valores surgidos en los últimos años (Manzanares hijo, Perera, Talavante, etc.), garantizan una espectacular competencia en beneficio de los aficionados, y que decir, del retorno de José Tomás, que ha significado un revulsivo para la afición, llenando todas las Plazas donde se presenta, basta revisar el caso de la ciudad de Barcelona, (mal llamada antitaurina), donde varios meses antes de la presentación del torero en referencia, se vendieron a precios exorbitantes todas las localidades del aforo.
Menos aún podríamos hablar de una crisis ganadera, ya que por el contrario, estos últimos años han servido para superar a ese toro excesivamente gordo, bobalicón, y mansote que se caía constantemente en detrimento del espectáculo, común en los años ochenta y comienzos de los noventa, por un toro que ahora es mucho más atlético, con mejores hechuras, con mayor agresividad, movilidad, raza, bravura y transmisión, que garantiza en la mayoría de los casos la emoción del espectáculo. Respecto al toro, inclusive la Fiesta ha podido ir recuperando paulatinamente, esos encastes diferentes al Domecq, así vemos que ahora vuelven a aparecer en las Ferias de postín, Saltillos, Santa Colomas, Urcolas, Nuñez, Palhas, etc.
Mucho se habla también, de que existe una crisis respecto a la difusión del espectáculo en los medios de Comunicación. Sobre este punto, debemos ser conscientes, que en la actualidad, el hombre dispone de muchas más posibilidades de ocio que hace cincuenta años donde los toros eran un eje mediático, sin embargo, es interesante conocer, que programas como Tendido Cero, tienen altos niveles de audiencia, e incluso las ferias importantes en España, generan tal nivel de expectación en la audiencia, que la televisión privada y el cable, han comenzado a retransmitirlas por sistemas de prepago, así por ejemplo, Digital Plus, trasmitió el año pasado para sus abonados, toda la feria de San Isidro, la Feria de Sevilla, la de Zaragoza y otros festejos puntuales de interés. Además, el hecho de que la última temporada haya sido especialmente sangrienta en cuanto al número de heridos, así como el regreso de José Tomás a los ruedos, ha repercutido en que los medios de comunicación vuelvan a escribir y hablar de toros permanentemente.
Por estas consideraciones, podemos concluir que la necesidad de fomentar la tauromaquia, no se debe realmente al hecho de que los toros puedan estar en un momento de crisis.
Otros sectores manifiestan que es necesario promover la Tauromaquia como un mecanismo de defensa ante el protagonismo que han cobrado últimamente los grupos animalistas o antitaurinos. Es evidente, que el mundo y las nuevas generaciones, toman cada vez mayor conciencia, sobre la necesidad de contar con un entorno de respeto y cuidado a los animales como base de nuestro desarrollo sustentable. Y es también evidente, que los niveles de tolerancia del ser humano, respecto a las manifestaciones culturales en las que se involucran elementos de dolor, sufrimiento o sacrificio, aunque sea animal, se han reducido considerablemente. Incluso la propia fiesta brava ha tenido que ir evolucionando en el tiempo por este motivo, con ejemplos tan evidentes como la abolición de la media luna, o la imposición del peto, para evitar por ejemplo, el desagradable espectáculo que significaba observar “en directo”, el destripamiento de los caballos por parte del toro.
Sin embargo, no podemos dejar de reconocer, que antitaurinos y detractores de la fiesta han existido desde siempre, y pese a ello los toros no solo siguen existiendo, sino que cada vez es mayor el número de espectáculos taurinos que se realizan anualmente. Recordemos que ni si quiera una prohibición real, pudo impedir la propagación de esta manifestación cultural. Por eso, muchas personas, consideran que la fiesta y los toros se defienden por si solos, y quien sabe, quizá tengan razón. No obstante, no podemos tampoco desconocer el avance y protagonismo que han adquirido los movimientos antitaurinos a nivel Internacional y local. Ahí están las declaraciones de ciudades antitaurinas, como la de Barcelona en España, prohibiciones de que los menores de edad asistan a las corridas de toros, intentos a nivel del Parlamento Europeo para conseguir una prohibición total de las corridas, que finalmente fracasó. Y que decir del Ecuador, donde vimos lo que pasó con Cuenca, prohibiéndose la muerte del animal, y obligando a que de celebrarse corridas, éstas sean a la usanza portuguesa, desvirtuando la naturaleza elemental de éste espectáculo. Vimos también lo que pasó en Guayaquil hace un par de años, donde hubo hasta agresiones físicas de importancia, llegando una “bestia” seudoecologista, incluso a interponerse en el camino de la ambulancia que llevaba de emergencia a un torero que había sufrido una grave cornada en el cuello. Vimos lo que pasó en Baños, donde el Municipio, de lo que entiendo, ha prohibido el espectáculo y ha declarado a la ciudad como antitaurina. Y lo que es más grave aún, con gente de la Fundación Prodetauro a la que pertenezco, hemos comprobado como incluso en los decálogos de las agendas estudiantiles que se entregan a los niños de prestigiosos colegios del país, se condena expresamente a la tauromaquia, y se induce a los menores a repudiar la fiesta brava.
En consecuencia, si bien es cierto, que hay que preocuparse y precautelar nuestros derechos frente a lo que los movimientos antitaurinos puedan realizar, no es menos cierto, que el fomento de la Fiesta, no es una solución definitiva contra su accionar, dado que por más que lo intentemos, a un antitaurino, jamás vamos a lograr convencerle de que se convierta en taurino, ni creo que deba ser ese nuestro objetivo.
Sobre este punto, quizá en lo que si hemos fallado los taurinos, es en tratar de defender nuestra fiesta de los ataques recibidos, bajo el mismo argumento de siempre, es decir, defender el que los toros es la más hermosa de toda las artes. Ciertamente lo es, para nosotros, por lo que nos rasgamos las vestiduras hablando de Picasso, de Miró, de Alberti, de Botero, de García Lorca, de Roberto Domingo, etc, etc, sin darnos cuenta, de que existen cientos de argumentos de peso mucho más importantes para defender a la tauromauia, sin aludir si quiera, al ejercicio de nuestros derechos y libertades constitucionales más elementales.
No hablamos por ejemplo, de la importancia ambiental que tiene la crianza del toro bravo, las miles de hectáreas que se conservan y protegen gracias a la no utilización comercial del terreno en el que se cría el toro (Se habla que solo en España se protegen más de 540.000).
Por que no hablamos de la importancia económica que tiene la Fiesta: cuantos cientos de millones se mueven en torno a las corridas de toros. Habría que preguntarle por ejemplo al Municipio de Quito que significa para la ciudad la realización de la Feria de Quito en cuanto a impuestos, alimentación, turismo, alojamientos, transporte, etc. etc.
Por que no hablamos de los puestos de trabajo y familias que viven del toro. En un manifiesto profesional que se presentó al Parlamento Europeo, se menciona que gracias a los toros, se generan más de 3.5 millones de jornadas de trabajo anuales solo en Europa.
Ahora bien, a esta altura de mi ponencia, ustedes se deben estar preguntando, por que este “loco”, que venía supuestamente a conversarnos sobre la necesidad de fomentar la Fiesta brava y que se dice pertenecer a una Fundación que difunde y defiende la tauromaquia, solo nos ha proporcionado argumentos que señalan que el fomento de la fiesta quizá no sea tan relevante o necesario.
Pues muy al contrario de lo que pueda parecer, personalmente estoy convencido de que tenemos la necesidad de promover y defender la tauromaquia, especialmente por dos consideraciones fundamentales:
A) La primera es una razón de subsistencia: ¿por qué de subsistencia? Porque solamente promoviendo la tauromaquia, difundiéndola, enseñando y compartiendo su riqueza con terceros, podremos garantizar el surgimiento de nuevas generaciones de aficionados. Si señores, si no nos preocupamos por crear nuevos aficionados, no podremos llenar las plazas de toros dentro de 20 años, en cuyo caso, nuestros hijos o nietos se habrán perdido la oportunidad de gozar de éste espectáculo tan singular y hermoso. Si no promocionamos la Fiesta, no nos derrotarán los antitaurinos, no señor, lo haremos nosotros mismo. Por eso, siempre he sido partidario de preocuparnos menos de las opiniones en contra, y más de generar opiniones a favor. Los toros son una manifestación cultural, que vive gracias a tener un gran nivel de aceptación popular. Los aficionados en el caso de Quito por ejemplo, debemos estar sumamente agradecidos, de esos 10.000 espectadores que no son expertos, ni conocen a cabalidad la Fiesta, pero que sin embargo llenan la plaza durante nuestra feria, por que disfrutan simplemente de la corrida, permitiendo con su presencia, sustentar los costos de un espectáculo realmente caro. Les pregunto a ustedes por ejemplo, si la empresa podría traer a el Juli o a Ponce, si a los toros solo asistieran esos 2000 aficionados de hueso colorado que existen en nuestra ciudad? Seguramente no, de ahí la necesidad de seguir promoviendo la Fiesta de los Toros, compartiéndola con la población no entendida y especialmente con la juventud, que se constituye hoy por hoy, en la esperanza de que las corridas de toros sigan siendo un espectáculo sustentable en los próximos años.
B) La segunda razón fundamental por la cual considero necesario trabajar por la promoción de la fiesta, es por una cuestión de generosidad. Si, ustedes y yo sabemos que la Fiesta Brava tiene inmersa en su naturaleza, una riqueza y un acervo cultural incomparable. Creo que es un deber y una obligación de todos los aficionados, compartir estos valores con quienes nos rodean. Por que no trabajamos por compartir el goce que se genera en nuestro espíritu por ejemplo, al contemplar como un becerro recién nacido se arranca en el campo a un vaquero, o el éxtasis que algunos de nosotros podemos sentir al contemplar simplemente una verónica de Curro Romero.
Les invito en consecuencia, a sepultar ese egoísmo natural que tenemos los taurinos, y que muchas veces nos impulsa a mirar con malos ojos cualquier comentario sobre la fiesta emitido por una persona no entendida. Compartamos nuestros conocimientos, promovamos con terceros la magia y riqueza de la tauromaquia, estoy seguro que los futuros aficionados nos lo agradecerán eternamente.
martes, 19 de febrero de 2008
¿DE QUÉ FIBRA ESTAN HECHOS LOS TOREROS?/ José Antonio Esparza
domingo, 17 de febrero de 2008
LA REGLA DE ORO DEL TOREO/ Jim Verner
Traducido por Paco Fierro
En lo que a dogmas se refiere, el toreo compite con las grandes religiones del mundo. A través del tiempo, los profetas taurinos han subido a las andanadas más altas en búsqueda de los Mandamientos del Toreo. Cada uno ha descendido sosteniendo una versión personal de la Verdad Taurina. Algunos de estos profetas han afirmado que los Cánones son "parar, cargar y mandar" . Otros mantienen que la Palabra se refiere a "citar, templar y rematar". Y hay algunos que creen que sólo "cargar la suerte" es lo que separa al consagrado del profano. Todo eso confluye hacia un sectarismo taurino que rivaliza con el más "fino" sectarismo de la historia de las guerras santas.
Como los sacerdotes de la antigüedad que debatían sobre el número de ángeles que podrían bailar en la cabeza de un alfiler, los aficionados se reúnen en sus templos-bares, con tapas, para discutir con toda clase de detalles y tecnicismos: Si ¿es de frente mejor que de perfil? ¿es el pico una técnica válida o simplemente un truco? ¿la suerte se carga con los brazos o con la pierna contraria? Y si ¿es en verdad la pierna contraria o es la pierna de salida? Las discusiones avanzan sin parar. Y mientras más lejos van, cada participante se "aquerencia" más en sus creencias y preferencias personales.
La eternidad sería demasiado corta para concluir con estos argumentos. En el toreo, como en la religión, el devoto corre el riesgo de resbalar hacia el fanatismo. Aquellos que sostienen puntos de vista diferentes son acusados de herejía en una especie de inquisición taurina. Afortunadamente, la quema en la hoguera ya ha pasado de moda, pero algunos aficionados que se fijan tan intensamente en los detalles pierden a menudo de vista la esencia del toreo. Realmente, sólo hay una regla básica para los toreros: "Respetar al toro". Esta regla podría considerarse como la regla de oro del toreo. La significación de una regla de oro consiste en que supera las limitaciones de las ortodoxias -- en su profunda simplicidad, es el canon supremo. La regla de oro nos permite ver el bosque sin resultar ahorcados en los árboles. Detrás de la regla de oro, todo lo demás son adornos.
En cierto sentido, la regla de oro de la religión -- "no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti" -- se convierte en su contrario en el toreo. Ambos participantes, hombre y toro, tratan de aniquilar al otro y ninguno de los dos quiere ser el que recibe la espada o el cuerno. Pero, en otro sentido, la regla de oro del toreo es idéntica: cuando el torero respeta a su toro, lo trata como él quisiera ser tratado si él fuese el toro. El torero debe cuidar al toro de la misma manera que los padres generosos guían el desarrollo de sus hijos. La habilidad de cada torero puede variar, e incluso los mejores tienen días malos, pero no hay ninguna excusa válida para abusar de un toro, no importa cuán difícil pueda ser. Todos los toreros -- matadores, peones y picadores -- deben hacer lo extremo para conseguir todo el potencial de cada uno y de todos los toros.
Esto nos lleva al corolario de la regla de oro: "cada toro tiene su lidia". Al decir que cada toro tiene su lidia, los aficionados aceptan el hecho de que cada toro es único. Por consiguiente, cada actuación es también necesariamente única. Los toreros no deben ser juzgados simplemente por lo bien que la actuación encaja en un formato pre establecido o en un modelo taurino estándar. Por el contrario, los toreros deben ser juzgados por lo bien que ellos traten al toro y por su habilidad (qué es una combinación de valor, entendimiento y técnica) para dar al toro "su lidia".
Alguien ha dicho que el toreo es como la ortografía en el idioma inglés: pocas reglas y muchas excepciones. Este juicioso personaje se ha dado cuenta que el toreo tiene un médium cambiante. El médium del toreo -- el toro -- es un animal viviente que trae su propia personalidad al espectáculo. Hay una gran proporción de incertidumbre en la interacción entre el toro y el torero. El torero influye en lo que hace el toro y al mismo tiempo el toro está influenciando al torero. Y sus acciones y reacciones, tanto intencionales como involuntarias, continúan amoldando y formando esta interacción a lo largo de la lidia. Nadie puede estar seguro cómo un toro responderá, ya sea ante un nuevo puyazo o en otra serie de muletazos, en todo caso, los toreros buenos comprenden a los toros mejor que la mayoría, así que las más de las veces actuarán correctamente. Los toreros mediocres cortan orejas por lo que los toros les dejan hacer: los grandes toreros triunfan por lo que ellos ayudan a hacer a los toros.
Intentamos a menudo entender el toreo en términos de arte o de deporte. Si bien hay muchas similitudes válidas, ambas comparaciones causan un perjuicio al toreo debido a la diferencia en el control del médium. Imaginemos a un pintor que no confiaría en la consistencia del ámbito de los colores. ¿Qué tipo de concierto escucharíamos si el pianista no estaría seguro de la nota que cada tecla produciría? ¿Cómo jugaría el futbolista si la meta se mueve cuando él corre con la pelota por el campo? Sin embargo, en el toreo es precisamente este médium variable lo que hace tan especial la lidia. Dos corridas de toros nunca podrán ser iguales. Ser aficionado de la fiesta brava no es para quien busca la comodidad de las normas fijas y evalúa todas las actuaciones con el mismo juego de criterios pre-establecidos.
La verdadera calidad de la faena de un torero no es simplemente una cuestión de si está citando de frente o de perfil. Lo importante no es si está utilizando el pico o la panza de la muleta, si el pase es por bajo o por alto. Todas esas son técnicas válidas. Pueden ser buenas o malas. Si se usa o se abusa de ellas depende de la interacción entre el toro y el torero. La calidad de la actuación depende completamente de lo bien que el torero entienda al toro y de la manera que utilice las técnicas del toreo para producir lo mejor que él y el toro son capaces de dar.
Hay otro principio básico del toreo que se relaciona estrechamente con la regla de oro: "se torea como se es". En su sentido positivo, cuando torea como es, el torero aporta a la faena su personalidad y su estilo individual. Está bien que los aficionados prefieran un estilo o una personalidad sobre otra, pero ésta es una cuestión de gustos antes que de calidad. Los verdaderos aficionados aprecian una buena faena, sin considerar el estilo. Desafortunadamente, este principio es a veces relegado por los aficionados. Se lo utiliza mal cuando se lo convierte en una justificación de las preferencias personales. Peor aún, a veces se lo utiliza como una excusa para un torero que desconoce la regla de oro y desperdicia un toro.
La regla de oro del toreo es la que vuelve tan complicado el papel de los aficionados al juzgar una corrida de toros. Por suerte, muy pocos aficionados son santos taurinos. Para la mayoría de nosotros, no importa cuanto lo intentemos, nuestras pasiones y preferencias pueden distorsionar la aplicación de la regla de oro. Pero eso no es tan malo. Sólo imagínense lo triste que sería el toreo sin toda esa división de opiniones.
viernes, 15 de febrero de 2008
LA EVOLUCIÓN DE LA NORMATIVA TAURINA Y SU FUNCIONAMIENTO DENTRO DE UNA CORRIDA DE TOROS/ Esteban Ortiz Mena
Por Esteban Ortiz Mena
Se ha discutido muchas veces si las normas deben ser anteriores a la realidad o es la realidad la que desborda el aparato normativo y lo circunscribe. Creo que hay algo de las dos. Sin duda, la realidad va delineando lo que se debe mandar, prohibir y permitir a través de normas; pero también la norma se debe adelantar a su tiempo (cuando existe un buen ejercicio legislativo) y prever situaciones que van más allá de la realidad.
Las normas, por su naturaleza, son estáticas. De todos modos, son un reflejo de la realidad en la que vivimos. Tanto es así que si existiría una debacle planetaria y, por cosas del destino, el único texto que sobrevive es el Código Civil (bueno, también digamos la ordenanza que regula los espectáculos taurinos), la persona (o el alienígena, marciano o lo que fuere) que encuentra el texto se podría dar buena cuenta de lo que actualmente somos.
Además, nuestra vida, según lo señala Norberto Bobbio, se desenvuelve dentro de un mundo de normas. “Creemos ser libres, pero en realidad estamos encerrados en una tupidísima red de reglas de conducta, que desde el nacimiento y hasta la muerte dirigen nuestras acciones en esta o en aquella dirección. La mayor parte de estas normas se han vuelto tan comunes y ordinarias que no nos damos cuenta de su presencia. Pero si observamos un poco desde fuera el desarrollo de la vida de un hombre a través de la actividad educadora que ejercen sobre él sus padres, maestros, etc., nos damos cuenta que ese hombre se desarrolla bajo la guía de reglas de conducta[1]”
La norma condiciona nuestro convivir diario, y sin darnos cuenta, hasta nuestra vida. La responsabilidad que eso significa y el respeto hacia la norma y hacia lo ajeno debe ser parte integral del hombre.
En el prólogo del editor a la primera edición de la tauromaquia completa de Francisco Montes “Paquiro” de 1836 dice:
“Así como los individuos, tienen los pueblos su carácter original propio y exclusivo de ellos, que sirve para distinguir los unos de los otros, y que es el origen de sus hábitos y costumbres. Para llegar a conocer con exactitud el verdadero carácter de un pueblo, es a veces más a propósito que su misma historia tomada en su totalidad, la lectura de aquellos escritos en que se hallan consignados sus entretenimientos privados, esto es, peculiares y exclusivos de él; y volviendo a comparar los pueblos con los individuos, diremos que tanto los unos como los otros son más difíciles de conocer, y dejan menos traslucir su verdadera índole cuando ejecutan acciones de cierta notoriedad y consecuencias, porque en este caso el temor de la censura pública influye poderosamente en las determinaciones...”. (El subrayado es mío)
En este intento por codificar y normar la celebración de espectáculos taurinos, “el célebre profesor Josef Delgado (vulgo) Hillo” (tal y como reza en su libro Tauromaquia o arte de torear a caballo y a pie) fue el primero en intentar recopilar y unificar las normas que hasta ese entonces regían a manera de costumbre para las corridas de toros a pie como a caballo.
Es recién en 1804 cuando se realiza este primer intento, acertado por cierto, de codificación de lo que es una corrida de toros. Con la dinastía de los Romero y la escuela de Ronda, haciendo un poco de historia, se empieza a profesionalizar el juego con toros y considerarse como una actividad lucrativa. Como todo espectáculo (en este caso español) que el vulgo empezó a disfrutar con más fuerza, hubo la necesidad de regular y clarificar ciertos conceptos que hacía falta precisar.
Pero la función de las normas fue recoger todas las inquietudes que se estaban dando para que los nuevos actores de la lidia tengan parámetros básicos de referencia y se pueda ordenar un espectáculo que cada vez irrumpía con más fuerza (sino la tenía ya).
Francisco Montes Paquiro incluso señala en la parte final de su Tauromaquia Completa unas recomendaciones de reforma del espectáculo, como que “las plazas de toros deben estar en el campo a corta distancia de la población, combinando que se hallen al abrigo de los vientos que con más fuerza reinen en el pueblo; deberá haber también una calzada de buen piso para las gentes que vayan a pie a la función, y un camino que no cruce con el anterior, por el que irán los carruajes y caballerías. De este modo se evitará mucha confusión y desorden, y hasta las desgracias que alguna vez suceden. Estas disposiciones, que parecen influyen poco en el prestigio de la diversión, tienen, por el contrario, una gran parte en su engrandecimiento, pues no hay duda que a muchas personas, y con particularidad al bello sexo, retraen estos y otros inconvenientes para ir a las fiestas de toros”.
Pero son las corridas de toros las que han dado forma a una norma. La norma se ha adaptado a estos comportamientos y a las necesidades culturales. Si vemos en el tratado de Pepe Hillo, la lámina XII recrea la “tercera suerte con los toros de sentido” y es el matador lanzando el capote a la cara del toro y salir corriendo. Esto era considerado una suerte en 1804 que ahora ni siquiera se plantea como una alternativa dentro del toreo moderno.
Pero una vez que la norma adapta estas costumbres, también la regula. Empieza entonces a generalizarse el uso de un reglamento y de disposiciones que se deben respetar: reglas para “sortear a los toros con capa”; “suerte de la verónica con los toros francos, boyantes o sencillos”; “suerte de recorte”; banderillas, muleta, etc.
Si bien se dice que en el mundo del toro (creo que actualmente en el único ambiente), la palabra tiene un gran valor. El mejor contrato es el firmado en una servilleta de un bar y eso vale más que mil contratos. Pero la norma fue haciendo el espectáculo que tenemos hoy en día. Luego de los primeros intentos por definir lo que debía ser una corrida de toros, se realizaron esfuerzos para determinar el peso de los toros, la incorporación del peto a los caballos, la dimensión de las puyas y banderillas, etc.
También se determinó qué era una plaza de primera y hasta se logró establecer que los matadores ecuatorianos deberían actuar en el 80% de tardes en la Feria de Quito. Por eso la norma, si bien no hay que ser experto en su manejo, nos da luces para poder entender un espectáculo.
Todo, absolutamente todo lo que ocurre en el ruedo, aunque no lo parezca, está normado. Todo tiene su tiempo, su espacio y su regulación. Por eso es fundamental para todo buen aficionado, saber qué simbolizan los colores de los pañuelos (que está establecido en una ordenanza); saber que la vuelta al ruedo no es un premio que concede el presidente de plaza (está en el reglamento taurino) y tantos otros parámetros que, aunque parecería no tienen relevancia normativa, pero que están detallados en un texto legal que influyen en lo que puede ocurrir en un espectáculo.
Los ritos y las tradiciones parecería que fluyen sin una norma a lado. Sin embargo, lo normativo influye en nuestras vidas y nos rodea, en particular dentro de la temática taurina. Es probable que la realidad se plasme en una norma aunque no lo sintamos.
Por eso, como decía al comienzo, lo normativo nos rodea, nos condiciona y nos guía. El aficionado debe conocer lo que el reglamento dice, así puede criticar y sobre todo, tener un conocimiento más cabal del espectáculo que le apasiona.
[1] Bobbio, Norberto; Teoría General del Derecho, Editorial Temis S.A., 1994, pag 3.
martes, 12 de febrero de 2008
Curro
"El arte es un destello torero que queda en la retina para toda la vida, y lo hace un hombre delante de un toro, que si le echa mano lo desbarata, y ante mucha gente, en muy poco tiempo, despacio, con plasticidad, con el pecho fuera ... Eso tiene una profundidad enorme y te provoca una sensación tal que te olvidas del instinto de conservación. ¿Es o no el toreo una de las bellas artes?".
Escrito por De Purísima y Oro
lunes, 11 de febrero de 2008
El toreo puro/ Rafael Ortega
*Reproducimos un fragmento del libro El toreo puro de Rafael Ortega, tan importante rescatarlo como ilustrativo en su lectura. Cogí el libro por casualidad y lo abrí justamente donde empiezo el texto. Lo leí tomando un café. Y su lectura no demora más que el tiempo entre que se enfría y se lo bebe lentamente. Por lo que vale la pena el café y lógicamente disfrutar su lectura.
Sin duda, es un libro de obligada lectura y constantes relecturas. Es de esos libros que de sus hojas siempre se saca importantes aprendizajes, sobre todo volviéndolo a leer… (Esteban Ortiz Mena)
Por Rafael Ortega
A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar el toreo sevillano cuando también se hace con pureza: dentro del corte de toreo sevillano me han gustado mucho en mis comienzos Pepe Luis Vázquez, Pekín Martín Vázquez, con el que toreé un par de corridas, y Manolo González, mi padrino de alternativa; también he visto torear muy bien a Manolo Vázquez. Con otro estilo, sentí gran admiración por Manolete, que a su manera hacía un toreo puro y estoqueaba muy bien. Manolete era un torero que no sabía correr cuando tenía que hacerlo.
Luego tuve la suerte de conocer a Domingo Ortega. No sólo le vi bastante, también toreé mucho con él cuando reapareció en 1953, y me fijé en su toreo todo lo que pude, pero no para imitarlo, porque somos toreros muy distintos: yo he toreado siempre mejor con la mano izquierda que con la derecha y muy parado, y Domingo ha sido uno de los toreros, de entre los que yo he visto, que mejor ha toreado con la mano derecha y que mejor les ha andado a los toros. Reapareció, como digo, conmigo, y me acuerdo de una vez que toreamos en Almería y nos sacaron a los dos a hombros. Y cuándo íbamos por las calles, él me decía:
- Rafael, qué vergüenza, qué vergüenza, yo con este pelo tan blanco…
Y yo le contestaba:
- Qué sinverguenzón que eres, con lo que vas gozando y aún te lamentas.
Y la gente decía:
- Maestro, usted ha estado muy bien, pero su sobrino ha estado mejor.
Pues creían que yo era el sobrino de Domingo, por el pelo y la diferencia de edad.
Pero a lo que iba. Para mí, claro que existen la escuela rondeña y la sevillana. El toreo puro me lo definió muy bien Domingo Dominguín, padre, que fue apoderado mío:
- Es como cuando llega un señor y le saludas:
“¿Cómo está usted? Muy bien, gracias. Vaya usted con Dios”.
Esto es: citar, parar y mandar. Se le echa al toro el capote o la muleta para adelante, y es el cite. Luego, usted para al toro. Y luego, usted lo manda, lo lleva y lo despide. Yo sé que en la tauromaquia de Belmonte se dice: parar, templar y mandar, y también sé que Domingo Ortega añadió: parar, templar, cargar y mandar, que es lo que da mayor pureza al toreo. Pero para mí es importante algo previo, citar, o sea, echarle la muleta al trapo para adelante al toro. Llamarlo con la muleta quieta no es citar. También es malo llamarlo con el zapatillazo. El torero que lo da no es bueno torero porque eso es robar el pase, es la muleta la que tiene que adelantarse y citar. Así que lo que yo veo. Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar templar y mandar, y a ser posible cargando la suerte.
El toreo de adorno es otra cosa: las chicuelitas, dejar pasar al toro con los pies juntos, el kirikikí, las cositas esas que son bonitas –qué duda cabe- y que también tienen mérito, porque todo lo qu ese le haga al toro con gracia y “con ese cuerpo” es plausible; pero yo no siento ese toreo. El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que sentir lo que hace, para poderlo transmitir, si lo hace sin sentimiento, no transmite, y para lograrlo es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa. Naturalmente, yo me he adornado con justeza y creo que “he estado bonito” al rematar una serie de pases con un afarolado, con un molinete o un cambio de mano y al salir de la cara del toro con aire de torero, esto es, improvisando de acuerdo con el sentimiento del momento, pero no con esas reolinas que hoy vemos. Tampoco “me he sentido” dando chicuelitas, y sólo acudía a ellas algunas veces por recurso. La chicuelita es bonita, es preciosa, pero no tiene la grandeza del toreo puro aparte de que le pegas al toro un cambio. Igual me pasa con el toreo a pies juntos: ni mi cuerpo va con eso, ni lo siento, porque no se carga la suerte. Por el contrario, sí “he sentido” el echarme el capote a la espalda, que ahora no lo hace nadie; éste es un toreo también muy puro, porque yo me echaba el capote a la espalda, citaba, echaba la pierna para adelante y cargaba la suerte, así que era un toreo de más exposición, pues tiraba del toro con medio capote como si estuviera toreando con la muleta.
Pero el toreo de capa fundamental se hace a la verónica. Lo primero es escoger el capote que le va a uno, pues hay tres tallas: el capote pequeño, que es para el niño, el mediano y el grande. Yo he toreado siempre con el mediano, porque, como bajaba mucho las manos, el capote grande los toros me lo pisaban y me lo quitaban. La verónica pura, la que rompe y domina al toro es la que se da con las manos bajas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. El toro tiene más fuerza que tú, y si no comienzas a dominarlo con el capote, como digo, se te impone y el torero va a la deriva. Por eso mi tío El Cuco me decía siempre:
- Nunca le levantes la mano ni al toro ni al hombre.
Porque si se la levantas al hombre, y éste es un tío, será para pegarle, no sólo para levantársela, digo yo, pues en otro caso verás lo que te pasa; y con el toro es igual: el toro hay que bajarle siempre la mano, y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro éste tiene que humillar. Así que a los toros yo procuraba ligarles la verónica honda, con el capote recogido, cargando la suerte y arrastrándolo, para que el toro humillara… Esto tanto de salida como en los quites, que casi siempre hacía también a la verónica para continuar dominando al animal, y cerrando siempre con la media, pues si la das bien y te vas con aire por el costillar del toro no cabe duda de que así también lo quebrantas y lo dominas. A veces también me ha gustado adelantarle mucho el capote a un toro que está, después del puyazo, un poquito parado; le echaba un poco de teatro, le adelantaba el capote y le daba así la verónica. Pero si el toro se viene pronto ya que darle el lance justo, citándolo, parándolo y ganándole terreno allí donde más convenga para dominarlo, pues la regla de oro del toreo es saber cuál es el terreno más favorable para hacerlo. Me acuerdo de que hace poco estábamos viendo una corrida juntos Enrique Martín Arranz y yo, y le dije al torero que estaba toreando en ese momento:
- Cambia al toro de sitio.
Y Enrique me dijo a su vez:
- ¿Por qué le dic usted eso, maestro?
- Pues porque en ese sitio manda el toro.
Al cambiarle los terrenos, el toro cambió a su vez a bueno, y ya se le pudo torear. Al toro hay que llevarlo siempre adonde tú creas que vas a poder con él. Aunque hay algunos que no, y cualquier terreno es bueno para torearlos, caso todos los toros tienen querencias y el ochenta por ciento la tienen al sitio por el que han salido, a los chiqueros, que es donde resultan más peligrosos.
Yo he toreado bien de capa a muchos toros, sin ir más lejos la tarde aquélla de Almería que antes decía, con Domingo Ortega. Pero lo más sonado fue cómo recibí a un toro de Samuel Flores, en Barcelona, en 1954, que en las crónicas lo llamaron El carro de la carne. Era un toro grandísimo, muy gordo, muy bien hecho el toro. De salida se arrancó el burladero que hay a la izquierda y se lo echó al lomo; y allá fui yo y le pegué desde el tercio doce o catorce lances, ganándole terreno hasta la boca de riego, porque el toro embistió muy fuerte. Me tocó la música y tuve que dar la vuelta al ruedo antes de que salieran los picadores. Y ahí es donde yo digo eso de “romperse los toros”. A éste sólo le pegaron después un puyazo, y ya no embistió a la muleta. Lo toreé demasiado con la capa, lo había dominado con la capa y casi podía haberle entrado a matar tras la media verónica de cierre.
Con la muleta hay pocos pases clásicos y puros, pero los verdaderamente fundamentales son los que pide cada toro. Hay toros que quedan más picados que otros, que tienen más fuerza, que tienen más brusquedad, y entonces hay que reducirlos con la muleta. Desde luego, lo primero que tiene que hacer el torero es procurar no cortarle el viaje al toro con la muleta. Como ya lo he dicho antes, el torero tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que se va a la oreja del toro, para castigarlo, no torea. La embestida ha de llevarse lo más larga que se pueda, pero con naturalidad, sin las reolinas dándole vueltas al toro. Dar los pases totalmente en redondo, eso no es el toreo; eso les gusta hoy a los públicos, pero a mí no. El pase debe darse, cuanto más largo, mejor, pero con cite y con remate, y quedándose uno colocado para ligar el siguiente. El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada. La mayor parte de los toreros lo que hacen es descargar: tú citas por un lado o por el otro y, en vez de echar para adelante la pierna contraria, lo que haces es echar la otra para atrás; y eso no es cargar, es descargar. El torero bueno es aquél en que cargas las suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria; y la última parte del pase ha de permitir que el toro te deje colocarte de nuevo modificar el terreno, pues lo más clásico lo más puro es que, en la faena, cuanto menos andas, mejor. No me refiero a “andarles a los toros”, como lo hacía Domingo Ortega, sino a eso de dar un pase aquí y otro allá y recorrer toda la plaza para pegarle veinte muletazos sueltos y desligados al toro: eso no es…