desde el albero...
viernes, 9 de marzo de 2012
SER FIGURA Y DEMOSTRARLO
Por Benjamín Bentura Remacha
Zaragoza,01/02/2012
En mi vejez y sigo siendo un insensato. En mi pueblo, que no es en el que nací pero sí el que he elegido como adoptada cuna, me invitaron a la inauguración de una peña taurina a la que querían poner el nombre de José Tomás. Por mi ya larga experiencia, les aconsejé a los peñistas que lo de poner a estas entidades nombres de toreros era limitarles su vida porque casi ninguna supervive al esplendor de su titular si se exceptúan unas cuantas como la del “Club Guerrita”, “Los de José y Juan” o el “Club Cocherito” que, por diversas circunstancias, han permanecido en actividad brillante y provechosa, sobre todo la de Bilbao ya centenaria.
-Yo creo que sería mejor que a la peña le pusierais el nombre de la calle donde está el bar de su domicilio social, El Toril.
- De acuerdo: Peña El Toril.
Y allí que acudí para hablar de la calle, del pueblo, de su tradición ganadera y de aquella corrida extraordinaria de 1809, en la que una columna de soldados franceses que acudían al lugar para cobrar tributos y realizar incautaciones de alimentos para las tropas de Zaragoza, se encontró encerrada dentro de sus muros y frente a los toros que se soltaron desde los distintos corrales y desde ese toril que lanzaba los toros a la plaza del pueblo. Los que escapaban de la cornada recibían el plomo de las armas de los hombres que ocupaban balcones, ventanas y tejados. Y, después de mi entusiasmo historicista, intervinieron mi compañera taurina Isabel Sauco y el matador de toros Alberto Álvarez para ampliar los temas a asuntos más polémicos. A alguien, seguramente partidario del torero de Galapagar, me preguntó si yo consideraba a José Tomás como figura del toreo.
Sí considero a Tomás como figura del toreo, pero no ejerce como tal. Hubo un año, 1946, en el que Manuel Rodríguez “Manolete” no toreó en España nada más que una corrida de toros. Pero fue en Madrid, en la corrida de la Beneficencia y con Gitanillo de Triana, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín. José Tomás ha completado una temporada con nueve corridas de toros en dos plazas amables de primera y el resto de segunda, con ganado de dos divisas y con compañeros de indudable valía aunque poco relieve. Eso no es ejercer como tal figura del toreo.
Hubo sus discrepancias y Alberto Álvarez me argumentó que no había toreado más el de Galapagar porque venía de una cornada mortal y porque no podía alternar con primeras figuras porque no había dinero para pagarles a los otros diestros. Primero, la cornada, gracias a Dios, no fue mortal y los dineros hay que compartirlos con el resto de los componentes del cartel. Comprendo que el hacerse acompañar por los más débiles es muy caritativo y provechoso para él, pero la fiesta de los toros es un espectáculo y la gente quiere ver en acción a los mejores frente a frente. Y en Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao o Zaragoza. En resumen: José Tomás es figura del toreo pero no ejerce. Lo que si tiene es un gabinete de promoción de lo más eficaz. En estos días, los que enredamos en los caminos del internet misterioso nos hemos encontrado con la divulgación de una faena de Tomás considerada como de la máxima perfección. No creo que resista la comparación con alguna de Morante de la Puebla en esta última temporada, incluida la labor con el capote. Primero, fue una faena completamente derechista, ligados los muletazos al pico del engaño a favor de la entrega del cornúpeto, algunos enganchados y con desarme final. Estatuarios y remates y ni una sola serie de naturales. Buen acompañamiento musical y el remate del indulto para el toro. Está bien lo de indultar a los toros bravos aunque nos priven de contemplar lo que desde tiempos inmemoriales se califica de suerte suprema. Y, por mi parte, que se indulten los toros bravos donde aparezcan, sea en plazas de primera, de segunda o de tercera. ¿O es que en estas últimas no pueden lidiarse toros bravos? Ya dirá el ganadero si sirve para las tareas de la procreación. No hay que ponerle puertas al campo ni reglamentos a la bravura. ¡Fuera los reglamentos! Repito: me fastidian los reglamentos. Ya lo decía el conde de Romanones: “Haced las leyes y yo haré los reglamentos”.
Hoy mismo aparece en los medios de difusión que los toros estarán en la Dirección de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Bibliotecas. Buena noticia si ello sirve para considerar a la Fiesta Española como lo que es: un bien cultural consustancial con nuestra condición de españoles. De todos los españoles, incluidos los catalanes que en estos días de prohibición de las corridas de toros abogan por la protección de los bous del fuego y de las calles. Se quedan en las cavernas. Es como si en otras regiones de España se permitieran los recortadores, los saltadores, los roscaderos y los toros ensogados y se prohibieran también las corridas de toros que resultan de la evolución de esos festejos populares y la transformación de los torneos caballerescos en los festejos de a pie. Como si se obligase a viajar en diligencia en lugar del AVE o el avión. Sea usted moderno, sea usted del Pepe. El Pepe era el hermano de Ángel Teruel cuando lo apoderaba Nacional, aquel matador de toros, Octavio Martínez, que, ya retirado, se dedicó a la tarea de lanzar nuevas figuras. Sea usted, pues, moderno, sea partidario de la FIESTA ESPAÑOLA. Y espero que el ministro don José Ignacio Wert, pese a su apellido poco torero, nos ponga en el lugar que nos merecemos: en el Olimpo del Toro Mitológico.
lunes, 30 de enero de 2012
EL ORIGEN DE LA ANTITAUROMAQUIA MODERNA
Germán Parrado Vera
Escritor y poeta colombiano.
Bogotá 28/01/2012
El origen de la antitauromaquia moderna fue la Alemania Nazi. Como sea, hay hechos, los que se desprenden del fanatismo animal de Hitler, como La Ley General de Protección Animal –primera en la historia mundial- de la Alemania Nazi, la veda de usufructo de especies usadas en la caza deportiva, la de comercio, o el hecho sustantivo, poco menos que simpático, ocurrido la primera vez que un nazi estuvo en una corrida de toros: el vómito de Himmler en la corrida de Madrid, cuando Franco invitó a la delegación alemana, alternativa de Sócrates Marcial, y cuando el alemán inventor de la inmoralidad moderna se retorcía de espasmos por físico o práctico asco a la tauromaquia, mientras a su espalda, pasando por Francia, el oriente europeo se perlaba en campos de exterminio de humanos. Otro hecho, indudablemente menos gástrico y comentado por Arendt: el fusilamiento de dos soldados de la guardia pretoriana (por poco escribo petroriana) del Führer, culpables del imperdonable delito consistente en patear a uno de los amados perros pastor alemán del Führer, quien profesaba un amor ilimitado por las bestias, era vegetariano, odiaba las corridas de toros. Himmler y su asco singular manifiestan en Madrid, frente a Franco y las fuerzas vivas de España reunidas en pleno en la Plaza de las Ventas, que es necesario acabar con la porquería taurina. De allí se desprende el movimiento animalista como un cuerpo organizado, con jerarquías morales discutibles, un cuerpo subsidiado, profundamente conocedor del poder de la propaganda, recalcitrante, intolerante, totalitario, que no ceja, ni observa.
Hasta aquí es necesario signar algo: no es un criterio de diferenciación, pues los amantes de los animales no son nazis, pero los primeros animalistas del siglo pasado sí fueron los nazis, comoquiera que entendemos por animalismo aquella mitificación enfermiza de los animales, que sigue ulteriormente hacia el petaterrorismo, la hostigante propaganda, la manipulación verbal para generar el efecto, la manipulación visual para generar sentimentalismos, la preponderancia de la propaganda por encima de la ideología. El animalismo no es una ideología, pues sus premisas son irrealizables. El comunismo, que choca eternamente con la utopía, por lo menos contiene factores que lo hacen practicable, mas no realizable. El animalismo no contiene ni lo practicable ni lo realizable, es imposible, pues aún creen los amantes de las bestias que el león en la naturaleza no volverá a comer a la gacela, mediante un proceso de conductismo que Pavlov empezó, por ejemplo.
Así las cosas, el nazismo puso en la agenda, incluso antes que la India, una humanización del animal, idea que corresponde con la animalización de judíos y eslavos hecha por los mismos nazis en procesos de muerte, antecedente de la idea animalista de endiosar a los animales y animalizar al hombre. A fin de ello, las estrategias tenían que partir de la consecución de recursos, y seguir con la propaganda animalista como una actividad más: incluso hoy los animalistas colombianos son subsidiados por ONG que a su vez son subsidiadas por el reino de Holanda, y el de Suecia en menor medida. El animalismo, el antitaurinismo, son profesiones laborales, como la arquitectura, la prostitución o la ingeniería. Convertido en profesión, el animalismo alemán se metió en la entraña de Hitler y, al ser que Alemania era un cuerpo que fluía del Führer, el estado nazi dictó la consabida Ley General de Protección Animal; se inicia a su vez el desmonte gradual de la caballería, de las carretas en vía pública, y la propaganda actúa con la eficacia teutona de siempre para vender al enemigo como un bárbaro que devora animales crudos. Como sea, los antitaurinos existían de manera germinal hasta que pudieron converger en torno a los avances de Alemania a propósito de la protección animal. Se demostraba que el modelo alemán no sólo era viable, sino que la lucha por los animales debería tener tal modelo. Así mismo, tras la derrota alemana y la larga sombra del franquismo, fermentaron las corridas de toros como un símbolo que era y es necesario destruir. Conforme la apertura social en España de los años 70´s tuvo su sitio, las primeras protestas antitaurinas surgen con una premeditación que no conferían a las mismas un carácter de espontaneidad, fervor popular o descontento: desde el inicio, son máquinas perfectas, cuando no demoledoras, que llevaron años de preparación pero siempre inspiradas en el hecho indiscutible de la intolerancia verbal y visual como propaganda. Quizá pueda signar otro hecho: el animalismo siempre ha sido misántropo, pues parte de una pauperización de las condiciones de vida y muerte del animal, condiciones las cuales acusan al ser humano como culpable de ellas; malditamente culpable. No es gratuito que misántropos históricos, como Schopenhauer, Fernando Vallejo, Charles Manson o el mismo Adolf Hitler, sean a su vez y en igual proporción amantes de los animales.
Volviendo a la historia, los antitaurinos modernos, hecho el animalismo una profesión, pudieron dedicar día y noche a una lucha en cada ámbito social hasta machacar con sus exageraciones con tal insistencia, que las premisas del animalismo y la antitauromaquia hoy son capas u horizontes aceptados y juzgados como normales: la persona normal es antitaurina, por definición. Todo esto no pudo ser sino gracias a la continua financiación de un movimiento que precisa día y noche en el trabajo de la propaganda: no sorprende saber que en el año de 1941, el primer aporte a la Sociedad de Amigos de los Animales (SAA) en Madrid, fue una suma considerable donada por un ciudadano alemán: Heinrich Himmler. De allí se desprenden los movimientos antitaurinos actuales.
Es necesario explicar el mecanismo que, como ya he dicho, fue calcado del modelo nazi: la propaganda se impone sobre la ideología, cuando las premisas o ideas del movimiento no tienden a mostrar una verdad, sino una exageración, ya que el alimento de la propaganda son partes iguales de amarillismo y fantasía. Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura, aún cuando el sentido común apunta a que un torturado no puede matar a su torturador en trance de ser torturado, pues la tortura es la conducta de vejar a alguien indefenso, y el toro no lo está. Hoy día, que la Tauromaquia sea tortura es una idea socialmente aceptada. En ambos casos, la propaganda hace de la costumbre o la reiteración obsesiva de una idea, por más exagerada que sea, una verdad con el tiempo, pues el espectador de la propaganda la aprende como una verdad real, una parte del mundo, un molde que es cierto, a fuerza de estar día a día allí. Un axioma.
Computando, son casi 40 años de insistencia sobre las mismas ideas exageradas por parte de los antitaurinos: que la tauromaquia es tortura, que el taurino va a ver sangre y desea la sangre, que el aficionado taurino es sádico (Himmler lo dijo en Madrid, por puesto, con la suficiencia moral que tendría para hacerlo), que el toro sufre un martirio indecible, que un aficionado taurino es asesino por el simple hecho de sentarse a mirar una lidia, etc. La propaganda además usa el apoyo visual, pues no sería de otra manera en una época que piensa por imágenes, como la nuestra: los toros bañados en sangre, los toros con extraños rostros que les conferían ternura y lastima, los toros desolados y desdichados, los toros jamás vistos en los ruedos, hicieron su aparición mediante montajes gráficos que, machacados al ritmo obsesivo de la propaganda, son socialmente aceptados como verdad.
Un caso que ejemplifica el uso de la propaganda y su consecuencia es el siguiente: una de las más famosas imágenes antitaurinas es aquella en donde un toro sale acosado por la luz y un auténtico baño de sangre (casi vómico) en sus lomos, orejas y pitones. Lo curioso es que la foto original, donde ni hay baño de sol ni baño de sangre (incluso cambia el color de la sangre), puede conseguirse en foros antitaurinos de los años 2001 ó 2002; pero a partir del 2003, de cuando data la foto retocada anteriormente descrita, ésta es aceptada como la verdadera: de compararse ambas imágenes, de inmediato se percata el espectador de la veracidad de la primera, y del vulgar montaje de la segunda, donde un chambón trabajo de photoshop es visible, y es tapado rateramente con unas letras: VICTIMAS DE LA CRUELDAD. La adición de sangre en la foto retocada es tal, que viéndola nadie duda del sufrimiento del animal. Hemorragia y anemia. Sin embargo, se tiene la original, sin el baño de sangre y los colores justos: cuál sería mi desdicha que, mostrando ambas fotos a una amiga, y demostrando que la más reciente estaba retocada, ella aceptaba como verdadera precisamente a la retocada, a la del baño de sangre, pues su idea de la tauromaquia, por errada que aún sea, se acerca más a la idea del toro masacrado que a la idea real, esto es, del toro sangrando en lo mínimo y combatiente. En este y en todos los casos, la propaganda fue efectiva.
Para infortunio, las víctimas de la propaganda incluso pueden ser personas respetables y pensantes. Propongo un ejemplo:
“Tal vez esos foristas son los que gozan viendo sangre derramada, la de sus conciudadanos o la de los toros, pues a ellos lo que realmente los atrae es la sangre, sangre que disfrutan como vampiros del grotesco y triste espectáculo de ver caer un toro cobardemente inducido a la muerte bajo la mirada cómplice de quienes asisten al espectáculo para que los miren como a unas reinas en una pasarela…” Felipe Zuleta en la columna titulada Los vampiros de la muerte, aparecida el 19 de Enero del 2012 en el diario EL ESPECTADOR.
La última parrafada, ausente de comas y denotando una exaltación, sugiere que el columnista está alterado en el momento mismo que escribe, estremecido por la violencia característica de los antitaurinos, que penetra su discurso. Se lee ofuscado. Con todo y que el texto formal y conceptualmente es pobre, está atravesado por los prejuicios heredados de la propaganda antitaurina, y lo digo para signar que la propaganda incluso se impone por encima del buen juicio o el buen escribir, en últimas la seriedad de un columnista respetado, como el citado. Prima más la imbécil idea que vende al taurino como un ser ávido de sangre, idea imaginada pues la lectura de una lidia, esto es, si es buena o mala, no depende en la más mínima medida de la presencia o ausencia de sangre: en la primera de abono en La Santamaría del 2012, salió un toro castaño oscuro de capa, el cual prácticamente no sangró durante la lidia. Nadie reclamó sangre, ni se puso de mal genio, pues al taurino la sangre le es irrelevante, y se le entiende como algo inevitable durante la lidia, mas no deseable o necesario, y nadie puede decir que en los tendidos se clame por sangre (¿dónde hay videos de taurinos reclamando sangre?). Al no medirse la calidad de una lidia por la cantidad de sangre, y al ser el taurino quien admira la calidad de una lidia, la sangre ni va ni viene en esto. Colegir que el taurino es un vampiro no es una idea seria, no si se es un columnista dominical del diario más importante de un país: en este caso, la propaganda y el fanatismo inconsciente vencieron el buen juicio y la buena manera del escritor, que incluso se debate conceptualmente entre vender al taurino como un espectador de sangre o un espectador de otros taurinos (“para que los miren como reinas en una pasarela”)
Como sea, la sociedad está programada por el movimiento antitaurino moderno para corroerse gradualmente hacia la utopia animalista, pues la abolición de la tauromaquia es el inicio de una carrera desenfrenada hacia el veganismo y la abolición de la modernidad. La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas) que aplastan a minorías desvirtuadas y prejuzgadas bajo montajes (judíos o taurinos; al ser las premisas de las ideas y los métodos idénticos, no es exagerada la comparación: son el mismo fenómeno, con una idéntica línea histórica de perseguidores y víctimas). El debate real en contra de la tauromaquia debe ser por lo que ella es, no por los prejuicios que la propaganda antitaurina ha logrado implantar en estos cuarenta años en la sociedad, prejuicios que se manifiestan en hechos consistentes en lo aquí expuesto: en la no aceptación de la realidad, como en el caso del montaje de la foto, o en la cortedad de un reputado columnista que acusa de vampirismo al taurino sin ninguna prueba (lo dicho por Zuleta será verdad el día que aporte una prueba documental o clínica que demuestre nuestra supuesta afición por la sangre, la tortura o la vejación, cuando la realidad es que el rito taurino es la admiración de las condiciones de bravura, fuerza, capacidad de luchar y embestir del toro, no de su debilidad y sangrado). Queda dicho que la propaganda tiende a ser, en lugar de un discurso construido, una destrucción de los discursos; otro ejemplo: cuando el debate traspasa el ámbito taurino, al no poder criticar los aspectos que en realidad no son criticables, la propaganda vende relaciones con la pederastia, el circo romano, la ablación o la esclavitud, prueba consistente sobre la cantidad de estupidez que genera la propaganda y el peligro de ésta, pues incluso rompe la lógica, al relacionar fenómenos inconexos de forma, modo y lugar, como la tauromaquia emparentada con la pederastia, por ejemplo. Así las cosas, la propaganda no puede ser sino una afección nociva.
En cualquier caso, la propaganda impuesta a ultranza evoluciona irremediablemente hacia la apatía; la sociedad tendrá que pensar si quiere la dictadura animal, denominada Zoofascismo, que prohibirá el consumo de carne o leche (en el programa radial Hora 20 la animalista invitada confesó que la abolición del rito taurino es el primer paso para llegar a “un debate que la sociedad tiene que hacerse, y está ya preparada para eso, sobre si es necesario comer carne”) el uso del cuero y la lana, el desprecio a los equitadores o a los toreros, y similares; ad portas de un Estado de Opinión y una Dictadura de las Mayorías, nosotros la minorías estamos en una espera inútil y sosa, pues el fanatismo recalcitrante de la antitauromaquia moderna ha logrado lo impensable y lo increíble: que la más mínima noción de democracia civilizada esté rota, al decidir las mayorías los derechos de las minorías, siendo que las minorías lo somos precisamente al no ser iguales a las mayorías.
La propaganda sustituye al pensamiento; no puede ser un hecho negable; como un trasunto de la situación que vivimos, atravesados por corrientes de odio y desinformación provenientes del antitaurinismo, llegan las palabras del nazi que inventó la estrategia propagandística lanzada desde aviones (y vegetariano por demás), El mariscal Göring: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.
Por desgracia, es más fácil indignarse que pensar.
Escritor y poeta colombiano.
Bogotá 28/01/2012
El origen de la antitauromaquia moderna fue la Alemania Nazi. Como sea, hay hechos, los que se desprenden del fanatismo animal de Hitler, como La Ley General de Protección Animal –primera en la historia mundial- de la Alemania Nazi, la veda de usufructo de especies usadas en la caza deportiva, la de comercio, o el hecho sustantivo, poco menos que simpático, ocurrido la primera vez que un nazi estuvo en una corrida de toros: el vómito de Himmler en la corrida de Madrid, cuando Franco invitó a la delegación alemana, alternativa de Sócrates Marcial, y cuando el alemán inventor de la inmoralidad moderna se retorcía de espasmos por físico o práctico asco a la tauromaquia, mientras a su espalda, pasando por Francia, el oriente europeo se perlaba en campos de exterminio de humanos. Otro hecho, indudablemente menos gástrico y comentado por Arendt: el fusilamiento de dos soldados de la guardia pretoriana (por poco escribo petroriana) del Führer, culpables del imperdonable delito consistente en patear a uno de los amados perros pastor alemán del Führer, quien profesaba un amor ilimitado por las bestias, era vegetariano, odiaba las corridas de toros. Himmler y su asco singular manifiestan en Madrid, frente a Franco y las fuerzas vivas de España reunidas en pleno en la Plaza de las Ventas, que es necesario acabar con la porquería taurina. De allí se desprende el movimiento animalista como un cuerpo organizado, con jerarquías morales discutibles, un cuerpo subsidiado, profundamente conocedor del poder de la propaganda, recalcitrante, intolerante, totalitario, que no ceja, ni observa.
Hasta aquí es necesario signar algo: no es un criterio de diferenciación, pues los amantes de los animales no son nazis, pero los primeros animalistas del siglo pasado sí fueron los nazis, comoquiera que entendemos por animalismo aquella mitificación enfermiza de los animales, que sigue ulteriormente hacia el petaterrorismo, la hostigante propaganda, la manipulación verbal para generar el efecto, la manipulación visual para generar sentimentalismos, la preponderancia de la propaganda por encima de la ideología. El animalismo no es una ideología, pues sus premisas son irrealizables. El comunismo, que choca eternamente con la utopía, por lo menos contiene factores que lo hacen practicable, mas no realizable. El animalismo no contiene ni lo practicable ni lo realizable, es imposible, pues aún creen los amantes de las bestias que el león en la naturaleza no volverá a comer a la gacela, mediante un proceso de conductismo que Pavlov empezó, por ejemplo.
Así las cosas, el nazismo puso en la agenda, incluso antes que la India, una humanización del animal, idea que corresponde con la animalización de judíos y eslavos hecha por los mismos nazis en procesos de muerte, antecedente de la idea animalista de endiosar a los animales y animalizar al hombre. A fin de ello, las estrategias tenían que partir de la consecución de recursos, y seguir con la propaganda animalista como una actividad más: incluso hoy los animalistas colombianos son subsidiados por ONG que a su vez son subsidiadas por el reino de Holanda, y el de Suecia en menor medida. El animalismo, el antitaurinismo, son profesiones laborales, como la arquitectura, la prostitución o la ingeniería. Convertido en profesión, el animalismo alemán se metió en la entraña de Hitler y, al ser que Alemania era un cuerpo que fluía del Führer, el estado nazi dictó la consabida Ley General de Protección Animal; se inicia a su vez el desmonte gradual de la caballería, de las carretas en vía pública, y la propaganda actúa con la eficacia teutona de siempre para vender al enemigo como un bárbaro que devora animales crudos. Como sea, los antitaurinos existían de manera germinal hasta que pudieron converger en torno a los avances de Alemania a propósito de la protección animal. Se demostraba que el modelo alemán no sólo era viable, sino que la lucha por los animales debería tener tal modelo. Así mismo, tras la derrota alemana y la larga sombra del franquismo, fermentaron las corridas de toros como un símbolo que era y es necesario destruir. Conforme la apertura social en España de los años 70´s tuvo su sitio, las primeras protestas antitaurinas surgen con una premeditación que no conferían a las mismas un carácter de espontaneidad, fervor popular o descontento: desde el inicio, son máquinas perfectas, cuando no demoledoras, que llevaron años de preparación pero siempre inspiradas en el hecho indiscutible de la intolerancia verbal y visual como propaganda. Quizá pueda signar otro hecho: el animalismo siempre ha sido misántropo, pues parte de una pauperización de las condiciones de vida y muerte del animal, condiciones las cuales acusan al ser humano como culpable de ellas; malditamente culpable. No es gratuito que misántropos históricos, como Schopenhauer, Fernando Vallejo, Charles Manson o el mismo Adolf Hitler, sean a su vez y en igual proporción amantes de los animales.
Volviendo a la historia, los antitaurinos modernos, hecho el animalismo una profesión, pudieron dedicar día y noche a una lucha en cada ámbito social hasta machacar con sus exageraciones con tal insistencia, que las premisas del animalismo y la antitauromaquia hoy son capas u horizontes aceptados y juzgados como normales: la persona normal es antitaurina, por definición. Todo esto no pudo ser sino gracias a la continua financiación de un movimiento que precisa día y noche en el trabajo de la propaganda: no sorprende saber que en el año de 1941, el primer aporte a la Sociedad de Amigos de los Animales (SAA) en Madrid, fue una suma considerable donada por un ciudadano alemán: Heinrich Himmler. De allí se desprenden los movimientos antitaurinos actuales.
Es necesario explicar el mecanismo que, como ya he dicho, fue calcado del modelo nazi: la propaganda se impone sobre la ideología, cuando las premisas o ideas del movimiento no tienden a mostrar una verdad, sino una exageración, ya que el alimento de la propaganda son partes iguales de amarillismo y fantasía. Los nazis vendieron desde 1928 la idea consistente en que los judíos devoraban niños en la noche de pascua. Ya en 1937 era una idea aceptada. Los antitaurinos venden por años la idea consistente en que la tauromaquia es tortura, aún cuando el sentido común apunta a que un torturado no puede matar a su torturador en trance de ser torturado, pues la tortura es la conducta de vejar a alguien indefenso, y el toro no lo está. Hoy día, que la Tauromaquia sea tortura es una idea socialmente aceptada. En ambos casos, la propaganda hace de la costumbre o la reiteración obsesiva de una idea, por más exagerada que sea, una verdad con el tiempo, pues el espectador de la propaganda la aprende como una verdad real, una parte del mundo, un molde que es cierto, a fuerza de estar día a día allí. Un axioma.
Computando, son casi 40 años de insistencia sobre las mismas ideas exageradas por parte de los antitaurinos: que la tauromaquia es tortura, que el taurino va a ver sangre y desea la sangre, que el aficionado taurino es sádico (Himmler lo dijo en Madrid, por puesto, con la suficiencia moral que tendría para hacerlo), que el toro sufre un martirio indecible, que un aficionado taurino es asesino por el simple hecho de sentarse a mirar una lidia, etc. La propaganda además usa el apoyo visual, pues no sería de otra manera en una época que piensa por imágenes, como la nuestra: los toros bañados en sangre, los toros con extraños rostros que les conferían ternura y lastima, los toros desolados y desdichados, los toros jamás vistos en los ruedos, hicieron su aparición mediante montajes gráficos que, machacados al ritmo obsesivo de la propaganda, son socialmente aceptados como verdad.
Un caso que ejemplifica el uso de la propaganda y su consecuencia es el siguiente: una de las más famosas imágenes antitaurinas es aquella en donde un toro sale acosado por la luz y un auténtico baño de sangre (casi vómico) en sus lomos, orejas y pitones. Lo curioso es que la foto original, donde ni hay baño de sol ni baño de sangre (incluso cambia el color de la sangre), puede conseguirse en foros antitaurinos de los años 2001 ó 2002; pero a partir del 2003, de cuando data la foto retocada anteriormente descrita, ésta es aceptada como la verdadera: de compararse ambas imágenes, de inmediato se percata el espectador de la veracidad de la primera, y del vulgar montaje de la segunda, donde un chambón trabajo de photoshop es visible, y es tapado rateramente con unas letras: VICTIMAS DE LA CRUELDAD. La adición de sangre en la foto retocada es tal, que viéndola nadie duda del sufrimiento del animal. Hemorragia y anemia. Sin embargo, se tiene la original, sin el baño de sangre y los colores justos: cuál sería mi desdicha que, mostrando ambas fotos a una amiga, y demostrando que la más reciente estaba retocada, ella aceptaba como verdadera precisamente a la retocada, a la del baño de sangre, pues su idea de la tauromaquia, por errada que aún sea, se acerca más a la idea del toro masacrado que a la idea real, esto es, del toro sangrando en lo mínimo y combatiente. En este y en todos los casos, la propaganda fue efectiva.
Para infortunio, las víctimas de la propaganda incluso pueden ser personas respetables y pensantes. Propongo un ejemplo:
“Tal vez esos foristas son los que gozan viendo sangre derramada, la de sus conciudadanos o la de los toros, pues a ellos lo que realmente los atrae es la sangre, sangre que disfrutan como vampiros del grotesco y triste espectáculo de ver caer un toro cobardemente inducido a la muerte bajo la mirada cómplice de quienes asisten al espectáculo para que los miren como a unas reinas en una pasarela…” Felipe Zuleta en la columna titulada Los vampiros de la muerte, aparecida el 19 de Enero del 2012 en el diario EL ESPECTADOR.
La última parrafada, ausente de comas y denotando una exaltación, sugiere que el columnista está alterado en el momento mismo que escribe, estremecido por la violencia característica de los antitaurinos, que penetra su discurso. Se lee ofuscado. Con todo y que el texto formal y conceptualmente es pobre, está atravesado por los prejuicios heredados de la propaganda antitaurina, y lo digo para signar que la propaganda incluso se impone por encima del buen juicio o el buen escribir, en últimas la seriedad de un columnista respetado, como el citado. Prima más la imbécil idea que vende al taurino como un ser ávido de sangre, idea imaginada pues la lectura de una lidia, esto es, si es buena o mala, no depende en la más mínima medida de la presencia o ausencia de sangre: en la primera de abono en La Santamaría del 2012, salió un toro castaño oscuro de capa, el cual prácticamente no sangró durante la lidia. Nadie reclamó sangre, ni se puso de mal genio, pues al taurino la sangre le es irrelevante, y se le entiende como algo inevitable durante la lidia, mas no deseable o necesario, y nadie puede decir que en los tendidos se clame por sangre (¿dónde hay videos de taurinos reclamando sangre?). Al no medirse la calidad de una lidia por la cantidad de sangre, y al ser el taurino quien admira la calidad de una lidia, la sangre ni va ni viene en esto. Colegir que el taurino es un vampiro no es una idea seria, no si se es un columnista dominical del diario más importante de un país: en este caso, la propaganda y el fanatismo inconsciente vencieron el buen juicio y la buena manera del escritor, que incluso se debate conceptualmente entre vender al taurino como un espectador de sangre o un espectador de otros taurinos (“para que los miren como reinas en una pasarela”)
Como sea, la sociedad está programada por el movimiento antitaurino moderno para corroerse gradualmente hacia la utopia animalista, pues la abolición de la tauromaquia es el inicio de una carrera desenfrenada hacia el veganismo y la abolición de la modernidad. La tauromaquia, al igual que el judaísmo en la época nazi, está en la tela de juicio por maneras que han desvirtuado su contenido, lo cual resulta menos que injusto y torpe, casi lineal viniendo la injusticia de mayorías manipuladas (por nazis o por animalistas) que aplastan a minorías desvirtuadas y prejuzgadas bajo montajes (judíos o taurinos; al ser las premisas de las ideas y los métodos idénticos, no es exagerada la comparación: son el mismo fenómeno, con una idéntica línea histórica de perseguidores y víctimas). El debate real en contra de la tauromaquia debe ser por lo que ella es, no por los prejuicios que la propaganda antitaurina ha logrado implantar en estos cuarenta años en la sociedad, prejuicios que se manifiestan en hechos consistentes en lo aquí expuesto: en la no aceptación de la realidad, como en el caso del montaje de la foto, o en la cortedad de un reputado columnista que acusa de vampirismo al taurino sin ninguna prueba (lo dicho por Zuleta será verdad el día que aporte una prueba documental o clínica que demuestre nuestra supuesta afición por la sangre, la tortura o la vejación, cuando la realidad es que el rito taurino es la admiración de las condiciones de bravura, fuerza, capacidad de luchar y embestir del toro, no de su debilidad y sangrado). Queda dicho que la propaganda tiende a ser, en lugar de un discurso construido, una destrucción de los discursos; otro ejemplo: cuando el debate traspasa el ámbito taurino, al no poder criticar los aspectos que en realidad no son criticables, la propaganda vende relaciones con la pederastia, el circo romano, la ablación o la esclavitud, prueba consistente sobre la cantidad de estupidez que genera la propaganda y el peligro de ésta, pues incluso rompe la lógica, al relacionar fenómenos inconexos de forma, modo y lugar, como la tauromaquia emparentada con la pederastia, por ejemplo. Así las cosas, la propaganda no puede ser sino una afección nociva.
En cualquier caso, la propaganda impuesta a ultranza evoluciona irremediablemente hacia la apatía; la sociedad tendrá que pensar si quiere la dictadura animal, denominada Zoofascismo, que prohibirá el consumo de carne o leche (en el programa radial Hora 20 la animalista invitada confesó que la abolición del rito taurino es el primer paso para llegar a “un debate que la sociedad tiene que hacerse, y está ya preparada para eso, sobre si es necesario comer carne”) el uso del cuero y la lana, el desprecio a los equitadores o a los toreros, y similares; ad portas de un Estado de Opinión y una Dictadura de las Mayorías, nosotros la minorías estamos en una espera inútil y sosa, pues el fanatismo recalcitrante de la antitauromaquia moderna ha logrado lo impensable y lo increíble: que la más mínima noción de democracia civilizada esté rota, al decidir las mayorías los derechos de las minorías, siendo que las minorías lo somos precisamente al no ser iguales a las mayorías.
La propaganda sustituye al pensamiento; no puede ser un hecho negable; como un trasunto de la situación que vivimos, atravesados por corrientes de odio y desinformación provenientes del antitaurinismo, llegan las palabras del nazi que inventó la estrategia propagandística lanzada desde aviones (y vegetariano por demás), El mariscal Göring: “Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.
Por desgracia, es más fácil indignarse que pensar.
viernes, 27 de enero de 2012
Aleccionando antitaurinos
Tomado de la cuenta de Facebook "A que consigo 1.000.000 de personas que si les gustan las corridas de toros".
1) La tauromaquia no es un sadismo, a menos que se pretenda entender por
sadismo lo dicho en un diccionario de bolsillo: el sadismo, clínicamente
definido por la OMS como una “desviación mental conducente a la consecución
de un placer SEXUAL a partir del sufrimiento de una victima” no puede ser
así compatible con la tauromaquia, ya que los taurinos NO tenemos orgasmos
al ver lidiar. En últimas, no se mide una faena como buena o mala
dependiendo la cantidad de sangre (si hay más sangre o menos sangre), dato
irrelevante en la lectura de la calidad de una lidia, ni mucho menos se
obtiene placer viendo sufrir, pues al toro no se le ve en trance de
sufrimiento: su rostro, sus gestos y su conducta son todo lo contrario: un
animal fiero que combate, no que sufre.
2) La tauromaquia no es tortura, ya que el toro no está indefenso: las 100
muertes de toreros de por sí desmienten que el toro sea inofensivo, o que
esté reducido: en casos REALES de tortura, como la Inquisición o los
vejámenes a los presos de Guantanamo, JAMÁS las victimas de la tortura
pudieron matar a su victimario mientras eran torturadas: el toro ha matado
a más de cien toreros, y herido a la totalidad de los toreros restantes. La
tortura consiste en lo contrario: malherir físicamente a quien no puede
defenderse, al estar inerme, atado, disminuido, y prolongar metódicamente
ese sufrimiento: los castigos de la lidia se hacen para conducir a la
muerte del toro, no para extender un sufrimiento inane, y la valía de los
logros plásticos con un capote y una muleta cobran significado ante el
peligro real del animal, la muerte. Torturar al toro redundaría en que el
toro se quedara echado en el piso, consumido en su dolor, incapaz de
luchar, con lo cual la lidia sería imposible.
3) La tauromaquia no nació en el circo romano: la evidencia histórica
demuestra que milenios antes del nacimiento mismo de Roma ya había
tauromaquia, nacida en la cultura helénica y la isla de Creta. El
relativismo anticristiano ha empezado incluso a dudar que el Coliseo Romano
fuera lugar para el maltrato de cristianos mediante la lucha con tigres o
toros: la persecución a cristianos tuvo lugar 37 años antes del INICIO DE
CONSTRUCCIÓN DEL COLISEO, y cuando éste se terminó su uso fue el de
carreras hípicas; doce años después se le empezó a usar para peleas de
gladiadores, llamados así por la espada (gladio) corta y de madera que
usaban. NO TOROS.
4) En Catalunya no se logró un “avance moral” al prohibir la tauromaquia;
de hecho, se prohibió el rito taurino hispánico, pero se protegió otras
maneras de lucha con el toro, como el toro embolado, practicado al sur del
valle del río Ebro, en donde un toro es incendiado mientras corre por las
calles. Entonces, toros sí hay aún en Catalunya, sólo que la separatista
cortedad y la trapacería animalista, consideran más moral incendiar a un
toro que ponerlo a luchar en el ruedo.
5)La Tauromaquia no está en vía de extinción: de hecho, gracias al traspiés
catalán, diversos países (como Francia) y comunidades autónomas han
blindado a la fiesta mediante declaratorias de patrimonio, que de ser
violadas, aboliendo la fiesta, pondría de inmediato al país antitaurino
afuera de la ONU, al violar leyes y preceptos de la UNESCO sobre el
patrimonio cultural.
6) El animalismo es nefasto al ser una suerte de fundamentalismo y
fanatismo: a los animales se les debe respetar, y se les debe tratar con
realismo, no con utopías o fantasías de protección total y bienestar
garantizado, que son poco menos que imposibles. En la vida real, las
sociedades no pueden ni garantizar el bienestar de los niños, mucho menos
el del resto de los animales. La Tauromaquia, gracias a sus recursos
económicos, es la única capaz de garantizarle una excelente calidad de vida
a la totalidad de reses bravas, sean liadas o no, y sin tauromaquia los
recursos serían insuficientes para que tal calidad se mantenga durante los
cinco años que vive en promedio y en manera natural el toro, ya no decir su
numerosa familia. No hay toros bravos en Islas Canarias o en Argentina,
sitios que en el pasado prohibieron la fiesta brava, ya que, al no poder
garantizar la calidad de vida de las reses, al quebrar las ganaderías que
dependían de las corridas, las reses fueron todas sacrificadas. ¿Qué es más
moral, realista y práctico: el 6% de reses bravas muertas en el ruedo, o el
100% de las reses bravas muertas en el matadero?
1) La tauromaquia no es un sadismo, a menos que se pretenda entender por
sadismo lo dicho en un diccionario de bolsillo: el sadismo, clínicamente
definido por la OMS como una “desviación mental conducente a la consecución
de un placer SEXUAL a partir del sufrimiento de una victima” no puede ser
así compatible con la tauromaquia, ya que los taurinos NO tenemos orgasmos
al ver lidiar. En últimas, no se mide una faena como buena o mala
dependiendo la cantidad de sangre (si hay más sangre o menos sangre), dato
irrelevante en la lectura de la calidad de una lidia, ni mucho menos se
obtiene placer viendo sufrir, pues al toro no se le ve en trance de
sufrimiento: su rostro, sus gestos y su conducta son todo lo contrario: un
animal fiero que combate, no que sufre.
2) La tauromaquia no es tortura, ya que el toro no está indefenso: las 100
muertes de toreros de por sí desmienten que el toro sea inofensivo, o que
esté reducido: en casos REALES de tortura, como la Inquisición o los
vejámenes a los presos de Guantanamo, JAMÁS las victimas de la tortura
pudieron matar a su victimario mientras eran torturadas: el toro ha matado
a más de cien toreros, y herido a la totalidad de los toreros restantes. La
tortura consiste en lo contrario: malherir físicamente a quien no puede
defenderse, al estar inerme, atado, disminuido, y prolongar metódicamente
ese sufrimiento: los castigos de la lidia se hacen para conducir a la
muerte del toro, no para extender un sufrimiento inane, y la valía de los
logros plásticos con un capote y una muleta cobran significado ante el
peligro real del animal, la muerte. Torturar al toro redundaría en que el
toro se quedara echado en el piso, consumido en su dolor, incapaz de
luchar, con lo cual la lidia sería imposible.
3) La tauromaquia no nació en el circo romano: la evidencia histórica
demuestra que milenios antes del nacimiento mismo de Roma ya había
tauromaquia, nacida en la cultura helénica y la isla de Creta. El
relativismo anticristiano ha empezado incluso a dudar que el Coliseo Romano
fuera lugar para el maltrato de cristianos mediante la lucha con tigres o
toros: la persecución a cristianos tuvo lugar 37 años antes del INICIO DE
CONSTRUCCIÓN DEL COLISEO, y cuando éste se terminó su uso fue el de
carreras hípicas; doce años después se le empezó a usar para peleas de
gladiadores, llamados así por la espada (gladio) corta y de madera que
usaban. NO TOROS.
4) En Catalunya no se logró un “avance moral” al prohibir la tauromaquia;
de hecho, se prohibió el rito taurino hispánico, pero se protegió otras
maneras de lucha con el toro, como el toro embolado, practicado al sur del
valle del río Ebro, en donde un toro es incendiado mientras corre por las
calles. Entonces, toros sí hay aún en Catalunya, sólo que la separatista
cortedad y la trapacería animalista, consideran más moral incendiar a un
toro que ponerlo a luchar en el ruedo.
5)La Tauromaquia no está en vía de extinción: de hecho, gracias al traspiés
catalán, diversos países (como Francia) y comunidades autónomas han
blindado a la fiesta mediante declaratorias de patrimonio, que de ser
violadas, aboliendo la fiesta, pondría de inmediato al país antitaurino
afuera de la ONU, al violar leyes y preceptos de la UNESCO sobre el
patrimonio cultural.
6) El animalismo es nefasto al ser una suerte de fundamentalismo y
fanatismo: a los animales se les debe respetar, y se les debe tratar con
realismo, no con utopías o fantasías de protección total y bienestar
garantizado, que son poco menos que imposibles. En la vida real, las
sociedades no pueden ni garantizar el bienestar de los niños, mucho menos
el del resto de los animales. La Tauromaquia, gracias a sus recursos
económicos, es la única capaz de garantizarle una excelente calidad de vida
a la totalidad de reses bravas, sean liadas o no, y sin tauromaquia los
recursos serían insuficientes para que tal calidad se mantenga durante los
cinco años que vive en promedio y en manera natural el toro, ya no decir su
numerosa familia. No hay toros bravos en Islas Canarias o en Argentina,
sitios que en el pasado prohibieron la fiesta brava, ya que, al no poder
garantizar la calidad de vida de las reses, al quebrar las ganaderías que
dependían de las corridas, las reses fueron todas sacrificadas. ¿Qué es más
moral, realista y práctico: el 6% de reses bravas muertas en el ruedo, o el
100% de las reses bravas muertas en el matadero?
miércoles, 25 de enero de 2012
¡Ay, los toritos! / Antonio Caballero
Por Antonio Caballero
Revista Semana
Hace tres semanas unos cuantos aficionados a los toros publicamos un manifiesto sobre la tolerancia, que sigue firmando gente. Y saltó el nuevo alcalde de Bogotá Gustavo Petro a hincarle el diente al asunto, declarando con prosopopeya que él está a favor de la vida, y no de la muerte. Estrictamente hablando, el tema no le compete: pero es apetitoso para alimentar prensa (ya lo habrán visto ustedes).
Y si no se los hubiera apropiado de antemano con brazo de hierro la demagoga senadora Gilma Jiménez, ya tendríamos a Petro sacándoles también jugo de la yugular a nuestras niñas y nuestros niños. Y a ver qué hace con nuestros pobres e indefensos caballitos, víctimas inocentes de los malvados zorreros que solo viven para torturarlos.
Pero hablemos en serio.
Cien veces han querido prohibir las fiestas de toros. Desde que existen. Lo han pretendido todos los poderes: los papas de Roma, los reyes de España, los presidentes de diversas repúblicas, los alcaldes, los jueces, los parlamentos, la prensa bienpensante. Con argumentos variados: el peligro para la vida humana; el rechazo a la imposición de una costumbre foránea; el dolor causado a los animales.
Todos ellos son pretextos espurios. La vida humana está en riesgo siempre: habría que prohibir todos los oficios, desde el de torero hasta el de papa (y también el de alcalde). Todo en la historia ha sido en su origen imposición extranjera: las religiones, las fiestas, las prohibiciones. Todos los animales que tienen contacto con los hombres (que son todos los animales) padecen dolor por culpa de ellos. Y todos mueren. Pero de todos ellos los que mejor vida llevan son los toros de lidia. Cuatro años de holganza y protegida libertad en el campo, y media hora final de lucha a muerte. Y la muerte inevitable, pero digna: en la pelea. No en la ejecución infame y sin defensa a la que son sometidos los cerdos o los pollos, los atunes o las ratas, o los gusanos de seda.
Hasta aquí, las razones para enfrentar las razones que alegan los antitaurinos (que no tienen razones, porque por lo general no saben de qué hablan: nunca han ido a los toros y lo que dicen es de oídas, o de prejuicios de sordos). Las razones en contra de los que están en contra. Pero las que de verdad importan son las razones a favor. A favor de los toros, y a favor de las fiestas de toros.
A favor de los toros bravos: los más hermosos animales de la creación. De la creación ayudada por el ingenio humano. Pues el toro de lidia no es un animal natural, como pueden serlo el jaguar o el tiburón, sino el producto de la selección y de la crianza, como el caballo de carreras o el perro guardián. El toro bravo es bello en la paz del campo; y lo es en la batalla: en el mismo campo con sus congéneres, o con los hombres en la plaza. Y lo es también en la muerte. Esa que se llama 'muerte de bravo' de un toro bravo en el ruedo, ya matado por la espada pero todavía en pie y negándose a aceptar la agonía por terquedad o por orgullo, o -para no abusar del antropomorfismo lírico connatural al tema taurino- por ganas de seguir peleando. La 'muerte de bravo' de un toro bravo en la plaza, ante el público que lo ovaciona, es la única muerte de un animal que es bella.
Y a favor de las fiestas de toros. Las hay primitivas y salvajes: las corralejas de la Costa colombiana, los correbous de Cataluña. Son estremecedoras, dionisíacas y terribles. Pero las razones de mi defensa quieren ir ante todo a favor de la corrida de toros ordenada, para usar la frase del ritual, 'como mandan los cánones'. A favor de esa combinación sutil de civilización y de barbarie que es la corrida de toros, resultado del arte de la crianza, del arte del combate y del arte del juego con la muerte, que a la solemnidad del rito une la profundidad del sacrificio. Porque una corrida de toros no es una carnicería, sino una fiesta.
Volviendo a los que quieren prohibir esa fiesta: lo suyo es, simplemente, que quieren prohibir. Su placer consiste en impedir el placer de los demás. Para decirlo con una antigua frase de la sabiduría moral: tienen pesar del bien ajeno.
Y ese pesar del bien ajeno es lo que más éxito tiene en política, como lo está mostrando el nuevo alcalde de Bogotá.
Revista Semana
Hace tres semanas unos cuantos aficionados a los toros publicamos un manifiesto sobre la tolerancia, que sigue firmando gente. Y saltó el nuevo alcalde de Bogotá Gustavo Petro a hincarle el diente al asunto, declarando con prosopopeya que él está a favor de la vida, y no de la muerte. Estrictamente hablando, el tema no le compete: pero es apetitoso para alimentar prensa (ya lo habrán visto ustedes).
Y si no se los hubiera apropiado de antemano con brazo de hierro la demagoga senadora Gilma Jiménez, ya tendríamos a Petro sacándoles también jugo de la yugular a nuestras niñas y nuestros niños. Y a ver qué hace con nuestros pobres e indefensos caballitos, víctimas inocentes de los malvados zorreros que solo viven para torturarlos.
Pero hablemos en serio.
Cien veces han querido prohibir las fiestas de toros. Desde que existen. Lo han pretendido todos los poderes: los papas de Roma, los reyes de España, los presidentes de diversas repúblicas, los alcaldes, los jueces, los parlamentos, la prensa bienpensante. Con argumentos variados: el peligro para la vida humana; el rechazo a la imposición de una costumbre foránea; el dolor causado a los animales.
Todos ellos son pretextos espurios. La vida humana está en riesgo siempre: habría que prohibir todos los oficios, desde el de torero hasta el de papa (y también el de alcalde). Todo en la historia ha sido en su origen imposición extranjera: las religiones, las fiestas, las prohibiciones. Todos los animales que tienen contacto con los hombres (que son todos los animales) padecen dolor por culpa de ellos. Y todos mueren. Pero de todos ellos los que mejor vida llevan son los toros de lidia. Cuatro años de holganza y protegida libertad en el campo, y media hora final de lucha a muerte. Y la muerte inevitable, pero digna: en la pelea. No en la ejecución infame y sin defensa a la que son sometidos los cerdos o los pollos, los atunes o las ratas, o los gusanos de seda.
Hasta aquí, las razones para enfrentar las razones que alegan los antitaurinos (que no tienen razones, porque por lo general no saben de qué hablan: nunca han ido a los toros y lo que dicen es de oídas, o de prejuicios de sordos). Las razones en contra de los que están en contra. Pero las que de verdad importan son las razones a favor. A favor de los toros, y a favor de las fiestas de toros.
A favor de los toros bravos: los más hermosos animales de la creación. De la creación ayudada por el ingenio humano. Pues el toro de lidia no es un animal natural, como pueden serlo el jaguar o el tiburón, sino el producto de la selección y de la crianza, como el caballo de carreras o el perro guardián. El toro bravo es bello en la paz del campo; y lo es en la batalla: en el mismo campo con sus congéneres, o con los hombres en la plaza. Y lo es también en la muerte. Esa que se llama 'muerte de bravo' de un toro bravo en el ruedo, ya matado por la espada pero todavía en pie y negándose a aceptar la agonía por terquedad o por orgullo, o -para no abusar del antropomorfismo lírico connatural al tema taurino- por ganas de seguir peleando. La 'muerte de bravo' de un toro bravo en la plaza, ante el público que lo ovaciona, es la única muerte de un animal que es bella.
Y a favor de las fiestas de toros. Las hay primitivas y salvajes: las corralejas de la Costa colombiana, los correbous de Cataluña. Son estremecedoras, dionisíacas y terribles. Pero las razones de mi defensa quieren ir ante todo a favor de la corrida de toros ordenada, para usar la frase del ritual, 'como mandan los cánones'. A favor de esa combinación sutil de civilización y de barbarie que es la corrida de toros, resultado del arte de la crianza, del arte del combate y del arte del juego con la muerte, que a la solemnidad del rito une la profundidad del sacrificio. Porque una corrida de toros no es una carnicería, sino una fiesta.
Volviendo a los que quieren prohibir esa fiesta: lo suyo es, simplemente, que quieren prohibir. Su placer consiste en impedir el placer de los demás. Para decirlo con una antigua frase de la sabiduría moral: tienen pesar del bien ajeno.
Y ese pesar del bien ajeno es lo que más éxito tiene en política, como lo está mostrando el nuevo alcalde de Bogotá.
LOS TOROS EN ECUADOR: UN ANÁLISIS DE LA COYUNTURA ACTUAL Y POSIBLES SOLUCIONES
(Ponencia presentada en el Coloquio Internacional de Tauromaquia de Tlaxcala-México)
Por Esteban Ortiz Mena
Lo que ocurrió en Ecuador empezó en Cataluña. Con la diferencia de que nosotros lo supimos defender…
Con la llegada del gobierno socialista de Rafael Correa al poder, hubo un giro en el sistema. La llamada “revolución ciudadana” tenía (y tiene) como objetivo imponer un cambio completo en la estructura de la sociedad con el fin de implantar una sociedad distinta, en la que los valores del socialismo sean los que primen. Este tipo de visiones propias de los regímenes autoritarios, sumado a que “lo progre” va de la mano con las visiones de desarrollo ecológico y antitaurinismo, entre otras consignas, han calado en el régimen actual dando como resultado un ataque sistemático que ha intentado abolir esta práctica de nuestras costumbres en varias ocasiones.
Para tener una idea muy general de lo que ocurre en el país, existe un detrimento generalizado de libertades y derechos. Un ejemplo cotidiano es el sinnúmero de prohibiciones que nos acechan: la de la venta de licor los fines de semana; restricción de horas de consumo de licor; cierre de casinos, porque atentan contra la moral pública; censuras televisivas; y, en general reformas legales que restringen las libertades civiles y consolidan un proyecto que muchos han denominado como “autoritario”.
Así es como se desató un ataque sistemático desde el Estado, con todo el aparato a su favor, en contra de los toros.
Sin embargo, esta estrategia estatal se encontró con un estamento taurino unido, dispuesto a luchar sin tregua. Hemos logrado unir, a través de Somos Ecuador, a todos los estamentos taurinos en el país que han participado articuladamente para poder defender estos ideales.
Nuestras estrategias han sido armadas de una manera coherente entre lo taurino, como eje fundamental, lo político, lo legal y lo comunicacional. Hemos atacado en todos los frentes. Con presupuestos bajísimos, pero con mucha creatividad, hemos logrado posicionar una bandera de lucha, con resultados nada despreciables.
Dentro de este proceso sistemático de ataques gobiernistas antitaurinos, podemos identificar tres momentos:
1. La Asamblea Constituyente de Montecristi y la posibilidad de la abolición total
2. La Defensoría del Pueblo y la restricción de entrada a menores de edad
3. La consulta popular
La Asamblea Constituyente de Montecristi y la posibilidad de la abolición total
Fue en la Asamblea Constituyente del año 2008 donde tuvimos nuestro primer enfrentamiento real. Las propuestas abolicionistas calaron hondo en la mayoría de Asambleístas de esa época (el gobierno tenía mayoría parlamentaria) y recogieron las propuestas de los animalistas como parte de las reformas que querían introducir a la Constitución. Con esta visión “progre”, la novelería de reconocer derechos a la naturaleza iba de la mano de suprimir (de cuajo), todo tipo de espectáculos donde se maltrate a los animales: peleas de gallos, toros, circos, etc.
Gracias a un despliegue masivo, y figuras importantes que nos apoyaron desde el Gobierno de ese entonces, logramos que no se incluya en el proyecto de Constitución una propuesta que quería suprimir constitucionalmente los toros. Así como lo oyen.
No sólo que logramos parar esta propuesta constitucional, sino que logramos incluir en los derechos culturales el reconocimiento a las tradiciones y los derechos que de estos derivan.
CONARTEL, la Defensoría del Pueblo y la restricción de entrada a menores de edad
Por otro lado, al ver que los festejos taurinos no fueron afectados por disposiciones constitucionales, empezó un ataque sistemático a través de otros órganos del Estado. En efecto, el CONARTEL es el ente encargado de regular a los medios de comunicación, llegando a tener facultades de censura de programación y fijación de horarios de programación.
Justamente, emitió resoluciones en los que prohibía que se emitan programas de televisión que contengan imágenes con contenido taurino dentro del horario de protección a menores. En el caso de las radios, la restricción consistía en el uso del lenguaje, con el fin de prohibir cualquier alusión a maltrato, sangre y sus derivados. Era una sinvergüencería. Esto generó que varias radios suspendan la transmisión de las corridas desde la Plaza de Toros Quito y muchas otras se alejaron por temor a una represalia política.
Por otro lado, la Defensoría del Pueblo emitió un dictamen impidiendo que los menores de 12 años puedan entrar a las corridas de toros. Esta decisión tiene carácter nacional.
La consulta popular
Así las cosas, la intención seguía siendo abolir las corridas de toros.
La pregunta No. 8 de la consulta popular auspiciada por el gobierno, propuesta por el mismo Presidente de la República, tenía como objetivo primordial, en un primer momento, suprimir las corridas de toros. Correa, en una de sus alocuciones dijo eso de manera expresa.
Eso desató una guerra sin precedentes para el mundo del toro en el país. Como se apreciará con claridad en las imágenes, nuestra lucha fue de titanes. Sin embargo, esa pelea era contra un monstruo. Y nuestra bandera fue la libertad.
Luego de mucho batallar, en las etapas pre electorales, logramos cambiar el sentido de la pregunta con el fin de que el texto no prohíba de cajón los espectáculos taurinos, sino que genere la posibilidad de que se pueda discutir la permanencia de este tipo de espectáculos sin mayor afectación. Fueron reuniones al más alto nivel gubernamental, además de un sinnúmero de actividades y marchas que lograron poner en discusión las consecuencias de esta decisión.
Con todo este esfuerzo previo, que incluyó la presentación de nuestros argumentos hasta a la Corte Constitucional, la consulta, que incluía 9 preguntas adicionales, se lanzó con la siguiente pregunta: “Está usted de acuerdo que en el cantón de su jurisdicción se prohíban espectáculos que tengan por finalidad la muerte del animal”.
La pregunta de la consulta iba arropada de otras preguntas sugestivas que intentaban engañar al electorado. Además, durante la campaña, contábamos con un factor en contra que era la popularidad del Presidente. Las reglas electorales fueron creadas por los mismos del gobierno, estableciendo parámetros rígidos para la propaganda, por lo que los espacios publicitarios estaban previamente cooptados. Además, se estableció que los actores políticos tengan prestablecidas las asignaciones económicas para campaña, negando la posibilidad de recaudar fondos para hacer proselitismo político. A los taurinos, para entender la dimensión de lo que ocurría, asignaron cinco mil dólares para toda la campaña. Sin duda, las reglas del juego no eran justas.
Con todo esto en nuestra contra, la pregunta No. 8 fue la única pregunta en la que el Gobierno perdió. Esta pregunta ganó (para los intereses taurinos) en todos los cantones donde se celebran corridas de toros en el país, menos en tres: Quito, Cayambe y Rumiñahui.
Es decir, en términos electorales totales, más de 3´4 millones de personas votaron a favor de los toros a nivel nacional. En España están haciendo esfuerzos inmensos para recaudar firmas para la ILP. En cambio, en Ecuador, los toros recibieron el apoyo de estos votantes que se pronunciaron así a favor de los espectáculos y en contra de la prohibición.
Nunca se había discutido tanto de toros en el país. Nunca esta actividad había sido objeto de tanta cobertura mediática. Eso generó conciencia colectiva y, sobre todo, posicionó a los toros como parte del imaginario de la gente y como algo cercano a la cultura.
En Quito, por un estrecho margen y con una votación completamente polarizada ganó el Si (en los sectores comerciales y residenciales del norte de Quito el voto fue NO; mientras que en los sectores populares ubicados en el sur, el voto fue SI), creando un problema aún mayor para el Municipio.
El margen era muy estrecho y la pregunta nunca fue redactada con claridad. El fin del espectáculo nunca es la muerte del animal. Sin embargo, el Municipio (gobiernista), llevó a cabo una modificación a la Ordenanza Taurina en la que prohíbe únicamente la muerte, dejando al espectáculo en sí, como lo concebimos actualmente.
Sin embargo, es una decisión política que se puede revertir. No se puede prohibir a ningún ciudadano una práctica cultural mediante una consulta popular. Eso lo consagra cualquier principio básico de derechos humanos.
Por eso nuestra pelea continúa. Y nuestro secreto es estar unidos: empresarios, toreros, aficionados, periodistas, ganaderos y todos los que estamos involucrados en este medio. Si no remamos para el mismo lado, quizás ya hubiéramos naufragado. Y ese es el ejemplo para el resto del conglomerado taurino.
Los resultados están a la vista. Mantenemos un espectáculo íntegro en la mayoría del territorio ecuatoriano y en Quito el espectáculo se ha adaptado a lo que políticamente era lo correcto.
Sin duda la declaratoria de Patrimonio Inmaterial es una alternativa. Sin embargo, es una decisión del Estado. En el caso ecuatoriano, el Gobierno de turno ha emprendido una campaña sistemática en contra de los toros, por eso vemos que esa alternativa no va a ser una solución inmediata en el Ecuador. Por eso, tiene que ser consolidada en otros países y a nivel de instancias internacionales. Pero hasta que esto ocurra, hay que mantenerse unidos y cambiar esa pasividad propia del taurino, por un activismo salvaje que haga sentir lo que somos. Si no lo vemos de esa manera, esto no durará más de 10 años.
Por Esteban Ortiz Mena
Lo que ocurrió en Ecuador empezó en Cataluña. Con la diferencia de que nosotros lo supimos defender…
Con la llegada del gobierno socialista de Rafael Correa al poder, hubo un giro en el sistema. La llamada “revolución ciudadana” tenía (y tiene) como objetivo imponer un cambio completo en la estructura de la sociedad con el fin de implantar una sociedad distinta, en la que los valores del socialismo sean los que primen. Este tipo de visiones propias de los regímenes autoritarios, sumado a que “lo progre” va de la mano con las visiones de desarrollo ecológico y antitaurinismo, entre otras consignas, han calado en el régimen actual dando como resultado un ataque sistemático que ha intentado abolir esta práctica de nuestras costumbres en varias ocasiones.
Para tener una idea muy general de lo que ocurre en el país, existe un detrimento generalizado de libertades y derechos. Un ejemplo cotidiano es el sinnúmero de prohibiciones que nos acechan: la de la venta de licor los fines de semana; restricción de horas de consumo de licor; cierre de casinos, porque atentan contra la moral pública; censuras televisivas; y, en general reformas legales que restringen las libertades civiles y consolidan un proyecto que muchos han denominado como “autoritario”.
Así es como se desató un ataque sistemático desde el Estado, con todo el aparato a su favor, en contra de los toros.
Sin embargo, esta estrategia estatal se encontró con un estamento taurino unido, dispuesto a luchar sin tregua. Hemos logrado unir, a través de Somos Ecuador, a todos los estamentos taurinos en el país que han participado articuladamente para poder defender estos ideales.
Nuestras estrategias han sido armadas de una manera coherente entre lo taurino, como eje fundamental, lo político, lo legal y lo comunicacional. Hemos atacado en todos los frentes. Con presupuestos bajísimos, pero con mucha creatividad, hemos logrado posicionar una bandera de lucha, con resultados nada despreciables.
Dentro de este proceso sistemático de ataques gobiernistas antitaurinos, podemos identificar tres momentos:
1. La Asamblea Constituyente de Montecristi y la posibilidad de la abolición total
2. La Defensoría del Pueblo y la restricción de entrada a menores de edad
3. La consulta popular
La Asamblea Constituyente de Montecristi y la posibilidad de la abolición total
Fue en la Asamblea Constituyente del año 2008 donde tuvimos nuestro primer enfrentamiento real. Las propuestas abolicionistas calaron hondo en la mayoría de Asambleístas de esa época (el gobierno tenía mayoría parlamentaria) y recogieron las propuestas de los animalistas como parte de las reformas que querían introducir a la Constitución. Con esta visión “progre”, la novelería de reconocer derechos a la naturaleza iba de la mano de suprimir (de cuajo), todo tipo de espectáculos donde se maltrate a los animales: peleas de gallos, toros, circos, etc.
Gracias a un despliegue masivo, y figuras importantes que nos apoyaron desde el Gobierno de ese entonces, logramos que no se incluya en el proyecto de Constitución una propuesta que quería suprimir constitucionalmente los toros. Así como lo oyen.
No sólo que logramos parar esta propuesta constitucional, sino que logramos incluir en los derechos culturales el reconocimiento a las tradiciones y los derechos que de estos derivan.
CONARTEL, la Defensoría del Pueblo y la restricción de entrada a menores de edad
Por otro lado, al ver que los festejos taurinos no fueron afectados por disposiciones constitucionales, empezó un ataque sistemático a través de otros órganos del Estado. En efecto, el CONARTEL es el ente encargado de regular a los medios de comunicación, llegando a tener facultades de censura de programación y fijación de horarios de programación.
Justamente, emitió resoluciones en los que prohibía que se emitan programas de televisión que contengan imágenes con contenido taurino dentro del horario de protección a menores. En el caso de las radios, la restricción consistía en el uso del lenguaje, con el fin de prohibir cualquier alusión a maltrato, sangre y sus derivados. Era una sinvergüencería. Esto generó que varias radios suspendan la transmisión de las corridas desde la Plaza de Toros Quito y muchas otras se alejaron por temor a una represalia política.
Por otro lado, la Defensoría del Pueblo emitió un dictamen impidiendo que los menores de 12 años puedan entrar a las corridas de toros. Esta decisión tiene carácter nacional.
La consulta popular
Así las cosas, la intención seguía siendo abolir las corridas de toros.
La pregunta No. 8 de la consulta popular auspiciada por el gobierno, propuesta por el mismo Presidente de la República, tenía como objetivo primordial, en un primer momento, suprimir las corridas de toros. Correa, en una de sus alocuciones dijo eso de manera expresa.
Eso desató una guerra sin precedentes para el mundo del toro en el país. Como se apreciará con claridad en las imágenes, nuestra lucha fue de titanes. Sin embargo, esa pelea era contra un monstruo. Y nuestra bandera fue la libertad.
Luego de mucho batallar, en las etapas pre electorales, logramos cambiar el sentido de la pregunta con el fin de que el texto no prohíba de cajón los espectáculos taurinos, sino que genere la posibilidad de que se pueda discutir la permanencia de este tipo de espectáculos sin mayor afectación. Fueron reuniones al más alto nivel gubernamental, además de un sinnúmero de actividades y marchas que lograron poner en discusión las consecuencias de esta decisión.
Con todo este esfuerzo previo, que incluyó la presentación de nuestros argumentos hasta a la Corte Constitucional, la consulta, que incluía 9 preguntas adicionales, se lanzó con la siguiente pregunta: “Está usted de acuerdo que en el cantón de su jurisdicción se prohíban espectáculos que tengan por finalidad la muerte del animal”.
La pregunta de la consulta iba arropada de otras preguntas sugestivas que intentaban engañar al electorado. Además, durante la campaña, contábamos con un factor en contra que era la popularidad del Presidente. Las reglas electorales fueron creadas por los mismos del gobierno, estableciendo parámetros rígidos para la propaganda, por lo que los espacios publicitarios estaban previamente cooptados. Además, se estableció que los actores políticos tengan prestablecidas las asignaciones económicas para campaña, negando la posibilidad de recaudar fondos para hacer proselitismo político. A los taurinos, para entender la dimensión de lo que ocurría, asignaron cinco mil dólares para toda la campaña. Sin duda, las reglas del juego no eran justas.
Con todo esto en nuestra contra, la pregunta No. 8 fue la única pregunta en la que el Gobierno perdió. Esta pregunta ganó (para los intereses taurinos) en todos los cantones donde se celebran corridas de toros en el país, menos en tres: Quito, Cayambe y Rumiñahui.
Es decir, en términos electorales totales, más de 3´4 millones de personas votaron a favor de los toros a nivel nacional. En España están haciendo esfuerzos inmensos para recaudar firmas para la ILP. En cambio, en Ecuador, los toros recibieron el apoyo de estos votantes que se pronunciaron así a favor de los espectáculos y en contra de la prohibición.
Nunca se había discutido tanto de toros en el país. Nunca esta actividad había sido objeto de tanta cobertura mediática. Eso generó conciencia colectiva y, sobre todo, posicionó a los toros como parte del imaginario de la gente y como algo cercano a la cultura.
En Quito, por un estrecho margen y con una votación completamente polarizada ganó el Si (en los sectores comerciales y residenciales del norte de Quito el voto fue NO; mientras que en los sectores populares ubicados en el sur, el voto fue SI), creando un problema aún mayor para el Municipio.
El margen era muy estrecho y la pregunta nunca fue redactada con claridad. El fin del espectáculo nunca es la muerte del animal. Sin embargo, el Municipio (gobiernista), llevó a cabo una modificación a la Ordenanza Taurina en la que prohíbe únicamente la muerte, dejando al espectáculo en sí, como lo concebimos actualmente.
Sin embargo, es una decisión política que se puede revertir. No se puede prohibir a ningún ciudadano una práctica cultural mediante una consulta popular. Eso lo consagra cualquier principio básico de derechos humanos.
Por eso nuestra pelea continúa. Y nuestro secreto es estar unidos: empresarios, toreros, aficionados, periodistas, ganaderos y todos los que estamos involucrados en este medio. Si no remamos para el mismo lado, quizás ya hubiéramos naufragado. Y ese es el ejemplo para el resto del conglomerado taurino.
Los resultados están a la vista. Mantenemos un espectáculo íntegro en la mayoría del territorio ecuatoriano y en Quito el espectáculo se ha adaptado a lo que políticamente era lo correcto.
Sin duda la declaratoria de Patrimonio Inmaterial es una alternativa. Sin embargo, es una decisión del Estado. En el caso ecuatoriano, el Gobierno de turno ha emprendido una campaña sistemática en contra de los toros, por eso vemos que esa alternativa no va a ser una solución inmediata en el Ecuador. Por eso, tiene que ser consolidada en otros países y a nivel de instancias internacionales. Pero hasta que esto ocurra, hay que mantenerse unidos y cambiar esa pasividad propia del taurino, por un activismo salvaje que haga sentir lo que somos. Si no lo vemos de esa manera, esto no durará más de 10 años.
jueves, 22 de diciembre de 2011
POLARIZACIÓN Y TOLERANCIA
por Felipe Burbano de Lara (Sociologo, catedrático de Flacso)
Resulta ambiguo reivindicar un principio de tolerancia, como propone el alcalde Augusto Barrera, cuando el ambiente cultural y político de la ciudad se ha polarizado, como se vio en las últimas fiestas. El alcalde sostiene que fue la consulta de mayo la que dejó a Quito polarizada particularmente en torno al tema de los toros. Frente a esa polarización, plantea la tolerancia. Me parece algo tardía la reivindicación de ese principio por parte del alcalde. Esa misma postura debió haber levantada para criticar la inclusión de un tema como el de los toros en una consulta con fines políticos. Resultaba absurdo que temas culturales, donde las sociedades y sus grupos construyen sus mundos de vida a través de tradiciones, rituales, prácticas simbólicas, sobre los cuales nadie puede esgrimir la última palabra, quedaran sujetos a un juego político de mayorías y minorías. La idea misma de incluir la pregunta sobre los toros encerraba un ejercicio de intolerancia frente al cual Barrera no dijo nada en su momento.
Sospecho, además, que la polarización la agravó el propio Concejo Municipal cuando tomó una resolución que no asumió con valentía las propias implicaciones políticas del triunfo del si en la pregunta de los toros. El Concejo produjo una ordenanza que mutiló la fiesta taurina con una muerte tramposa del toro en los chiqueros, luego de ser expuesto al mismo proceso de castigo y maltrato que los antitaurinos creyeron se eliminaría en su cantón con el triunfo del sí. Se vivió una feria taurina y unas fiestas de Quito muy golpeadas por una grosera intromisión de la política en un campo de discusión y debate que compete exclusivamente a la sociedad civil. Las tradiciones culturales no pueden liquidarse por decreto sino por transformaciones que nacen de la propia dinámica del cambio cultural. Si la fiesta taurina debe morir en algún momento, será cuando toda la dramatización y ritualización que construye alrededor del toro como símbolo de los desafíos humanos, pierdan capacidad para significar el sentido de la vida de un grupo social. En Quito, esa afición seguía siendo profunda, fuerte, con una larga tradición, de allí que haya quedado polarizada después de la consulta. Esos sentidos culturales han sido golpeados políticamente por una revolución que tiende a entrometerse en todo. La polarización que vivimos hoy en el campo cultural fue provocada por esa obsesión revolucionaria de meter las narices en cuanto terreno encuentra, como parte de un uso arbitrario de su enorme poder. Frente a esa intromisión, Barrera no dijo nada, guardó un silencio que lo compromete.
Solo cuando el tema se le vino encima, entonces sacó a relucir el argumento de la tolerancia.
Pero en contra del alcalde pesan más factores derivados de su militancia con la mal llamada revolución ciudadana. Pide tolerancia cuando forma parte activa de un proceso que se caracteriza por su arraigada intolerancia, por su absolutismo político. Quito se ha polarizado también porque Barrera es un corazón ardiente de la revolución, a la que debe tanto a pesar de haber entrado en ella tardíamente. Ese corazón ardiente tiene mucha responsabilidad en la mutilación política de una tradición cultural valorada por los quiteños y en la actual polarización de la ciudad.
Fuente: Diario Hoy. 13 de Diciembre de 2011
Resulta ambiguo reivindicar un principio de tolerancia, como propone el alcalde Augusto Barrera, cuando el ambiente cultural y político de la ciudad se ha polarizado, como se vio en las últimas fiestas. El alcalde sostiene que fue la consulta de mayo la que dejó a Quito polarizada particularmente en torno al tema de los toros. Frente a esa polarización, plantea la tolerancia. Me parece algo tardía la reivindicación de ese principio por parte del alcalde. Esa misma postura debió haber levantada para criticar la inclusión de un tema como el de los toros en una consulta con fines políticos. Resultaba absurdo que temas culturales, donde las sociedades y sus grupos construyen sus mundos de vida a través de tradiciones, rituales, prácticas simbólicas, sobre los cuales nadie puede esgrimir la última palabra, quedaran sujetos a un juego político de mayorías y minorías. La idea misma de incluir la pregunta sobre los toros encerraba un ejercicio de intolerancia frente al cual Barrera no dijo nada en su momento.
Sospecho, además, que la polarización la agravó el propio Concejo Municipal cuando tomó una resolución que no asumió con valentía las propias implicaciones políticas del triunfo del si en la pregunta de los toros. El Concejo produjo una ordenanza que mutiló la fiesta taurina con una muerte tramposa del toro en los chiqueros, luego de ser expuesto al mismo proceso de castigo y maltrato que los antitaurinos creyeron se eliminaría en su cantón con el triunfo del sí. Se vivió una feria taurina y unas fiestas de Quito muy golpeadas por una grosera intromisión de la política en un campo de discusión y debate que compete exclusivamente a la sociedad civil. Las tradiciones culturales no pueden liquidarse por decreto sino por transformaciones que nacen de la propia dinámica del cambio cultural. Si la fiesta taurina debe morir en algún momento, será cuando toda la dramatización y ritualización que construye alrededor del toro como símbolo de los desafíos humanos, pierdan capacidad para significar el sentido de la vida de un grupo social. En Quito, esa afición seguía siendo profunda, fuerte, con una larga tradición, de allí que haya quedado polarizada después de la consulta. Esos sentidos culturales han sido golpeados políticamente por una revolución que tiende a entrometerse en todo. La polarización que vivimos hoy en el campo cultural fue provocada por esa obsesión revolucionaria de meter las narices en cuanto terreno encuentra, como parte de un uso arbitrario de su enorme poder. Frente a esa intromisión, Barrera no dijo nada, guardó un silencio que lo compromete.
Solo cuando el tema se le vino encima, entonces sacó a relucir el argumento de la tolerancia.
Pero en contra del alcalde pesan más factores derivados de su militancia con la mal llamada revolución ciudadana. Pide tolerancia cuando forma parte activa de un proceso que se caracteriza por su arraigada intolerancia, por su absolutismo político. Quito se ha polarizado también porque Barrera es un corazón ardiente de la revolución, a la que debe tanto a pesar de haber entrado en ella tardíamente. Ese corazón ardiente tiene mucha responsabilidad en la mutilación política de una tradición cultural valorada por los quiteños y en la actual polarización de la ciudad.
Fuente: Diario Hoy. 13 de Diciembre de 2011
jueves, 8 de diciembre de 2011
Libertad con dignidad e integridad
http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/libertad-con-d
d-e-integridad-519240.html
Tres objetivos, tres virtudes, tres valores y un solo lema, casi revolucionario: libertad, dignidad e integridad. Así se resuman los deseos de aficionados y profesionales del toreo para la Fiesta en la ciudad de Quito, después de haber dado un ejemplo de civismo durante los nueve días de una feria de Jesús del Gran Poder marcada por la sinrazón política y el absurdo de una corrida despojada de la muerte del toro en la arena.
Libertad piden los aficionados. Libertad para disfrutar de su pasión, de un espectáculo que, desde hace décadas, centra las fiestas de la ciudad a finales del mes de noviembre. Libertad para poder asistir a los tendidos de Iñaquito sin miedo, sin restricciones, sin insultos, sin ser estigmatizados por grupos de fanáticos que tratan de imponer su moral y su criterio al resto de los ciudadanos. Libertad también para poder educar a sus hijos en esa escuela de vida que son los festejos taurinos.
Dignidad para el toro, para un animal arrogante e incomparable que no pide compasión, porque no la necesita, sino respeto a su condición de bravo y de luchador infatigable. No hay que apenarse del toro sino temerle. Y procurarle una lidia limpia y sin ventajas, y una muerte digna, de igual a igual, con opciones de victoria. Tras una vida de privilegio, el toro merece una muerte con grandeza y gloria, a la luz del sol, sobre la arena, y no en la tétrica oscuridad de un chiquero, a escondidas de la mirada de los cínicos.
E integridad para la propia Fiesta, un espectáculo incomparable, deslumbrante, tal vez cruento pero nunca cruel, en el que, de principio a fin, desde el paseíllo hasta la muerte del toro, se ritualiza con esplendor el espíritu de una cultura milenaria amenazada por la globalización y por turbios intereses económicos.
Exijamos una corrida íntegra y sin mutilaciones, como fue y debe ser siempre, en la que no sea solo el hombre, como en esta paradójica pirueta que las autoridades le han hecho dar este año a las corridas quiteñas, quien pueda caer a la vista del público.
Libertad, dignidad e integridad. Trilogía de derechos de un colectivo unido en un solo grito frente al autoritarismo y la hipocresía.
Tres objetivos, tres virtudes, tres valores y un solo lema, casi revolucionario: libertad, dignidad e integridad. Así se resuman los deseos de aficionados y profesionales del toreo para la Fiesta en la ciudad de Quito, después de haber dado un ejemplo de civismo durante los nueve días de una feria de Jesús del Gran Poder marcada por la sinrazón política y el absurdo de una corrida despojada de la muerte del toro en la arena.
Libertad piden los aficionados. Libertad para disfrutar de su pasión, de un espectáculo que, desde hace décadas, centra las fiestas de la ciudad a finales del mes de noviembre. Libertad para poder asistir a los tendidos de Iñaquito sin miedo, sin restricciones, sin insultos, sin ser estigmatizados por grupos de fanáticos que tratan de imponer su moral y su criterio al resto de los ciudadanos. Libertad también para poder educar a sus hijos en esa escuela de vida que son los festejos taurinos.
Dignidad para el toro, para un animal arrogante e incomparable que no pide compasión, porque no la necesita, sino respeto a su condición de bravo y de luchador infatigable. No hay que apenarse del toro sino temerle. Y procurarle una lidia limpia y sin ventajas, y una muerte digna, de igual a igual, con opciones de victoria. Tras una vida de privilegio, el toro merece una muerte con grandeza y gloria, a la luz del sol, sobre la arena, y no en la tétrica oscuridad de un chiquero, a escondidas de la mirada de los cínicos.
E integridad para la propia Fiesta, un espectáculo incomparable, deslumbrante, tal vez cruento pero nunca cruel, en el que, de principio a fin, desde el paseíllo hasta la muerte del toro, se ritualiza con esplendor el espíritu de una cultura milenaria amenazada por la globalización y por turbios intereses económicos.
Exijamos una corrida íntegra y sin mutilaciones, como fue y debe ser siempre, en la que no sea solo el hombre, como en esta paradójica pirueta que las autoridades le han hecho dar este año a las corridas quiteñas, quien pueda caer a la vista del público.
Libertad, dignidad e integridad. Trilogía de derechos de un colectivo unido en un solo grito frente al autoritarismo y la hipocresía.
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