viernes, 16 de noviembre de 2007

LOS TROFEOS/ Antonio Caballero



Por Antonio Caballero
Revista 6toros6 No. 681

La fiesta de los toros es en primer lugar un sacrificio, como todos sabemos. Pero se nos olvida. Olvidamos que el toro es la víctima propiciatoria que va a ser inmolada, y sólo le prestamos atención a la bravura o mansedumbre de su comportamiento; a su juego. En el torero no vemos al sacrificador, sino al artista; y lo juzgamos por su valor o por su técnica en vez de mirarlo a la luz de su primigenia función sacerdotal. Ya sea por el deslumbramiento siempre renovado del espectáculo o, al revés por el encallamiento de la costumbre, ignoramos el sentido fundamental de lo que estamos presenciando, que es el sacrificial. Nos distraen los detalles. La forma nos oculta el fondo. Y así pasamos inadvertidamente a otro plano: empezamos a ver fondo en la forma. Refinamiento que, probablemente, es lo propio de la civilización.

Lo mismo ha sucedido, por supuesto, con otros sacrificios, reales o representados.

Hace algunos años un diario de Madrid publicaba una página dominical dedicada a dar cuenta de las misas oficiadas en las distintas parroquias de la ciudad que parecía calcada de su sección taurina: sin referirse nunca al significado del asunto tratado -el sacrificio de la Eucaristía- hacía la crónica detallada de todo lo que lo rodeaba: la agilidad de los monaguillos, la elocuencia del cura en el sermón, la presentación de los instrumentos y de los ornamentos: las vinajeras, las casullas, los candelabros del altar. Los aspectos formales del ritual sustituían su sustancia. Sin duda a los antiguos aztecas les pasaba lo mismo con respecto a los sacrificios humanos que tanto espantaron a los rudos soldados de Cortés y les recordaron, por su hedor, los mataderos de Castilla. Para ellos lo notable, lo digno de mención, no era el arrancamiento de los corazones palpitantes, sino el tañido de los instrumentos musicales, el color de las plumas, la imponencia de las escalinatas de las pirámides sagradas. Lo superfluo.

Sin embargo, en las plazas de toros hay un momento en el que se nos recuerda que nos encontramos en presencia de un sacrificio. El de la entrega y la exhibición de los trofeos.

En otras fiestas, en otras artes, en otras disciplinas, también se dan premios. Los triunfadores reciben -por lo general de manos de una bella señorita, aunque puede ser igualmente de las de algún funcionario deportivo o un ujier académico-, qué sé yo: una flor natural, una corona de laurel, una copa de plata o una medalla de oro, o un certificado caligrafiado en letra de estilo. En los toros no. En los toros el matador es galardonado con un pedazo de su víctima. Una oreja (o dos, a lo mejor el rabo). La pasea ante el público y, mediada la vuelta al redondel, la arroja hacia el tendido con gesto alegre de atleta en el estadio. Un niño salta de dicha para atraparla en el aire.

Cuando llega a su casa, después de la corrida, su madre le encuentra en el bolsillo el despojo ensangrentado, da un respingo de repugnancia, y le obliga a tirarlo a la basura.

El niño es un aficionado. La madre, una antitaurina.

Por eso no podremos convencer nunca a los antitaurinos explicándoles el arte o la fiesta de los toros, porque lo que rechazan de ellos es lo fundamental: el sacrificio.
Encuentran repulsivo el hecho mismo del sacrificio, sin ver más allá, sin querer ver lo que el sacrificio representa. No ven lo simbólico, sino lo inmediato y crudamente real.

El aficionado -el niño de que hablo- ve en la oreja un trofeo: para citar el diccionario, "un objeto usado por el enemigo en la guerra, del que se apodera el vencedor". El antitaurino -la madre del niño- encuentra una piltrafa de casquería, peluda y pegajosa, sucia de sangre coagulada y de arena negruzca en sus anfractuosidades cartilaginosas y blanquecinas. En una palabra: ve en el trofeo una oreja.

Y, claro, le da asco.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El sacrificio dentro de la lidia le da ese tinte lleno de tragedia y romantisismo, de los que a su ves nacen todos los elementos simbólicos que viven dentro y constituyen el arte taurino.

Todo ese enfrentamiento de emociones encontradas y casi inexplicables que constituyen parte de la fiesta, se lo debemos al gran protagonista que en una inmesa muestra de nobleza, bravura y generosidad por medio de su sacrificio da vida no solo a los suyos, sino a toda una afición, que alimenta su alma con el arte que emana de la lidia de un animal único, esta afición por sobre todas las cosas debe demostrar su profundo respeto y admiración por el "Toro".

Anónimo dijo...

No cabe duda, el señor Caballero es un gran editorialista taurino. Siempre, en la revista 6 Toros 6, su columna era mi sección favorita.

Siga escribiendo asi

Carlos Gómez Luna, Guadalajara Mexico
ingcgomezluna@hotmail.com

Anónimo dijo...

Sobre el primer cometario: Por eso, la oreja del niño es el trofeo, el ícono, la profundidad... ¡qué pena de los se limitan a comprender al despojo como un simple cartílago! Pero "hay gente pa´ to´"

Anónimo dijo...

Señor Caballero soy una gran admiradora de sus escritos, sin embargo en éste quiero agregar algo que tal vez desconoce: lo que nos produce ese rechazo a la tauromaquia no es "el acto de sacrificio", tal como usted sugiere, ni tampoco el trofeo en sí mismo... soy antitaurina precisamente por todas las razones que usted dice tienen los aficionados: por ver lo simbólico y lo que representan en este caso el "sacrificio y el trofeo"... sencillamente por que derivan de UN ACTO DE GUERRA (en el cual el vencedor se queda con la oreja o el rabo como trofeo) y de guerras, como usted bien sabe, ya estamos colmados.

Pero esta sería una discusión sin fin, porque los aficionados dicen que ven más allá y yo por el contrario podría argumentar que los antitaurinos vemos lo esencial y simbólico en una corrida y los aficionados sólo ven los aspectos superficiales: como cuando Félix de Bedout comentaba en la FM sobre una corrida de toros a la que asistió y vio en una joven y bella mujer el reloj más hermoso que haya conocido.

Ahí le dejo la esencia de las corridas de toros.

Anónimo dijo...

"Cuando no se comparte una pasión, basta con abstenerse"… A propósito así era el título de un gran editorial publicado en el diario francés "Le Figaro" en el que, una firma independiente y neutral sale en defensa de las corridas de toros ante la oleada de ataques desatada este verano en Francia por diversos famosos, como el cantante Renaud y la actriz Brigitte Bardot, junto a Jean Claude Van Damm (el drogadicto más grande y pegón de reporteras en la vida real) que se muestran partidarios de su abolición (síntoma indudable de que la fiesta brava en Francia va viento en popa). El artículo es como para aplicarlo y calzarlo perfectamente en nuestro medio. El autor del editorial, Yves Thréard quien no es aficionado a los toros, asegura que "hay asuntos más importantes que debatir" y pide al Gobierno francés que "no ceda ante las vedetes que necesitan hacerse publicidad" y que pretenden hacer creer que la muerte de los toros en los ruedos "por el solo placer perverso de algunos aficionados les es insoportable". "Se puede ciertamente comprender", argumenta el editorialista, "que la tauromaquia no sea del gusto de todos; concebir que parezca cruel, reconocer que sea inútil. Pero, con ese razonamiento, cuántas actividades deberían ser proscritas, apartadas del alcance de los hombres. ¿Se prohíbe la Fórmula 1, mortal y jugoso espectáculo que se ofrece a los amantes de la velocidad? ¿Se indigna uno de que la caza todavía esté autorizada? No todas las pasiones son vicios. Cuando uno no las comparte, basta con abstenerse"...

Yo personalmente conozco a una activista antitaurina, pero apasionada por la pesca… ¿Qué diría ella de que se le prohiba realizar la actividad recreativa que más le gusta? El editorialista también asegura que los toros son "una tradición a la que no le falta majestad cuando el talento de los actores aparece. Es una práctica cultural anclada en no pocas regiones del planeta, que conviene respetar".

Con frecuencia quienes quieren su desaparición son curiosamente los mismos que se quejan de la uniformización y globalización del mundo y luchan por la persistencia de las identidades. “Su cruzada es tan ridícula como la violencia de sus declaraciones", añade. "Deseemos", concluye el editorial, "que la Unión Europea no aseste un día la estocada a la corrida. Y saquemos rápidamente el pañuelo blanco para que cese la bronca idiota que se agita en el calor del verano"… (Finalmente la fiesta brava salió ilesa con una abrumadora votación europarlamentaria que encontró importante que los pueblos mantengan sus identidades).

Por mi parte, pienso que discutir que las corridas de toros no son una manifestación cultural es querer tapar el sol con un dedo y creo que, en ese aspecto, es un debate ya superado.

Pero este no es un escrito para defender la tauromaquia ni mucho menos. Es una advertencia del surgimiento de la intolerancia en nuestro medio: estoy más que seguro que tras la protestas antitaurinas se camufla una reminiscencia fascista: prohibir lo que no entienden, insultar a otras actividades que no les gustan, atentar a la diversidad y distintivo cultural, etc. utilizando para ello las más perversas mentiras y echando mano de campañas de menos que medias verdades y las falsedades más absolutas, además con jugosos ingresos de ONG´s extranjeras que les financian como ya es muy bien conocido. Y, claro, para que el dinero llegue hacen que el escándalo sea tan alto y llegue a los medios, para decir que trabajan, aunque luego se compruebe que todo era una falsa alarma. Consideran asesinos, por ejemplo, a los pescadores artesnales de Puerto López o Salango, donde no les importó que podrían dejar a miles de hombres, mujeres y niños en la miseria y hambruna más grande. Una vez recogida la protesta en TV, radio y prensa, llega el cheque y todos felices por que “se ve que trabajan” y además, se acerca diciembre…

El insultar, vejar, humillar, censurar, prohibir, agredir a alguien por que tiene una ideología distinta, el odio irracional a un conglomerdo humano o una forma diferente de ver el mundo tiene un sólo nombre: fascismo.

Lastimosamente para los fascistas en general y los antitaurinos en particular, el mundo corre hacia una reafirmación de los conceptos de la democracia donde es vital este tema que tanto desconocen ellos y que es el derecho a la libertad de expresión cultural. Ese es el signo del S XXI. Y a medida que este concepto vaya calzando en nuevas generaciones, la tauromaquia y otras actividades ancestrales seguirán vivas, amén de alguna dictadura o algún despropósito fascistoide que logren temporalmente estos nuevos dueños de la única verdad que son los antitaurinos. La intolerancia es lo que ahora más enfrenta a los humanos y está en nuestras obligaciones principales y más acertadas educar a nuestros hijos para que aprendan a aceptar y respetar a los distintos conglomerados humanos con sus raíces, diferencias, historia, tradiciones y cosmovisión… Ese será un mundo mejor para nuestros hijos y no el que ellos quieren imponer.

Con su enfermiza animadversión y brutal ensañamiento dedicado a la fiesta brava, a sus actores y a sus aficionados y asistentes (esa es la conclusión que se saca cuando a uno le consta que entre los más asiduos activistas detractores de la tauromaquia se encuentran aficionados a la pesca, cazadores, entusiastas de las parrilladas, etc… curiosamente en estas actividades su “conciencia animalista” sufre un lapsus temporal) han llegado, cegados por este odio fascistoide, incluso a pedir audiencias en los colegios y escuelas. (!)

¿Qué le parecería a usted, padre o madre de familia, que en las escuelas se permita ingresar a estos grupos extremistas para vender, con mentiras y exageraciones, un odio a todo un colectivo humano, a sembrar entre los niños la intolerancia a diferentes manifestaciones culturales, a incentivar entre los niños y jóvenes el irrespeto a la diversidad cultural?... El director/a o rector/a de cualquier centro de educación que acepte esto, tal vez, de manera ingenua, no se da cuenta del peligro en el que está poniendo a su alumnado.

La intolerancia es producto de la ignorancia y se puede entender en algunas personas sin mayor soporte intelectual, pero hacer gala de ello, es algo execrable y que siempre el sentido común, la urbanidad y la historia han condenado. Al contrario, es conocido que entre los más asiduos aficionados a la tauromaquia es común encontrar gente ilustrada y con mucho fondo cultural, amén de que los más grandes intelectuales del habla hispana (y otros de diferentes lenguas) eran y son grandes entusiastas de las corridas pero, más importante que eso, defensores a ultranza de la diversidad de culturas y la libertad de expresión artística, como lo es, gracias a Dios, la gran mayoría de los habitntes de nuestros pueblos, independientemente de sus gustos y pareceres.

Puede haber gente que piense que una corrida de toros puede resultar arcaica y medieval. Yo contestaría que eso sería olvidarse que el expresionismo cultural y la identidad no conocen de tiempos, épocas eras y años: son un rasgo distintivo entre sociedades, etc. Y podríamos enfrascarnos en una enriquecedora conversación y discusión, siempre que exista el respeto que debe existir. Por el contrario el pretender imponer una tesis por la fuerza, las censuras, prohibiciones, persecuciones y mentalidades inquisidoras, esta absoluta minoría de “los antitodo”, eso sí que ya resulta arcaico, medieval e inaceptable actualmente. ¿A quién le declararán su guerra unilateral luego? ¿Contra quién volcarán después su odio y fascismo?, ¿Quiénes serán después el blanco de los insultos más procaces y rebuscados? ¿Los aficionados a la pesca recreativa? ¿Acaso los pescadores artesanales? ¿Los vendedores de hornado tal vez? ¿Los hijos de los faenadores del camal? Y llegando más lejos ¿Los guerreros Massai del Africa que luchan a muerte con un león como rito de iniciación guerrera como parte de su acervo cultural? ¿Los aficionados a las carreras equinas?... La verdad es que, cuando los “antitaurinos” hablan de “humanidad” se ponen en evidencia, pues no se necesita más de dos dedos de frente para darse cuenta que son precisamente ellos los que no tienen el humanismo suficiente como para aceptar el derecho de los hombres a una manifestación cultural y preferir, en vez de ello, la salud de un perro o una mosca… Y nuestros hijos pueden ser víctimas del odio, la irracionalidad, el irrespeto y el fascismo que esta gente trata de sembrar en ellos, con tanta furia, con tanto fanatismo y tan frenéticamente contra cualquier actividad cultural que no les parezca.

Es por este tipo de actitudes e irracionales campañas emprendidas sin estudios ni bases, a través de la sensiblería y el fanatismo, que el presidente y fundador de la mismísima “Greenpeace”, Björn Oekern, renunció en el 2004 al cargo de Director de Greenpeace International por estar en desacuerdo con las tácticas y métodos de la organización para recaudar fondos y para las causas que se emplean, acusándola en un caso en particular de que "nada del dinero recaudado fue usado por Greenpeace para protección del ambiente", pero además, y haciendo referencia a este tipo de movimientos emprendidos por las filiales que hoy nos ocupan, agregaba que consideraba que “Greenpeace se ha convertido en un grupo "eco-fascista” (Tomado del libro virtual “Mitos y Fraudes” escrito por varios autores para la Fundación Argentina de Ecología Científica FAEC, www.mitosyfraudes.org).

La libertad de expresión cultural es actualmente la vela que puede y debe iluminar los oscuros caminos del S XXI y el conocimiento de la relación hombre / naturaleza depende completamente de ella. Y he sido testigo de que esta salvaje y fascista –aunque pobre en argumentos y razones- arremetida antitaurina decembrina, molesta e incomoda inclusive a mucha gente que disgusta de la corrida de toros, pero que ama el estado de derecho, las libertades del ser humano y comprende la necesidad de defender la libertad de expresión cultural en todos los pueblos y conglomerados humanos.

La pregunta que hay que hacerse es ¿Se debe consentir que los antitaurinos que se creen superiores al resto, dueños absolutos de la verdad, impongan su ideología y le insulten, agredan, censuren, prohiban culturas a otros por no pensar igual?... De esto siempre se alimentó el fascismo y en eso precisamente consiste.

Anónimo dijo...

Abstenerse es atacar a la libertad de expresión, yo creo que los taurinos están hecho de argumentos y nada más porque en el fondo saben sobre el acto cruel que significa el estropear a un animal por placer y nada más. Sobre el argumento de que los animalistas no vemos lo profundo, creo que es insostenible pues vemos más allá de nuestros placer y somos capaces de ponernos en los pies de otro ser vivo como el toro.
Dice un atrevido anónimo líneas más arriba que somos fascistas por imponer idologías, yo creo lo contrario y me sostengo en una verdad irrefutable, el regimen franquista era taurino al igual que la burguesía nacional que ha insistido en desarrollar una ley como la ordenanza 106 para su beneficio olvidando temás trascendentales como el ecológico en la ciudad de Quito.
El problema no es que los animalistas tengamos una verdad absoluta sino que consevimos a esta realidad desde otro punto de vista, el de la empatía con otro ser, no a través de la vanidad y el egoismo.
Quienes son los irrespetuosos con la vida, el que asesina despiadament por placer o el que la defiende, sus argumentos son buenos para campos de concentración nazis y yo creo que así se fundamentaron, porque especismo y racismo provienen de las mismas personas